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ALMANAQUE, DE CRISTIÁN SALINEROS: OTRA DIMENSIÓN DE LAS IDEAS

De 1970 a 1978, el artista Gordon Matta-Clark (1943-1978) mantuvo la costumbre de tomar notas caligráficas en fichas de biblioteca que llevaba consigo durante sus desplazamientos por Nueva York. Conocidas como sus “fichas de arte”, estas tarjetas de 7 x 12 centímetros fueron el depositario más sintético de sus reflexiones.

Si bien en ellas cabían apenas un puñado de frases y, en algunos casos, sólo una palabra, cada tarjeta era capaz de encerrar en su simpleza un cuestionamiento profundo. Ya fuera sobre el oficio, el arte o sobre lo que le dio fuerza a sus ideas: la propia vida de Matta-Clark.

Pero, a diferencia de las fichas públicas de una biblioteca, estas funcionaban como recordatorios personales. Torpedos. De hecho, como nos hace ver la investigadora Gwendolyn Owens, intuimos lo importantes que fueron para él porque las guardó (Owens, 2013: 30). Por lo mismo, hoy las consideramos como accesos a una dimensión íntima del artista.

Combinando escritura, esquemas y dibujo, las fichas de Matta-Clark están escritas en letras capitales y van desde manifiestos (“Mejor labrado en el corazón que muy sobrecargado”) hasta meditaciones diarias (“Pensando en Carol aprendiendo de sí misma a través del dibujo”). Aun fuera de un convencional fichero, estas unidades rectangulares remiten a la función que tenían originalmente: fichar. Llevar la cuenta. Catalogar. Ordenar.

Pero en sus descubrimientos, las tarjetas de Matta-Clark son más bien divergentes. No remiten a una fuente única. Es decir, una ficha dispara a múltiples referencias y abre a nuevas preguntas. En ese sentido, proponen una ampliación de cualquier tipo de investigación en cuanto a que consideran, entre una y otra, relaciones azarosas que no responden a ninguna cronología convencional.

Portada de Almanaque (Otra Sinceridad, 2022), de Cristián Salineros, un tiraje de 300 ejemplares © Otra Sinceridad
Páginas interiores de Almanaque (Otra Sinceridad, 2022), de Cristián Salineros © Otra Sinceridad.

Después del 18 de marzo de 2020 cuando, a propósito de la crisis sanitaria provocada por el Covid-19 se decretó en Chile un estado de excepción constitucional de catástrofe, el artista chileno Cristián Salineros comenzó a tomar notas (en lápiz Bic sobre papel blanco) durante las reuniones, clases y seminarios en los que participaba por Zoom.

No es que al hacerlo estuviera pensando en una obra o proyecto a largo plazo ni que estuviera practicando su caligrafía, sino que se trató de una ocupación sin ambiciones que surgió espontáneamente en momentos de espera, de atención y de ocio frente a la pantalla.

Quiero decir: a pesar de que Salineros estaba en reuniones con otros, en sus notas estuvo principalmente con él mismo. En hojas de bajo gramaje (que remiten a los clásicos tacos de notas telefónicas), el escultor hizo anotaciones, apuntes, garabatos y esquemas. Escribió reflexiones, fechas, pensamientos y descargos. Y siguió haciéndolo, Zoom tras Zoom, hasta el año 2022.

Páginas interiores de Almanaque (Otra Sinceridad, 2022), de Cristián Salineros © Otra Sinceridad.
Páginas interiores de Almanaque (Otra Sinceridad, 2022), de Cristián Salineros © Otra Sinceridad.

El despliegue de esas páginas llenas de notas, acumuladas durante el confinamiento en una caja, se transformó en Almanaque (Otra Sinceridad, 2022), un libro de más de 300 páginas en las que se reúnen –sin respiro pero con una especial conciencia narrativa– más de 300 dibujos realizados durante la pandemia por Cristián Salineros.

Este no es un volumen testimonial, ni un libro de ilustraciones, ni un catálogo de croquis, ni una colección de poemas visuales, sino todas esas cosas y ninguna a la vez. Se trata de un libro extraño, íntimo, deslenguado y tremendamente valioso, en cuanto recoge esos minutos y horas muertas que pasamos escuchándonos, viéndonos y evitándonos las caras frente a una pantalla. Esto, desde el punto de vista de un artista. Y no cualquier artista. Un escultor que es también un profesor y un apoderado.

