DEL ARTE, LA NATURALEZA Y LAS MUJERES
Por Rossina Cazali | Curadora
La presencia de la naturaleza en la sociedad guatemalteca es avasalladora. Es tal su magnitud, que muchas veces es considerada como el equivalente de un bastión que nos sostiene. Su paisaje, geografía, fauna y flora han sido motivos para los relatos épicos, la base de imaginarios literarios mayenses, las alegorías turísticas y la retórica de los emblemas de corte nacionalista.
Por siglos, la naturaleza y sus elementos han sido los móviles de innumerables cantos, poesía e identidad. Pero la realidad es un golpe. Propensos al afecto e idealización, esos imaginarios de naturalezas abundantes y primaverales no corresponden con la alarmante crisis ambiental que estamos atravesando. Como si no bastaran los problemas sociales de violencia extrema y racismos que venimos arrastrando desde hace siglos, acentuados en períodos recientes, en Guatemala las industrias extractivas están generando una situación social y económica que solo apunta a la catástrofe.
Las actividades mineras, los monocultivos, los secuestros de vías fluviales para la irrigación de éstos y otros ejes de expoliación extrema de recursos se han instalado en el país fomentando la conflictividad. No pareciera haber voluntad política para resolver situaciones como la del caudaloso Río Motagua en Guatemala, el cual arrastra diariamente toneladas de desechos que desembocan en el Caribe hondureño, formando islas de basura altamente contaminantes.
Estos modelos de extracción se imponen y reproducen aceleradamente como mitos de desarrollo. Desde el quehacer ciudadano, han surgido proyectos y formas de activismo en defensa del medio ambiente, pero parecen estar condenados a la criminalización y falta de empatía que necesitan para expandir su voz sobre problemáticas que sencillamente, como sociedad, no queremos ver.
De tal manera, Del arte, la naturaleza y las mujeres, en el Centro Cultural de España en Guatemala (3 de agosto al 2 de noviembre, 2024), es una exposición que abre no una sino varias reflexiones sobre esta actualidad aterradora, y surge con una pregunta central: ¿cuál es el aporte de las mujeres, desde el arte, en torno a la naturaleza y su crisis?
Como parte del proyecto en red titulado Derecho de vida. Miradas ecofeministas en el arte, lo primero ha sido preguntarnos quiénes aportan esas miradas desde el arte en Guatemala y cuáles son los esfuerzos reales que las sustentan. En realidad, resulta difícil reconocer colectivos artísticos o voluntades individuales que demanden de manera sistemática desde el arte un mundosostenible y respetuoso con el medio ambiente o movilicen situaciones que ayuden a cuestionar esa cultura jerárquica que considera que unas vidas valen más que otras.
No obstante, esta exposición muestra valiosas miradas desde los trabajos de 18 mujeres que fueron seleccionadas por sus perspectivas únicas y su interés sobre la intrincada relación entre los seres humanos y la naturaleza, sobre las capacidades metafóricas de los materiales a los que recurren para aludir al tema.
En ese sentido, en conjunto, sus obras ofrecen un rico tapiz de expresiones que resuenan profundamente con los tiempos contemporáneos, explorando nuestra conexión con los animales y la naturaleza de formas sorprendentes. También emergen como primeras miradas después del periodo trágico de la pandemia y resaltan la urgencia de repensar nuestro lugar en este mundo ante lo que se avecina o lo que estamos viviendo en el presente.
Podríamos repasar las mitologías y recorrer las antiguas huellas de las mujeres en los procesos de desarrollo humano y comunitario, desde su propia experiencia maternal y en el cómo llegó a ser poseedora y guardiana de conocimientos sobre los ciclos del clima y la luna para asegurar las cosechas. Hay mucho de poesía en el entendimiento de las mujeres sobre las propiedades medicinales y alimenticias de las plantas que aseguraba la supervivencia de la comunidad. Hay un peso innegable en el modo como las culturas erigieron deidades femeninas que se veneraban. También hay una explicación de su devaluación en el curso civilizatorio de las colonizaciones, las industrializaciones y patriarcados.
Pero esta exposición, en un sentido de especificidad local, se basa en las historias y los diálogos que 18 artistas, de distintas generaciones, emprenden con diversos motivos de la naturaleza. Testimoniar o narrarnos contribuye a visibilizar la complejidad de nuestra presencia como mujeres en la sociedad.
