Skip to content

OÍR-RÍO. RE-EXISTIR DESDE LA MEMORIA

El eco que resuena
al decir:
es que estamos rotos
como espiral
de caracola al final
del océano.

Río Herido, Daniela Catrileo.


Oír-Río, instalación site-specific de Máximo Corvalán-Pincheira ubicada en el hall del Museo Nacional de Bellas Artes, sugiere un ejercicio de imaginación política. Mediante una maniobra paradójica, exhibe el cauce del río Mapocho, empleando el agua como metáfora de vida y equilibrio de biodiversidad, la que, al mismo tiempo, arrastra la deshumanización de los cuerpos, su descomposición.

La instalación evoca otros cuerpos de agua que rememoran un dolor: los muertos arrojados al río y al mar durante la dictadura militar. La obra es también un ejercicio de memoria que nos invita a pensar la memoria histórica y la resiliencia como posibilidades de reconfiguración de futuros posibles.

Así, Oír-Río transita por una memoria colectiva, historias de resistencias, compromiso y muerte. Este trabajo es, por tanto, metáfora y homenaje a la vez: muestra el modo de presencia y ausencia de la vida que se asoma desde el lecho de la muerte.

Oír-Río, instalación site-specific situada en el hall del Museo Nacional de Bellas Artes, Santiago, 2024. Foto: Jorge Brantmayer. Cortesía del artista.

Preámbulo

El agua como cuerpo y materialidad crítica ha estado presente en distintas instalaciones y acciones realizadas por el artista a lo largo del 2023, en el marco de la conmemoración de los 50 años del golpe. Podemos citar Hacer agua, una instalación site-specific para el Centro Cultural La Moneda que se movía en varias dimensiones de tiempo y espacio, a la vez que abría distintas capas de sentido en relación con las problemáticas del mundo actual. Esta obra propicia reflexiones sobre la memoria traumática, la fractura del sistema político, el devenir del tiempo y la crisis climática. 

Similarmente y en una acción mimética, Tejado de vidrio, instalación expuesta en el MAC Quinta Normal, extrapola la fractura de un sistema político y de la vida a las grietas del mismo techo del edificio que acoge la obra.

La materialidad de las plantas y la tierra, exhibidas en esta instalación, hace referencia a la propia biografía del artista y su relación con el paisaje chileno: el lugar en que se encuentran y yacen los cuerpos de los detenidos desaparecidos y también el lugar desde donde nace la vida.

Por su parte, la instalación Fuente de las penas, presentada en la Bienal SACO1.1 Golpe, propone una intervención con planchas de acero, montadas esta vez delante de uno de los ventanales del Museo Ruinas de Huanchaca. Estas planchas, utilizadas también en Hacer agua, remiten a aquellas que utilizaban los comercios para proteger sus fachadas durante la revuelta de octubre de 2019.

Máximo Corvalán-Pincheira, Fuente de las penas, 2023. Vista de instalación en el Parque Cultural Ruinas de Huanchaca, Antofagasta, Chile. Foto cortesía de Bienal SACO.
Máximo Corvalán-Pincheira, Hacer Agua, 2022, instalación site-specific en el Centro Cultural La Moneda (CCLM), proceso de oxidación. Cortesía del artista

El artista instala la idea de contención: poco a poco sobrepasada, el agua comienza a filtrarse, generando la sensación de un colapso inminente. Al igual que en obras anteriores, Corvalán-Pincheira explora la idea de la filtración de agua como una carencia que emerge continuamente.

En las acciones Arteria y Memoria en flujo, la primera realizada en Nueva York y la segunda en Bolonia, el artista se cortó la mano para extraer su sangre, la que llevó hasta la casa de Kissinger en compañía de 11 artistas, cada uno con una canaleta. Luego, traspasaron la sangre de un participante a otro intentando no derramarla.

En Bolonia, se repite la operación en la Via del Pratello, pero esta vez el fluido es agua. Corvalán-Pincheira interpreta la instalación como “dos ejercicios colectivos que buscan, por un lado, relevar el apoyo internacional (político y cultural) que surgió como respuesta a la dictadura cívico militar de Augusto Pinochet y, por otro, establecer conexiones con los problemas y desafíos contemporáneos, explorando nuevas formas de solidaridad”.

