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CARÁCTER 2021: TRAZAR LÍNEAS EN EL ARTE CONTEMPORÁNEO

Trazar líneas en el arte contemporáneo es un enunciado amplio y abierto que me permitió no tener que instalar una hipótesis desde el título. Este texto, presentado públicamente en abril pasado, es el resultado de una lectura a las obras que dan forma a la exposición de grado de la Escuela de Arte UDP, Carácter 2021, pero también es una lectura al contexto artístico en el que se insertan, puesto que me parece importante vincularse tanto con las obras como con las condiciones de su producción y recepción. Una obra de arte contemporáneo está siempre inserta en una trama desde el momento de su concepción, ya sea en el taller formativo o el taller a secas, porque las obras no se corresponden con ideas inéditas, sino que son producto de un trabajo material y reflexivo. En este caso, enmarcado en las experiencias personales.

Trazar líneas en el arte contemporáneo es un ejercicio que remite a ese momento primario en que algo se demarca. Una línea en el arte contemporáneo es mínima si pensamos en sus infinitas posibilidades, porque –como más de alguna vez hemos escuchado– cualquier cosa puede ser arte. Estas ideas, respecto de las múltiples opciones y la ausencia de límites, se me han aparecido insistentemente las últimas semanas en distintas situaciones.

En el marco del Encuentro Internacional Prácticas Desobedientes. Ecologías Afectivas, que se llevó a cabo en la ciudad de Concepción en marzo pasado, participé en la creación colectiva de una acción de arte. Mientras discutíamos ideas sobre qué hacer, pensaba que gran parte de las sugerencias que aparecían ya las había visto, inclusive las ideas que venían a mi mente eran parte de repertorios que ya conocía como performances. La repetición no es un problema en sí mismo, de hecho, nociones como lo novedoso o único quedaron obsoletas para pensar el arte contemporáneo, debido a su propia configuración que desdibuja las disciplinas e incorpora lo extra-artístico. No obstante, sí se vuelve un desafío generar obras interesantes capaces de interpelar a les espectadores. Es complejo hacer arte en un mundo lleno de estímulos, sin embargo, este sigue teniendo su tiempo y sus lugares, sigue siendo una alternativa para aproximarnos al mundo.  

Bernardita Barriga, La ausencia de un momento, 2021, pintura. Cortesía de la artista

Sobre la categoría de interesante, el crítico de arte Hal Foster –a partir de un planteamiento del artista Donald Judd– sostuvo lo siguiente:

“Esta expansión [de formas, materias y procesos para la producción artística] abre la crítica también, tal como su propia lógica lleva a Judd a esta infame posición vanguardista: «Una obra de arte únicamente necesita ser interesante». Aquí, conscientemente o no, el interés es enfrentado a la emblemática gran calidad greenbergiana. Mientras que la calidad se juzga en relación con los niveles no solo de los maestros antiguos sino de los grandes modernos, el interés lo provoca la puesta a prueba de las categorías estéticas y la transgresión de las formas establecidas. En una palabra, la calidad es un criterio de la crítica normativa, un encomio otorgado al refinamiento estético; el interés es un término vanguardista, a menudo medido en términos de desbaratamiento epistemológico”[1]

Hablar de lo interesante me resulta sugestivo y necesario de ser relevado por sobre parámetros como el de la originalidad o calidad, los que, si bien han sido desmantelados por la teoría crítica, siguen primando en un sentido común tradicional de lo que es el arte. De allí también que la frase “eso lo podría haber hecho un niño” siga repitiéndose entre el público general. Frase adultocéntrica de la que se vale un público especializado, pero conservador y por ende reaccionario, para criticar el estado actual del arte.

