Skip to content

LA VENTANA DE FOSCHINO. ROMPER EL PACTO DE LA FACHADA

Para la Bienal de Paris de 1975, Gordon Matta-Clark intervino dos edificios aledaños, ubicados en los números 27 y 29 de la Rue Beaubourg. Esos inmuebles habían sido construidos en 1690, estaban abandonados y se iban a demoler, así que Matta-Clark tuvo libertad para tajearlos como quiso.

El corte principal de Conical Intersect (1975) consistió en un círculo de cuatro metros de diámetro, hecho en la fachada, a la altura del cuarto piso. Luego continuaba hacia dentro, siguiendo la forma de un cono, pasando por un departamento en cuya pared se abría un segundo corte circular, esta vez de dos metros de diámetro. Ese tenía un eje inclinado en 45 grados hacia el exterior y apuntaba a la transitada calle Beaubourg.

En su ensayo Views of the impossible, Jane Martin escribió que, a través de esa apertura los parisinos vieron, por primera vez en trescientos años, cómo vivían las personas que habitaban esos departamentos. Esa visión de lo imposible fue posible porque Matta-Clark conectó, mediante una serie de aperturas, los muros interiores con el exterior del edificio, pero también porque rompió deliberadamente el pacto fundamental de la fachada. Este es: separar el adentro del afuera. En una palabra, lo que hace la fachada es ocultar. Apartar la vida privada de la pública, alejar lo doméstico de lo urbano. Tapar el intermedio. Poner un límite.

Y lo cierto es que esa convención nos suele dar tranquilidad. Veinticinco años después de Conical Intersect (1975), en un sitio eriazo del centro de Santiago, un grupo de jóvenes arquitectos liderado por Arturo Torres y Jorge Christie instaló una casa de cristal y acero que se conoció como La casa de vidrio (2000).

Dentro de esa construcción de muros traslúcidos, una joven actriz intentó vivir una “vida normal”, hasta que a los pocos días sus creadores consideraron que, ante el revuelo público que provocó, la obra ponía en peligro su integridad y seguridad. Al igual que la de Matta-Clark, la acción causó un álgido debate sobre cultura y voyerismo que excedió la particularidad del inmueble.

TV (2024) de Gianfranco Foschino. Fotografía blanco y negro enmarcada a muro / Inyección de tintas pigmentadas sobre papel rag baryta de 315 gms. Vidrio opaco. 60 x 90 cm. Edición de 8 + 2.

No somos indiferentes a esos traspasos. Algo nos ocurre a nivel personal y social cuando se rompe el pacto de opacidad y resguardo que supone una fachada. Algo se remueve cuando, de pronto, vemos a través de un muro exterior lo que debiera estar resguardado en su interior. Nos altera y nos provoca.

En Chile, tres años después de La casa de vidrio (2000), hubo una fascinación masiva con la posibilidad de acceder a la casa-estudio instalada dentro de Canal 13, en la que se encerraron los participantes del primer reality de la televisión chilena, Protagonistas de la fama (2003). Quienes conformamos su audiencia sabemos que no sólo eran los polémicos enfrentamientos ni las pruebas de talento lo que nos interesaba. Queríamos ver cómo los chicos-reality se duchaban, qué hacían en sus tiempos muertos y cómo se iban a dormir. Queríamos acceder a su espacio doméstico.

Esa vez, la trasgresión del interior se sintió, quizás, menos violenta que el asomo descarado al sitio eriazo en que estaba emplazada La casa de vidrio (2000), porque el pacto de opacidad de la fachada se había roto a través de un medio: accedíamos al interior desde la comodidad de nuestra casa por una pantalla.

El investigador Thomas Dekeyser escribió que al eliminar parcialmente el muro exterior de una estructura emplazada hace siglos en un barrio parisino, Matta-Clark reveló sus escenarios interiores y transpuso la narrativa de la ruina como “una basura que engendraba la realidad vivida de la vivienda, junto con las huellas de sus historias pasadas”. Es decir, con ese corte no sólo se exhibió una estructura oculta, sino que también sus miserias.