Oír-Río, por lo tanto, decanta como una forma de concluir una serie/constelación de trabajos guiados por el agua y alcanzar una síntesis formal y conceptual. La obra, como ya hemos dicho, se presenta como una metáfora y homenaje. El agua, en cuanto hilo conductor de la memoria histórica y colectiva, fluye como testigo y testimonio dando cabida a memorias silenciadas. Pero también es revelación de una biografía que se manifiesta y homenajea al padre del artista, Ricardo Pincheira.[1]

Máximo Corvalán-Pincheira, Tejado de vidrio, 2023. Vista de la instalación en el MAC Quinta Normal, Santiago, 2023. Foto: Jorge Brantmayer

Sobre el Mapocho y su memoria

El río Mapocho puede ser leído en distintas capas que, desde su cauce y el fluir de sus aguas, nos revelan una imagen de la (des)humanidad de la que ha sido testigo. Desde la colonia, el río se presentaba como un espacio de vida/muerte, como fuente de regadío de la ciudad y de proliferación de vida, lo que se veía interrumpido por la dureza de sus desbordes y los estragos que causaba. En torno al río, se instauran las relaciones de poder y sus jerarquizaciones, quedando la ciudad dividida entre la “chimba”[2] y el centro que concentraba el poder político y económico.

Con el arribo del siglo XX, después de su canalización, el Mapocho devino lugar “fuera de la ley”, al albergar a una infancia huérfana y desprovista de posibilidades, atrapada en la vagancia, la soledad y el delito. El aura de crueldad que desprendía y sigue desprendiendo el río se combinaba con los desperdicios, la miseria y falta de salubridad, rasgos que lo convertían en un espacio marginal. En este contexto, se produce un entorno de sincretismo entre los márgenes urbanos, la precariedad y el río. Una frontera imaginaria y natural, donde la turbiedad y espesura/densidad (del ambiente) son los protagonistas.

Oír-Río, se cuelga de esa aura para mostrarnos, metafóricamente, un semblante a veces oculto del río, rememorando las historias de muertes producidas por la dictadura militar.

Arteria, de Máximo Corvalán-Pincheira. Acción colectiva, escultura. Nueva York, 2023. Foto cortesía Escuela de Arte UC

En septiembre de 1973, un pueblo veía horrorizado las imágenes de cuerpos flotando en el río Mapocho. Estos cuerpos se convirtieron en símbolos (encarnación) de la cruenta represión pinochetista. Según la investigación de Pascale Bonnefoy, más de 60 cuerpos fueron arrojados al río en las primeras semanas de dictadura militar. De ellos, unos 47 fueron fusilados en el Puente Bulnes, según quedó anotado en la morgue.

Se instaura así un régimen del terror, que tenía varias capas; una era la desaparición física de los cuerpos, otra era “convertir a la vía pública, al río y los canales que cruzan la capital en vertederos de cadáveres torturados y acribillados, a modo de aterrorizar a la población. Para ese macabro escenario sirvió el río Mapocho, y el puente que une la calle Bulnes con la carretera norte fue uno de los paredones preferidos.”[3]

Es fácil encontrar en los archivos de memoria y derechos humanos las historias, testigos y declaraciones de fusilamientos masivos en el Puente Bulnes, sobre todo casos emblemáticos como la ejecución colectiva de un grupo de pobladores de Puente Alto y de un grupo de la población Nueva Matucana, un barrio humilde de unas 600 familias emplazada en la ribera del río Mapocho, entre las calles Matucana y Balmaceda, en la comuna de Quinta Normal.

Uno de los ejecutores, en su posterior declaración, narraba: “Los matábamos de espaldas al río y se caían hacia atrás. Luego los recogíamos en el mismo camión y los llevábamos a la morgue. A veces eran como veinte en un día. De los que pasaron por el Barros Arana no se salvó ninguno. A Alsina lo iba a matar con la pistola, pero lo hice con la metralleta para que fuera más rápido porque no quiso que lo vendara. Maté a más de cien. En ese tiempo estaba acostumbrado porque no tenía ningún problema. Pedían que no los mataran.”[4]

Oír-Río, instalación site-specific situada en el hall del Museo Nacional de Bellas Artes, Santiago, 2024. Foto: Jorge Brantmayer. Cortesía del artista.

Oír-Río

Podemos preguntarnos ¿cuál es el sentido de rememorar el horror? Una primera respuesta que podríamos ensayar es que traer el pasado al presente como fuente de experiencias y manifestaciones de la misma experiencia —con sus ambigüedades y contradicciones— nos permite mirar/entender/atender la herida, la fractura de una sociedad que quiere recomponerse en tanto se conozca toda la verdad y se realice la justicia irresuelta. Mientras esto no ocurra, seguirá escurriendo el daño causado, tal como escurre/fluye el agua, instalada hoy en el museo.

En un sentido similar, la obra explora las memorias que dan cuenta de las borraduras del pasado: es la memoria de la desaparición. Existe un vínculo profundo con el no-olvido, con el acto de recordar, que es “hacer vivir», es insistir y vivenciar en el espacio las experiencias con las ausencias (tanto de un pasado negado/clausurado, como las ausencias en la contemporaneidad) que posibilitan otras formas de relacionarnos con lo vivido, con nuestra historia y con nuestros mundos. Es el ímpetu de la ausencia que nos devuelve algo sobre el sentido mismo de la vida.