Volviendo a lo interesante, este concepto se instaló a partir de las nuevas materialidades que se incorporaron en la producción artística a mediados de los cincuenta y apunta al “desbaratamiento epistemológico”, es decir, a la capacidad de las obras para entregar otras categorías analíticas que nos permitan relacionarnos con los fenómenos, la historia o la vida cotidiana de maneras que no habíamos visto por nosotres mismes. En Carácter 2021 esto queda bastante patente, porque es posible reconocer grandes asuntos de interés entre les estudiantes, no obstante, los modos de presentarnos esos temas son muy diferentes, como veremos más adelante.

Matías Parra, “Viaje de ida”, 2021, pinturas al óleo con escenas de repartidores. Foto: Jorge Brantmayer

Otra idea para revisar cuando pensamos en las obras de arte contemporáneas es la de repetición o copia, ya que este fue un parámetro bajo el cual se subordinó, desde la historia del arte hegemónica, la producción artística latinoamericana. Esta nos dice que las vanguardias sucedieron en Europa y Estados Unidos, mientras que la experimentación artística en América del Sur no fue más que un remedo. La historiadora del arte Andrea Giunta se encargó de desmontar este modelo a partir de una investigación profunda que, con obras y documentos, demuestra que no había tal supeditación, sino que simultaneidad, habilitada por la propia obra que condensa y abre un mundo específico en su creación. Este modelo de “Vanguardias simultáneas” desmiente la dependencia del arte latinoamericano y pone en valor sus propias experimentaciones. Creo que esta forma de entender el arte continúa vigente, puesto que es un modelo que inclusive hoy sigue operando, es un modelo descentrado que permite ver cómo las ideas no tienen un gran autor, sino que se deslizan para ser asidas de muchas maneras.

Hace unos días, en una inauguración, compartí con varias personas, entre ellas estaba la artista Katherina Oñate y la curadora independiente Valentina Gutiérrez, quienes no se conocían. Luego de un rato, Katherina mostró al grupo el registro de una de sus obras en su teléfono; se trataba de Transgresiones domésticas del 2019, una gran tela similar a una cortina en la que la artista deja varias marcas con una plancha caliente. Su intención era evocar una micro desobediencia en el espacio doméstico, al quemar la tela por descuido o por hastío. Posterior a eso, Valentina nos mostró la obra de la artista colombiana María Teresa Cano, quien en 1983 realizó Calor de hogar, que consistía en una quemadura de plancha en una tela enmarcada, con un formato pequeño acorde al tamaño de la marca. Todes nos sorprendimos por la coincidencia y llegamos al concepto de simultaneidad.

En esta misma línea, hay otro asunto que observé recientemente. En el año 2021, ganó el concurso Memoria Identidad de Galería Metropolitana el proyecto Galería Suple. Esta galería se ubica en distintos lugares como paraderos o rejas de Pedro Aguirre Cerda y delimita un espacio con malla rachel para exhibir obras como pinturas o grabados. Su propuesta para el concurso fue construir dentro de Galería Metropolitana un recorrido con la misma malla y exhibir registros de suples, soluciones que la gente crea para resolver algún problema doméstico. Su proyecto de galería es también un suple que lleva obras donde no suele haberlas, es decir, solventan un problema que más que doméstico es estatal, y lo hacen de un modo muy precario, lo que funciona como reflejo de la precariedad del medio.

Este año, el colectivo Trabajos de Utilidad Pública – TUP lanzó su libro Hechizos. Por mientras para siempre, que recoge un trabajo iniciado en el 2006 y que apunta a lo mismo que Galería Suple: suples o hechizos que se encuentran por las calles de Santiago. Aquí vemos como la simultaneidad opera nuevamente. Los jóvenes artistas de Suple no conocían Hechizos, y creo que la razón radica en que la historia del arte reciente chileno no se enseña: lo importante, es que ahora están en sintonía con esa propuesta que es anterior y hermana. Al revisar las obras de Carácter 2021 las simultaneidades también aparecen.