Para adentrarnos en el panorama del ecofeminismo, en y desde el arte de Guatemala, propusimos hacer un primer repaso de la historia, para detectar a aquellas creadoras que han trabajado desde el entrecruce entre arte y naturaleza. También ha sido importante considerar las premisas del ecofeminismo como corriente de pensamiento y de activismo que analiza y actúa críticamente los modelos de vida ecocida, patriarcal, capitalista y colonial, así como proponer miradas alternativas para poder revertir esta guerra contra la vida. ¿Coincide una cosa con la otra? ¿Basta mostrar interés por la naturaleza para considerarnos artistas ecofeministas?
En ese sentido, lo primero que notamos en el recorrido de la exposición es que el conjunto de obras tiende a desmantelar los estereotipos construidos por la historia del arte local. Por mucho tiempo, ese relato relacionó, irremediablemente, la pintura de naturalezas muertas y las flores como temas casi exclusivos de las mujeres.
A pesar de que la historia recoge nombres de artistas como Antonia Matos, Carmen L. Pettersen, Rina Lazo o Wilfreda López Flores, entre otras, como referentes de la mirada femenina sobre temas de la naturaleza, es perceptible que la manera de explicar sus esfuerzos se vincula de manera casi exclusiva a la apología del entorno natural. Hacer una relectura de sus trayectorias es un gran pendiente que podría darnos pistas de cómo ellas dialogaron con ese paisaje o los recursos.
A principios del siglo XX, por ejemplo, Antonia Matos fue reprimida por el dictador, el general Jorge Ubico, después de una exposición de pinturas de desnudos masculinos y femeninos que había realizado en París. Posteriormente, se refugió en la pintura de paisaje y los elementos del trópico para huir del escrutinio público. Los grabados en linóleo de Wilfreda López son poco conocidos y generalmente relegados a una curiosidad y oficio autodidacta. Pero la riqueza de su imaginación, proveniente de las formas naturales, es innegable.
Desde perspectivas diversas, tocando intereses estéticos, artesanales, científicos, académicos, poéticos o políticos, el conjunto invita a generar una conversación amplia y, ojalá, exenta de miradas convencionales. En ese sentido, la exposición se construye desde la libertad de abordar una cronología no lineal. El diálogo intergeneracional, entre mujeres de distintas épocas y mundos nos interesa. La naturaleza, a final de cuentas, es la sobreviviente y el centro de dicha conversación.
De tal manera, el recorrido inicia con un grupo de dibujos y acuarelas tomados del libro A Pocket Eden, Guatemalan Journals, 1873-1874, basado en el diario de la botánica Caroline Salvin. De origen inglés, Salvin arribó a Guatemala en pleno siglo XIX acompañando a su esposo Osbert Salvin. Caroline Octavia Salvin, nacida en Inglaterra en 1838, fue la primera mujer en este territorio que se ocupó de observar y hacer registros en acuarela de la flora de Guatemala y Centro América.
También se incluyen en la muestra dos litografías de la reconocida acuarelista Carmen L. Pettersen. Nacida en Guatemala a principios del siglo XX, Pettersen es una de las figuras más relevantes del panorama artístico local. Su aporte se sustenta en una serie de acuarelas basadas en la vestimenta tradicional de distintas comunidades mayas, además de un extenso registro de la flora y entornos naturales de la Bocacosta guatemalteca.
Muchos de sus paisajes, de amplias vistas de los volcanes de Agua, Fuego y Acatenango, así como de plantaciones de la costa sur, son evidencias de los cambios de ese paisaje a partir del intenso trabajo agrícola en las grandes propiedades de una de las zonas más ricas del país. Con su extraordinario manejo de la acuarela, su precisión visual sobre formas y colores, Carmen L. Pettersen aportó un imprescindible catálogo de imágenes que dan cuenta de la variedad de especies que conforman las casi desaparecidas selvas de la costa sur del país.
La serie de dibujos titulada Recuerdos del planeta Tierra, de Margarita Azurdia, aporta un enfoque particularmente holístico y nostálgico sobre el tema de la naturaleza. Conocida especialmente por sus obras geométricas y esculturas fantásticas, Azurdia representa en esta serie de finales de los 90 dibujos extremadamente sintéticos que intentan expresar la esencia de los seres vivos, la fragilidad del medio ambiente y la importancia de sus cadenas de sobrevivencia y la relación de nuestros cuerpos con estas.