Además, la relación con la pérdida/desaparición se manifiesta como un motor que impulsa el deseo creador, una resistencia de lo negado que nos conecta con la memoria que no está atrás, sino que se nos presenta enfrente y moviliza la acción misma de la creación.

En este sentido, el trabajo de Corvalán-Pincheira se mueve en ese transitar por los tiempos penetrando en las heridas del pasado, pero sin pretensión de quedarse en un duelo infinito, sino por el contrario, ese pasado —y el recuerdo de su padre, que también está en el rostro de su hijo— le permite situarse en un lugar desde donde enuncia, se posiciona e interpela el presente y el contexto que lo rodea.

Es así como la materialidad de la obra, el agua y la agencia del río, nos abre la posibilidad de habitar en un entre. En esta zona liminal, el presente contiene una pluralidad de lo vivido, una pluralidad abierta de experiencias y de memoria, donde el pasado se entremete mediante una multitud de experiencias de las que hemos sido escindidos.

En un sentido distinto, sin embargo, podríamos pensar la memoria en su dimensión de re-existencia. La memoria no sería solo una cuestión de recordar a nuestros familiares desaparecidos, sino que además es el acto mismo de recordar el que devela el sentido profundo de la existencia. Dicho de otro modo, es en la ausencia de la presencia de algo o alguien donde se nos muestra el verdadero sentido de su existencia y donde gana mayor fuerza la vida. Podríamos decir, entonces, que re-existir desde la memoriaes develar lo que ha permitido encontrar sentido al continuar existiendo, pese a la adversidad, a la negación y al olvido.

Como ejercicio de memoria, Oír-Río, así como el resto de las constelaciones de obras que ha realizado Corvalán-Pincheira en 2023, nos invita a pensar en momentos determinantes de la historia, mediante un ejercicio de mirar el pasado (que visiblemente quiere ser forzosamente clausurado) y pensar el presente (y lo irresuelto) para imaginar mejores futuros posibles.

Oír-Río, instalación site-specific situada en el hall del Museo Nacional de Bellas Artes, Santiago, 2024. Foto: Jorge Brantmayer. Cortesía del artista.

Recordar significa dejar que las cosas aparezcan, dejarlas emerger desde debajo de la superficie del agua, dejarlas salir de la niebla. También significa voltear y mirar con ojos anhelantes, agudizando el oído para recibir una tonada que se ha desvanecido. Significa levantar a los muertos conjurando sus sombras. Todas estas metáforas funcionan cuando recuerdo (in-voco) y levanto, re-afirmo a los olvidados.

Illich, 1992: 193.


Oír-Río nos invita también a pensar la correlación del agua con sus implicancias político-ambientales: el agua como límite, como origen de todo, como recurso sobreexplotado, contaminado y en crisis. Así, en tanto materialidad crítica y fundamento de la obra, el agua va dando forma a un relato, a un testimonio de violencia sistémica que atraviesa las distintas capas que sedimentan su historicidad y explora, como hemos dicho, las memorias silenciadas.

También forman parte de ese relato los coligües, la madera, las amarras de cáñamo, y otros materiales “pobres” que componen la obra y hacen alusión a los mismos materiales usados en la construcción de los primeros puentes y la canalización del río Mapocho.

Al combinar una vez más pasado y presente, al fusionar materiales de construcción básicos, técnicas y soportes que constituyen su existencia, Oír-Río es también un ejercicio donde se fusionan el arte y la vida, como da cuenta buena parte del arte contemporáneo.

En este caso, la materialidad adquiere gran relevancia al ser, desde su fabricación y manipulación, un simulacro del río. De esta manera, ya no hay una subordinación de los materiales sino que generan, en conjunto, un gran brazo del río que fluye en el hall del museo.

¿Qué significa traer el río al museo? Trasladar una arteria del río Mapocho al museo, con el cual dialoga una parte significativa de su entorno, nos interroga, nos susurra las historias de las que ha sido testigo.

El río Mapocho, con su estética sucia, maloliente, marginal, contaminada y llena de desechos nos invita a mirar y a no permanecer indiferentes ante contextos marginales que se vinculan con la vida y la realidad social y económica de un lugar. Entendida así, la traslación del río al museo es una acción política que nos interpela directamente, desde un malestar que aborda distintas crisis y tiempos silenciados.