Entender que el arte es un espacio descentrado y heterogéneo no es un proceso sencillo. Los resabios de lo que fue una concepción hegemónica y universalizante, en la que la producción artística se correspondía con ideas trascendentales, continúa vigente. La ruptura de las concepciones modernas que regían al arte, son también desmanteladas por la historia del arte y la crítica feminista. La noción de genio, cuya genealogía es únicamente masculina, da cuenta de la concepción patriarcal que rigió al arte por muchos siglos, y que probablemente sigue presente en algunos lugares. El feminismo evidenció que la feminidad y lo femenino se configuran en el lenguaje, las representaciones y la cultura en general. Por ello es que se vuelve una matriz crítica para pensar a la sociedad en su conjunto.

Respecto al arte contemporáneo, suelo volver a las palabras de la crítica feminista Laura Cottingham quien señala que existe un corrimiento en el arte contemporáneo, donde la intencionalidad del artista respecto a su obra, es decir, las ideas desde las cuales la construye, no se condicen necesariamente con lo que el espectador percibe a partir de la misma. Ella utiliza el siguiente ejemplo: una artista puede decir que su obra es feminista y, sin embargo, ella al ver la obra puede no entender desde qué lugar la artista afirma ese feminismo, porque no hay algo de lo que ella (Cottingham) entiende como tal. Del mismo modo, une artista que no se considera feminista puede ser leída en tal clave, porque su propuesta al elaborar la obra no cierra los sentidos que esta evoca en el otro. La escritora y activista bell hooks también explora este asunto, aunque en términos generales, al plantear lo siguiente: «La posesión de un término no hace que el proceso o la práctica surjan; al mismo tiempo se puede estar teorizando sin nunca saber-poseer el término, del mismo modo en que podemos vivir y actuar en resistencia feminista sin nunca usar la palabra feminismo»[2]. Entonces, no es necesario enunciar, lo que importa es el hacer.

Fabiola Arenas, (Des)borde, 2021, maqueta de costuras sobre tela endurecida. Foto: Jorge Brantmayer

Ingresar a la lectura

Para adentrarnos en las obras de Carácter 2021 propongo recurrir al corrimiento presente en éstas, ya que mi lectura surge desde ese lugar y es, por tanto, abierta frente a un grupo de 35 artistas y un número mayor de obras, puesto que varios proponen un conjunto. Es importante destacar que las obras no son buenas o malas, son lugares de convergencia en los que quienes observamos o interactuamos terminamos de completar un trabajo que siempre se vuelve a abrir. Las obras siempre se enriquecen con las lecturas, toda vez que les permiten tomar sentidos a veces no pensados por sus propios creadores.

Estas obras que se reúnen en una web fueron montadas, pero no todas juntas. Imagino una exposición de más de 35 obras en un espacio y probablemente en algunas me detendría menos de un minuto, porque ver 35 obras de una vez es intenso. La pantalla y las exposiciones virtuales que se masificaron con la pandemia tienen un lado positivo; es cierto que las materialidades de las obras y cómo se disponen en el espacio es fundamental, pero la pausa de revisar al ritmo que se necesite, conocer los procesos de les artistas y tomar apuntes con la comodidad de tu computador es un plus y, al mismo tiempo, una nueva experiencia. Sin duda el registro del montaje, incluido en la web, aporta a imaginar la obra y sacarla del plano de la pantalla. Los videos, en tanto, al compartir el medio, es decir, la pantalla con el computador, “ganan” porque pueden ser vistos en detalle. Así, abordando este nuevo escenario escribí sobre la 12ª Bienal de Mercosur, que tuvo que realizarse online por la pandemia, y sobre la exposición Pensar todo de nuevo, ambas curadas por Andrea Giunta. También, junto con Seba Calfuqueo, curamos virtualmente Deseo como emancipación, muestra de las artistas Paula Baeza Pailamilla, Paula Coñoepan y Astrid González, para la galería Balmaceda Arte Joven, y la terminamos exhibiendo en una web. Lo bueno es que por el momento esa exposición no tiene fecha de cierre y puede ser visitada.

