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DISONATA. ARTE EN SONIDO HASTA 1980

Hace más de un siglo, una serie de pioneros de distintas procedencias emprendió una expedición y se adentró en el terreno hasta la fecha inexplorado de los fenómenos y procesos sonoros, por entonces de dominio exclusivo de los músicos. La fuerza impulsora fueron los artistas visuales, pero también participaron poetas y músicos visionarios, incluso arquitectos e ingenieros.

Ajenos a las definiciones tradicionales de sus respectivas disciplinas, estos creadores favorecieron una serie de experimentos acústicos físicos y técnicos revolucionarios. Era como si en sus oídos hubiera desaparecido una especie de membrana que antes bloqueaba los ruidos de este mundo. Se abrió paso una realidad audible que palpitaba con la vida de la era acelerada y fragmentada de las máquinas. Estos sonidos, hasta entonces inadmisibles, ampliaron e hicieron simultáneamente añicos el constructo muy bien definido de la armonía del sistema musical tradicional de Occidente. Aunque dicho sistema había perdido el contacto con el mundo moderno, sus protagonistas burgueses defendían con ardor la visión etnocéntrica de sus formas y estilos, supuestamente superiores. Pero hacía ya tiempo que los sonidos y los pensamientos se habían liberado de un corsé de reglas cada vez más estricto.

A partir de entonces todo en el ámbito del sonido merecía ser explorado: todas las notaciones posibles (desde los arañazos hechos en un disco hasta las huellas efímeras en la arena), todas las formas de creación de sonido (bien por máquinas mecánicas y electrónicas, bien incluso por animales), todas las formas de puesta en escena (incluso en un desierto o completamente ebrio), todas las referencias a los estilos (desde la antigua música no occidental hasta las últimas tendencias de la música popular) y, por supuesto, todos los efectos acústicos (desde el silencio hasta un estruendo ensordecedor).

El empleo del sonido como medio dio pie a las prácticas más creativas y diversas que quepa imaginar, que en su conjunto forman un universo muy heterogéneo de lenguajes, espacios y procesos sonoros multifacéticos. Van de la música fónica a las sintetizaciones electrónicas, de la poesía a los inventos técnicos, del arte radiofónico a los collages de películas, de las ideas puras a los eventos multimedia, de la pintura a la interpretación, de los encuentros íntimos a las composiciones espaciales.

Vista de la exposición «Disonata. Arte en sonido hasta 1980», Museo Reina Sofía, Madrid, 2020. Foto: Joaquín Cortés/Román Lores. Cortesía: MNCARS
Vista de la exposición «Disonata. Arte en sonido hasta 1980», Museo Reina Sofía, Madrid, 2020. Foto: Joaquín Cortés/Román Lores. Cortesía: MNCARS

La exposición Disonata. Arte en sonido hasta 1980 gira en torno a la historia de estas aventuras sonoras. Cerca de doscientas grabaciones, pinturas, instrumentos, esculturas, partituras, maquetas, manifiestos, fotografías y películas abarcan el periodo que va desde los primeros experimentos —hechos a la luz de las revoluciones tecnológicas e ideológicas de, entre otros, futuristas, surrealistas y artistas del movimiento Dadá— hasta las escenas pospunk de mediados de la década de 1980. Entre ambos polos se despliega un amplio abanico de proyectos extremadamente diversos. Entre ellos figura el excepcional Pabellón Philips, de 1958, con su espectáculo espacial multimedia, así como una gran variedad de obras con vínculos más o menos explícitos con grupos y movimientos como el letrismo, la poesía sonora y visual, el art brut, CoBrA, el arte cinético, el nuevo realismo, Fluxus, Zaj, el arte conceptual o el pop art.

Antes que ilustrar una estructura temática o un relato lineal, Disonata ha preferido adoptar un enfoque cronológico no muy estricto. Tanto los recorridos principales como los secundarios invitan al visitante a descubrir múltiples perspectivas basadas en el contenido y en la estética de las obras en el espacio. Buscan iluminar el modo en que se relacionan y superponen las principales tendencias y temas sonoros del siglo XX, así como las discontinuidades. Asimismo, ponen de relieve la fuerza especial de cada obra particular, que despliega sobre todo sus matices en los intersticios incoherentes más allá de categorías normativas, y revela la naturaleza inclasificable del arte con sonido.

Le Corbusier y Iannis Xenakis, Modelo de Pabellón Philips a la Expo 58, ca 1957-1958. Metal, madera y poliéster, 110 x 175 x 85 cm. Foto: Joaquín Cortés/Román Lores. Cortesía: MNCARS, 2020

PRIMEROS EXPERIMENTOS

Basada en un proyecto original de galerista, editor, coleccionista, comisario de exposiciones, investigador y escritor británico Guy Schraenen, (1941-2018), y comisariada por Maike Aden, la exposición se abre con una serie de artistas de las primeras décadas del siglo XX, críticos respecto a lo establecido y conocido hasta entonces. Algunos de ellos comenzaron a trabajar en proyectos innovadores sobre el sonido, como los dadaístas o los futuristas italianos encabezados por Filippo T. Marinetti que, fascinados por los avances técnicos y mecánicos, recurrieron al paisaje sonoro e industrial urbano. Ejemplo de ello son las réplicas de los “intonarumori” que se muestran en la primera sala, unos entonadores de rugidos, crujidos, explosiones y gritos creados por Luigi Russolo.

