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HACIA UN POST-OCTUBRISMO. “ESTÉTICAS DE LA POSDEMOCRACIA”, DE RUDY PRADENAS Y DÉBORA FERNÁNDEZ

Dentro de las numerosas aproximaciones al Estallido, el libro Estéticas de la posdemocracia. Apuntes sobre arte y terror de Estado a partir de la revuelta chilena (Escaparate, 2022), de Rudy Pradenas y Débora Fernández, da un excelente pie para reelaborar la relación entre arte y política en la coyuntura actual. Por un lado, porque es un libro no sólo sobre la revuelta, sino de la revuelta, es decir, es un dispositivo crítico mediante el cual ésta se piensa en sus acciones y en su razón de ser, por lo cual incorpora su voluntad de transformación. Por otro, porque se trata de un libro de filosofía política que cuestiona y arroja luces sobre distintas fuerzas estéticas entonces en juego en un amplio nivel. A lo anterior cabe sumar la propia zona de opacidad estético-poética de la propuesta, la que conduce a percibir la existencia de renovadas operaciones de arte y política a despecho del aparente repliegue accionista de hoy.

Estéticas de la posdemocracia es una propuesta octubrista en un sentido un tanto distinto al que, de manera simplista, contrapone la corriente pro-Estallido al noviembrismo pro-Constitución. El octubrismo es constitutivo de las vanguardias y así lo muestra la aparición, en 1967, de October, la revista de arte contemporáneo cuyo nombre homenajea la película homónima de Sergei Eisenstein del año 1927. En el primer número de esta publicación, sus editores —entre ellxs, Rosalind Krauss, Benjamin Buchloh y Hal Foster— explican que esta elección no busca hacer una hagiografía ni cultivar algún tipo de nostalgia por 1967, 1957 ni, menos, por 1917, sino fortalecer el discurso crítico sobre la práctica artística en tanto práctica revolucionaria, por cuanto sus innovaciones estéticas pueden ser vectores de cambio social.

Dado que aluden a la “naturaleza intensamente problemática” de dicha práctica en aquel “preciso momento”, cabe recordar la desarticulación, en los años setenta, de la contracultura que había entramado a artistas y minorías en el Movement político-cultural, siguiendo a Mario Maffi en La cultura underground. Remitir a los históricos nexos entre arte, cultura y política en un país que se ha ido poco menos que clonando a sí mismo alrededor del planeta, Chile incluido, conduce a ver estos nexos como un aspecto fundamental del Estallido, y no un mero dato de la causa. Estéticas de la posdemocracia refuerza esta impresión, pues aborda la relación entre arte y política desde una comprensión estética que permite entender, en distintos planos, el actuar de les manifestantes y los sectores por ellxs interpelados.

Gabriel Tagle, CS/HILE. Humo y terror, 2019-2020, fotografía con la imagen de un mapa de Chile diseñado digitalmente compuesto de humo de gases lacrimógenos, repisa con cartuchos de bombas lacrimógenas recolectadas, limpiadas y pulidas. Cortesía del artista

En ese proceder, Pradenas y Fernández buscan desafiar “la vulgata politológica” existente sobre la revuelta, tal como apunta la contratapa. Sin duda, el Estallido ha conminado a la política a considerar la irrupción del pueblo, así como a avizorar instituciones que aseguren su efectiva participación política. No obstante, les autores añaden una arista adicional al adoptar, para caracterizar nuestro régimen político, el concepto de “posdemocracia”: “una democracia sin demos” que “es tanto un régimen oligárquico de derecho como un régimen de derecho oligárquico reducido a una serie de procedimientos estatales, corporativos y policiales limitados y estructuralmente funcionales a los procesos de acumulación del capital” (p. 9).

