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TWENTY-ONE SUNSETS

Por Oraib Toukan

Es difícil no responder bajo la luz de los tiempos desde los cuales escribo -los tiempos de la destrucción total del todo y de cualquier cosa que sea conocida de las vidas palestinas en la Franja de Gaza ocupada por Israel y más allá de ella*.

Pregunto: ¿De qué lenguaje partir para escribir este texto cuando el verano que pasé en Ramallah en 2023 se siente como un recuerdo barrido en un jardín ajeno? Las veintiún puestas de sol que nunca vi. ¿Cómo describo el mundo que imaginé tan sólo apenas hace una semana de forma que sea aún relevante? ¿De qué léxico partir para tirar hacia delante, cuando 12 millones de nuestras palabras parecen haberse enterrado junto con los masacrados? ¿Cómo hablar, si nuestras cabezas se mantienen inclinadas hacia abajo en una serie de despedidas?

El escritor Yassin al-Haj Saleh se pregunta de manera conmovedora qué es lo que ocurre cuando “lo atroz” transforma todo lo que es reconocible en lo irreconocible. ¿Qué significados se pueden sentir como nuevos?[1] La violencia de “lo atroz” الفظيع (al-fazi’e), dice, es que de hecho busca deformar todo lo conocido; su mera función es torcer la forma[2].

Y sin embargo, nos recuerda que en árabe las palabras “sufrimiento” معاناة (mu’ana) y “significado” معنى (ma’na) comparten raíz; el sufrimiento propaga el significado[3]. Tal y como lo plantea Saleh, “al confrontar lo atroz que nos despoja de la forma, la producción de las formas, significados, conceptos, representaciones y expresiones se convierte en un campo fundamental de lucha –de la lucha por el significado.”[4] Pero entonces, ¿qué escribimos?

Y entonces instigamos de nuevo nuestros cuerpos para forzarnos a salir de estas trampas de la insuficiencia. Porque una de las tareas de este apartheid es precisamente mantener a la Franja de Gaza en la conciencia global pero desplazándola a un campo aislado e indefenso. Se trata de mantener a lo “otro” “trágico” de la experiencia palestina flotando en un espantoso universo “de su propia factura”.

“Gaza Libre” es una forma más digerible que “Palestina Libre”. Gaza como una realidad paralela con la que el mundo ha aprendido a vivir, que periódicamente recuerda, que esporádicamente vuelve a escribir, que de nuevo vuelve a mirar, cada vez, a través lentes completamente distintos. Como si la violencia despiadada como solución rápida en el terreno no fuera parte de la violencia estructural rampante, de la destrucción y arrogancia localizada que se cuela miserablemente por debajo de la lente, o que se jacta delante de ella, operando en temporalidades palestinas distintas.

Vista de la instalación “May amnesia never kiss us on the mouth (2020-en curso)”, de Basel Abbas y Ruanne Abou-Rahme, Museo de Arte Moderno de Nueva York 2022. Foto: Jonathan Muzikar.

Mi propia comprensión de las imágenes ha sido amplificada en el después de varios asaltos desproporcionados y anteriores a los palestinos residiendo en la Franja de Gaza ocupada por Israel. A través de la experiencia de la violencia histórica generalizada de los palestinos, aprendí que la visibilidad no presupone nada. La lucha palestina es dolorosamente observable, deslumbrantemente visible, y sin embargo se siente como que no pudiera ser vista.

Al pasar el tiempo, me condicioné a mí misma a buscar significado en el léxico de la lengua árabe sobre la concientización y las imágenes. Me clavé en imágenes para mirarlas -ya no buscando evidencia condenatoria de la injusticia, sino buscando lo que significa llegar a conocer las cosas. Desde el grano de su suelo.

Bajo la luz de las secuelas de la guerra de Israel contra Gaza en mayo de 2021, el Museo Comunista de Palestina, 16 Beaver y otras colectivas organizaron un fórum titulado “Reimaginando la solidaridad: Una conferencia sobre las mariposas”. Le tengo cariño a las palabras que recuerdo del matemático y pedagogo Munir Fasher: “Los marginados, los oprimidos, los asediados, los más pequeños, los condenados entre nosotros nos sugieren algo periódicamente sobre la humanidad». ¿De qué trata ese conocimiento que nos manifiestan los lugares de conflicto?

A pesar de que la retórica celebratoria entre tregua y tregua ya es propia de las leyes de la guerra, en esencia, Fasheh dice que, a pesar de todo, los lugares de conflicto producen lugares de conocimiento sorprendentes. Y aunque Fasheh también erosiona la diversidad del tejido social de Gaza cuando intenta pintar a los condenados (porque hay demasiados grados de desigualdad internamente), está tratando modestamente de empujarnos hacia otros mundos de conocimiento.

