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ALEJANDRO QUIROGA: LA BOCA LLENA DE SILENCIO

Tras la revisión crítica provocada por la gran explosión social de octubre de 2019, la obra del pintor Alejandro Quiroga (Santiago, 1967) viene a confirmar una serie de hechos sobre la realidad de nuestro paisaje-nación. Los parajes retratados en sus fotografías, grabados y acuarelas reflejan los resultados de los abusos contra el entorno.

La obra de Quiroga coincide justamente con los últimos 30 años de excesos que hoy se critican. Por lo mismo, su trabajo es contemporáneo con una serie de interrogantes históricas sobre el extractivismo, sobre la irracionalidad de la expansión inmobiliaria, y sobre la codicia de un sistema incapaz de mirar el paisaje sino como fuente de recursos. 

Su reciente muestra en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC) de la Universidad de Chile reúne buena parte de su producción más reciente, bajo la curaduría de Pedro Donoso y Kim Cole. En este post, compartimos un texto de Nathalie Goffard escrito para el libro La boca llena de silencio (editorial KBB), que acompaña a la exposición.

El artista y también músico Alejandro Quiroga preparándose para una jam session durante su exposición «La boca llena de silencio», en el MAC Parque Forestal, Santiago de Chile, 2021. Foto: Jorge Brantmayer

DE SIMULTANEIDADES Y PALIMPSESTOS

El objeto percibido estéticamente se muestra en un estado siempre transitorio. En ese estado, nada es tan sólo lo que es, sino que todo aparece a la luz de las relaciones y de las correspondencias que guarda con las demás cualidades sensibles, relaciones que varían a su vez tras cualquier cambio de las apariciones individuales.

Martin Seel

Sucede algo particular con quienes se ganan la vida creando cosas, ya sea un chef, un inventor, una artista o una escritora, entre otros: en estos oficios rara vez se logra separar la vida personal del trabajo. Es un privilegio al mismo tiempo que un problema, pues no existe siempre una frontera claramente delimitada entre lo laborioso y lo placentero; lo funcional y lo ocioso; la contemplación pasiva y la percepción activa. Ese estado de vigilia tiene algo de esquizofrénico o de personalidad múltiple, ya que se tienden a solapar dimensiones de realidades y porque eventualmente, todo (nos) sirve: nos desplazamos siempre atentos al entorno, a lo que rodea nuestro cotidiano, a lo que oímos y vemos, a lo que escuchamos y leemos. Alguna vez un amigo escritor me dijo: “¿Hace cuánto que no lees un libro sin un lápiz?” En efecto, nunca se sabe cuando puede aparecer una buena idea: es lo que se conoce como serendipia. Mas, esta aparición no es casual o accidental, surge porque se está buscando algo activamente –aunque sea otra cosa-, porque se está dispuesto y abierto a ello. Bien lo aconsejaba Picasso: cuando lleguen las musas es mejor que te encuentren trabajando…

En realidad, esa simultaneidad y multiplicidad perceptiva no es patrimonio exclusivo de los creadores, es asimismo propia de toda experiencia estética. Es necesaria para poder ver el mundo de otra forma, pues como bien lo asevera Martin Seel:

Podemos mirar al cielo para ver si va a llover, o para atender al aparecer del cielo. Podemos mirar el charco para evitar mojarnos los pies, o para contemplar en él el reflejo de los edificios. […] Todo está allí. Podemos responder de forma estética a todo y a cada cosa que está presente de algún modo a los sentidos; o podemos abstenernos de ello.[1]

En otras palabras, el “aparecer estético” depende de nosotros, consciente o inconscientemente. Sin embargo, está lejos de ser una operación simple, condicionada esencialmente por nuestro bagaje cultural, nuestra biografía y el contexto en el que nos encontramos.

Vista de la exposición «La boca llena de silencio», de Alejandro Quiroga, en el MAC Parque Forestal, Santiago de Chile, 2021. Foto: Jorge Brantmayer
Vista de la exposición «La boca llena de silencio», de Alejandro Quiroga, en el MAC Parque Forestal, Santiago de Chile, 2021. Foto: Jorge Brantmayer

Hay ciertamente lugares y ocupaciones laborales que demandan más de nuestra parte esa capacidad de ver las cosas de otro modo. Hay de hecho, pocos espacios que requieran tanta mediación de parte del humano como el paisaje, ya que en estricto rigor, éste es y no es un territorio. Todo paisaje es una porción de espacio, pero no todo espacio es paisaje, ni siquiera toda la naturaleza es paisaje –aunque así lo entiendan geógrafos, urbanistas o ambientalistas-. A decir verdad, aunque los conceptos mutan y se desplazan, el paisaje pertenece originalmente al arte. No se trata aquí en ningún caso de una reivindicación territorial, sino de recordar y aclarar que el arte sigue siendo uno de sus principales catalizadores: con la literatura, la pintura, el cine, la fotografía, etc. Habría también que recordar, como lo asevera Michael Jakob, que el paisaje “es lo que es”[2], gracias al desarrollo de las técnicas y tecnologías modernas: desde la ventana, las herramientas para la puesta en perspectiva, los tubos de pintura al óleo, el tren, la cámara fotográfica, el automóvil, hasta incluso el GPS.