Esta perspectiva contribuye, por ejemplo, a entender la enconada lucha entre la Primera Línea y Carabineros de Chile durante el Estallido al vincularla a una desigualdad sustantiva amparada por las leyes y la misma Constitución. Sabemos que la Dignidad se llenó de la inscripción A.C.A.B., acrónimo de “All Cops Are Bastards”, y su cifrado código 1312. También sabemos que se planea reformar la institución de Carabineros a fin de que, entre otras cosas, incorporen de manera genuina el valor y los principios de los derechos humanos. Pero Estéticas de la posdemocracia ofrece una lectura del dispositivo policial que debiera anteceder cualquier reforma institucional. Un dispositivo cumple una función, la que en este caso es represiva, pero de manera funcional a la oligarquía. Al situar la violencia en un marco de relaciones de poder que atentan contra el “demos”, la protesta se descriminaliza, al menos ante los ojos de quienes lo quieran ver.

Pero lo singular del libro de Pradenas y Fernández es que el concepto de posdemocracia les permite complejizar la aproximación a las técnicas mediante las cuales se lleva a cabo el ejercicio mismo del poder. Así, se detienen en sus mecanismos estéticos en a lo menos tres dimensiones diferentes, que se suman a la discursiva: la icónica, la escénica y la afectiva. Desde este punto de vista, la posdemocracia que consagra el homo oeconomicus neoliberal bajo la figura del emprendedor, plantean, “pacifica” mediante la violencia policial disuasiva, pero también desplegando consignas de orden y seguridad. Así, agregan, se trata de un régimen de terror por “hacer-saber el miedo a la comunidad en su conjunto” (p. 12). Conocida sobre todo a través de Nelly Richard, la crítica cultural local se refuerza con apoyo en autores como Walter Benjamin o, en especial, Jacques Rancière, quien se sitúa en una corriente estética de la filosofía política que recién comienza a ser nombrada como tal.

Por lo anterior, cuando Pradenas y Fernández plantean que la revuelta “expresó un quiebre completo de la lógica consensual” no refieren sólo a la lógica de la transición a la democracia. En efecto, la crítica del consenso es basal para la corriente de pensamiento mencionada, la que defiende, por un lado, una lógica del disenso que permitiría la participación de sectores excluidos del modelo consensual y, por otro, los modos sensibles de expresión de estos sectores ajenos al “racional” espacio público liberal. De esta forma, les autores escriben, por ejemplo, que “la revuelta nos mostró que los datos abstractos del cálculo y la racionalidad económica nunca coinciden con los datos sensibles que la desigualdad y la injusticia inscriben día a día en nuestr*s cuerp*s” (p. 16).

Vee Bravo, still de Primera, 2021, largometraje documental, 96 min., digital, color

Es en virtud de su capacidad de articular “micropolíticas de resistencia cotidiana” (p. 21) —y socialmente enmarcadas y legitimadas, podría agregarse— a tales inscripciones que Pradenas y Fernández se interesan por las prácticas artísticas y poéticas, abocándose a tres de ellas en particular para pensar la revuelta desde la revuelta. La primera, una instalación del mexicano radicado en Chile Gabriel Tagle, que se titula CS/HILE. Humo y terror, expuesta en la galería Itinerante en noviembre de 2019 y en la galería Klee en enero de 2020. Sus elementos centrales son una imagen del mapa de Chile envuelto en humo y restos de bombas lacrimógenas. En la interpretación de Pradenas y Fernández, esta obra devela que las formas de violencia estatal dirigidas a los órganos sensoriales manifiestan el llamado “atmoterrorismo” —concepto de Peter Sloterdijk—, al perseguir “la destrucción del sensorium de l*s manifestantes” para “interrumpir nuestra relación sensible con el mundo y con l*s otr*s” (p. 21).

La segunda práctica abordada son las performances transfeministas, transespecie y decoloniales realizadas por Cheril Linnet y el proyecto de intervención e investigación escénica Yeguada Latinoamericana entre octubre y noviembre de 2019. Los títulos y emplazamientos son elocuentes: Estado de rebeldía se realizó frente a la Biblioteca Nacional, la Casa Central de la Universidad Católica de Chile y el edificio de la Telefónica; Orden y patria se realizó en el monumento de la plaza de Carabineros de Chile y frente a la primera comisaria de Santiago Centro; la fotoperformance Desorden y matria y la videoperformance Comunicado se publicaron en la plataforma Registro contracultural y en esta misma revista. Dos capítulos se dedican a La Yeguada: en el primero se explora la “violencia destituyente” que, mediante una actualización del “drama social”, propio de la génesis de la performance, involucra su reivindicación de identidades y sexualidades cuir violentadxs (p. 29); en el segundo, el objeto es una justicia restaurativa trans*feminista cuya condición de posibilidad no se halla en la institución judicial, sino en “el afuera interior de la justicia, su no-verdad acuerpada”, puesto la misma Ley tiene un sesgo patriarcal (p. 57).