Siguiendo la conferencia sobre las mariposas, los artistas de Gaza Rehaf Al Batinji, Mahmoud Al Shaer, Majdal Nateel, Salman Nawati y Carmel Al-Abbasi y yo, invitamos a Fasheh para que hablara con nuestro grupo de lectura en línea. Nos dijo que el conocimiento no puede continuar producirse como si estuviera aislado de la ecología y del universo, que sólo puede surgir de la “tierra” تربه (Turbeh).

Desde entonces, turbeh se convirtió en mi axis mundo -como un polo o punto de referencia de pensamiento al cual sigo regresando. Es decir, una forma de pensamiento que surge a través de la tierra para explorar formas de conciencia que surgen del grano de las cosas. Justo como el turbeh, el grano de toda imagen -su ruido idiosincrático -contiene conocimiento más allá de lo que representa la imagen.

Sin duda, la idea de pensar a partir del turbeh me interpela en especial porque, antes de volcarme al arte para estudiar fotografía, fui geógrafa medioambientalista. Naturalmente podemos leer a las fotografías como si fueran topografías, y a las topografías como fotografías, escuchando, por ejemplo, lo que un bulto de sedimento tiene que decir sobre eventos pasados que le dieron la forma que hoy tiene. Para llegar al grano de una imagen, una puede hilar el dentro de las imágenes de forma topográfica, desde lo borroso, donde se cuestiona la claridad misma. En aquellos momentos en los que somos profundamente internos a algo pero también somos lejanos.

Majdal Nateel, Sin título, tinta sobre papel, 19,7 x 21 cm, 2020. Cortesía de la artista

En el cine y en la fotografía, “la hora mágica” refiere a la última hora antes del ocaso y a la primera hora antes de que salga el sol. Durante esta hora, las cosas aparecen simplemente claras, incondicionalmente lo que son. A esa hora, la corteza es estrictamente corteza, y mantenemos esa creencia como inequívocamente verdadera.

Esta luz viene con certidumbre. Hasta sobre todo lo que excede nuestra comprensión, esta luz es incuestionablemente verdadera. Esto se debe, en parte, a que la imagen ofrece lo que es. De hecho, estas imágenes son lo que son. Atraviesan la capa más espesa de nuestro corazón porque no necesitan mediación. Ganan porque son fundamentalmente incognitivas -no necesitan interpretación.

Es verdad también que la fotografía misma es un encuentro con el hecho de que las cosas no son lo que parecen. Que de hecho son apariencias. Los ojos que viajan a través de esta ocupación necesitan adaptarse a un tipo de luz distinta. Una con la fuerza suficiente para exponer y luego descodificar los símbolos del colonialismo que ordenan el propio campo de visión: tunas que crecen sobre piedra caliza estrellada, pinos y palmeras expatriados, tanques de agua sobre los techos clasificados por colores, techos rojos-rosa corrugados, barreras de separación que cuestan millones de dólares, escombros por demoliciones, puntos de control expansivos, caminos alternativos y enclaves únicamente para palestinos que se encogen inexorablemente.

En otras palabras, la habilidad de leer los signos de la ocupación es parte de la visión descolonizadora. Entonces también es comprensible que tenemos que leer el tejido original de la Palestina histórica a través de las capas de lo que ha sido borrado y reemplazado contra lo que ha sido apropiado.

Edward Said describió la mirada viajera de Jean Genet sobre el palestino exiliado de la siguiente manera: “Genet nunca fue un visitante ordinario, ni un simple observador ni un viajero occidental buscando a un pueblo exótico y lugares para escribir un libro en el futuro”. Sus movimientos, escribe Said, “tenían algo como el efecto de una lectura sismográfica, dibujando y exponiendo las fallas geológicas que una superficie ampliamente normalizada había escondido.”[5]

En efecto, tal vez la motivación para viajar reside en la cuestión de diferir: “Entonces, ¿qué viste?” Y sin embargo, aunque muchos ojos viajeros lo hayan visto, aunque muchas bocas lo hayan pronunciado, aunque muchos hayan sido silenciados, castigados y demonizados por pronunciarlo, ¿por qué todo lo que nunca ha sido visto es negado al grado de que nada ha sido visto?

Hay cosas que mira el ojo que la mente por sí misma es incapaz de descifrar. La separación, por ejemplo, del cuerpo del alma, el amado del odiado, y de todas las comunidades donde se puede sentir que está en juego la separación, pertenecen al dominio del órgano sensorial del corazón.