Marilyn Boror Bor acude a una conversación de carácter político con la pintura: la representación de la mujer indígena en el arte y la historia. Sobre un lienzo blanco, Boror Bor replicó la obra Tierra fértil, y posteriormente lo cubrió con pintura acrílica blanca. Tierra Fértil fue el único mural al fresco que la artista guatemalteca Rina Lazo realizó en el país en el año 1954. Este fue encargado originalmente para decorar el comedor del Club Italiano en Guatemala.
En un periodo de remozamiento, el mural fue cubierto con pintura blanca y, al conocerse el despropósito, fue rescatado por la Universidad de San Carlos de Guatemala y reubicado en el auditorio del Museo de la Universidad de San Carlos (MUSAC). El día de la inauguración de esta muestra, fue raspada con lija por la artista y otras mujeres mayas para develar la reproducción elaborada por la artista.
La acción sugiere una metáfora de la historia del arte en Guatemala, en particular, según Boror Bor, “la historia de las mujeres artistas y los pueblos mayas que históricamente han cuidado y resguardado la naturaleza, el conocimiento ancestral del territorio y la cultura. […] El indígena es borrado por la mujer blanca, la mujer blanca es borrada por el hombre blanco, el hombre blanco borra el territorio y sigue contando la historia. Su historia”.
Como complemento de la primera sala, la artista Cecilia Porras Sáenz realiza una intervención directa sobre la pared con barro. Además de aludir a los arquetipos sobre la exotización del trópico, la artista también exponeuna reflexión sobre la crisis climática y cómo ésta incide sobre la percepción de ese trópico, el cual ya no es únicamente amigable, cálido o paradisíaco sino un territorio de desprotección con efectos trágicos.
En un acto simbólico, gestual y coreográfico, su intervención con barro, utilizando solo sus manos, se va construyendo a través de varios días. De la acción de pintar con el cuerpo se va asomando un muro de texturas densas y dibujos ramificados, sugerente de la gran capacidad de la naturaleza de reciclarse en formas tan descontroladas como orgánicas.
Marie Noëlle Fontan, nacida en Francia, concluye el recorrido de la primera sala con una extraordinaria serie de tejidos que combinan hilos y elementos naturales tales como semillas, tuza, tunas, vainas y cortezas de palma de banano. La relación de la artista con Guatemala data de los años 80, cuando comenzó a viajar constantemente al país y estableció una relación con tejedoras expertas.
La cosecha de Fontan está sujeta a ciertas reglas que ha establecido: nunca recoge plantas que aún estén vivas. No corta ni altera nada para crear una falsa sensación de simetría. Honra los patrones, formas y texturas repetitivos de la naturaleza que nunca son idénticos, pero a menudo son insistentemente similares. La exposición otorga un lugar de importancia a la semántica del tejido de Fontan y da cuenta de los entornos naturales que la artista habita y recorre con la paciencia del botánico.
En la segunda sala de la exposición nos encontramos con la obra de Ana Werren titulada Iteraciones de la materia en el tiempo. Consiste en dos impresiones digitales tomadas de diapositivas pertenecientes al archivo de su padre. Con el paso del tiempo y la humedad, los hongos fueron invadiendo la imagen original. Werren aprovecha la distorsión para evocar una lectura de los fenómenos de la imagen fotográfica, como algo aliado a procesos orgánicos e impermanentes.
Inés Verdugo expone diferentes momentos de su proyecto Fragmentos de dulce hogar. A través de un video de 2018, en cámara rápida, muestra lo que fue el proceso de deterioro de una casa construida con ladrillos de panela. La casa, de un metro cuadrado, fue literalmente consumida por millones de abejas y los efectos del clima, exponiendo así la idea insostenible del arquetipo del hogar perfecto.
En su video titulado Colorando las hebras, de 2011, Sandra Monterroso registra la acción de teñir hilos y posteriormente decolorarlos en la corriente de un río. A manera de ritual, evoca tareas tradicionales pertenecientes al universo del tejido, pero también sugiere el territorio geográfico y las corrientes de ríos que sirvieron para desaparecer a tantas mujeres durante el Conflicto Armado Interno en Guatemala.