Se ha dicho ad nauseam que el paisaje es un constructo cultural. Asimismo, se ha afirmado que hoy en día es un imaginario vehiculado más por la industria del turismo, la publicidad y las redes sociales, que por las artes. Sin embargo, no hay que olvidar que el paisaje primero fue boceto, dibujo, cuadro, relato o poesía y hasta nuevo aviso, ni los medios de comunicación, ni el ciberespacio han instalado un imaginario paisajístico que le sean propios, solo han recuperado lo que se hizo y se sigue haciendo desde hace siglos.

En algún momento, el paisaje pasó a ser entendido, entre otros, como territorio geográfico, capital cultural, bien de consumo, patrimonio o hito nacionalista y ya no solo como una experiencia y representación estética. Tenía razón Frank Lloyd Wright al decir que la mutación es la única característica inmutable del paisaje. Era entonces lo esperado, ya que ni los conceptos, ni los imaginarios son estáticos, pero hoy más que nunca, el paisaje de los geógrafos y de los turistas difiere del de los artistas, poetas y novelistas. Sin querer enaltecer en demasía a los creadores, la historia ha demostrado que muchas veces estos han pensado antes que los pensadores o han filosofado antes que los filósofos. En efecto, el pensamiento no puede renovarse si el mundo no se deja ver de otra forma. Como lo afirma Patrice Maniglier, no solamente las técnicas de figuración se traducen en mutaciones metafísicas, sino que el pensamiento abstracto no puede constituirse a menos que se desarrollen nuevas formas de producir imágenes[3].

Dicho de otro modo, el paisaje de los artistas puede ser “feo”, inhóspito, estándar; puede no ser ecológico o ético; puede tan solo ser algo común y corriente, como lo han demostrado los paisajes entrópicos de Robert Smithson, los lugares de la globalización de Andreas Gursky o las carreteras de Jack Kerouac. Es sin duda mucho más difícil ver paisaje ahí donde no hemos aprendido a reconocerlo como tal. Esos paisajes, retomando la anécdota inicial, están más cerca de la serendipia, en el sentido que, para encontrarlos, hay que estar abierto a ellos, en los momentos y lugares menos esperados. La experiencia estética en territorios banales y sin interés es ciertamente un acto de imaginación, de disociación, algo alucinatorio. No es lo mismo descubrir paisajes en parajes espectaculares en el paréntesis de unas vacaciones, que percibirlos en una carretera o en nuestro vecindario. Decía, hay algo de personalidad múltiple en esa forma de ver el mundo, como una suma de películas o más bien, de palimpsestos.

Vista de la exposición «La boca llena de silencio», de Alejandro Quiroga, en el MAC Parque Forestal, Santiago de Chile, 2021. Foto: Jorge Brantmayer

Compartimos con Alejandro Quiroga ese gusto por los paisajes anodinos -él los llama “anti-paisajes”-. Compartimos también, él como artista, yo como ensayista, esa capacidad palimpséstica de sumar estratos mnémicos y capas de realidad, obsesiones y reiteraciones, sacándole partido a los años vividos para reinventarnos y crear, mirando el pasado a la vez que el futuro, sin el ímpetu de la novedad absoluta. Ambos sabemos bien que no se crea a partir de la nada. De hecho, fueron justamente mis redundancias conceptuales sobre el concepto de palimpsesto y mi fascinación por los “paisajes sin interés” -tópicos sobre los cuales he reflexionado y escrito anteriormente- las que lo llevaron a invitarme a escribir, no sobre él, ni sobre mí. Quería que le hablara como “filósofa-artista-madre-mujer sobre lo que me importaba en la relación entre arte y paisaje”. Pues, esta cita bien resume mi punto de vista:

En la actualidad, el paisaje es un elemento donde se pueden reconocer los límites entre el mundo físico y fenomenológico que la visión ilustrada había separado. El paisaje representa una metáfora capaz de simbolizar la superación de la diferencia entre forma y contenido, un lugar o límite en el que se sobreponen imagen y realidad. El paisaje supera la vieja distinción entre objeto y sujeto y representa una armonía generalizable de valores estéticos, económicos, afectivos, emocionales, culturales…

Esa es la belleza del paisaje.[4]

Vista de la exposición «La boca llena de silencio», de Alejandro Quiroga, en el MAC Parque Forestal, Santiago de Chile, 2021. Foto: Jorge Brantmayer
Vista de la exposición «La boca llena de silencio», de Alejandro Quiroga, en el MAC Parque Forestal, Santiago de Chile, 2021. Foto: Jorge Brantmayer

¿Es la borrosidad de los límites del paisaje lo fascinante de él? Es y no es. ¿Dónde empieza, dónde termina? ¿Cuáles son sus bordes, cuál es su superficie? Es como si fuera una puesta entre comillas o, eventualmente, entre paréntesis: siguen siendo las mismas palabras pero se cambia el registro del discurso. Es como si el paisaje fuera un palimpsesto. Es decir, algo así como las páginas sobrescritas y reutilizadas de los antiguos códices, esas mismas que nunca se podían borrar del todo ya que conservaban rastros de los escritos anteriores. En realidad, éste es una buena metáfora de la imposibilidad de hacer tabula rasa, del acto mismo de crear y de la capacidad de ver paisaje. Ninguno sucede “desde cero”, siempre se trata de nuevas combinatorias o de bisociación, como decía Arthur Koestler, quien entendía la creatividad como una conexión entre marcos de referencia posiblemente incompatibles. Así, para este autor, el humor, los descubrimientos científicos y la creación artística son los tres comportamientos humanos donde este proceso aparece.

Si tuviéramos que graficar la bisociación en la experiencia del paisaje, sería justamente en el acto de percibirlo donde no se le espera, donde incluso no es bienvenido: en los terrenos baldíos, los suburbios, las zonas industriales, las autopistas, las canchas deportivas, los estacionamientos o los vertederos. Ahora bien, cuando este tipo de paisaje aparece ante nosotros, no hay espectacularidad, aún menos experiencia inaugural o trascendental: es en los bordes, en los contactos y los empalmes, entre lo que ya no es y lo que está siendo, lo que no es y lo que deviene, donde aparece la magia.

Bien lo decía el poeta Paul Valery: lo más profundo que hay en el hombre es la piel. Parafraseándolo, yo diría, que lo más profundo que hay en el territorio es el paisaje.

Vista de la exposición «La boca llena de silencio», de Alejandro Quiroga, en el MAC Parque Forestal, Santiago de Chile, 2021. Foto: Jorge Brantmayer

[1] SEEL, Martin, Estética del aparecer. Buenos Aires, Katz Editores, 2010, pp.58-59.

[2] JAKOB, Michael, “Metacritique de l’omnipaysage” En LUNA, Toni y VALVERDE, Isabel (Dir.as); PUIGBERT, Laura y BRETCHA, Emma (Eds.), Teoría y paisaje: reflexiones desde miradas interdisciplinarias, Olot, Observatorio del Paisaje de Cataluña; Barcelona, Universidad Pompeu Fabra, 2010.

[3] MANIGLIER, Patrice, La Perspective du Diable. Figurations de l’espace et philosophie de la Renaissance à Rosemary’s baby, Nice, Actes Sud/Villa Arson, 2010, p.32.

[4] QUESADA, Santiago, “La memoria del paisaje”, 14 de agosto 2007, Disponible en http://santiagoquesada.com/archivos/1170

Nathalie Goffard

Chile, 1975. Teórica del arte y ensayista en el campo del arte contemporáneo y los estudios visuales. Sus áreas de investigación se centran principalmente en la fotografía y el paisaje. A la fecha ha publicado una treintena de ensayos para catálogos de exposición, libros de artistas, textos curatoriales y artículos, tanto a nivel nacional como internacional. Es autora de los libros “Imagen criolla, prácticas fotográficas en las artes visuales de Chile” (Metales Pesados, 2013) e “Intramuros. Palimpsestos sobre arte y paisaje” (Metales Pesados, 2019). Se ha desempeñado como docente universitaria en programas de pregrado y posgrado y es profesora en diversos talleres, seminarios y diplomados. Ha sido curadora de exposiciones individuales y colectivas, entre las que destacan «Territorios Fronterizos» (Santiago de Chile, 2014, M100) y «Llegar Después» (Santiago de Chile, 2013, Die Ecke Arte Contemporáneo).

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