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YOSHUA OKÓN. PUNTO(S) CIEGO(S)

El sábado 18 de mayo, en vísperas de una manifestación de la Marea Rosa, movimiento conformado por partidarios de los candidatos opositores a la candidatura de la presidencia de 2024 en México, se anunció que las autoridades habían dividido el zócalo con vallas metálicas. Unos días antes, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) se había tomado el zócalo con decenas de carpas y tiendas de campaña en espera del diálogo con el Gobierno Federal, tras haber rechazado su propuesta de aumento salarial del 10%.

El zócalo es el espacio público más importante de la Ciudad de México. Es más, es el centro político, social, cultural y simbólico del país, donde se ejercen el antagonismo y la disidencia en diálogo con las instituciones que gobiernan al país. Es el escenario de la democracia. Resulta que el domingo 19, simpatizantes de la Marea Rosa retiraron violentamente las vallas que protegían el campamento de los maestros inconformes, quienes bloqueaban más del 30 por ciento de la plaza. Al parecer, los simpatizantes de la Marea Rosa redujeron el espacio de los docentes por medio de enfrentamientos violentos, apropiándose del espacio.

El enfrentamiento y las vallas divisorias colocadas en el Zócalo materializan la fragmentación y polarización de las luchas políticas que caracterizan al panorama político en México y en el resto del mundo. Esta fragmentación es fruto de la pluralización de las demandas políticas en la era neoliberal, marcada por el surgimiento de grupos de la sociedad civil que cabildean en nombre de sus propios intereses o agendas.

Esta fragmentación es el trasfondo de la simulación de la democracia y de la transformación del antagonismo en un campo de cultivo de polarización individualizada, azuzada por el advenimiento de líderes neopopulistas. El origen de esta situación se remonta a figuras como Benjamin Netanyahu (2003) y Donald Trump (2016), quienes se permitieron mentir y descalificar a sus opositores, abriendo la puerta a la era del predominio de la posverdad o de la proliferación de verdades relativas. Esto ha destruido la posibilidad del consenso y del antagonismo constructivo, erosionando la esfera pública.

Esto viene de la mano del inminente fracaso del valor iluminista de la universalidad como garante de salvaguardia de derechos de los habitantes humanos del planeta, y de la diseminación de una nueva sensibilidad woke o “despierta” por todo el mundo. Mientras que lo social se híper-mediatiza en las redes sociales, los algoritmos crean burbujas de información personalizada diseñadas para mantenernos en bucles de datos, encerrándonos y aislándonos de lxs otrxs. Esta situación está obliterando la posibilidad de compartir significado y, por lo tanto, de compartir al mundo y encarar los problemas urgentes, más allá de las ideologías identitarias o la especificidad de ciertas luchas privatizadas.

Yoshua Okón, Punto ciego: 1, 2024. Óleo sobre tela, 220 x 160 x 7 cm. Foto: Erick López. Cortesía de Proyectos Monclova

En este contexto, la serie de pinturas de Yoshua Okón, titulada Punto ciego (2024), inspirada tanto en las pruebas del profesor Shinobu Ishihara para detectar el daltonismo como en los experimentos pictóricos de figura-fondo de la doctora Lucy Somers, plantea una provocadora analogía entre las limitaciones biológicas de la percepción visual y las limitaciones cognitivas en la percepción diferenciada del mundo, en relación con las ideologías que están gestando la polarización contemporánea.

A partir de experimentos con imágenes y colores, la Dra. Lucy Somers concluye que nuestro cerebro ha evolucionado eficientemente para procesar la extrema cantidad de información sensorial que recibimos a cada instante, dándole forma a la realidad a través de lo que ella llama la “adaptación sensorial”.

La adaptación sensorial procede a partir del procesamiento predictivo, es decir, nuestras percepciones están conformadas por predicciones basadas en nuestras propias experiencias; en otras palabras, la percepción es la puesta al día de variaciones generadas por experiencias novedosas. A través del “procesamiento predictivo”, creamos significado a partir de un delicado equilibrio entre la percepción (sensing) y las expectativas o la predicción.

Las diez pinturas de Okón de esta serie, que se presentan en Proyectos Monclova hasta el 8 de junio, se basan en el principio de las “placas inversas” del test de Ishishara para diagnosticar el daltonismo. Vemos en cada una un fondo negro intenso difuminado sobre el cual aparecen puntos de varios colores de una paleta consistente. Cada pintura esconde una letra y, en su conjunto, la serie forma una frase. Dependiendo de cada persona, las letras son percibidas y la frase leída, revelando “puntos ciegos” en la visión de algunxs de lxs visitantxs de la exposición.

La teoría de la Dra. Lucy Somers de la “adaptación sensorial” es comparable al esquema de la percepción elaborado por el filósofo Gilles Deleuze, inspirado en Henri Bergson y en su conceptualización de la conciencia como análoga a una placa oscura en la que se revela una imagen. Tratando de dar cuenta de la incipiente mediatización de la realidad en los años 60, Deleuze no hace una distinción entre las imágenes que percibimos empíricamente y las imágenes que percibimos en el cine, televisión o fotografías.