Con esas experiencias me adentro en Carácter 2021. Una de mis inquietudes previo a la revisión de las obras, era que no por el hecho de estudiar juntes tenían que haber vínculo entre ellas, por tanto, no quería hacer relaciones forzadas. Por lo mismo, creo que es importante plantear que las exposiciones “Carácter” no son curadurías, sino que una instancia para exhibir las primeras obras de estos artistas. Las curadurías implican la creación de la muestra en una lectura previa que reúne a esas obras, por lo que es un procedimiento diferente, ni mejor ni peor, solo diferente. Una vez vistas las obras, creo que fue un poco reactivo pensar que no habría cuestiones comunes, puesto que son artistas que además de compartir una formación comparten también una época, un contexto social, una generación que se erige a partir de subjetividades comunes. En atención a las obras es que propongo ciertas nociones que pueden asociarlas, nociones que al mismo tiempo son flexibles, ya que éstas activan más de una clave de ingreso.

Javiera Pinto, de la serie Ensoñación, 2021, pintura al óleo. Cortesía de la artista
Daniel Guajardo, Eso es todo, amigos, 2021, instalación con pinturas y dibujos. Foto: Jorge Brantmayer

Distintas dimensiones de la infancia

La infancia es una temática recurrente en distintas obras, que se traduce de maneras muy diversas, en algunas como un recuerdo que permitió configurar un imaginario y en otras como un recuerdo al que es difícil volver. Javiera Pinto presenta Ensoñación, una serie de pinturas sobre distintos soportes que refieren al animé y a su relación con la tecnología de su época. Hay dos cuadros en los que me quiero detener. En uno de ellos vemos a una escolar que reposa plácidamente sobre un computador y en el otro sobre una tele con los cables que la conectan a una consola o DVD -quizás más que reposar, los abraza. Estas imágenes me llevaron a mi infancia también, donde llegar del colegio significaba poder abstraerse viendo tele o conectarse al computador para chatear con amigues. En esta línea encontramos también Es todo, amigos, de Daniel Guajardo, que, en diversos medios como la pintura o el video, muestra elementos de la cultura pop que construyeron su imaginario desde niño. El modo en que Javiera postula su trabajo es totalmente distinto al de Daniel, no obstante, comparten una raíz común entre infancia y diversión. Creo que esa diferencia radica en las subjetividades femenina y masculina –construidas socialmente– que moldean las obras. Mientras Javiera habla de un viaje personal e íntimo, Daniel instala sus recuerdos en una reflexión sobre la estética pop, tópico ampliamente explorado por el arte contemporáneo, en la continuidad de un tema que tiene larga data. La construcción de lo femenino siempre está volcada a lo íntimo, mientras que a lo masculino le corresponde lo público, en este caso la propia historia del arte. Cabe mencionar que estas subjetividades no responden necesariamente a que estén signados como hombre y mujer, ya que perfectamente puede una bio-mujer estar en sintonía con una subjetividad masculina y viceversa. Me resultó atractivo plantear este contraste que de seguro no fue pensado por estos artistas, porque creo que es la constatación de cómo algunos patrones se reproducen inconscientemente.

