AGOTAR LO POSIBLE. PLACERES MUNDANOS DE CUYO HIJO SERÁ
La sala de exposiciones de Kiosko Galería (Santa Cruz de la Sierra) exhibió hace un par de meses lo más reciente de Cuyo hijo será, pseudónimo del artista visual y fotógrafo Aldahir Montaño Flores. Sus intervenciones son conocidas por la exploración de lo cotidiano, el ánimo lúdico y el humor mordaz. Con esta muestra titulada Placeres mundanos, el artista boliviano continúa indagando en los vestigios de un futuro que aún no ha llegado. Una muestra acotada, exenta de altas pretensiones, seguramente otra modesta insolencia.
Su procedimiento ya es conocido: el artista recolecta objetos del ámbito doméstico –zapatos, cajas de cerveza, chamarras, balanzas, botellas de agua–, e incluso partes de obras desechadas por otros artistas, para destacar el lenguaje inherente a esos objetos a través de su manufactura rudimentaria, y proceder a ensamblarlos.
Esta operación duchampiana, que despoja a los objetos de su funcionalidad, busca construir una narrativa que aporte nuevos significados sobre lo identitario. A diferencia de una denuncia del absurdo de la época, su propuesta nos revela una conexión con el agotamiento: un cierto tipo de hartazgo e invocación a la renovación.
La muestra se estructuró en torno a una instalación central: una cruz cristiana de más de dos metros de altura, formada por cajas de Cerveza Paceña. La sala donde se instaló es un lugar de paso hacia la biblioteca de Kiosko Galería y las oficinas del piso superior. En ese trayecto, los visitantes se topaban con curiosos ensambles de objetos y el video en loop de una mujer perreando incansablemente al ritmo de un reggaetón. Más que una exhibición, una intermitencia de lo real. Una Iglesia Rave. En esta entrevista, el artista nos cuenta de este proyecto y su visión acerca de cierto agotamiento en el arte contemporáneo.
¿Qué es lo primero que podrías comentarnos sobre esta nueva muestra?
Bueno, en esta exposición soy Cuyo hijo será, y representa una especie de renacimiento para mí, mi regreso al arte. También retomo algunas cosas antiguas que ya había trabajado. Aunque no las había presentado formalmente en galerías, sí lo hice en contextos más informales, como en fiestas, por ejemplo, en el espacio Saqra Collective, durante un festival que acogió al DJ ecuatoriano MalaFama.
La obra de la cruz hecha con cajas de cerveza, por ejemplo, ya la había mostrado en esa ocasión. En esta obra hablo de la reverencia al alcohol, algo muy propio de nuestra cultura boliviana. Claro, el ícono de la cruz se ha usado innumerables veces en el arte, pero lo que yo aporto es la presencia de la marca Paceña. Lo que hago responde a estéticas ya procesadas, dialogo con lo que ya se ha hecho, con la historia del arte.
Caminemos un poco la exposición… ¿Cómo te imaginaste el recorrido para el visitante?
La idea es que la luz y la música conecten todo. Para mí, es como un “after”, tal cual como en la vida nocturna. En el video que mostramos en el televisor, le pedí a una amiga que grabáramos un clip de ella perreando hasta agotarse. La idea era crear un loop de perreo continuo, algo así como deshacer el perreo que, al final, se convierte en el cuerpo mismo. Así, la exposición tiene que ver con esas experiencias, la fiesta, el desgaste físico, y ese tipo de sensaciones.
Es interesante que tú mismo lo planteas como un ejercicio modesto, como un “after”, algo que no se tiene que realzar.
Sí, exacto, lo veo tal cual. Para mí esta exposición funciona de esa manera.
Probablemente esa debería ser la actitud del arte contemporáneo en general hoy en día.
Sí, exactamente. Eso se puede notar también en los soportes que elegí para la exposición. No quería usar los tradicionales pedestales; son otro tipo de soportes más rústicos. Uno de ellos, por ejemplo, es una cosa que quedó de una exposición anterior. Tampoco quería luces puntuales que indicaran dónde están las obras. Por eso hay una sola luz general roja en toda la sala. Lo que une todo es la luz y la música.
Le doy mucho valor a esa agilidad de construir algo con tres objetos que están en mi cuarto, o con dos cajas de cerveza. También, claro, es porque no contamos con muchos fondos para hacer cosas sofisticadas, así que se trabaja desde la precariedad, siendo más elocuente con lo mínimo.
De un ambiente nocturno de boliches y fiestas con bailes intensos, a una reconocida sala de exhibición en Santa Cruz: son dos mundos que frecuenta Cuyo hijo será. Jugando con los códigos de luces y sonido de una sala rave, arma su instalación, pero elige como principal soporte material el espacio de Kiosko Galería. El artista no se ha limitado a descontextualizar ciertos objetos para exhibirlos en una sala de arte; ha extraído la atmósfera misma de un antro popular y la ha convertido en el contexto de la exposición Placeres mundanos.
Buscaste trastocar la experiencia de los espectadores en la sala, es una atmósfera inusual en una exposición.
Sí, la idea era crear una especie de catedral, con su cruz y, además, los atributos de lo que llamo una ‘iglesia rave’ [risas]. De ahí viene el perreo. Y estas botellas, que representan la esperanza, aparecen drenándose. Es algo muy simple, en realidad. Últimamente he estado trabajando con músicos y productores que intentan crear con solo tres cosas.