Alejandra Hidalgo, también vinculando su expresión artística con el agua, presenta un video donde se registra la celebración de danzas acuáticas a la manera de las prácticas conocidas como janzu y aguahara. Estas prácticas, consideradas artes terapéuticas, invitan a realizar una meditación en movimiento dentro del agua, y promulgan como objetivo el reencuentro con la esencia individual. Como una extensión de su práctica artística, Hidalgo profundiza en estas formas de movimiento para conectarse con sus capacidades expresivas, meditativas, curativas y holísticas.
Caligrafía de la destrucción es uno de los muchos capítulos que componen la Serie los creadores de Lourdes de la Riva. Sobre una mesa con forma de vitrina, de la Riva expone innumerables fragmentos de madera apolillada que obtuvo de parales de las ruinas de una casa de finales del siglo XIX. En el taller de la artista, fueron seccionados para ser expuestos en la vitrina a manera de glifos o caligrafías de significados infinitos. Estos también sugieren los túneles de los insectos como gran metáfora de los procesos de memoria, sujetos al deterioro.
Camila Fernández Juárez presenta tres lienzos de manta a los que titula ¡Siempre la mesa! Estos son intervenidos con acrílico y, en lugar de pincel, la artista utiliza las puntas de plantas aéreas conocidas como Tillandsias usneoides. Lo que se imprime, de manera abstracta, son los trazos de las tillandsias, su escritura, las formas que surgen aleatoriamente en un intento de conversación.
En la tercera sala, el monumental video de Regina José Galindo titulado Tierra recibe al visitante con una denuncia clara e inevitable sobre nuestra historia reciente. Realizado en 2013, el video recoge uno de los más emblemáticos performances de la artista. La figura desnuda y hierática de la artista, en el centro de un campo abierto, va quedando en un estado de soledad y fragilidad al tiempo que una gigantesca excavadora va hundiendo sus dientes en la tierra para retirar poco a poco enormes porciones de tierra.
En este acto simbólico, la artista hace alusión a la importancia que tuvo la tierra y las distintas estrategias que aplicó el ejército de Guatemala durante el Conflicto Armado Interno para despojar a los agricultores de sus propiedades. La más conocida fue la práctica de llamada Tierra Arrasada, en la cual soldados y patrullas de defensa civil violentaban a las comunidades indígenas, destruían todo a su paso además de violar, torturar y asesinar a los habitantes de las aldeas. Según uno de los testimonios escuchados durante el juicio por genocidio (2013) contra los generales Efraín Ríos Montt y José Mauricio Sánchez Rodríguez, “muchos cuerpos fueron enterrados en fosas comunes que hoy forman parte de la larga lista de evidencias que confirman el hecho”.
La brutal poética de la obra de Galindo contrasta con dos piezas de la artista Paula Nicho Cúmez. Queremos vivir e Imox son los títulos de dos pinturas ejecutadas en la mejor tradición pictórica y formal de Comalapa. En ellas, Nicho Cúmez recrea formas de la naturaleza que se integran a cuerpos de mujeres y viceversa. En estas imágenes de carácter fantástico y onírico, la artista expresa la fuerza de la comunidad y la energía de ríos, lagos, tierra, aire, volcanes o montañas, y rinde homenaje a todas las mujeres y hombres que son protectores de la madre naturaleza.
En la misma sala, Olga Reiche exhibe una serie de tejidos que representan la labor que ha desarrollado por más de 36 años junto a artesanas y artesanos de comunidades de Alta y Baja Verapaz, principalmente. Considerada una de las mayores especialistas en teñidos naturales, la obra colaborativa de Reiche traduce su preocupación por la sostenibilidad ambiental y artesanal como fuerza impulsora.
INDIGO es el nombre de su estudio y tienda de tejido y teñido, el cual funciona como punto de encuentro y como fuente de planificación y creación para muchos proyectos textiles.En la exposición se presenta una serie de blusas tejidas en telar de cintura, con hilos teñidos con cochinilla, palo de mora e índigo natural. En una sintonía cómplice, las piezas son realizadas por Olga y las tejedoras Delia Cuz y Matilde Pop de Sanimtaca, Alta Verapaz.