En diálogo con estos dos trabajos se encuentra la instalación de Lizbeth Maltés, quien propone retroceder el tiempo a través del colorido y los juguetes. Ella es protagonista de algunas de sus obras, ya que se inserta digitalmente, vestida de Dorothy, en distintas locaciones donde la vemos cantar o llorar rodeada por juguetes. La obra de Lizbeth apuesta por una manera mucho más lúdica de llevarnos a la infancia, sin nostalgia ni reflexiones sobre lo pop. Lukas Padilla en tanto, propone un dibujo digital que nos cuenta una historia a través de un mono como protagonista. Padilla también declara que lo hace motivado por sus recuerdos de infancia, no obstante, él no está representado y su creación no me permite reconocer referencias, lo que sí sucede con el trabajo anterior. Creo que, de no haber sido por la lectura a la memoria de Lukas, no habría pensado en la infancia como motivación de su corto animado. Su contenido y ejecución me llevó más bien a pensar en una parodia sobre los traumas y exigencias en la sociedad actual. Esto me permite vincularlo a la obra de Santiago Gallego, quien construye también un personaje digital, esta vez mediante la animación 3D. El personaje tiene algo de animé y en el video lo vemos en un espacio cotidiano, viendo tele hasta dormirse y despertar cuando ya ha terminado la programación. Entremedio, Santiago nos hace acceder a sus sueños, sueños perturbadores que hacen que la protagonista se despierte exaltada. Veo algo triste en este personaje solitario y lo proyecto también al cotidiano de cientos de personas que habitan las ciudades y su vorágine.

Siguiendo con la infancia, pero en un límite entre lo lúdico y lo traumático, está Restos de lo que fue un niño, de Pietro Fergnani. Su instalación –que está conformada por múltiples elementos– reproduce, también a través del colorido, juguetes y superhéroes que constituyeron su niñez, aunque inserta los temores. Recuerdo varios de mis miedos de niña al ver la obra, particularmente con la serie Los escondidos, que muestra personajes en las sombras montados sobre una escalera azul pintada al muro, que remeda las escaleras de los dibujos animados. La pintura Eventual es una representación de un niño borrado por manchas negras que me pareció una interesante ilustración de la dificultad para atrapar completamente los recuerdos. Desde aquí puedo trazar otra línea de trabajos, aquellos que abordan la infancia como un periodo complejo e irresuelto.  

Esta dimensión es explorada por Vicente Rueda en el video de animación 2D Juan se acuerda de su dinosaurio, que evoca a los dibujos básicos que realizan les niñes. Vicente habla del trauma como motor para el desarrollo de su obra, de allí que, a mi juicio, la narrativa del video sea enigmática y se centre en el dinosaurio, cuando identificamos también que hay una problemática mayor que no ha sido dicha. Denisse Villalobos, en su serie de acciones Quien ya no tiene instrucciones, pero sí límites, aborda la dureza que existe en los procesos formativos. Vestida de escolar realiza tres performances: timbrar vendada, escribir esposada y pintar con las manos en la espalda estando esposada. El sistema educativo estandariza y coarta. Villalobos vuelve explícitas esas condiciones normalizadas mediante estas acciones que muestran lo tortuoso del aprendizaje llevado al absurdo, a través de vendas y esposas. Es el rigor pedagógico, del cual luego se exhiben sus resultados.

Fernanda Valenzuela, Causídica, 2021, texto, registro fotográfico de performance sobre papel (libro de artista). Foto: Jorge Brantmayer

Levantar recuerdos y memorias

De la infancia doy paso a los recuerdos y las memorias en un sentido más amplio. Hay una obra que opera como bisagra entre las obras revisadas y las que veremos a continuación; se trata de Te juro que me llamo, de Paula Fuentes. La instalación consiste en dos sillas que sostienen dos vigas sobre las cuales hay bandejas de plumavit con panes quemados, sobre los que está inscrito el número de ley que refiere a las obligaciones del SENAME. En un papel al muro leemos: “Guagua que llora no mama, perro que ladra no muerde” y “pero lloré y no mamé por eso, ahora muerdo de rabia”. La obra, mediante estos gestos sutiles, nos remite a una de las grandes problemáticas de nuestro país: las infancias vulneradas. Gracias a su memoria de grado sabemos que la obra de Paula surge de una experiencia familiar y sus recuerdos, no obstante, estos son trabajados en función de interpelar a los espectadores con una realidad que tenemos que olvidar para poder seguir con nuestra vida. Acá el tema es el dolor en la infancia desde los recuerdos que no se ponen en obra, pero que están latentes.

