
MATILDE BENMAYOR: NIGREDO. LA INCONTINENCIA DE LA IMAGINACIÓN FORMAL
El trabajo de Matilde Benmayor es intrigante. Fascinada con la forma, se ha instalado como una de las artistas más relevantes de su generación, sin tener ninguno de los tics o seguir ninguna de las modas y tendencias de sus coetáneos –ni formalismo vacío ni activismo conceptual–. Para algunos su estrategia corre paralela a la de un avestruz: se pierde en pulsiones y búsquedas excesivamente personales. Para otros, las esporádicas salidas a la luz son verdaderas luminarias en la escena local: distintas, frescas y motivantes, sus imágenes no temen retomar la conocida idea neoplasticista de la belleza sublime de la síntesis –Mondrian & Co–, sin perder de vista que las leyes ortogonales pueden romperse con el placer hacia lo abierto y orgánico –de Sophie Taeuber-Arp a Eva Hesse–.
El trabajo que reúne en Galería XS bajo el título de Nigredo consiste en una serie de volúmenes cerámicos de mediano y pequeño formato, acompañados con serigrafías. La muestra es escueta, limpia y lúdica; dispuestas en un muestrario, las formas superan su abstracción y se entregan a la imaginación de los visitantes. Los objetos son gráciles, invitando al tacto, con suaves texturas y colores que se mueven entre la dualidad de lo rígido y lo dinámico. Con este repertorio personal y acotado, el espectador es invitado a moverse en un universo de múltiples combinaciones.
Lo central del asunto, en definitiva, lo radical de la propuesta de Matilde Benmayor, se encuentra alojado en la imaginación de quienes visiten la muestra. Lo que propone la artista es un extraño ejercicio de liberación y voluntarismo –Worringer hablaba del origen de la abstracción bajo la premisa de lo ancestral y primario–: considerar el mundo como el resultado formal del simple juego originario del sujeto con la materia. Lo incierto, lo nebuloso, lo indeterminado, todos productos ejemplares de la relación con la serie, con lo limitado y con lo modular –algo que Pablo Rivera había explorado en su proyecto Purgatorio en los noventa del siglo pasado–.
Nigredo hace referencia a uno de los momentos más oscuros y dramáticos del místico proceso de la alquimia: la putrefacción y oscuridad a la que llega la materia antes de la emergencia de la belleza y luminosidad del oro (los capullos de las mariposas simbolizan lo mismo en el mundo natural). Al situarse en ese instante exacto del proceso, las formas evocan y despiertan las más insólitas asociaciones: erotismo, organicidad o mutabilidad, son sólo palabras que sirven para describir la punta de un iceberg que oculta y esconde deseos y pulsiones provenientes de esa simpleza radical. Bajo el agua, en ese helado fondo marino, la psiquis humana, al igual que el mundo natural, ha enterrado las más maravillosas conformaciones inconscientes –basta volver al origen de la imaginación como capacidad de mutación y transfiguración de lo real–.
Matilde Benmayor ha propuesto una metodología nueva y atrevida. Abrazar el encierro, el silenciamiento de los prejuicios y voces que discurren a ras de suelo para palpar las napas subterráneas que muchas veces no tienen otro lugar de vaticinio y expresión que el arte. Sus exposiciones suelen ser el resultado de una vertiginosa manera de olvidar el sentido nítido y conceptual del arte actual. A su vez, todo parece indicar que el centro del problema se encuentra alojado en la forma, uno de los más antiguos baluartes de las artes visuales. Creo que es hora de prestarle atención a este nuevo tipo aún indefinido de reflexión sobre la forma. Esquivarla sería evitar enfrentarse con ese terrorífico momento de oscuridad máxima. Invito a dejar que la incontinencia de la imaginación se esparza con la mayor de las libertades. Qué verá la de cada uno, esa es una pregunta para ser respondida en otra ocasión.
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