Junto a Erratum Musical, de Marcel Duchamp, paradigma de procesos aleatorios en composiciones musicales, otras iniciativas tempranas de arte sonoro que se recogen en esta primera sala son las obras de Man Ray Emak Bakia (Déjame en paz, 1926), un instrumento que se niega a sonar, y Objeto indestructible, un metrónomo con ojo que supone un reconocimiento de la duración de la labor artística. También se proyecta la película de la vanguardia rusa Entusiasmo: La Sinfonía de Donbass (1930), de Dziga Vertov, que incluye en su banda sonora ruidos de la fábrica y de la industria minera.

La segunda sala traslada al espectador a los años 50, cuando tras la II Guerra Mundial se intenta recuperar cierto humanismo con las nuevas tecnologías como base. En este contexto se celebró la Exposición Universal de Bruselas de 1958 –la primera después del conflicto bélico-, donde no se diseñó un pabellón al uso para la empresa de electrónica Philips, sino un contenedor para Poème électronique (Poema electrónico), una obra creada para la vista y el oído y compuesta por un collage visual de proyecciones, de Le Corbusier, y por una pieza sonora de Edgar Varèse.

Mediante 425 altavoces conectados por tecnología telefónica, la obra creaba un espectáculo multimedia para los visitantes que tenía la intención de ilustrar la historia de toda la humanidad dentro de un espacio en el que las multitudes tenían la ilusión de pasar a través de las cavidades y de la digestión de un estómago para renacer a una nueva comunidad después de la tragedia de la guerra. Para Le Corbusier, el espectáculo completo del poema reunía las cinco nuevas formas de jeux électroniques, juegos de luz, color, ritmo, imagen y sonido y en esta sala el público puede contemplar una maqueta y un video de las proyecciones del pabellón Philips.

Nicolas Schöffer, Chronos 11, 1971, técnica mixta, 193 x 144 x 63 cm. Sucesión de Eléonore De Lavandeyra Schöffer, París

LA TRANSCENDENCIA DEL MAGNETÓFONO

La siguiente sala gira alrededor de la grabadora de cinta magnética, un dispositivo utilizado por los artistas para experimentar. Gracias a la posibilidad de manipulación de las bandas con superposiciones, cortes y regulaciones de velocidad, el británico Brion Gysin trabajó, por ejemplo, en la transposición de la técnica de cut-up o de recortes a sus poesías visuales y sonoras, como puede escuchar el público en la interpretación grabada de I Am That I Am (comenzado hacia 1958), poema basado en la frase bíblica Yo soy el que soy.

La cinta magnética fue también un medio para una posible “escritura directa” de obras etiquetadas como letrismo de creadores como Isidore Isou, cuya obra La plástica parlante (1960-1987) es precisamente un magnetófono intervenido.

Con la llegada de los 60, la grabadora de cinta magnética se empleó en contra de las nociones clásicas de la música. Artistas como Karel Appel y Asger Jorn, de quienes se muestran las portadas de sus discos titulados Musique Phénoménale (1961), se ocuparon en conseguir una música calificada como bárbara e interpretada mediante golpes más allá de la norma.

Vista de la exposición «Disonata. Arte en sonido hasta 1980», Museo Reina Sofía, Madrid, 2020. Foto: Joaquín Cortés/Román Lores. Cortesía: MNCARS

ESCULTURAS E INSTRUMENTOS IMPOSIBLES

El siguiente espacio de Disonata muestra diversos instrumentos, máquinas, estructuras y esculturas que cuestionan la distinción entre arquitectura y artes plásticas, por un lado, y la música, el teatro y similares, por otro.

Un ejemplo que puede verse en la exposición es Red Disc and Gong (1940), de Alexander Calder, donde el silencio o los sonidos aleatorios convierten la obra en los remanentes de un dispositivo que no se ejecuta y que, por lo tanto, deja de ser instrumental.

En contraposición, Cristal (1952-1980) es un instrumento musical con forma de escultura de los hermanos Bernard y François Baschet que, como artesanos contemporáneos,buscaban producir los instrumentos manuales de su época. Por su parte, el maquinista Jean Tinguely desarrolló su interés por la radio e ideó Radio-Skulptur, un mecanismo cuyo funcionamiento es tan cambiante como lo es el flujo de noticias que emite.