En concordancia con los telares de Reiche, Andrea Monroy Palacios presenta su obra titulada Curandera, una especie de rebozo, capa, tejida a mano con hilos teñidos con plantas que sugiere la unidad orgánica entre materia y cuerpo. “Además de la acción de tejer, se involucra la acción de trenzar, que da a la pieza la cotidianidad de un acto que practicas contigo mismo o hacia los demás y que para mí le otorga cualidades humanas”, indica la artista.
Concluyendo este segmento, el espectador se encuentra con la obra Ser colectiva, ser descentralizada, una escultura blanda de la artista Jamie Denburg Habie. La pieza, una trenza de lana que evoca el esqueleto de una serpiente, cuelga de manera sinuosa desde el techo. A lo largo de la trenza, aparecen espaciados una serie de huesos con forma de letra «O», sugiriendo una conexión entre lenguaje, cuerpo, pensamiento y emoción. Alude, además, a la epigenética, el sistema que permite la transmisión de memorias colectivas, heredadas en una línea continua desde las primeras células o cargas eléctricas que impulsaron el origen de la vida. Según la artista, “la escultura es una partitura cuya lógica, más allá de invitar al público a leer cada hueso como una O, está abierta a interpretaciones diversas”.
Como complemento del proyecto expositivo, la artista Mena Guerrero presentó Membrana, una acción corporal y sonora que explora la permeabilidad selectiva de las membranas. En esta performance, la artista imagina el movimiento y el sonido de los organismos vivos que habitan su cuerpo y transitan límites a través de membranas. Mediante la voz, concebida aquí como una membrana vocal, y el uso de una tela como piel, Guerrero realiza movimientos que evocan el adentro y afuera, la inhalación y exhalación, el abrir y cerrar; gestos que son esenciales y propios de la vida misma.
Como comenté al inicio, la exposición no intenta hilar un recorrido cronológico estricto. Se abre como un ejercicio simbólico, que convoca conversaciones con nuestro entorno natural y sus futuros posibles. La manera en que, por ejemplo, Lourdes de la Riva conversa con las termitas sugiere la posibilidad de generar un nuevo pensamiento ecológico, que conduzca a la coexistencia, la empatía y formas más respetuosas de habitar el planeta.
En el sentido artístico y de creación contemporánea, esta muestra nos lleva a explorar las implicaciones de temas poco conocidos, como la post naturaleza y la redefinición de la actividad y la existencia humana en relación con otros seres vivos con los que compartimos el planeta. En específico, es un primer mapa de formas de arte pensadas desde el ingenio de 18 artistas mujeres que coincidentemente se interesan en elaborar poéticas que implican a la naturaleza y su corporalidad femenina de maneras orgánicas.
Si hay algo de revolucionario, eco activista y feminista en este diálogo es el deseo compartido de que las indagaciones creativas -con todo y nuestras dudas, contradicciones y temores- produzcan una relación renovada y simbiótica con todas las especies y nuestro entorno. Es decir, arte con energías compartidas y consecuencias reales para nuestro planeta.
Rossina Cazali (Guatemala) es curadora e investigadora independiente. Estudió Teoría del Arte en la Universidad de San Carlos de Guatemala y fue directora del Centro Cultural de España en Guatemala entre 2003 y 2007. Ha curado bienales internacionales y exposiciones en Latinoamérica, Estados Unidos y España. En 2010, recibió la beca John Simon Guggenheim para la investigación, y en 2014 fue galardonada con el Premio Prince Claus en reconocimiento a su trayectoria como curadora y ensayista de arte contemporáneo (Ámsterdam). Junto a Anabella Acevedo, obtuvo la beca de investigación de la Fundación Jumex en 2017 (México); ambas cofundaron Proyecto Laica en 2015 y organizaron el simposio Pasos a Desnivel en 2019. Además, fue coordinadora del simposio El día que nos hicimos contemporáneos (MADC, Costa Rica, 2014). Ha colaborado como visionadora de fotografía para PhotoEspaña y el proyecto Página en Blando (México). En 2022, fue curadora de la exposición Margarita Rita Rica Dinamita en el Museo Nacional y Centro de Arte Reina Sofía e integró el grupo asesor del MUAC (UNAM, México) de 2020 a 2023. En 2023, fundó el colectivo Investigadoras de Arte y Cultura en Guatemala y curó la exposición Margarita Azurdia, un universo documentado para La Nueva Fábrica, en Antigua Guatemala (2023-2024).
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