GERARDO PULIDO: “DE MANERA ESQUIZOFRÉNICA, EL ARTE SE PROMUEVE COMO BIEN SOCIAL”
[Tomado de Gmail]
Alejandra: Gerardo!
Te escribo en relación a tu muestra Mamarrachos. Se me ocurre hacer un ejercicio escritural medio mamarracho jajaja. Te propongo dejarte algunas frases/impresiones para que me las comentes. Sería algo así como una entrevista, pero en lugar de preguntas, van comentarios a los que debes «reaccionar». Si es muy loco todo y no resulta, no importa, vamos por el Plan A, a la segura, que sería una reseña convencional.
¡Te espero!
Gerardo: Hola Alejandra!
Muchas gracias por el interés! Y por el estímulo! O eso siento cuando te leo, que las imágenes te gatillaron algo.
Démosle con algo loco. Como intuirás, la locura es mi terreno jajaja.
¿Quizás algo corto?
Mastico un poco tus frases y seguimos.
Alejandra: Pues enloqueceremos… jajaja
Dale, corto, como te venga mejor.
Seguimos!
Un abrazo,
Ale
Gerardo: Hola Ale. Aquí voy, en azul.
Mamarrachos, más allá de lo que alude el título, es una muestra pastosa, viscosa, supurante, empalagosa, cómica, extravagante y hasta lunática.
Parece que esos y otros calificativos caben en Mamarrachos, que engulle casi todo, incluso el potencial menosprecio a la muestra.
Pastiche, kitsch, barroquismo. Pinturas intoxicadas de foto-realismo, informalismo, el patrimonio precolombino, una abstracción vanguardista y una estética de historieta.
Engolosinarse, en una palabra. Esta compulsión es resultado de una glotonería visual que mezcla hasta lo incompatible. Su vicio lleva a comerse la cola, corriendo el riesgo finalmente de desaparecer.
Recursos de montaje: el biombo reciclado, el pedestal blando, la mesa de apoyo de caoba con cubierta de mármol de Carrara, la mesa auxiliar francesa del siglo XIX con cubierta de mármol café. Los objetos de la colección del MAD siguen la obra, ¡y la obra conversa con dispositivos decorativos!
Incluso mi trabajo se ofrece como una decoración más, como un agregado de mesas con volutas, de una panelería con pretensiones escultóricas, de una reliquia histórica (Pietá) que solo necesita verse sin accesorios, de unos cuadros que repelen los «biombos» en que cuelgan, de unos manteles de papel o de lana que aspiran, también, a una consideración artística.
¿Y quién dijo que la decoración no incomoda? Que yo sepa, ni Adolf Loos se atrevió. Es más, la literal criminalización del «decorado arquitectónico» por parte de este eminente austriaco fue reactiva. Reaccionaba a la silenciosa provocación del ornamento durante siglos. En Mamarrachos, el «suple» es la función del decorado (recuerdo a un gran amigo artista, Juan Pablo Díaz, que hablaba mucho de esto, del «suple» casi como una manera de ser en Chile).
Un suplemento irremplazable: quizás siempre ha sido este el sentido del ornamento pues la pregunta es dónde termina lo esencial de la función de un objeto y dónde empieza su decoración. ¿No hay en el diseño de todo objeto, incluyendo –por supuesto– a las obras de arte, más de alguna decisión intuitiva, injustificable pero no por eso imprecisa o inútil?
Si tuvieras que hacer tu lista de materiales…
Seguiría haciendo la lista de materiales escolares. Nunca falla. Si no encuentras algo de la lista en la casa, vas al supermercado, al boliche de la esquina o simplemente improvisas y sales del paso.
Y las manos de lxs otrxs. Otrxs artistas, tus hijas, tu esposa. Más exceso. Colaboración y autoría.
Igual o más excesivo es omitir la deuda. El High Art sobrevalora y fomenta una originalidad muy mal entendida, en que un individuo artista (usualmente hombre, lo sabemos) es concebido como un ser caído del cielo, que crea solo y espontáneamente su arte.
Es miope considerar la manualidad ajena al intelecto y tramposo llevarse todos los créditos por algo que, en muchos aspectos, escapa de quien lo firma.
La denominada «mano de obra» no es una simple herramienta sino una co-autoría que modela creativamente un trabajo, sobre todo un trabajo de arte. Y, por supuesto, no hay arte sin pasado y sin unos «oficios» fronterizos con los cuales se nutre y también quiere distanciarse. Pienso que esto último es casi la historia misma del arte respecto de las hoy llamadas artes aplicadas. Si me puse catedrático, perdón, deformación profesional: soy también profesor.
Lo más provocador, tal vez, es precisamente esto: cierta incorrección hacia el mundo del “arte docto”, o desenmascarar la complicidad de lo artístico con lo decorativo.
