PASCUALA LIRA Y ALEJANDRO PALACIOS EN TIM ARTE CONTEMPORÁNEO
Hasta el 30 de septiembre, TIM Arte Contemporáneo presenta las exposiciones La mesa que camina, de Pascuala Lira, y El aire es libre, de Alejandro Palacios, acompañadas de textos de Cristián Silva y José Domingo Martínez, respectivamente. Los compartimos a continuación.
ZONAS KÁRSTICAS
Por Cristián Silva
Apasionada y comprometida con el color y la mancha, Pascuala Lira es una artista de la fricción. Fricción entre la pintura y el soporte, fricción entre una forma y otra, fricción entre el aire, el agua, la tierra y el fuego; fricción entre una dimensión y otra.
En sus imágenes es frecuente la compartimentación, la delimitación, muros de contención a través de los cuales, sin embargo, existen pasadizos y ciertos elementos específicos autorizados para desplazarse o filtrarse de un lado a otro.
En sus pinturas se encuentran lo épico, lo pícaro y lo melancólico, lo modesto y lo grandioso; lo animal, lo vegetal, lo mineral, y todo lo que está entremedio. Sus cuadros son como pequeñas arcas de Noé; en ellas logra hacer caber y convivir todo lo que en un momento específico circula por su mente y su corazón, todas las especias con las que se entretejen todos los folclores del mundo: laurel, azafrán, paprika, comino, perejil, salvia, romero y tomillo (el perejil que aparta las emociones amargas, la salvia que simboliza la sabiduría y la sanación, el romero que despierta la remembranza, el amor y la fidelidad, y el tomillo que evoca el coraje y la nobleza de espíritu).
Con la integridad y convicción de quien ha consagrado su vida a un lavadero de oro, Pascuala se plantea el objetivo de descubrir algo nuevo cada día. Sin discursos, sin instrucciones, sin prejuicios, sus pinturas parecen invocar espontáneamente a las antiguas civilizaciones perdidas de Kumari Kandam, Atlantis, Hiva, Lemuria, Thule, Mu y El Dorado.
En su obra parecen convivir con total naturalidad lo lírico, lo ornamental, lo sensorial y lo sinestésico. Su arte es el de un movimiento continuo, sin puntos, sin comas, sin pausas, siempre desde la sensibilidad y la sutileza, desde lo no frontal, desde lo no aturdidor, desde lo no mercadotécnico.
Escuchando de fondo a Guinnevere, Scarborough Fair y (Don’t Talk) Put Your Head on My Shoulder, y bajo la luz transparente y metálica de la luna llena, sus pinturas nos recuerdan las pócimas mágicas de los cuentos: una rama de muérdago, dos ojos de serpiente, una verruga, la garra de un búho de las nieves, intestinos de sapo, leche cortada y alas de murciélago, aceite quemado, pelo de sirena, bostas de elefante, cinco perlas, siete rabos de gato, polvo de araña y un colmillo de rata.
Rodeada por un zumbido constante y de frecuencias alternativas, a Pascuala Lira la acompañan a diario sus guardianes Uccello, Van Eyck, Bonnard, Redon y Nozkowski, también Burchard, Vargas Rosas, Barlow y Sillman, para emprender su cotidiana aventura a través de destellos, tsunamis y sequías, fantasmas y espectros, burbujas y escaras, puentes colgantes, estrechas callejuelas empedradas, vitrales de algas secas y candelabros palaciegos, frutas tropicales, flores del desierto, coirones de Parinacota y otras alucinaciones altiplánicas.
AIR DE MONARCH
Por José Domingo Martínez
No más grueso que un cabello, el vacío.
El vacío que hay entre las púas del peine no ordena sino el vacío que hay entre los cabellos.
P. Quignard
Hay pinturas que son como el aire caliente de la cama atrapado dentro del calcetín para cuajar como un queso. Hay quienes al verlas se ponen de inmediato a hablar sobre la materia, pero entienden por materia las cosas más obvias: olvidan que los cuerpos más interesantes son los cuerpos sutiles, las hilachas que cosen el pneuma con la carne y la imagen con la tela.
(Discúlpame, es que hablo del vacío real—el que es desde siempre ya un llenado—no del inventado por manipuladores de perillas, junkies de la salita oscura, del neón, las superficies espejadas y la geometría escolar.)
Hablo de un auténtico queso de pie que no se come con la boca, sino con los ojos, que son la boca del espíritu. Cuajo en una bota de vaquero que ha pisado innumerables cordilleras.
Todo el mundo sabe que los quesos que peor huelen son los más ricos. Tienen un aire y aroma de libertad porque pasan por donde se les place y se imponen en la escena—son aristócratas del olfato, emisarios del reino de Air de Monarch.
Así como un aire entra, hay aires que salen—y parece que lo que sale es tanto o más importante que lo que entra. Desde las entrañas mismas de este reino se cultivan y exportan las finas producciones, de alto valor nutritivo espiritual, manufacturadas por los más habilosos artesanos de esa flora intestinal paralela.
El cultivo del aire toma tiempo. Las pinturas de Alejandro Palacios insisten en que el cultivo de ese reino minúsculo e interior, dicen que no más grande que un pomelo, hace toda la diferencia.
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