TODO EL FUTURO POR DELANTE: BIENAL INTERNACIONAL DE ARTE DE VALPARAÍSO
El retorno de la Bienal Internacional de Artes de Valparaíso (BIAV) ha sido el gran titular en la cartelera de este otoño. La reposición de este antiguo certamen artístico —que durante la dictadura militar fue uno de los pocos respiraderos donde se pudo tomar contacto con la realidad de otros espacios y artistas— ha logrado cruzar el pasado remoto por obra y gracia de la administración municipal, reviviendo algo de la gloria de esta ciudad deteriorada.
Un esfuerzo considerable, sin duda, pero que, después de 30 años desde su extinción en plena democracia, levanta algunas preguntas. En primer lugar, ¿cuál es el efecto de una bienal de arte en el contexto actual de la ciudad? ¿Se puede confiar en un certamen así para abrir una nueva mirada y estimular una recuperación? Seguramente, las respuestas a estas preguntas no se podrán constatar tras el cierre de esta primera edición, pero ya es mucha responsabilidad cargar tanto peso sobre las prácticas artísticas. Por lo pronto, tras un recorrido por los espacios principales que albergaron las obras, se puede tener una idea del presente. Esto es lo que hay, parece haber querido decirnos la Bienal.
Un compromiso contra la historia
Por lo general, las bienales nacen con una vocación de lugar y se reproducen a través de distintas propuestas de trabajo que brotan de un esquema curatorial. En el caso de Valparaíso, bajo el lema Territorios y ciudadanías críticas, se propuso la acción coordinada de un esquipo formado por tres curadores: uno encargado de la sección internacional (Hernán Pacurucu), una a cargo de la sección nacional (Karen Pazán) y una tercera curadora como responsable de la sección local (Paula López Droguett). A estas tres personas les correspondía ejecutar un despliegue de obras e intervenciones en distintos espacios de la ciudad, con el objetivo de sembrar las semillas para una cosecha colectiva.
Por alguna razón, la reposición de la Bienal fue promovida con insistencia como un compromiso histórico con el encuentro artístico celebrado entre los años 1973 y 1994 y que, en aquel entonces, logró vadear distintas censuras en un país en dictadura. Esa misma disposición política adoptada contra el apagón militar fue, quizá, lo que llevó a extinguir el certamen una vez repuesta la democracia: la Bienal era una forma de contrapoder y, cuando cesó la tiranía, se disolvió su trabajo de confrontación política. Es una hipótesis. En cualquier caso, fue una forma de ensayar el apalancamiento político y la búsqueda de un cambio. ¿Cuál es, en cambio, la situación actual?
Promovida por la Municipalidad de Valparaíso como una cita abierta, la Bienal parecería hoy ser la oportunidad de reinstalar la agenda artística en una ciudad que sufre un serio deterioro. Aquí, el arte se convertiría en bandera de lucha para levantar el vuelo. Cabe, sin embargo, reconocer que buscar el fulgor en tiempos pasados, por mucha posmodernidad que podamos añadir a la fórmula, suena poco chispeante.
Por otra parte, la organización de un encuentro artístico de esta naturaleza, incluso si hubiera congregado a las más altas figuras, no basta para cubrir las falencias políticas del momento en la ciudad. Naturalmente, la gloria de antaño no volvió y el lavado de imagen municipal no consiguió eliminar los rayados que cubren toda la ciudad. Sin embargo, pese a los roces y desacuerdos, pasaron muchas otras cosas. En Valparaíso, confiar en lo inesperado es, tal vez, la única manera de entregarse a un ejercicio de esta naturaleza.
En el Parque Cultural de Valparaíso
El primer logro de la BIAV fue conseguir una acción concertada entre distintos espacios de la ciudad. Valparaíso tiene una alta densidad de agentes relacionados con las distintas prácticas artísticas. En este caso, enfocada en las artes visuales, la Bienal logró un momento de autonomía aparente que permitió trabajar con toda una legión de artistas visuales.
Tres grandes espacios albergaron las distintas muestras. En el caso de la denominada selección oficial, expuesta entre el 19 de abril y el 19 de mayo en el Parque Cultural de Valparaíso, se incluyó a más de 60 autores. Con certeza, este fue el montaje de mayor voltaje, en el que convivieron distintas generaciones de artistas con trabajos en formatos variados. Ya en el nivel 0 del edificio se podía encontrar la pieza escultórica de Juan Cristóbal Pulido como una máquina trilladora de otro campo.
Pero ya dentro de la sala, el visitante podía encontrarse con una atractiva oferta de toda una variedad de temas y formatos que trataban de instalar una propuesta curatorial muy amplia. Nunca se sabe si una proposición curatorial es para seguirla como un conjuro o para eludirla en nombre de la investigación. En este caso, Territorios y ciudadanías críticas inspiró a luchar en un amplio campo de batalla, que incluyó la emancipación del cuerpo, la reivindicación de las formas populares, la lucha contra la opresión capitalista, la recuperación de la ética indigenista, el comunitarismo tecnológico y la reconexión con la tierra, por nombrar algunos tópicos. Dicho así, parecería imposible plantearse una ruta única. Por eso, la Bienal se mostró como un montón de apariciones personales que buscaron armar individualmente su cometido. La suma de las partes… equivale a la BIAV.
