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LO LLENO Y LO VACÍO EN LA OBRA DE JESSICA BRICEÑO CISNEROS

La primera obra que conocí de la joven artista Jessica Briceño Cisneros fue Tajamar: Cuando ya no te nombren (2016). Quedé muy desconcertada ante esa figura invertida de concreto, en una galería hexagonal de vidrio, al pie del Conjunto Residencial Torres de Tajamar (1967, Luis Vial y la oficina BVCH). Reconocido como el primer “rascacielos” de Santiago en pleno auge modernista de los años 60, este conjunto de torres siempre me había intrigado, particularmente por la gran apertura en su parte superior, reminiscente del Ministerio de Economía, Finanzas e Industria en Paris (1984-1989, uno de cuyos arquitectos fue el chileno Borja Huidobro), el cual a su vez parece una especie de acorazado Potemkin en pleno río Sena.

En un primer momento pensé que esta figura representaba el vano de la Torre Tajamar B, espacio que abre una ventana hacia la cordillera, aligerando los bloques de hormigón. Imaginé la obra de Jessica como el relleno de ese vacío, una especie de pieza de rompecabezas fuera de lugar. En vez, la escultura de 320 kilos de concreto armado representaba la maqueta de las Torres invertida en diagonal, mostrando sus distintos planos y vacíos, y cubierta de musgo alimentado por un sistema de riego por cordeles. Esta ocupación vegetal del concreto era una referencia directa a la lenta erosión de esta materia, así como al abandono y dilapidación a la que ha sido sometida la arquitectura modernista mundial, olvidada por la misma modernidad progresista que la produjo.

Jessica Briceño. Cuando ya no te nombren. 2016. Galería Tajamar, Santiago de Chile. Foto cortesía de la artista.
Jessica Briceño Cisneros, Cuando ya no te nombren, 2016. Galería Tajamar, Santiago de Chile. Foto: Sebastián Mejía.
Jessica Briceño Cisneros, Copas Rodríguez, 2010. Sala MNBA, Concepción, CL. Foto cortesía de la artista.
Jessica Briceño Cisneros, Planta Básica, 2013. Galería Temporal, Santiago. Foto cortesía de la artista
Jessica Briceño Cisneros, Planta Básica, 2013. Galería Temporal, Santiago. Foto cortesía de la artista

La conjunción de agua y concreto ha sido el hilo conductor de la obra de Jessica desde su Licenciatura en Artes Visuales (2010), cuando realizaba baños en miniatura con cañerías a la vista y apilaba vasos, platos, y copas de vidrio en forma de fuentes. Esto la llevó a fijarse en las torres, o copas, de agua de la Unidad Vecinal de Providencia (1953), las cuales reproduce en su obra Copas (2010), incorporando por primera vez al concreto, material favorito en la arquitectura de la segunda mitad del siglo pasado.

Este interés va aumentando con obras como Planta Básica (2013) y Superviviente (2014), ambas dedicadas a la arquitectura de proyectos públicos de los años 60. Realizados en el periodo de desarrollo industrial de América Latina, estos proyectos estaban destinados a mejorar la infraestructura de salud, educación y vivienda populares a través de hospitales, escuelas y conjuntos habitacionales. Muchas de estas construcciones fueron mantenidas en condiciones de deterioro, e incluso abandonadas en obra gruesa, como el conocido Hospital Ochagavía (convertido en 2016 en el Núcleo Ochagavía, centro de servicios públicos y privados), a pesar de haber marcado hitos arquitectónicos en su tiempo.

Este olvido e indiferencia son con frecuencia políticos, sea por cambios de gobierno o rupturas dictatoriales, pero también son el resultado de la paradoja del concreto, cuya dureza es muy relativa. Elaborado con una mezcla de cemento, arena y agua, el concreto es una materia tan flexible como la arcilla cuando está húmedo. Esto permite las extravagancias arquitectónicas que caracterizan las épocas modernistas tanto de Occidente como del bloque soviético, el cual también se planteó “la revolución de las formas” con tanta, o más, imaginación que su contraparte capitalista. Sin embargo, una vez seco, esta materia adquiere una dureza pétrea que le hace parecer indestructible.