La tercera práctica artística abordada es la realización de Primera, una película del chileno-estadounidense Vee Bravo, sobre la cual se señala que, más allá de documentar a la Primera Línea, produce mediante un montaje alterno la verdad de una “potencia política heterogénea” respecto tanto de las militancias políticas como del poder posdemocrático. En esta película, afirman les autores, se percibe una “poética de la revuelta” que no romantiza la lucha popular, sino que devela “un sentido complejo de las acciones insurrectas de l*s anónimos” (p. 62), al introducir “visibilidades espectrales que se sobreimprimen contra el límite de los marcos perceptibles diseñados por el poder gubernamental” (p. 65).

Cheril Linett, Orden y patria, 2019. Registro de performance por Paulina Arancibia

Desde luego, numerosas reflexiones de interés puntúan y recorren este libro; cada cual sabrá cómo hilvanarlas en la lectura y a qué conectarlas en su afuera, pero deseo detenerme ahora sobre un aspecto adicional que las potencia. En sus conclusiones, Pradenas y Fernández señalan la necesidad de reflexionar acerca de las “afinidades estratégicas” existentes entre las prácticas de lucha callejera y las prácticas de arte, en la persecución de una democracia radical opuesta a la posdemocracia. Reformulando a Gilles Deleuze (y a través suyo a André Malraux), postulan que “el arte es lo que resiste y es aquello que nos auxilia en nuestras múltiples formas de resistir”, tipificando su libro como un “ejercicio de resistencia crítica e insistencia intelectual que busca extender el eco del acontecimiento de la revuelta” (p. 75). Pese a ello, como anunciaba, propongo considerarlo como un ejercicio estético y poético en sí mismo.

De otro modo, ¿cómo entender la inclusión a lo largo de sus páginas de un elemento fotográfico como es la bomba lacrimógena, señalando y recalcando por esa vía su omnipresencia como recurso de poder que afecta la capacidad de nuestros cuerpos para respirar? Nada justifica, en la era de la impresión digital, que no recurramos a este tipo de basuritas gráficas —como las llama Justo Pastor Mellado— para desplegar un pensamiento visual. Nada, pero había que hacerlo, cuestión que va mucho más allá de simplemente embellecer una publicación. Como si las páginas del libro fuesen un muro de la Dignidad, la lacrimógena visual grita la violencia estatal y contribuye a infiltrar la memoria olfativa y ocular de la revuelta en el soporte editorial.

Asimismo, ¿cómo explicar de otro modo la autoría a cuatro manos de Rudy Pradenas y Débora Fernández? Similares ejemplos de descentramiento respecto del yo no abundan localmente, pese a la gravitación del pensamiento de Deleuze y Guattari. Ya en 2010, los editores de la revista Plus. Soporte de inscripción contingente, ante la dificultad experimentada para propiciarlos, apuntaban a la necesidad de “motivar y definir nuevos modelos que inviten a intensificar similares zonas de intercambio”. Pero si atravesamos lo literario concebido en estrechos sentidos estéticos, así como los Plus llamaban a remover “aquel universo preconcebido de maneras y conceptos que cierran el campo artístico sobre sí mismo”, veremos aflorar como mejor ejemplo y sentido de escritura colaborativa la redacción de la propuesta de Nueva Constitución, cuya no aprobación nada cambia respecto del horizonte constituyente y dialógico de este tipo de ejercicios.