En la exposición también se recogen, por ejemplo, los instrumentos artísticos manejados mediante flujo electromagnético del artista Takis; las esculturas de cuerdas de Pol Bury, u obras como Cellar-Duo (Dúo de bodega, 1980-1989) de Dieter Roth, que reúne una acumulación indiscriminada de órganos de juguete, un sintetizador y una miscelánea de componentes ensamblados a una pared, o como L’Anticoncept (El anticoncepto, 1951), compuesto por una proyección de Gil Wolman sobre un globo meteorológico en la que el sonido se concibe de manera independiente mediante monólogos que incluyen frases cantadas, repeticiones habladas en staccato y silbidos que se funden con ruidos.

Robert Filliou, Musical Economy nº 5, ca. 1971. Técnica mixta, dimensiones variables. Musée d´Art Moderne et Contemporain de Saint-Etienne Métropole @ Marianne Filliou. Foto: Yves Bresson

NUEVAS IDEAS: FLUXUS Y EL GRUPO ESPAÑOL ZAJ

Aunque a comienzos del siglo XX se registraron importantes innovaciones musicales, el movimiento Fluxus, al que se dedica una sala de la exposición, amplió durante los años 50 el concepto de composición musical mediante originales propuestas.

Así, junto a John Cage, de quien se muestran varias partituras, otros autores como George Brecht y La Monte Young siguieron el camino de la transformación de la música notada hacia gráficos y textos con creaciones dirigidas hacia la libertad interpretativa total.

En este sentido, entre las diferentes posibilidades de una partitura, esta sala muestra a modo ilustrativo las posturas de Robert Filliou en su obra Musical Economy No. 5 (ca. 1971) que indican también un profundo cuestionamiento de lo convencional,de lo tradicional y de lo normativo en el patrimonio musical.

En este mismo apartado se exhiben obras del Grupo Zaj, un colectivo español en el que participaron artistas que cuestionaron la noción de autoría y de obra artística entendida como una totalidad cerrada, y convirtieron principios como la aleatoriedad, la sencillez o la indeterminación en ejes fundamentales de sus proyectos performativos. Es el caso de Esther Ferrer, con su obra Concierto Zaj para 60 voces (1983) o de Juan Hidalgo, del que se muestra un ejemplar de su libro Viaje a Argel (1968).

Vista de la exposición «Disonata. Arte en sonido hasta 1980», Museo Reina Sofía, Madrid, 2020. Foto: Joaquín Cortés/Román Lores. Cortesía: MNCARS

TENDENCIAS EN LOS AÑOS 70 Y 80

Las últimas salas de la exposición explican cómo en los años 70, la convergencia del arte y del sonido comenzó a caminar cada vez más hacia nuevas manifestaciones, como los trabajos de Hanne Darboven o de la española Elena Asins que, con sus rigurosos estudios sobre estructuras armadas a partir de una multiplicidad de elementos finitos, quiso rendir homenaje a las composiciones de Mozart, como los que se muestran de su serie de obras Strukturen.

A su vez, Józef Robakowski y Ulises Carrión se afanaron en sus películas para seguir el ritmo de fenómenos que son similares a sucesos sonoros, como contar en voz alta estando en movimiento, o las revoluciones sucesivas de un disco en reproducción (45 revoluciones por minuto).

Los años 80 se caracterizaron por el capitalismo exacerbado en Estados Unidos y Reino Unido, ante lo cual reacciona el punk como grito de protesta, en películas como Rock My Religion (Rock, mi religión) de Dan Graham (1982-1984) o Sir Drone (1989) de Raymond Pettibon (1989), donde queda patente su desencanto.

Disonata cierra con los videos de Ronald Nameth de las actuaciones Exploding Plastic Inevitable (1966), unos espectáculos improvisados por Andy Warhol, y por Atomic Alphabet de Chris Burden (1980), una obra sonora que revela la aparente naturalidad con la que la violencia penetra en los hogares a través de las noticias de los medios de comunicación.

Disonata es una ‘composición’ que refleja y a la vez transforma las formas canónicas dentro de la cultura sonora. Libera los sonidos para que resuenen con toda su intensidad y variedad entre nosotros y el espacio. Esto no solo amplía nuestra comprensión del arte en sonido más allá del conocimiento normalizado, sino que nos vemos reflejados en estos sonidos y nos damos cuenta de que el silencio, los tonos y el ruido están estrechamente ligados a nuestro mundo de ideas. Descubrimos que, en gran medida, percibimos e interpretamos nuestro mundo a través del oído, tal vez incluso más que de la vista. A este respecto, los fascinantes experimentos sonoros que se han hecho desde principios del siglo XX siguen siendo hoy tan vibrantes como siempre.


DISONATA. ARTE EN SONIDO HASTA 1980

Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Edificio Sabatini, 3ª planta, Madrid

Del 22 de septiembre de 2020 al 1 de marzo de 2021

Nota: Como medida de prevención higiénico-sanitaria, se ha evitado en la exposición el uso de auriculares y al objeto de que todos los audios puedan ser escuchados correctamente y con la calidad necesaria por los visitantes, se ha establecido un sistema de puesta en marcha alternativo de las piezas sonoras que evita que se solape el sonido de las mismas.

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