Esta doble calidad de flexible y rígido hizo que los distintos futurismos arquitectónicos convirtieran al hormigón armado en su material de construcción preferido, pues su dureza sugería permanencia y su volumen le otorgaba monumentalidad, transmitiendo una fortaleza más imaginaria que real. Llamada Brutalista en referencia al concreto en bruto (nombre acorde a su gran impacto visual), esta arquitectura generalmente angular, pesada y cerrada sobre sí misma pretendía domesticar el espacio. Aspiración que fue rápidamente truncada por la fuerza de los elementos naturales, particularmente el agua, que erosiona al concreto y lo va dejando mucho más frágil de lo anticipado. Buena parte de las ruinas modernas del siglo 20 son de este material envejecido antes de tiempo.

Jessica Briceño Cisneros, Superviviente, 2014. MAC Quinta Normal, Santiago. Foto cortesía de la artista.
Jessica Briceño Cisneros, «Piscina Metropolitana Flores», 2020. Vista de la exposición “Cajitas rectangulares”, un proyecto de Instituto Tele Arte, en Galería Metropolitana, Santiago, 2020. Foto: Paulina Mellado

La pasión de Jessica por el desgaste del concreto se manifiesta desde un principio, a través de las filtraciones a las que somete a sus esculturas (como la antes mencionada maqueta invertida del Tajamar), y luego en elementos periféricos de la arquitectura modernista, en particular las piscinas abandonadas. Quizás por haber crecido durante la gran época modernista en Caracas, comparto su pasión por las piscinas abandonadas, como si en ellas se reflejara la decadencia de esta arquitectura que marcó al imaginario colectivo venezolano de la época.

Financiada por el oro negro, ese “regalo envenenado” del petróleo, la arquitectura modernista en Venezuela, muy influenciada por arquitectos europeos huyendo de la posguerra, es particularmente extravagante y abunda en estructuras aéreas y elementos galácticos como estrellas, planetas y cometas. Aunque su mayor parte fue realizada por empresas privadas, esta arquitectura fue utilizada también por la dictadura militar de derecha de Marcos Pérez Jiménez (1952-1958), quien modernizó la macro-estructura del país a un alto costo financiero y social. Desde los años 70, la arquitectura modernista mundial ha sido relegada y olvidada, consecuencia de una modernidad que por definición elimina la memoria, haciendo de Caracas un cementerio modernista.

Vista de la exposición «Sirena. Homenaje a Lina Bo Bardi», de Jessica Briceño Cisneros, en Barco Galería, Santiago, 2022. Foto cortesía de la galería
Jessica Briceño Cisneros en Sirena, 2022. Galería Barco, Santiago. Foto: Celeste Olalquiaga.

Para Jessica, las piscinas abandonadas se convirtieron en una obsesión, en parte porque sus mosaicos de vidrio azul remiten directamente a las salas de baño caraqueñas, en cuyo ambiente creció esta artista venezolana/ecuatoriana/chilena. A partir de ellas, comienza a desarrollar de lleno su propia “arquitectura de agua”, término asociado a hidrotecnología, la cual aparece por primera vez en su versión piscina en Piscina Metropolitana Flores (2020).

En esta obra, la artista reviste interiormente una pequeña caja de cartón que no tarda en agrandarse hasta convertirse en dos enormes formas de concreto, rellenas con plantas, en la exposición Sirena (2022). Dedicada a la arquitecta ítalo/brasileña Lina Bo Bardi y sus obras híbridas, la exposición se lleva a cabo en la galería santiaguina Barco, ubicada en el edificio Bauhaus homónimo frente al cerro Santa Lucía. En la inauguración, la artista se vistió de sirena y cantó baladas relacionadas al mar.

Conceptual y performática a la vez, Jessica está entregada a su oficio arquitectónico/escultural, el cual ejecuta recogiendo restos orgánicos e industriales, recomponiéndolos, reproduciéndolos e interviniéndolos casi a tiempo completo debido a su labor docente. Nostálgica, la artista considera su obra como una manera de llenar el vacío que ella percibe como producto de su múltiple migración. Vacío que se repite literalmente en su trabajo, donde produce moldes que llena de concreto líquido, sustituyendo lo vacío por lo lleno, para luego vaciarlos de nuevo y dejar el resultado sólido a la vista. Un juego de ausencia y presencia en el que la artista se vierte una y otra vez.