Natalia Sh trabaja los recuerdos familiares mediante diagramas y fotografías. En su obra lo fundamental son las memorias subjetivas en torno a un mismo momento. La imagen como palabra y la palabra como imagen generan una dualidad que es difícil de definir, tal como es difícil definir el recuerdo de lo realmente vivido. Otra posibilidad de abordar la memoria, independiente –en una primera instancia– de la imagen y la palabra, es explorada por Fernanda Valenzuela en Causídica, ya que ella se centra en el cuerpo como un lugar de inscripción de memorias. Una serie de performances en distintos espacios busca evocar en el espectador las sensaciones por ella vividas. Los registros de las acciones son acompañados por palabras en distintos desplegables. La belleza presente en ellos nos permite aproximarnos a la experiencia de su cuerpo en esas situaciones.

Desde otra perspectiva, Danitza Moya elabora el recuerdo, para que rememoremos con ella. En su obra construye un imaginario cotidiano y maternal; una memoria afectiva se activa mediante óleos sobre sábanas y cojines. Detalles de una casa son representados y configuran una intimidad que nuevamente nos remite a lo femenino. Y no vuelvo a esto porque quiera perpetuar estereotipos, sino porque socialmente está configurado de ese modo y reconozco lo que ahí se pone en juego.

Michelle Aubry, Ratonera, 2021, still de video. Cortesía de la artista
Florencia Vásquez, Des/hacerme, 2021, óleo y papel carbón sobre cartón piedra. Foto: Jorge Brantmayer

Bosquejar intimidades

El límite entre los recuerdos y lo íntimo es difuso, porque ambos están cruzados por la subjetividad individual. Algunos trabajos me remitieron más precisamente a lo íntimo que se hace público para detonar su potencia. Aquí abro con el trabajo Ratonera, de Michelle Aubry, una investigación audiovisual que nos lleva al espacio de la casa y las dinámicas mínimas que se suceden a diario. Su trabajo tiene algo de inquietante, porque la ratonera a la que alude de algún modo nos agobia en su pasividad monótona. Remedio, de Sasha Villar, también es un video, pero que expone una dimensión profunda y personal. Es biográfico y nos habla del amor en un sentido amplio, el amor de les otres que no es el amor romántico normativo y también remite al amor propio, aunque no lo explicita. Es una intimidad adolorida la que está expuesta y es difícil no empatizar cuando se habla desde una herida sincera; con ello, el video nos hace parte. La obra Des/hacerme, de Florencia Vásquez, contiene –en mi perspectiva– algo muy íntimo que me parece conmovedor. Vásquez no le da este enfoque, pero puedo verlo a pesar de lo que me genera. La obra expone su deseo de no tener senos, y desde ahí experimenta plásticamente con la posible aparición y desaparición de los pechos a través de la pintura y lo digital.

Alison Monsalve nos comparte en su trabajo una intimidad diferente, un espacio privado lleno de gatos pintados sobre cartón. Con el Zoom y la entrada a lo particular de la casa, los gatos se volvieron una constante disruptora. Los gatos de Alison, que reposan o pasean por el tejado, me hacen pensar en la mirada calmada que reposa un domingo, en un cotidiano pandémico que tenía momentos de calma como de asfixia por la situación del encierro. Esto también se exhibe en las pinturas de Bernardita Barriga, que muestran distintas representaciones de personas absortas en las pantallas; una nueva realidad que podemos reconocer, porque tomó más fuerza con las cuarentenas. En estas pinturas no hay un juicio hacia el excesivo uso de la tecnología, crítica habitual. Lo que yo veo más bien es un testimonio análogo de nuestros días. Las pinturas de Matías Parra, agrupadas bajo el título Viaje de ida, me parecieron una forma muy ingeniosa de reinterpretar la historia del arte. Sus pinturas son citas a otros cuadros en los que casi el total de los personajes son repartidores. Con la pandemia, los repartidores se multiplicaron y se volvieron fundamentales. Están por todas partes, tal como las pinturas lo muestran. Estas tres propuestas pueden ser abordadas desde lo que significó el COVID, desde la tradición pictórica o desde las distintas dimensiones de lo íntimo.

