Julio Urbina

UNA YEGUA EN ARGENTINA

Pancho Casas presenta una nueva iteración de “La piedad de Ucayali» en la galería Pasto y acaba de hacer la performance «El rodete de Evita» en arteba. En ambas, el artista chileno explora temas relacionados con la geografía, la identidad y el poder, fusionando elementos de la Amazonía peruana y el deseo homoerótico. Gonzalo León escribe al respecto.

SACO: GOLPE. UNA BIENAL SOBRE LA VIOLENCIA

La Bienal invita a revisar la historia, observar el presente e imaginar el futuro desde varias aristas de la violencia: la de la guerra y del Estado, la intrafamiliar o como discriminación de género y raza, la del extractivismo, la contaminación y otras formas de destrucción del medio ambiente.

CHILLÓN, NO GRITES

Esta muestra está, tal vez, pensada desde la torsión del límite, desde la fisura de lo humano, desde las diferentes zonas de dolor que Julio activa, denuncia y descompone. Usa el cuerpo, su cuerpo, para depredar y ser depredado; lo usa como un campo minado en que se pierde y explota la forma humana.

DERIVAS AMAZÓNICAS EN TIEMPOS DE PANDEMIA

La muestra de Francisco Casas y Julio Urbina celebra la plasticidad de lo genérico-sexual que formula identidades tan versátiles como los reflejos acuáticos en cuyas sinuosas corrientes nadan gozosamente los cuerpos desnudos que se bañan en los ríos de la Amazonia. Son estas aguas las que inundan las salas de la casa-exposición de torrentes fluviales que nos transmiten un “deseo de río o más bien de ser río”: no sólo para que nos beneficiemos del efecto sanador de este elemento natural en medio de la saturación contaminante del capitalismo depredador sino para que lo acuoso brille como significante líquido en oposición a las rígidas definiciones de género que proscribe la vacilación de las identidades flotantes.

Pancho Casas y Julio Urbina, performance en Proa 21, Buenos Aires, 2019. Foto cortesía de Pancho Casas

A MANERA DE RECADO DESDE EL JARDÍN DE PROA (APUNTES PARA UNA PERFORMANCE AMAZÓNICA)

Hicimos el amor dentro de la tumba que nosotros mismos cavamos en el jardín de Proa frente al Riachuelo de La Boca en Buenos Aires, algo así como desenterrar huacos eróticos y perplejos de viejos cementerios mochicas; en el hueco hicimos el amor como lo realizan los miles de insectos bajo los fanales de luz del carguero que zarpa de Yurimaguas, como si lo hiciéramos sobre un cadáver que se descompone desde milenios, y tratáramos de alimentarnos de él, de sus gusanos, tal como si le quisiéramos devolver la vida a un olvidado, un desaparecido, como si quisiéramos enterrarnos nosotros mismos en ese fuego fatuo y dormir en alianza junto a ellos en la sepultura.