En las páginas de Salineros hay descargos rabiosos que surgieron de reuniones y clases. En una se lee: “Me interesa el tiempo, pero no tengo mucho de eso”; y en otra: “Yo creo que hay que hacer un museo del meme”.

Páginas interiores de Almanaque (Otra Sinceridad, 2022), de Cristián Salineros © Otra Sinceridad.
Páginas interiores de Almanaque (Otra Sinceridad, 2022), de Cristián Salineros © Otra Sinceridad.

Si en su impecable carrera artística Salineros ha destacado por su uso pulcro de los materiales y por intervenciones que complejizan lo que entendemos por espacio, en las páginas de Almanaque hay un arrojo formal desbordado. El escultor, como tomador de notas, tiene poco respeto por el blanco y no le teme a la saturación. Su trazo es imperfecto, pero determinado, y su tono es brutalmente honesto y coloquial.

Por ejemplo, lo primero que leemos al abrir el libro es que hubo una reunión que estuvo “como el copi” y que un tal Mario “se mandó la media cagada”. Salineros anota, en la misma página, pero en dirección opuesta: “hace tiempo que no tenía una reunión x Zoom”, mientras que un poco más allá y en otra caligrafía se lee: “Quedé raja con mis brazos y la motosierra, ¡estoy viejo!”, y bajo eso: “Mario, la cagaste”.

Además de frases y palabras hay dibujos de árboles, agujeros, sogas, rocas, siluetas humanas y animales, ladrillos y leños. Hay veces en que el autor está cansado y otras en que se siente “como un palíndromo”. Hay rabia, descargos y sobre todo hay humor.

Páginas interiores de Almanaque (Otra Sinceridad, 2022), de Cristián Salineros © Otra Sinceridad.
Páginas interiores de Almanaque (Otra Sinceridad, 2022), de Cristián Salineros © Otra Sinceridad.

El tono en que Salineros se expresa se asemeja al que usa en sus anotaciones el californiano Marc Gonzales (1968) –un reconocido skater– que ha mantenido desde su juventud una práctica continua de escritura y dibujos. Sus poemas visuales, reunidos en Non Stop Poetry: The Zines of Mark Gonzales (Printed Matter, 2014) dan muestra de ese lado menos conocido del patinador. Un deportista urbano muy influyente que, en su intimidad, se aboca a dibujar y escribir cuestiones problemáticas sobre la identidad, la política y el amor. En sus páginas privadas, Gonzales ha usado por años un lenguaje propio e informal que dialoga con sus dibujos deformes.

Hay algo de ese tono desenfadado de patinador californiano que resulta semejante al acceder al Almanaque de Salineros. Una mirada crítica compartida hacia la burocracia y las instituciones que se expresa de modo frontal. En esos “tiempos muertos” que trajo consigo la pandemia, Salineros encontró un espacio para desplegarse sin pedir permiso ni perdón. Desde dibujos circulares realizados alrededor de las fechas de las reuniones por Zoom, hasta versos existenciales (“¿Cuál es la distancia real entre un mosquito y yo”?), sus páginas, al igual que las de Gonzales, tienen una simplicidad que nos muestra una dimensión afectiva y conmovedora (Aarons & Reeves, 2014) del artista.

A diferencia de otros contemporáneos como el norteamericano Raymond Pettibon y el chileno Javier Rodríguez Pino, ambos dueños de manos virtuosas, los dibujos de Salineros son imperfectos y desprolijos. Se asemejan más a los rayados en los baños o a esos garabatos que quedan inmortalizado sobre las mesas de los escolares que sienten amor y rabia al mismo tiempo, sobre todo porque están hechos con libertad y fuera de una mirada vigilante. Esto, a pesar de la exposición de lo íntimo que involucran las plataformas de encuentros digitales.

Y la subversión pasa, en gran parte, por el tono que elige el autor, que es el que me imagino usa cuando está consigo mismo. En las páginas de Almanaque Salineros no está sujeto a reglas de ningún tipo, y los resultados vertidos ahí reflejan una manera de vivir desenfrenada, rabiosa, amorosa, inquieta, creativa y con ganas de aprender más. Especialmente bello resulta cuando hace confesiones del tipo: “No sé hablar aun con el viento, ayúdenme por favor”.

