FALSOS TERRENOS EN PEQUEÑAS DIMENSIONES: RODRIGO LOBOS EN DIE ECKE
El tópico de la memoria es hoy en día una constante en el arte contemporáneo. Muchos artistas trabajan a partir de sus memorias, personales o colectivas. Pretenden hacer del pasado un objeto que pueda ser trabajado desde la técnica, tal cual lo hace el discurso de la historiografía en su gestión de los acontecimientos remotos. Pero a la vez, esta actitud del arte tiene una contrapartida, más irónica y a la vez autocrítica.
Tal es el caso de Rodrigo Lobos con Memorias del Subsuelo, expuesta en Galería Die Ecke: un intento por trabajar desde el concepto de memoria, sin relatar historia alguna, sino que sobre lo que suponemos es dicho acto. Aquí, Lobos opera desde la gestualidad, que -como sabemos- está siempre ligada a una subjetividad que se expresa. En nuestro campo, los ejemplos de artistas que recurren al gesto para dar a entender una determinada expresividad sobran, y en el entorno local el valor de la mancha es un agente articulador para la historia del arte (o una metodología más bien).
La serie de obras que Lobos expone usa casi en su mayoría el vestigio de una manufactura artesanal, es decir, de una presencia anterior. Y a la vez, las formas adquieren un inquietante carácter orgánico similar al que Lobos viene trabajando desde el 2010 en su paso por el Hunter College de Nueva York. Es fácilmente reconocible la hermandad de El Estado Pastoral (2013) con Terrain of Interest (2012) y su tesis de grado The Rights, The Distance (2012), donde todas crean falsos terrenos en pequeñas dimensiones. Podríamos afirmar que la mayoría de su trabajo en este periodo es un gran arco experimental relativo a las superficies, los materiales y las sensaciones relativas a su percepción.
Y esto último nos abre la puerta de aquello que nos inquieta en las obras. La apariencia del detritus parece siempre predisponernos al rechazo y al asco, pero si comprendemos este concepto desde la geología, podremos establecer un vínculo con la idea estructural de la obra de arte, a saber, materialidad y sentido. En este caso, la acumulación de materiales que se han unido (el detritus propiamente tal) nos hablaría también de una acumulación de sentido, cuestión reforzada en la impronta gestual de los trabajos expuestos (que, como dijimos con anterioridad, suponen una historia previa).
Pero el hecho de que dos de estos trabajos sean impresiones digitales viene a tensionar la percepción de los materiales, aunque esto parecería ser sólo un juego para los espectadores que, aún detrás del vidrio, podemos seguir percibiendo aquel material resquebrajado y seco en sus múltiples capas.
Finalmente, dos imágenes nos inquietan por lo extraño de las mismas, pues son las únicas figurativas en la sala. La primera es un personaje risueño que se frota las manos de frente a las fotos que antes mencionamos, dándole la espalda al espectador que entra a la galería (la parte de atrás de este bloque de yeso tiene la misma apariencia orgánica que antes hablamos). Este no deja de recordarnos al antiguo Juan Verdejo usado por Dávila en La Perla del Mercader (1996). El segundo, es un mapa como los clásicos “mapas del tesoro” que aparecían en los dibujos animados (en sincronía con el risueño personaje anterior). En él, diferentes islas son conectadas por líneas punteadas, sólo que el premio final no son monedas u oro, sino que artefactos propios de la infancia: una bicicleta y una radio-cassette con audífonos. ¿Qué podemos pensar de esta imagen? Como aparece en el texto curatorial, la “localización” responde en este caso al “ejercicio de reconocer una posición dentro de un sistema para correlacionarlo a otras entidades, sean objetos o sujetos”. Y si relacionamos esto con la idea anterior relativa a la interacción del receptor con la obra de arte, se hace evidente que un mapa como ése lo que pretende es referirse a la actitud que los espectadores tomamos frente a una exposición, la cual es unir conceptos, formas y ubicaciones de tal manera que logremos darle el sentido esperado (por el campo) a aquello que de primera mano sólo parecería una colección de objetos disímiles. Es decir, lograr establecer un vínculo efectivo entre el objeto y el sujeto, y así alcanzar el tesoro.
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