Y de otro modo, por fin, ¿cómo entender que las reflexiones de este libro no se ofrezcan en una parcelación de posturas identitarias “minoritarias” ni tampoco en una visión unificadora, distante y enjuiciadora, sino según una suerte de vórtice incardinado que las entrevera? La escritura combinada de un hombre cis y una mujer trans se aprecia en los desvíos reflexivos, las disímiles texturas analíticas y el mismo recorrido argumental. Este recorrido contribuye a complejizar nuestro entendimiento acerca del “demos” posdemocrático y sus formas de resistencia de clase, feministas, cuir, indígenas, ambientales, etc.

No obstante, por su extensión, los capítulos intermedios referidos a la performance de cuerpxs femeninxs violentadxs parecen formar un torbellino que arremolina lo demás. Mi percepción puede ser muy subjetiva, pero estimo que esta escritura no se desarrolla predominante o simplemente en una gradualidad, sino desplegando un saber desde estos y otros cuerpxs violentadxs, amenazadxs, aterrorizadxs, en otra Zona Cero donde la expresión del trauma se enrevesa a la lucha por la dignidad. En la portada del libro, una fotografía del paste-up de un ángel abatido por carabineros, atribuible a Caiozzama, nos sitúa de entrada en el ojo del huracán.

Los sectores conservadores del país han acusado a las universidades de fomentar el estallido y este libro les da la razón, pues ambos autores cursaban estudios doctorales al momento de redactarlo. Sin embargo, fetichizan a la universidad cuando le atribuyen un influjo externo sobre “el mundo real”, dado que estos espacios (se) comunican entre sí, y más hoy en día. Este es un libro que no reflexiona en abstracto ni con un tono moralizador, sino desde conocimientos contextual y coyunturalmente situados que escriben sobre cuerpos, por cuanto se trata de sus propios cuerpos. Lo mismo puede decirse con respecto al arte. En un país donde parece cultivarse una especie de nostalgia por el arte de la dictadura, quizás para evocar lo político eludiendo los desafíos del hoy, esto no es poco. Porque lo que en estas disciplinas han significado 2019, 2018, 2011 y 2006 podría ser equivalente a lo que ha tenido lugar en la politología: un remezón todavía insuficiente.

Estando ad-portas de conmemorar los cincuenta años del Golpe de Estado, la revolución democrática a la chilena que volvió a florecer con un nuevo halo de diversidad ha sido interrumpida una vez más. Nada ha sido en vano, pero, a la vez, los derechos no se han terminado de afirmar, están amenazados y cada unx se estará preguntando qué hacer, cómo seguir. Ante las sistemáticas campañas mediáticas y mediales de desinformación destinadas a intensificar el clima de terror, se trataría de imaginar nuevos modos de impugnación, seducción y articulación en medios, redes, territorios y otros espacios. Estéticas de la posdemocracia ofrece una comprensión de lo ocurrido que resulta extrapolable al escenario de hoy, para esclarecerlo en aristas decisivas. Su otro gran valor, sin embargo, radica en evidenciar que una investigación crítico-reflexiva en fuga hacia la experimentación estético-poética, y viceversa, puede ser fundamental para sustentar los inéditos e imprevisibles modos de acción del postoctubrismo.


* Este texto se basa en la presentación de la autora durante el lanzamiento presencial de Estéticas de la posdemocracia, el 26 de agosto de 2022 en La Cafebrería, Ñuñoa, Santiago de Chile.

Carolina Benavente Morales

Nace en Santiago, en 1971. Es investigadora experimental en arte, literatura y cultura. Es Doctora en Estudios Americanos con mención en Pensamiento y Cultura por la Universidad de Santiago de Chile y Licenciada en Historia y en Ciencia Política por la Universidad Católica de Chile. Es organizadora, con Ana Pizarro, de “África/América: literatura y colonialidad” (Santiago: FCE, 2014), editora de “Coordenadas de la investigación artística: sistema, institución, laboratorio, territorio” (Viña del Mar: Cenaltes, 2020) y autora de “Escena Menor. Prácticas artístico-culturales en Chile, 1990-2015” (Santiago: Cuarto Propio, 2018). Actualmente desarrolla el proyecto Fondart Nacional 549522 año 2020 "Editorialidad en revistas académicas chilenas de artes visuales".

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