Catalina Huala, «Fragmentos de una oscuridad visible», 2021, dibujos en carboncillo, videos. Foto: Jorge Brantmayer
Alejandra Ormazabal, Fuerte pero inerte, 2021, dibujos en carboncillo. Foto: Jorge Brantmayer

Borronear las formas

Hay una serie de trabajos que los enmarco en la experimentación formal. La mayoría de les autores declara comenzar su reflexión desde distintos temas, como los ya mencionados, no obstante, la propuesta es principalmente material. Entre estas obras se encuentra MV, de Mailen Jorquera, quien a partir de la visualidad del Kpop compone textiles de diversos colores que monta a muro para generar un extenso catálogo, no ajeno para quienes siguen ese estilo musical. Paula Vásquez elabora “seres”, levanta bultos que evocan lo monstruoso y exploran la forma y la contraforma. Ignacio Álvarez compone grandes imágenes a partir de dibujos de menor tamaño que hacen un todo o de fotografías estenopeicas; el color y el aspecto transitan entre lo figurativo y lo abstracto. Quimera, de Francisca Caroca, son diez esculturas de color blanco que se expanden en el piso, generando formas que dan la idea de un movimiento estático, una especie de onda sinuosa que ha sido congelada. Marina Martelli, en tanto, tornea y experimenta profusamente con la madera para generar formas onduladas que atraviesan el espacio. El trabajo con carboncillo que realizan Alejandra Ormazabal y Catalina Huala tiene salidas diferentes: en el caso de la primera, la propuesta porta un parentesco con los dibujos de Ignacio Álvarez, ya que desde pequeñas partes piensan un todo abstracto, mientras que Huala anima sus trabajos para llevar más allá las posibilidades del dibujo.

Camila Gallardo experimenta con el bordado; decenas de ellos dan cuenta de un trabajo que cobra sentido a medida que se da la puntada. Así, borda también las reflexiones que le sobrevienen mientras realiza su obra: el paño recoge tanto la obra como su proceso a través de las palabras. Por último, en esta línea llego a Diego Dreckmann con Desplazando límites, serie escultórica que se compone de ladrillos y rejas en formas no habituales, variaciones que desafían la función de la reja como elemento de resguardo. Su trabajo se basa en una observación de la población Juan Antonio Ríos de Independencia, barrio periférico de la ciudad de Santiago.

Joaquín Ortiz, Pronto, 2021, papel, pegamento, pintura. Foto: Jorge Brantmayer
Aracelly Amigo, Piscina, 2021, óleo sobre plástico, 1.40 x 1.60 m. Foto: Jorge Brantmayer

Miradas reubicadas

La periferia es otro tópico que aparece y que lo vemos también muy presente en el arte contemporáneo chileno. La atención de les artistas está centrada en aquellos espacios públicos, cotidianos y marginales, que suelen pasar desapercibidos y que sin embargo son el hábitat y el día a día de miles de santiaguinos. Mediante la instalación y la pintura, Paisajes invisibles, de Aracelly Amigo, muestra distintas escenas capturadas con una mirada pop. Fabiola Arenas reconstruye las casas periféricas mediante bordados y telas que, almidonadas, semirrígidas, le permiten dar cuenta de las poblaciones, con sus calles y pasajes. Nicolás Bórquez también se preocupa de mirar esos lugares límites en sus pinturas y mediante la fotografía, que es reinterpretada y traducida de un modo muy distinto al naturalista. Acá tenemos tres aproximaciones a las periferias que no terminan de cerrarse, porque la periferia se habita, no solo se observa. Joaquín Ortiz construye a partir de papel unas estructuras rectangulares que recuerdan a las cajas de cables de luz o electricidad que suelen estar llenas de afiches y que se encuentran por toda la ciudad. En su caso no hay cajas, solo afiches que consiguen formar una estructura. Estos tienen inscrita la palabra “Pronto”, como un designio enigmático de lo que vendrá.   

