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MARTÍN DAIBER: REM

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«Quiero que el edificio de mi conciencia

sea un palacio increíble antes de morirme,

y si me muero con un palacio de conciencia,

no me muero, ya soy universo»

Matta

 

 

Al despertar de un sueño REM -también llamado sueño lúcido- la mente parece ser hiperasociativa, fomentando extraordinarios estados de creatividad. Los estudios de la neurociencia explican que esto se debe a que durante este estado del sueño, las estructuras neocorticales reorganizan las jerarquías asociativas, en las cuales la información del hipocampo se reinterpretaría en relación con las representaciones lingüísticas. Es por eso que el sueño se vuelve más profundo, reparador y a su vez más diáfano. A pesar de ser un estado inconsciente, algunos estudiosos del cerebro asocian este fenómeno con estados elevados de conciencia, que a diferencia del sueño, ocurren en gran parte bajo estados meditativos prolongados o bajo el efecto de ciertas drogas que conducen a una visión lúcida de la realidad.

Existe un estudio que podría acercar las distancias entre tradiciones científicas y otras más holísticas sobre lo que podría definir la conciencia. Realizado por la física Danah Zohar y publicado en su libro SQ: Spiritual Intelligence, The Ultimate Intelligence, éste habla de la obra del neurocientífico austriaco Wolf Singer, especialista en lo que se conoce como el “problema de la vinculación”: ¿Cómo fusiona el cerebro la información dispar procedente de los sentidos en un todo comprensible?. La obra de Singer propone la existencia en el cerebro de un proceso antireduccionista en sí mismo, encargado de crear un todo con las distintas partes, y por lo tanto, de dotar de significado a nuestra experiencia. Sin él, el mundo resultaría una erupción azarosa de información, un caos. De modo que el significado no es algo que nosotros impondremos al mundo, como han afirmado algunos científicos y filósofos; literalmente sin él no habría “mundo”. Singer señala que durante la práctica de meditación las ondas cerebrales se tornan más coherentes y van acompañadas de oscilaciones de descargas eléctricas. Zohar indica que la experiencia subjetiva va acompañada de una unidad física en el cerebro, proponiendo así, mediante la obra de Singer, un apoyo neurológico para el que tal vez sea uno de los estados interiores comúnmente encontrados entre las experiencias de místicos y santos, como por ejemplo Teresa de Ávila o Ghandi: la “sensación mística de unidad”. Esta sensación es posiblemente uno de los eslabones más preciados de nuestra conciencia, ya que, como señalan aquellos que han sentido esa unidad, sólo pueden relatar una diminuta fracción de la inconmensurable experiencia que han tenido al sentirse parte del todo que es el universo.

A principios del siglo XX, los textos en torno a la conciencia y sus posibilidades parecían ofrecer a la humanidad un nuevo futuro, un nuevo potencial y una “nueva era.” Durante este mismo período el esoterismo se introdujo en las principales corrientes del pensamiento moderno, afectando considerablemente al arte. Para muchos artistas como Matta, la trascendencia de la muerte pasaría por alcanzar, en vida, una conexión única con el universo, la cual estaría expresada a través de su arte. Desde allí que las influencias de lo que se denominó “arte abstracto” ejercieran su fuerza sobre gran parte de los movimientos que surgieron en la segunda mitad del siglo XX y sigan haciéndolo hoy.

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Desde que conocí la obra de Martín Daiber, ésta me ha sugerido una conciencia pictórica que parece provenir de múltiples épocas de manera simultánea. Al mirar pinturas como Nocturno o Madre e Hijo, con sus formas sintéticas, en las que la figura humana se construye a partir de su fragmentación, pienso en esa forma, que propone Singer, de unir las diferentes partes de la realidad en un todo coherente, en la forma en que mi mente crea un relato a partir de una imagen fraccionada. En ellas, el vínculo que establece con las vanguardias pictóricas alcanza nuevos lenguajes creando un idioma propio, enriquecido por esa posibilidad de unión, de la visión lúcida del sueño. Obras como The Dance Hall y Eclipse proponen al espectador la experiencia de un espacio de geometría no euclidiana, de un lugar de más de tres dimensiones. Como en pinturas anteriores, la tensión entre figuración y abstracción sugiere la necesaria disolución de esta concepción binaria, para adentrarnos en la posibilidad de conciliar figura y fondo. Las extremidades fragmentadas y los orificios que representan los ojos se abren como ventanas hacia otras dimensiones físicas y espirituales. Por otro lado, en Narciso y Picnic Royale el gesto de la pintura hacia fuera del cuadro aparece exagerado, las formas geométricas que representan sus rostros, de superficie plana y desdoblada, sugieren máscaras rituales o de algún tipo de teatro antiguo, volviendo anónimos a sus protagonistas.

Sus esculturas interrumpen en el espacio con una presencia totémica, siguiendo unas líneas muy similares a las de la pintura. Éstas me recuerdan el ballet de Oskar Schlemmer, donde el cuerpo de bailarines y bailarinas respondía a un dinamismo espacial que repercutía tanto física como psíquicamente en el espectador, proponiendo una nueva relación entre él y la obra, llevando los límites del arte hacia una experiencia total.  En piezas como Niña, Ying Yang y Tótem, la línea negra que dibuja los contornos de cada personaje otorga movimiento a las formas proponiendo diferentes atmósferas y personalidades; la primera, de tipo cómico–burlesco, mientras que la segunda adopta un carácter mítico-fantástico, y la última con un aura festiva-ceremonial. Otras obras, en cambio, utilizan la menor cantidad de elementos para su composición, escogiendo tan solo el negro como color principal. Dímelo con emojis y Boy Scout parecen ser una misma pieza en dos etapas diferentes de desarrollo: mientras las cabezas de emojis son un cúmulo de emociones congeladas en un instante de acontecimientos mucho mayores, el cuerpo del niño explorador parece estar preparándose para venerar a alguna divinidad, arrodillado en el suelo en espera de su aparición.

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Una de las piezas con mayor presencia en esta exposición es El Ciberpoeta, el único cíclope de esta colección. Su mirada parece indicar el más allá. Y aunque su postura es erguida, con los brazos firmes, los pies rectos y la cabeza en alto, me hace pensar que una de las características de este hombre espiritual es que está al revés; el suelo sólido debajo de sus pies se encuentra arriba, mientras que el suelo debajo de él es solo la preocupación y la percepción de la mente; su voluntad está conectada con el cielo y se encuentra en contacto inmediato con el mundo espiritual, de modo que él sabe cosas que la mente, su pensamiento, todavía no sabe. En la parte de atrás de su cabeza posee algo que parece ser un meteorito, lleno de cuarzo y pigmento, desde donde se accede al único ojo de la cerradura que abre la puerta al jardín de la conciencia. Él, es el universo.

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*Texto escrito para el catálogo de la muestra REM, de Martín Daiber, en The Intuitive Machine (Rafael Sotomayor 232, Santiago de Chile). Del 3 al 30 de agosto de 2019.

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Carolina Castro Jorquera

Nace en Chile, en 1982. Es curadora, y Doctora en Historia del Arte por la UAM, Madrid. Sus intereses están enmarcados por las relaciones que es capaz de establecer el arte con otras disciplinas como la ciencia y la filosofía, así como también con las diferentes dimensiones de la conciencia humana y su rol en la construcción de la historia y del presente.

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