Aunque es fácil ojearlo y pasar superficialmente por cada una de sus páginas, no hay que equivocarse. Este es un libro que construye su demora en la medida en que esconde capas de significado. De manera que, junto a los dibujos de árboles frondosos, también hay otros que son pura ramas y al lado de ellos se lee “esculturas muertas”. Más allá hay dos ataúdes. Y en la página siguiente otros dos más. Creo que fue, a través de ellos, que empecé a percibir la presencia de la muerte que atraviesa el libro. Así, las palas y los hoyos en la tierra dibujados en Almanaque se me revelaron de otra manera. Más trágica. Lo mismo que las múltiples cuerdas. Y las preguntas como “¿qué nos hace humanos?”, que entre sus respuestas consideran que ser humano equivale a “morir”.

Páginas interiores de Almanaque (Otra Sinceridad, 2022), de Cristián Salineros © Otra Sinceridad.
Páginas interiores de Almanaque (Otra Sinceridad, 2022), de Cristián Salineros © Otra Sinceridad.

Si bien hasta la fecha en Chile hay más de 60.000[1] personas que murieron por causas relacionadas al Covid-19, y aunque el 10 de septiembre, a propósito de la flexibilización de las normas de confinamiento, alrededor de una calavera Salineros escribió “El puto retorno no es más que la debacle”, no me pareció que esas muertes colectivas eran las que se asomaban en las páginas de Almanaque, sino que había una, en particular, más cercana e incomprensible, que tenía que ver con el arte y que extendía su sombra sobre todo lo que está ahí puesto.

En una página, el escultor anotó: “A veces, la famosa luz al fondo del túnel se apaga”. Y fue esa frase la que me hizo entender que los agujeros negros y las sogas que se repetían en los apuntes de Salineros se referían a un duelo.

Para entenderlo, hay una hoja que resulta clave y que, para mí, funciona como centro del libro. Y cuando digo centro no me refiero a su mitad exacta, sino a su pliegue más doloroso, a su hueco, a su hoyo negro, a su origen y su final. En esta página en particular, Cristián rayó todo el blanco hasta volverlo negro y en letras mayúsculas anotó: “Puta Machuca, la mierda, la chucha”. Esa página está fechada el 08 de junio del 2020, el mismo lunes en que se encontró sin vida el cuerpo del teórico del arte, Guillermo Machuca. Vista a través de ese hecho, la página ennegrecida revela cada uno de los trazos que la componen como una lamentación. Pero esas tachaduras, las mismas con las que se borran las ideas que se descartan, aquí no tapan nada, sino que son la forma visual que encontró Salineros para expresar rabia y pena.

Una de las múltiples acepciones que se conocen de dibujar, además de “trazar en una superficie la imagen de algo”, es “dejarse ver”[2]. Y a través del achurado con que el autor rodeó el nombre de Machuca, hoy nos deja ver su dolor. Y también se deja ver a él en su oficio, digo: aparece el escultor. Porque si el lenguaje visual con el que Salineros escribe y garabatea se aleja de las limpias formas tridimensionales con las que suele trabajar en volumen, aquí aparece un vínculo: cada trazo en el papel es una unidad. Quiero decir, una franja como esas de acero con las que escultor tejió sus Semillas (2004). O como una barra afilada con las que formó una grilla conectada en más de 6.000 puntos para su Nube R (2023). O bien podría ser el barrote de una de las múltiples jaulas que ha creado a lo largo de su carrera.

Es decir, si lo miramos bien, el papel y sus rayas se transforman aquí en un portal a otra dimensión. Abren al tiempo del duelo. Y es a través del dibujo y el garabateo que el escultor es capaz de expresar ese sentimiento, misterioso y elusivo, mezcla de tristeza, nostalgia y amor que, en el lenguaje de las palabras, a veces se vuelve imposible pronunciar.

Páginas interiores de Almanaque (Otra Sinceridad, 2022), de Cristián Salineros © Otra Sinceridad.

Referencias

Aarons, Philip & Reeves, Emma (edit.) (2014). Non Stop Poetry: The Zines of Mark Gonzales. New York: Printed Matter INC.

Owens, Gwendolyn (2013). “Un hábito de escribir”, en Art Cards / Fichas De Arte, Gordon Matta-Clark. Santiago: Sangría Editora.


[1] Fuente: Ministerio de Salud, según cifras del DEIS.

[2] Real Academia Española (RAE). Dibujar: https://dle.rae.es/dibujar

Ariel Florencia Richards

Escritora e investigadora de artes visuales. Estudió Diseño en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV) y Estética en la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC). Realizó un Magíster en Escritura Creativa en la Universidad de Nueva York (NYU). Trabajó como editora cultural de distintos medios impresos, como revista Viernes, revista ED y Paula. Cursa un Doctorado en Artes en la PUC, donde investiga las relaciones entre performance y género.

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