La instalación presente en el hall del museo, desde el ensamblaje de sus materiales, sus texturas y turbiedad del agua, despliega una serie de posibilidades asociativas e imaginativas, proponiendo una cadena de significados y sentidos en el marco de su banalidad aparente. El brazo del río Mapocho en el museo se presenta como un fragmento de realidad abierta a múltiples interpretaciones y, en este sentido, la obra está despejada, se manifiesta con humildad ante el visitante.

En su aguda complejidad, Oír-Río también nos susurra sobre una sociedad enferma. De ello dan cuenta los restos de fármacos presentes en sus aguas: antidepresivos, analgésicos o antibióticos. Pensar en el río como fuente de contaminación y espacio crítico de biodiversidad nos orienta a entender también las enormes consecuencias del agotamiento físico y social de toda forma de naturaleza, así como la superación de los límites del planeta.

Con todo, Oír-Río es una obra abierta a distintas posibilidades de interpretación, donde podemos escuchar el susurro del río, o el eco del agua como menciona el poema de Daniela Catrileo, que nos habla de la condición rota del ser. De los seres humanos y no-humanos.

Oír-Río, instalación site-specific situada en el hall del Museo Nacional de Bellas Artes, Santiago, 2024. Foto: Jorge Brantmayer. Cortesía del artista.

Cierre

Entre múltiples lecturas e interpretaciones que operan de forma interconectada, Oír-Río es una reflexión estética que atraviesa la historia, la política, el medioambiente y la biografía. A su vez, muestra un carácter micropolítico de la práctica artística que ilumina un (mal)orden que atenta contra la vida. Pero, quizás aún más importante y menos evidente, nos muestra la capacidad que tiene “lo sensible” —más allá del arte— de resistir al régimen dominante en nosotros mismos.

Surge entonces la pregunta: ¿Tiene el arte la capacidad de desestabilizar las formas y representaciones del orden dominante, capitalista, colonial, patriarcal, y extractivo? Oír-Río abre cierta posibilidad, como una fisura por donde fluye, al igual que el río, la capacidad de imaginar -colectivamente- nuevas formas de resistir y re-existir.


Oír-Río se puede visitar hasta el 3 de marzo de 2024 en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), José Miguel de la Barra 650, Santiago, Chile.


[1] El artista Máximo Corvalán-Pincheira es hijo de Ricardo Pincheira Núñez, médico y asesor presidencial del gobierno de Salvador Allende, que desaparece del Palacio de la Moneda el 11 de septiembre de 1973.

[2] Desde el período prehispánico, el extenso territorio ubicado al norte del río Mapocho fue conocido como la Chimba, es decir, «de la otra orilla» en idioma quechua. A partir de la conquista española, el sector se utilizó para asentar a los guangualíes o asentamientos precarios de indios y mestizos. Estas urbanizaciones, emplazadas en la periferia del Santiago colonial, debían soportar -muchas veces sin éxito- las frecuentes salidas de cauce del río y el posterior aislamiento del resto de la ciudad. Pese a estas dificultades, la Chimba tuvo un modesto, pero permanente crecimiento demográfico. Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile. https://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-3503.html#presentacion

[3] Bonnefoy, Pascale. “Cuerpos flotando en el Río Mapocho”, en Archivos Chile, Investigaciones, documentos, derechos humanos. https://archivoschile.com/cuerpos-mapocho/

[4] Ibid.

Claudia Cofré Cubillos

Curadora e investigadora independiente. Es doctora en Artes por la Universidad Complutense de Madrid, España. Forma parte del GCAS Latinoamérica y de C.I.T.E.S. (Centro de Investigación Transdisciplinar de Estéticas del Sur). Ha participado en distintos congresos para presentar resultados de sus investigaciones, y ha realizado varias publicaciones en libros, revistas académicas y catálogos en Chile y en el extranjero. Es coautora del libro "Mario Pedrosa y el CISAC. Configuraciones afectivas, artísticas y políticas“ (Metales Pesados, 2019); y de "El Arte como Revolución. Debates, redes y actualidad del Instituto de Arte Latinoamericano“ (Metales Pesados, 2022).

Más publicaciones

También te puede interesar

,

V.AR.CO PRESENTA A BENJAMÍN OSSA

Antenna y Otro Foco presentan el segundo episodio de V.AR.CO - Videos de Arte Contemporáneo, sobre el trabajo del artista visual chileno Benjamín Ossa. Trabajando con luz, sombra y formas tanto geométricas como irregulares,...

MUTE. OBRAS SONORAS EN LAS VITRINAS DE GALERÍA TEMPORAL

Galería Temporal presenta "Mute", una exhibición de Rodrigo Araya, Sebastián Jatz y Bárbara González, tres artistas chilenos que trabajan con sonido, bajo la curaduría de Fernando Godoy. La muestra se articula a partir de...