Es como un metalenguaje: ir en contra de la sobreproducción. En lugar de complicarlo todo, se trata de hacerlo muy simple, pero sin desmerecer el proceso mental que viene antes. Le doy mucho valor a esa agilidad de construir algo con tres objetos que están en mi cuarto, o con dos cajas de cerveza. También, claro, es porque no contamos con muchos fondos para hacer cosas sofisticadas, así que se trabaja desde la precariedad, siendo más elocuente con lo mínimo.
¿Qué representa esta exhibición dentro de la secuencia de avance de tu obra en los últimos años?
Esta exposición es un repaso personal y una revisión de mi lugar dentro del arte. Estoy trabajando con elementos de mi cotidianidad, como mi chamarra, zapatos o incluso mi cabello, objetos que hablan de mí y del cuerpo, algo central en mi obra. Mi trabajo empezó ligado al retrato y autorretrato en la performance, y eso lo externalicé en objetos, que siguen performando sobre el cuerpo. Esta muestra es, en esencia, una reflexión sobre mí mismo como artista en este contexto. Y creo que también viene de que estoy repensando lo espiritual.
Claro, lo espiritual. Al final de cuentas, el arte es un acto que nos comunica sobre lo que no se ve a través de objetos y estrategias que sí se pueden ver, ¿verdad?
Sí, exactamente. Para mí, esto tiene que ver con una experiencia reciente: conocí las iglesias de las Misiones de la Chiquitanía, a las que no había ido antes. Me impresionaron mucho esas construcciones, lo barroco, toda la parafernalia. Sentí que quería replicar un poco de eso en mi trabajo, creando especies de altares, pequeños altares. Es una forma de traer esa espiritualidad a lo que hago.
Reconozco que son cosas que ya se han hecho hace treinta o cincuenta años. Yo estoy consciente de eso; al final, son cosas de las que me alimento y que repercuten en mi obra, como seguramente les pasa a los otros artistas.
¿Qué percepción tienes de la obra de José Ballivián? Veo en tu trabajo ecos y afinidades muy claras.
Para mí, José Ballivián ha sido desde el principio un referente importante como artista boliviano, junto con Iván Cáceres, Andrés Pereira Paz, Andrés Bedoya y otros que repercuten en mi trabajo. Con Ballivián tenemos nuestra problemática, como que pensó que lo estaba copiando. Sin embargo, creo que lo mío es más desde lo local, Santa Cruz. Yo soy insolente a la hora de tomarme cosas prestadas.
Por ejemplo, tengo esta obra de un Ekeko desnudo fallido, originalmente de Roberto Unterladstaetter. Era una copia defectuosa, y considerando que es un Ekeko del despojo, la intervine mezclándola con el gatito de la suerte de China. Le puse una manito en la panza, creando un híbrido entre objetos que dan suerte de China y Bolivia. No tengo miedo de usar y reinterpretar lo existente. Estoy dialogando con la historia del arte boliviano.
Reconozco que son cosas que ya se han hecho hace treinta o cincuenta años. Yo estoy consciente de eso; al final, son cosas de las que me alimento y que repercuten en mi obra, como seguramente les pasa a los otros artistas.
Tu postura es cercana a lo que indica el curador Nicolás Bourriaud sobre la postproducción, donde la mayor parte del arte contemporáneo se basa en la reutilización de elementos ya existentes, similar a los DJs que crean itinerarios personales a partir de música ya creada.
Sí. Ya está todo hecho, pensado, manufacturado y transitadísimo. Lo que yo hago es más bien un regurgitar [risas], un reflujo. Esa es mi propuesta artística a nivel formal. Conceptualmente, me interesan temas como el cuerpo y la identidad, especialmente en relación con el ser boliviano, una pregunta constante entre los artistas contemporáneos en Bolivia. Por eso incluí el libro y la cocineta en la exposición. En Santa Cruz, muchos entienden lo “trucho” como lo que allá se llama lo “chojcho”. Aunque tanto Ballivián como yo trabajamos desde una perspectiva periférica y nuestros contextos son diferentes, creo que compartimos algunas preguntas similares.
De camino a casa, después de esta grata conversación, recordé un texto curatorial de Joaquín Sánchez sobre una exposición de José Ballivián, donde decía:
El capitalismo ha logrado definitivamente su meta: adelgazar ese tiempo-futuro hasta el mínimo, hasta el hecho de que ese futuro es ya tiempo-presente. Estamos de pleno en el reino de lo “post” y ya es hora de que este prefijo se conjugue con el paradigma del arte contemporáneo para saludar a una nueva época: el arte post-contemporáneo.
Este texto corresponde a la exposición Tiempo presente (CCELP, Bienal SIART, 2018). El nuevo paradigma al que aludía Sánchez se caracteriza por el fin de las viejas premisas que giraban en torno a la tesis del capital. En un contexto de transición hacia sociedades postdemocráticas, la esencia humana se desvanece como para hablar de identidad, dando paso a delirios de post-identidad en medio de la hibridez. Un mundo que muta, una forma de arte que se ha agotado, un cansancio.
No es una fatiga ni es la resignación lo que se mueve en las entrañas de Placeres mundanos, sino una invocación de lo posible después del agotamiento. Es el acto de cocinar unas combinaciones hasta su extremo y dejar que estallen, para trastornar su naturaleza. Es una muestra modesta, concebida bajo el deseo de “agotar lo posible”, moviéndose desde la decepción hacia un estado de sorpresa donde pueda emerger un nuevo régimen de lo posible. Hacia ese porvenir ya anunciado en la anterior exposición del artista, Arqueologías de un futuro divergente (2021).
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