Yoshua Okón, Punto Ciego, 2024. Vista de la exposición en Proyectos Monclova, Ciudad de México. Foto: Erick López. Cortesía de Proyectos Monclova
Yoshua Okón, Punto Ciego, 2024. Vista de la exposición en Proyectos Monclova, Ciudad de México. Foto: Erick López. Cortesía de Proyectos Monclova

Para Deleuze, la percepción y la memoria están hechas de memorias almacenadas que contienen virtualidades escondidas que deben ser actualizadas. En el proceso de su actualización, flujos mecanizados de recuerdos o de cadenas de imágenes son invocados. Deleuze define la memoria no como la acción de recordar, sino de actualizar las virtualidades escondidas contenidas en una imagen.

Según el filósofo, una imagen nunca está en el presente; lo que está en el presente es lo que la imagen represente para quien la percibe. Pero ya que la imagen está conformada por relaciones temporales, no puede ser reducida al presente, o a la representación. Cada vez que la imagen se actualiza, se invocan flujos mecanizados de recuerdos o cadenas de imágenes haciendo que la percepción sea siempre diferenciada y vaya variando de acuerdo a la la experiencia de la sujeta[1].

Al igual que para Deleuze y Bergson, para Lucy Somers la percepción se construye a partir del equilibrio entre la combinación de expectativas (lo que está almacenado en la memoria en el reino virtual) y la nueva experiencia sensorial (la actualización de recuerdos a través de un estímulo). Es esta interacción la que genera la percepción o el significado.

Punto ciego, de Okón, señala las limitaciones en la percepción visual derivadas de la predeterminación de la cognición visual y, por ende, de la predeterminación biológica de los individuos que condiciona sus formas de percibir y generar significado. Es decir, ilustra cómo hay aspectos de la realidad que no podemos ver individualmente aunque los tengamos frente a nosotros, pero que son percibidos por otras personas con capacidades cognitivas o experiencias vividas distintas a las nuestras.

Las redes sociales hoy en día moldean la realidad, y muchos han perdido la fe en la posibilidad de compartir una realidad consensuada, de generar significados en común. Nos encontramos ante situaciones de polarización visceral individualista o de derecha, que se ha convertido en policía plural del pensamiento y de la libertad de expresión. Esta vigilancia se ejerce tanto desde las autoridades institucionales y estatales como por parte de líderes políticos, pero también por una masa de individuas ofendidas que acechan los espacios de debate, las aulas de clase, la libertad de expresión, y los lugares de creación y diseminación de pensamiento y conocimiento.

Yoshua Okón, Punto Ciego, 2024. Vista de la exposición en Proyectos Monclova, Ciudad de México. Foto: Erick López. Cortesía de Proyectos Monclova

Las voces de autoridad o expertisse, las obras de arte complejas, la expresión matizada del pensamiento, la movilización pro-Palestina, están siendo cancelados bajo acusaciones de supuestamente representar al suprematismo blanco o al heteropatriarcado, por ser ofensivos, antisemitas o por no estar lo suficientemente woke o despiertos.

Sin duda, el wokismo de nuestra época representa un desafío a la autoridad y un descontento, pero también es síntoma de la falta de herramientas para articular demandas más allá de la queja individualizada. Esto nos lleva a plantearnos la pregunta de si el wokismo intenta censurar verdades alternativas que amenazan a los individuos acostumbrados a las verdades filtradas por sus burbujas algorítmicas y construidas dentro de sus sectas identitarias.

En este momento de crisis de representación y representatividad a nivel global, de florecimiento de los populismos y de censura, de destrucción de la esfera pública y de la posibilidad del consenso, ¿sería justa una comparación con los fascismos de los años 30?

El filósofo Alberto Toscano apunta que, si bien se repite la historia de una sociedad que se vuelve autoritaria frente a la crisis económica y paralizada ante el cambio climático, el fascismo de hoy en día carece del respaldo de un movimiento de masas con la utopía como motor[2]. Es decir, no se trata del fascismo de derecha que surgió en los años 20 como reacción a la amenaza inminente de la política revolucionaria de izquierda.

Más bien, el fascismo contemporáneo se gesta en una sensibilidad que retiene la fantasía racial del renacimiento nacional del fascismo original. Este se manifiesta como una reacción a la homogeneización cultural de la globalización, a las olas masivas de migración y a la crisis económica. Ha puesto en circulación frenética un pseudo-discurso de clase racializado e individualizado, exacerbado por el miedo, la incertidumbre y el incumplimiento de los sueños prometidos por el desarrollo y el consumo.

El discurso y espacio de enunciación «woke», además, emergen de los lugares comunes de la política liberal de izquierda, de la promoción de la diversidad como forma de politización que acompañó al neoliberalismo, y de la figura de la víctima que busca resarcimiento de sus derechos humanos violados.