Jessica Briceño Cisneros, Libélula Island, 2019. Skowhegan School of Painting and Sculpture, MA, EEUU. Foto: Christopher Carroll.

Este proceso artístico llega a un punto culminante en El tronco se hizo bote. El bote hizo agua (2023), comisionado por la Galería Patricia Ready, donde se expone hasta el 19 de abril. En esta exposición, anticipada parcialmente en Libélula Island (2021), el agua ocupa el lugar central, de nuevo más por ausencia que por presencia. La obra consiste en dos botes “varados”, diseñados y mandados a hacer por Jessica a un maestro botero en Valdivia. El primero, Bote – Bosque, asoma su proa en el vergel de entrada a la plaza de la galería, donde su vegetación nativa es regada y se entrecruza con las plantas del lugar. Discretamente ubicado en la parte posterior de este bosquecillo, Bote – Bosque es una presencia tan sutil que algunos visitantes se la pierden.

Bote – Piscina, en cambio, está plenamente expuesto en la Sala Gráfica de la galería. Al igual que Bote – Bosque, está pintado exteriormente en los colores primarios de las barcas tradicionales de pesca, sólo que su interior está enteramente cubierto de mosaicos azules. Instalados uno a uno por esta metódica artista, los mosaicos evocan de inmediato las piscinas, produciendo una superposición surrealista con el bote. El encuentro con Bote – Piscina sorprende, especialmente si aún no se ha visto al Bote – Bosque. Hay remos de madera, cordeles, redes, ancla y una escalera para entrar a la piscina vacía, donde las niñas juegan felices.

El tiempo desaparece y se convierte en espacio. La popa de Bote – Piscina está dirigida hacia una esquina de la sala, donde confluyen proyecciones de video en las paredes. Dos mujeres reman los respectivos botes en el río, única vez que éstos cumplen su función original. A veces navegan lado a lado, otras se alejan, y otras parecen colisionar en la esquina. El agua está en calma, las chicas reman tranquilamente. Todo es silencio, botes y agua. La esquina funciona como punto de fuga que elimina toda dualidad. Los botes, estructuras de transporte vacías por definición, cobran un nuevo sentido en esta versión artística.

Jessica Briceño Cisneros, Bote – Bosque, 2023. Galería Patricia Ready, Santiago. Foto: Sebastián Mejía
Jessica Briceño Cisneros, Bote – Piscina (detalle de teselas vítreas), 2023. Galería Patricia Ready, Santiago. Foto: Sebastián Mejía
Jessica Briceño Cisneros, maquetas de Bote – Bosque y Bote – Piscina, 2023. Galería Patricia Ready, Santiago. Foto: Sebastián Mejía

Frente a las otras paredes de la sala hay montajes con maquetas miniatura de los botes, caracoles con plantas, redes. El gran ausente es el concreto, sustituido por madera nativa. El gesto no es gratuito: en la fusión de naturaleza y cultura que la artista ha venido haciendo en los últimos años, la naturaleza ha prevalecido. Al igual que la vegetación atraviesa y cubre las ruinas, recuperando el terreno perdido, Jessica troca las ruinas modernas por lo natural, y lo artificial por lo orgánico, participando en el clamor eco-ambiental de nuestros días.

Su obra se inscribe en el arte que transforma la muerte en vida, saboteando la destructividad de nuestra era necrocénica (del griego nekros, cadáver), y usándola como inspiración y cometido. Conmemorando de antemano el fin de las tradiciones locales que han sido parte de las poblaciones costeras por cientos de años, esta obra rescata y visibiliza el oficio de las maderas, de los barqueros y de la pesca artesanal en un contexto contemporáneo. La madera es sacada del bosque, la piscina la recubre. El tronco se hizo bote, el bote hizo agua.

Celeste Olalquiaga

Doctora en Estudios Culturales, Columbia University (1990). Autora de "Megalópolis" (1992), "El reino artificial" (1998) y editora de "Downward Spiral: El Helicoide's Descent from Mall to Prison" (2018). Escribe, enseña y realiza curadurías a nivel internacional. En 2020 creó en Instagram el proyecto Miauguerrilla sobre rayados felines de la revuelta, publicando el libro Miauguerrilla en conjunto con Ángela Cura a principios de 2021.

http://celesteolalquiaga.com
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