Javiera Peña, 4/520, 2021, imágenes de escáner MRI. Foto Jorge Brantmayer
Leticia Araya, Cuerpo Diversos, 2021, instalación lumínica con cartón, alambre y tela. Foto: Jorge Brantmayer

Creer – crear

El último grupo es más difícil de trazar. La obra de Ortiz me hizo pensar en el “fin de los días” o en el apocalipsis, como asuntos que constantemente preocupan a las religiones y por ello dejé que fuera el pase de un eje a otro. La primera obra que propongo es Toque divino. Según señala su autora Javiera González, la fe es un tema poco tratado en el arte contemporáneo, aunque sabemos que la religión fue rectora del arte por siglos. A ella le interesa representar una espiritualidad, cuestión que hace mediante la captura de las manos en el culto. Es una obra sutil que considero se potenciaría con la obra Amén de Javiera Peñas, quien además de una caja de luz con imágenes de un escáner cerebral, tiene un video que recoge un audio de su abuelo con una prédica. Imagino estas obras conviviendo en el espacio, puesto que abordan el mismo asunto de modos disímiles, pero complementarios. La fe y la enfermedad muchas veces están de la mano, tal como plantea Peñas en su obra. Esto se aborda desde la contraposición: por una parte, el escáner cerebral alude a lo racional, mientras que su abuelo alude a la creencia, a la confianza de que todo estará bien.

Finalmente, la última de las obras en este recorrido es de Leticia Araya, una instalación inmersiva que trabaja con el caligrama y que se inspira en las radiografías. La pieza es una suerte de caja torácica compuesta de frases poéticas, la que a su vez hace de columna vertebral para preguntarnos ¿es real la realidad?. Una pregunta que se construye desde la representación del cuerpo y que deberá ser respondida por cada espectador.

Este texto busca invitar a los ahora lectores a devenir espectadores virtuales de Carácter 2021. Revisar la web y conocer las obras, identificar cuáles son los modos y asuntos que ocupan a una nueva generación de artistas que se enfrenta a la búsqueda y a un inicio. Demarcar un lugar, apostar por un hacer, insistir en el arte no son tareas fáciles, ahora bien, todes hemos sido desafiados a involucrarnos en esto que llamamos arte contemporáneo.


[1] Foster, Hal. 2001. El retorno de Lo real: La Vanguardia a finales de siglo. Madrid: Akal. p. 50

[2] hook, bell. La teoría como práctica liberadora. p. 125. Disponible en http://nomadas.ucentral.edu.co/nomadas/pdf/nomadas_50/50_8H_la_teoria_como_practica_liberadora.pdf

Mariairis Flores

Marchigüe, Chile, 1990. Magíster en Teoría e Historia del Arte de la Universidad de Chile. Actualmente desarrolla “Bajo el signo mujer” (investigación Fondart) y es co-curadora de Espacio218. Colabora con las revistas Artforum y Artishock. Fue coordinadora de la Galería BECH. Es autora de "Desbordar el territorio" (2016), publicación realizada con Seba Calfuqueo, y coeditó, junto con Varinia Brodsky, el libro "Mujeres en las artes visuales en Chile 2010-2020" (MINCAP). Como investigadora fue parte del proyecto web www.carlosleppe.cl; del libro y video “Arte y política 2005-2015 (fragmentos)”; “Mezza: Archivo liberado”; y del proyecto Documentos Chilenos del S.XX - XXI del ICAA - MFAH en colaboración con Fundación AMA.

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