El arte pone tanto esmero en lo exclusivo, en ser exclusivo. Y, de manera esquizofrénica, se promueve como bien social. Decimos que el arte debe llegar a la gente. Pero el lujo, el mercado del lujo, está entrelazado incluso al arte contemporáneo. Hasta el arte promovido como político se pavonea (o aspira a pasearse) en las ferias, las bienales y las instituciones museales más prestigiosas del mundo. Ahí, el arte, en suma, incluyendo el más explícitamente disidente, es un accesorio cultural, la más importante de las joyas. Eso por una parte (y no sugiero en ningún caso que mi trabajo escape a esta dinámica). Por otra, vuelvo a la pregunta sobre la creación de un objeto: dónde termina su función y dónde empieza su decoración. ¿Acaso podemos descartar lo que algunos llaman «aspectos formales», como si fueran prescindibles en un trabajo artístico? ¡Como si la forma fuese un envoltorio fácilmente retirable del contenido!
Pero también revelar, con cierto humor, no solo un complejo sino aquella norma más o menos oculta que decreta cuál arte vale la pena y cuál no, desmontando de algún modo ambas cosas.
Hacer mamarrachos es siempre un peligro. Es también una tentación, al menos para mí. En cualquier caso, estoy claro que la medalla en todo momento recae en el acierto, en ese artista que, si fracasa, lo hace bien. Por otra parte, la doble maniobra del arte que mencioné, apartarse del vulgo e intentar seducirlo, puede ser bastante perversa. En Mamarrachos me conformo con mostrar cómo funciona (cómo creo que funciona) parte del juego.
Hay un trayecto de ida y vuelta con el público: el artista muchas veces roba del mazo del otro, desafiándolo luego con esas mismas cartas. En mi caso, robo del pintor aficionado, del arte infantil, del artesano y del mundo de las manualidades; también, robo de algunos de esos nombres intimidantes que conforman el panteón del arte: Brâncuși, Tatlin, Calder, Picasso. Y, hay que decirlo, robo de alguien un poco más cercano a Chile: Juan Dávila. Al menos me fuerzo a actuar a plena luz y tengo la esperanza de que mi ratería sea vista, al final, como un tributo.
[Tomado del comunicado de prensa]
Un antecedente para la exposición es la investigación sobre arte chileno del siglo XIX De obras maestras y mamarrachos (Ediciones Metales Pesados, 2014). Su autora es la académica chilena Josefina de la Maza (1980), en cuyo libro introduce la siguiente idea: “(…) mamarracho deriva del árabe-hispano muharráǧ o muharriǧ, que significa bufón. Un mamarracho es, y como también consigna el uso coloquial que se le ha dado en Chile, una persona o un objeto extravagante, desaliñado o imperfecto”. Así, a principios del XIX “(…) mamarracho era un adjetivo habitual para denominar el arte colonial y en especial a los objetos e imágenes producidos por la Escuela Quiteña” (p. 23).
Para algunos insignes exponentes del arte criollo, durante dicho siglo el concepto aludía a una obra que se limitaba a copiar obras maestras, una “mala pintura” o una “mala escultura” que las impostaba. Un Chile desmarcado de España se reflejaba en una Francia inalcanzable. Según concluye preliminarmente Josefina de la Maza, los mamarrachos eran “(…) los puntos ciegos del canon, o más bien, sus fracasos. Son, en definitiva, los residuos ideológicos y formales del canon del arte europeo” (p. 24 y 33).
Mamarrachos en el MAD se propone recordar al menos parte de esa historia del país. Quiere afrontar el fantasma que acecharía a una idiosincrasia atormentada mucho tiempo por lo mimético, con ser una imitación. Este tipo de miedo ha definido bastante nuestra historia del arte o, más bien, las maneras en que se describe nuestro arte, tantas veces menospreciado por concebirlo, por concebirnos, como una mera derivación de lo extranjero.
Así, la exposición adopta un nombre que sería un auto-castigo, haciendo suya una condena a priori, como si se trabajara derechamente mal, produciendo adefesios. Pero también revela, con cierto humor, no solo un complejo sino aquella norma más o menos oculta que decreta cuál arte vale la pena y cuál no, desmontando del algún modo ambas cosas.
Mamarrachos, de Gerardo Pulido, se puede ver en el Museo de Artes Decorativas, de martes a viernes a las 10:00, 12:00 y 15:00 h. Av. Recoleta 683, Estación de Metro Cerro Blanco, Línea 2. Estacionamiento gratuito para bicicletas y automóviles al interior.
También te puede interesar
CUCHILLOS VERDES Y LENTAS LÁGRIMAS SUCIAS. PANCHA NÚÑEZ EN MATUCANA 100
Una creación vehemente y excesiva, hilarante y deprimente, un testamento a la revuelta que es la vida misma, a la lenta acumulación de dolores y los momentos de belleza explosiva que a ratos parecen...
GALERÍA DANIEL MORÓN: UNA OBRA DE UN COLECTIVO SIN NOMBRE
Próximo a cumplir cuatro años de existencia, el colectivo Galería Daniel Morón ha transitado desde la exposición de obras propias (Ciudad de Cartón, exposición inaugural del colectivo, realizada el 2008) a la gestión de…
CONVOCATORIA: 5° CONCURSO ARTESPACIO JOVEN ITAÚ 2019
Itaú y Galería Artespacio, en Santiago, convocan al "Concurso Artespacio Joven Itaú 2019", que, en su quinta versión, busca incentivar la creación e innovación de artistas locales menores de 35 años. El concurso busca...