Mostrarles esos interiores a los transeúntes era dejar a la vista el esqueleto interno del edificio, pero también sus vísceras. Esto, en el sentido en que las vidas ahí vividas se transparentaban con toda su realidad. Con lo sucio, con lo cotidiano, con lo miserable, con lo hermoso y lo hechizo.

Escena: Espacio 218 (2024), de Gianfranco Foschino. Video Instalación / Pantalla LED de 55” pulgadas con video en directo. Cámara de seguridad con lente zoom. DVR. Soporte de TV con brazo plegable. Transductores de vibración. Amplificador. Cable paralelo. Micrófonos. Sillón. Medidas variables. Edición de 3 + 2. Foto: Cristian Arriagada

Pensé en esto cuando fui a ver La ventana (2024), de Gianfranco Foschino, en el Espacio 218, frente a la Plaza de Armas de Santiago. A casi 50 años de Conical Intersect y a casi 25 años de la acción de Torres y Christie, Foschino realiza una operación que se escurre por entre los intersticios del adentro y del afuera. Y volvía –como sus antecesores– a romper el pacto de la fachada. Pero de manera más sutil. Ya no a través de un corte ni de una transparencia, sino que reemplazando un recuadro de la fachada por una pantalla.

La obra está compuesta técnicamente por dos cámaras de vigilancia, dos pantallas LED, dos micrófonos, dos parlantes, una fotografía en blanco y negro, y un dibujo en papel colgado al muro. Según las curadoras de Espacio 218, La ventana (2024) se construye “en vivo”, ya que varía día a día y se puede ver tanto desde la plaza como desde el interior de la galería. 

Debo reconocer que el día de la inauguración, cuando me senté en el sillón del segundo piso del 218 a ver lo que ocurría en la plaza a través de la pantalla LED instalada ahí, no fui consciente de que estaba siendo vista ni grabada por una cámara. Pero una vez que lo comprendí, no pude dejar de sentir que mi cuerpo y los cuerpos que estábamos ahí formábamos parte fundamental de la obra.

Lo que pasaba era esto: una pantalla LED instalada frente al sillón, en el interior del Espacio 218, transmitía en directo lo que se veía desde la ventana del departamento. Y simultáneamente, una pantalla LED ubicada en la fachada del edificio, a la altura del balcón del Espacio 218, transmitía hacia afuera lo que ocurría dentro de la galería.

Si yo quería mirar desde el sillón lo que pasaba en la calle, a cambio, debía exponerme. Y si alguien quería ver, desde afuera, lo que pasaba dentro, también debía exponerse. Es decir, este nuevo pacto de la fachada decía que se tenía derecho a mirar, sólo en la medida en que se cedía el derecho a ser visto.

Registro del montaje de La ventana (2024) de Gianfranco Foschino, visto desde Plaza de Armas, Santiago. Foto: Cristian Arriagada

Para la postulación que Foschino envió en marzo del 2023 al equipo de 218, escribió: “Se trata, en términos técnicos, de un doble circuito cerrado y cruzado que busca abrir la galería a la plaza y viceversa, con el fin de provocar un reconocimiento de estos mundos desde la mirada de los transeúntes, el público partícipe y el artista”.

Así, lo que pone en juego Foschino es el mutuo reconocimiento, acaso clave en todo diálogo. Una de las intenciones de la obra es propiciar un ‘cruce’, pero en el que las miradas nunca se encuentran. Siempre va a mediar entre ellas la pantalla, la clausura de las persianas y la fachada del edificio. Pero Foschino no quiso pensar esta serie de impedimentos como una frontera infranqueable, sino que, por el contrario, se imaginó una fachada permeable.

Su sistema de cámaras y pantallas subvierte la imposibilidad de reconocimiento y cruce para evidenciar que lo que ocurre afuera afecta radicalmente a lo que ocurre dentro. Y viceversa. Son realidades dependientes. Con La ventana (2024), el pacto de la fachada se renueva para establecer que los cuerpos que están en ambos extremos de la acción forman parte de la misma coreografía. Algo que se alinea con la misión de Espacio 218, que abrió en el año 2022 con el deseo de transformarse en un lugar de experimentación con enfoque territorial y transdisciplinario. En ese entonces, la teórica del arte Mariairis Flores decía que querían crear una plataforma para el arte contemporáneo “que estuviera en vínculo con el contexto”.  