Yoshua Okón, Punto Ciego, 2024. Vista de la exposición en Proyectos Monclova, Ciudad de México. Foto: Erick López. Cortesía de Proyectos Monclova

El anonimato moderno de las masas se contrarresta con la exacerbación de la visibilidad individual, sobre todo en redes sociales. Las figuras de emancipación política traídas por el modernismo del obrero y campesino revolucionarios reaparecen como “los pobres”, “los olvidados”, “las víctimas” (de racismo, violencias de género, despojo), como emblemas de una modernidad fallida. Esto dibuja una utopía de resarcimiento individualizado sin trascendencia, gestada en la pobreza espiritual y material.

Las identidades contemporáneas son pobres por estar generadas por el consumo y sustentadas en valores falsos, impulsadas por un deseo auto-exhibicionista basado en la inflación del yo – un yo que capitaliza sus heridas y traumas para generar visibilidad — y en la autoafirmación como una forma de empoderamiento.

Pululan en la psico esfera actual los “yoes” soberanos que ansían diferenciarse del resto reafirmándose en su identidad, cultivados por la brecha psicótica entre la identidad factual y las identidades construidas en las plataformas de redes sociales. En este contexto, el multiculturalismo global se desliza rápidamente hacia el fundamentalismo identitario, creando totalitarismos sin Estado, privados y fabricados localmente a la medida.

La serie Punto ciego plantea la pregunta de si la predisposición a los fascismos históricos y presentes resulta de un predeterminismo biológico-cognitivo y si es inevitable e inmutable, sobre todo en el contexto que acabo de describir de polarización, wokismo y neopopulismos. Pero también me hace dudar si el futuro estará construido por afinidades ideológicas o redes de supervivencia. De cualquier manera, se hace evidente que es necesario trascender el simulacro de lo político para transitar las ruinas de la modernidad.

Vista de la exposición “Multitud en renta: DEMO | Juan Obando + Yoshua Okón”, en Museo Espacio, Aguascalientes, México, 2022-2023. Foto cortesía de los artistas

Demo (2023), una obra hecha por Okón en colaboración con Juan Obando, es una simulación de lo político que toma como punto de partida el “Astroturfing”, o el servicio que proporcionan compañías especializadas para producir marchas en el espacio público y hacer que parezcan genuinas y espontáneas. Estas agencias trabajan con medios de comunicación para producir noticias virales con imágenes impactantes para atraer seguidores de movimientos sociales falsos para perseguir propósitos políticos o comerciales. Se trata de una forma de tecnología explícitamente diseñada para manipular nuestra percepción y sentido de la realidad.

Para Demo, Yoshua Okón y Juan Obando contrataron los servicios de Crowds on Demand, una de las compañías expertas en “Astroturfing”, para organizar una protesta pública en Phoenix, Arizona. A diferencia de otros clientes, las demandas de los artistas son ilegibles, o más bien, están hechas de un verde digital. Su gesto es al mismo tiempo silencioso y un lugar vacío para llenarlo de contenido, apuntando así a la ambivalencia como una forma de consenso, y a la indistinción, la posibilidad de reemplazo e irrelevancia de las demandas de los movimientos sociales.

En su teoría de la percepción, Deleuze considera el potencial de virtualidades escondidas en la conciencia de cada sujeto, las cuales pueden y deben ser actualizadas por nuevas percepciones. Una percepción nunca es una “representación” de significado inamovible, sino que está compuesta por flujos de cadenas de imágenes infinitamente invocables.

Frente al hecho de que los líderes neopopulistas gobiernan movilizando las pasiones de su electorado, capitalizando sus puntos ciegos para generar polarización, se abre un nuevo campo de resistencia: invocar nuestras capacidades para generar significados de forma colectiva y encontrar formas de compartir un mundo que está al borde de la extinción masiva de la vida humana y no humana en el planeta. Trascender al simulacro de lo político para volver a experimentar con nuestras capacidades de organización colectiva. De ello depende nuestro futuro.


[1] Deleuze, “The Brain is the Screen,” 290.

[2] Alberto Toscano, Late Fascism: Race, Capitalism and the Politics of Crisis (London and New York: Verso, 2023)

Irmgard Emmelhainz

Historiadora del arte, traductora, escritora e investigadora independiente. Es docente en la Escuela Nacional de Escultura, Pintura y Grabado La Esmeralda y desde 2015 ha colaborado como tutora y docente en SOMA. Ha sido invitada a impartir seminarios, conferencias y cursos a instituciones de talla internacional y sus ensayos y trabajos sobre cine, arte, política y cultura han sido traducido a más de una docena de idiomas, incluyendo el indonesio, francés, árabe y chino. Entre sus publicaciones destacan "El cielo está incompleto: Cuadernos de viaje en Palestina” (Taurus 2017, Vanderbilt 2023), “La tiranía del sentido común: la reconversión posneoliberal de México” (SUNY 2021, Debate 2023), “Jean-Luc Godard's Political Filmmaking” (Palgrave Macmillan, 2019), “Amores tóxicos, futuros imposibles: el vivir feminista como manera de resistencia” (Vanderbilt 2022, Taurus 2022), “Envíos de otros mundos posibles (Ejercicios de imaginación radical)” (Bajo Tierra, 2023). Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de México en la categoría de ensayo.

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