Dentro del Parque Cultural, 60 obras. La visita a la galería principal seguía un recorrido por distintas generaciones. Francisco Rivera Scott, justamente homenajeado por su trayectoria, afirmaba su apelación a la plástica geométrica, en lo que parecía también una conversación subterránea con obras como el destacado tríptico de José Pemjean que impugna la especulación inmobiliaria.
En la pared opuesta, la pintura terrosa de grandes dimensiones de Katerina Gutiérrez convertía el espacio en un campo minado, un exabrupto de terrones en claro contraste con otras obras sobre el paisaje, como el fino trabajo en pintura de Mara Santibáñez. Distintos enfoques, distintas temáticas, distintas generaciones.
Ciro Beltrán y Klaudia Kemper, representantes de una generación perdida, como alguna vez se les ha nombrado, participaron con piezas textiles de enfoques muy distintos. Klaudia con su cuerpo como encarnación invertida del territorio de Chile, Ciro con el enigma de la distribución de una gran moqueta en tonos rojos.
Al avanzar, encontramos la obra del artista local César González Agüero, quien recibió el segundo lugar en la premiación de la Bienal por su trabajo Retazos de ciudad, una pieza elaborada con materiales simples que redefine la perspectiva sobre Valpo y sus desgracias. Otra alusión a la ciudad golpeada por el conflicto apareció en las fotos de Rodolfo Muñoz, centradas en las fachadas de los edificios blindados de Valparaíso, algunos de los cuales aún conservan su coraza desde el estallido ocurrido hace casi cuatro años. Ciudad de cuerpo atravesado por el conflicto y la precariedad, Valparaíso joya oscura y violenta, una cita de otros tiempos y también de estos. La BIAV fue, en muchos casos, un reflejo de lo que hay… y de lo que falta.
En el tramo final de la sala se encontraba la obra ganadora del certamen, El mar entrará lentamente, una cautivante composición audiovisual del territorio costero central de Chile, registrado desde la altura. Cada ciertos glitches o parpadeos sutiles, el video muestra la impactante realidad inmobiliaria de un país cuyo borde marino se ha transformado en una falsa piscina calipso, que se extiende a los pies de grandes pirámides habitacionales. ¿Qué civilización es esta?, parece preguntar la obra de la fotógrafa Paloma Villalobos.
Otra obra de arte medial destacada es la de Mauricio Román, ubicada en la sala adyacente a la galería principal. La instalación inmersiva utiliza haces de luces en movimiento en una sala oscura, creando una trama lumínica inspirada en la estructura de un micelio. Un sistema de conexiones audio-sensibles abiertas para incitar la participación de los visitantes.
La sala Laboratorio del Parque Cultural, justo frente a la galería principal, albergó una de las instalaciones más cautivadoras de la bienal. Ignacio Gutiérrez Crocco utilizó ese amplio cubículo de cemento para presentar su dispositivo escénico habitable: un poliedro hecho de tela que invita a entrar y participar de una experiencia audiovisual que recoge las vivencias de las comunidades lafkenches en el lago Budi durante el terremoto de 1960. La conexión entre la forma arquitectónica, el recogimiento y la tecnología inmersiva ofrecieron en esta instalación un relato que entrelaza la antigua voz de la tierra con un presente atravesado por las dudas sobre la resistencia de la naturaleza frente a nuestra colonización.
Una nueva nave y museo tradicional
Una de las novedades de la Bienal fue la muestra internacional realizada en el edificio La Nave. Después de años de estar deshabitada, esta gran construcción ubicada en una esquina de la Plaza Sotomayor, centro cívico de la ciudad, fue remodelada y acondicionada para albergar distintas oficinas municipales. Visitar este inmueble recuperado de su largo letargo fue en sí mismo una experiencia novedosa.
Una sala en el área de acceso acogió un gran número de obras, muchas de ellas textiles. Allí, en un círculo colgando al centro de la sala, Guillermo Grez dispuso sus figuras de vestidos negros ornamentados con pintura blanca, evocando una procesión inspirada en motivos chilotes. El montaje, ya de por sí saturado, estaba acompañado por muchas otras obras en una confusión escénica poco esclarecedora. Forzando la vista hacia lo alto, destacaba una gran impresión del Loro Coirón, grabador e ilustrador imprescindible en la mitología folclórica de la ciudad porteña.
A una altura más apropiada, un colorido mosaico textil de los artistas argentinos Chiachio y Giannone venía a poner algo de perspectiva en esta abrumadora congregación. También en La Nave, siguiendo esta línea del arte textil, se exhibió el vestido de grandes dimensiones confeccionado por Ximena Zomosa con participación colectiva.