Y el del Portal Fernández Concha, el edificio patrimonial donde se encuentra la galería, no es cualquier contexto.“Todas las crisis de Santiago conviven ahí: la habitacional, la migratoria, la de seguridad. Incluso la de salud mental”, escribió el periodista Andrew Chernin en el diario La Tercera el 2023.

“En los siete pisos de ese edificio, habitados por trabajadoras sexuales, comerciantes y extranjeros, lo único que une a los residentes es la sensación de que, en verdad, nadie quiere estar ahí”, se leía en la crónica. Pero Mariairis Flores, la co-directora de 218 y artista visual Seba Calfuqueo, el antropólogo José Pablo Guzmán y la artista Kira Piriz –creadores del espacio– quieren estar ahí. Decidieron estar ahí. Consideran que es importante estar ahí.

La ventana (2024) de Gianfranco Foschino. Instalación / Dibujo grafito sobre sinfín de 11 metros colgado a muro y sonido en directo. Micrófonos. Mesa de sonido. Parlantes estéreo. Cables XLR. 280 x 360 x 90cm. Edición única. Cortesía del artista

El 218 es un local céntrico que está alejado de los espacios tradicionales de bellas artes. Está emplazado frente a la icónica Plaza de Armas, pero está dentro de un edificio que poco tiene de ejemplar. De hecho, según una investigación que hizo el portal CIPER, el Fernández Concha está dominado por organizaciones criminales “multipropósito”, que además de dirigir negocios como prostitución, tráfico de drogas y armas, practican la trata de personas, secuestros y extorsiones. Un sitio donde para Flores, Calfuqueo, Guzmán y Piriz “las identidades, tensiones y conflictos de la sociedad chilena contemporánea toman cuerpo”.

Para el día de la inauguración de La ventana (2024), en el lobby del edificio se cruzaban prostitutas con asistentes a la exposición; familias de inmigrantes que no tenían donde dormir esa noche con coleccionistas; clientes del comercio sexual con curadores y vecinos que viven ahí desde hace años, y que regresaban a sus casas para toparse con extraños que pisaban el inmueble por primera vez.

A pocos pasos de la entrada al edificio se venden pastas frescas en vasos de cartón y hot dogs que le han dado al Portal su fama de “foco gastronómico”. Muchos de quienes van a comer ahí, suelen asomarse al primer piso del edificio. En ese acceso recubierto de espejos se mezclan curiosos, dealers, vecinos, clientes, trabajadoras sexuales y artistas. En los pasillos de sus niveles superiores hay una circulación constante, se abren y cierran rápidamente las puertas de los departamentos que alguna vez fueron exclusivas habitaciones de un hotel, casi sin dejar tiempo para vislumbrar la realidad de sus interiores.

Escena: Plaza de Armas (2024), de Gianfranco Foschino. Video Instalación / Pantalla LED de 65” montada en balcón con video en directo. Cámara de vigilancia con lente zoom. DVR. Cables de conexión. Soporte de TV. Piolas de acero. 150 x 85 x 40 cm. Edición de 3 +2. Foto: Cristian Arriagada

La tarde del 4 de mayo, en el segundo piso del 218, se escuchaba el estruendoso sonido del camión de basura municipal que se había instalado frente al Portal. Dos micrófonos recogían directamente su sonido desde la calle y lo amplificaban en la galería.

A un costado del balcón, cuyas persianas de metal estaban totalmente clausuradas, Gianfranco había dibujado con grafito y a escala real la misma ventana, esta vez abierta. Lo hizo con trazos sueltos que se oponían a la rigidez del balcón cerrado. En una pantalla, suspendida en el segundo piso de la galería (al que se accede por una escalera de hierro), se transmitía en vivo lo que ocurría en la plaza. Una escena que de alguna manera da continuidad a obras anteriores del artista y a las dos muestras simultáneas que hizo en 2016.

Ese año, Foschino expuso en Metales Pesados Visual y Ekho Gallery, dos galerías separadas por la calle Merced. Respecto a uno de los videos ahí presentados, titulado Placa do Patriarca (São Paulo, 2014), el investigador Diego Maureira escribió que no tenía trama, narración, inicio ni desenlace, sino que la obra era “realidad a secas”.

La exposición actual en 218 parece seguir esa misma línea: un acceso crudo a la realidad del centro de Santiago. Sin embargo, desde el 2016 hasta ahora, Foschino ha estado más interesado en el paisaje natural que en el urbano. Desde sus Esfinges de hielo (2023), mostradas en el subsuelo de Matucana 100, pasando por las obras levitantes de follajes que compusieron su Videoscape (2021), expuestas en Un_Espacio, hasta la documentación de su proyecto colectivo en desarrollo En busca del primer poema de América (Patagonia, 2023 – ), todo parece apuntar a que el artista está dedicado a descifrar ciertos enigmas del territorio natural. Pero cuando le pregunto por esto, dice que no hay diferencia. Que lo que le interesa de las ciudades es lo mismo que le interesa de los paisajes: mostrar lo común y cotidiano.

Acá (2011), de Gianfranco Foschino. Instalación (detalle) / Seis cristales cóncavos a muro. 9 x 55 x 2 cm. Edición única. Foto: Cristian Arriagada

A diferencia de sus trabajos anteriores, en Espacio 218 Gianfranco rompió con dos condiciones que determinaban su obra hasta ahora. Fue Mariairis Flores quien, en la inauguración de la muestra, reparó en esto. Dijo que, por primera vez, Foschino hacía un site-specific con una obra irrepetible, porque cada vez, cada visitante veía algo distinto. Y eso ocurría porque las escenas eran transmitidas en vivo afuera y adentro.

Es importante destacar estas innovaciones detectadas por Mariairis Flores, no sólo porque se trata de dos “primeras veces” en la carrera de un artista, sino porque también son rupturas en un continuo. El hecho de que Foschino haya renunciado a la edición habla de un salto que augura nuevos rumbos en su obra y supone, también, un riesgo: el del trabajar con el presente.

Si hasta ahora todo lo que habíamos visto suyo de alguna manera “ya había ocurrido” en el pasado y él lo había grabado con su cámara, La ventana (2024) se sale de ese molde. Decidió mostrarnos el ahora con una transmisión en vivo.

Además, en esta oportunidad el hombre-cámara dotó de agencia al espacio de exhibición y a su contexto, mediante un sistema de proyecciones simultáneas en el que camarógrafo no existe. Es como si, dándole paso a las cámaras de vigilancia, el mismo artista se hubiera restado. Esto para que el entresijo mismo del edificio pudiera ver y ser visto.

Gianfranco desapareció como mediador para construirle al 218 del Portal Fernández Concha un modo de mostrarse y ser visto en toda su complejidad estructural, social y, por lo mismo, política. Con su belleza y su miseria.

La persiana de la galería está cerrada, sí. Pero La ventana (2024) se abre a nuevas tensiones, a relaciones intermedias y extrañas, a cuestiones que a nivel temporal no se encuentran necesariamente ancladas en el pasado, y a nivel espacial tampoco están adentro ni afuera, sino entre. Entre.


La ventana, de Gianfranco Foschino (Chile, 1983), se presenta hasta el 1° de junio de 2024 en Espacio 218, Compañía de Jesús 960, Portal Fernández Concha, Plaza de Armas, Santiago de Chile.

Ariel Florencia Richards

Escritora e investigadora de artes visuales. Estudió Diseño en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV) y Estética en la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC). Realizó un Magíster en Escritura Creativa en la Universidad de Nueva York (NYU). Trabajó como editora cultural de distintos medios impresos, como revista Viernes, revista ED y Paula. Cursa un Doctorado en Artes en la PUC, donde investiga las relaciones entre performance y género.

Más publicaciones

También te puede interesar

Gianfranco Foschino. los Ojos del Agua

A lo largo de la trayectoria de Gianfranco Foschino, sus videos silenciosos nos dejan la sensación de que la naturaleza quiere ser escuchada, movilizando nuestras creencias sobre la fugacidad de la vida, activando un...