El resto de la exposición, distribuido por los cinco pisos del edificio siguiendo la caja de escalera, permitía echar una mirada furtiva a las entrañas de la maquinaria funcionarial que alberga las oficinas del Juzgado de Policía Local y el Departamento Municipal de Turismo, entre otras dependencias. Las pinturas de Víctor Castillo, con su ironía rebelde, resultaban un contrapunto interesante al jugar con la solemnidad de un lugar destinado a consolidar la operativa de la ciudad.
Otro aspecto que prometía ser interesante fue la invitación a visitar las galerías y espacios que forman parte de VAC – Valparaíso Arte Contemporáneo, los cuales operan con diferentes enfoques. Esta red incluye lugares como la Fundación Santos Chávez, que alberga el trabajo del ilustre grabador que le da nombre al espacio, hasta Worm, una “cantera de arte independiente” que ha promovido la interacción entre prácticas visuales sin descansar en un único propósito. Un total de 18 galerías fueron incluidas en la lista. En muchos casos, el resultado fue más simbólico. Sin embargo, el gesto subraya la idea de mezclar sin tapujos espacios y artistas diversos.
La mixtura también se manifestó en el Museo de Bellas Artes Palacio Baburizza, donde una veintena de obras se reunieron en un montaje tan desprolijo como entusiasta. La disidencia se hizo presente en algunas apariciones, como Señorita Ugarte y su collage Matrixxx feminista o la video performance Nacer ceniza, morir maleza de Diego Argote que, con la intervención del cuerpo desnudo en el espacio público, marca un momento de dislocación especialmente evocador en un espacio tradicional como el Baburizza.
De este modo, se evidencia el contraste con la versión estilizada del cuerpo en las obras de la colección pictórica del Baburizza. Además, el cuerpo como territorio asume la bandera de una tradición sin tradición, un cuerpo sin cuerpo, y un campo sin jugadores, como se observa en el grabado de Roberto Acosta, donde el rastro de marcas incisivo permanece como una jugada suspendida.
Siempre hay futuro por delante
El hecho de haber tenido otras once ediciones precedentes entre 1973 y 1994 es algo del pasado. El mérito de la actual Bienal hay que buscarlo en un escenario muy distinto, en una ciudad de carácter patrimonial, moldeada por la globalización postdictadura, que ha abierto sus fronteras y acelerado los intercambios culturales. Situarse en este momento de la historia en una ciudad como Valparaíso abre la posibilidad de explorar opciones que van más allá de la nostalgia.
Lo que hemos leído a través de este relato, elaborado tras un recorrido por sus principales espacios, no se detiene en todos los y las artistas que participaron (pido disculpas), ni invoca todas las contradicciones que seguramente surgieron durante el proceso de creación de un evento de esta magnitud (no pido disculpas).
Ahora bien, es pertinente recordar esa pregunta que la curadora brasileña Lisette Lagnado planteó para la 27° Bienal de São Paulo: ¿cómo vivir juntos? En este sentido, y por lo pronto, la Bienal Internacional de Artes de Valparaíso ha establecido conexiones significativas, permitiendo la convivencia entre diversos espacios y generando expectativas que ahora deben ser cumplidas.
Celebramos la posibilidad de construir una plataforma que propicie momentos inesperados y reflexiones que desafíen los discursos partidistas y las consignas, para dar paso a nuevas interrogantes. Vivir en tiempos críticos nos obliga a pensar, ver y comprender de manera diferente.
Tras celebrar la llegada de la Bienal, hay que llevarla adelante, hacerla zarpar hacia una navegación crítica. Confiamos demasiado en que todo va a salir mal era el título de la instalación y performance presentada por Andrea Novoa y Daniel Bajoit. Demos vuelta a ese enunciado de cierre para empujar este encuentro colectivo de artistas que ahora mira hacia el año 2026.
La Bienal Internacional de Artes de Valparaíso (BIAV) se presentó entre el 19 de abril y el 16 de junio en diversos espacios de la ciudad puerto. Puedes revisar toda la información en detalle en su sitio web.
También te puede interesar
IX ENCUENTRO DE MUSEOS DE EUROPA E IBEROAMÉRICA
Con motivo de la celebración de la feria de arte ARCOmadrid 2020, el Museo Reina Sofía organiza el IX Encuentro de museos de Europa e Iberoamérica: Musealidades alternativas: experiencias y diálogos, un encuentro entre...
ALEJANDRO LEONHARDT: SU APARENTE FRAGILIDAD SÓLO REHUSABA LA MONOTONÍA
La galería Louis 21, en Palma de Mallorca, presenta la primera individual en España y en la galería de Alejandro Leonhardt (Puerto Varas, Chile, 1985). A través de una minuciosa puesta en escena, el artista destraba críticamente…
¿DÓNDE ESTÁN LOS CHILENOS? SOBRE EL VIAJE Y LA BÚSQUEDA
Enrique Flores me contactó un día para que escribiera sobre su nuevo proyecto: una travesía por Chile llamada Buscando Chilenos. En ella quería conectarse con una imagen de nuestro país que aún no existía,...