El corazón es una manera de acceder a formas de conocimiento reprimidas, en momentos en los que el intelecto simplemente no puede saber. Cuando el intelecto continúa empalmando tontamente los atributos de una cosa con otra, sin importar lo que miren los ojos. Porque el corazón es el órgano que reconoce la injusticia. El corazón es el órgano que percibe lo que vemos cuando estamos delante mirando la separación.

Ciertamente, uno de los atributos más complejos de la fotografía es que se trata de un franco encuentro con la difícil revelación de que algo simplemente ya no puede seguir existiendo. Entendemos lo efímero a través de las amapolas tempranas del verano, pero también viajando hacia el interior de una fotografía. La muerte, la transición de un estado de ser al no-ser, lo noser -una de las ideas más difíciles de entender- está lamentablemente construida como parte de la fotografía.

Y, de hecho, hay un conocimiento inequívoco al ser tragado por la imagen de alguien que justo hace un momento estaba vivo. En esa profunda conciencia que el total de una vida, y el universo que contiene, se terminan. Así nada más. Una imagen tomada en algún lugar inalcanzable, intocable, absolutamente insoportable, e incapaz de ser conocido.

Pero también empezamos a comprender la muerte a través del tráfico de imágenes de cuerpos de palestinos violentados. Diseminadas en tiempos desesperadamente urgentes y como testimonios, pero que son percibidas, por algunos, como ejemplos poco importantes de experimentos despiadados y brutales con la desgracia humana, que nos exigen movilizar nuestras miradas para dar testimonio.

El que alguien busque mantenerse al margen de la polémica de mirar imágenes degradadas y degradantes viene de la necesidad de entender mejor el proceso de concientización delante del cual nos arrojan las imágenes en sí. Empezando por preguntarnos, ¿desde dónde procesamos en el cuerpo las imágenes de sufrimiento?

Un regreso cosmológico a la conciencia, más allá de la normalización, podría partir de momentos que emanan del “cuidado” عناء (ana’a), el gemelo etimológico del “sufrimiento» (mu’ana) de lo que también nos recuerda Yassin al-Haj Saleh. Desde lo amoroso y lo innato, lo intrincado y lo humano. Una percepción desde el cuidado se podría originar en las formas también hápticas de las imágenes, lo cual las separa del valor documental basado en la evidencia o en la capacidad indicial que también necesitamos (absolutamente) reconocer de la imagen de los palestinos. Y en el potencial de transformar la conciencia que emana de esta tierra que buscan enterrar, y de la cual ninguna forma intensificada de desplazamiento o borramiento podrá negar su existencia.

Y entonces, entra el deseo. Deseo de lograr lo que imagina la mente. El derecho a desear. El deseo por la dignidad. El saber que la imagen de sufrimiento puede contener un reclamo grabado en algún lugar profundo dentro de sí con un derecho a la igualdad en el gozo. El gozo de oler, tocar, saber algo de alguien que está absolutamente fuera de alcance.

En un verano dorado, dirijo mi cámara hacia la flora y fauna dentro y en los alrededores de Ramallah. En retrospectiva, siento que quería aplastar los pétalos de verano con el lente de mi cámara. Entre los huecos, rozando mi lente contra una mata de jazmín una noche de verano en ‘Ayn Misbah, sobre zanahorias salvajes sedientas en ‘Ayn Qiniya, en los campos abiertos en Tireh aplanado con cubiertas moradas de plástico de chips caros americanos, sobre una pluma. Los efectos de la luz sobre la pluma. Comparando la pluma con el pelo de nuestro perro en Alemania. Mirando hacia atrás desde lo que ahora se siente como otro mundo, me pregunto si me estaba permitiendo el lujo de sucumbir al deseo por el simple hecho de desear. Que el lujo de poder hacer imágenes en la naturaleza despojadas de códigos estuviera perfectamente bien.  

«¿Y por qué no?», se pregunta John Berger en la conclusión de su entrañable libro Hold Everything Dear: Dispatches on Survival and Resistance; porque las fotografías de la naturaleza “registran y permiten el placer.”[6] A los árboles se les pide “quedarse ahí, poniéndose a sí mismos” para nosotros, derechos y todo. Todavía me pregunto por qué Berger eligió terminar este libro, de entre todos sus libros, con un capítulo dedicado a las hermosas fotografías de los bosques checos de Jita Hanzlova. ¿Qué buscaba con ese gesto?

De pronto, alejado de reflexiones profundas sobre la urgencia que está al centro de nuestra existencia, Berger nos lanza a un mundo silente. Entra al bosque para contar una historia: “Un bosque es lo que existe entre sus árboles, entre su densa maleza y sus claros, entre todos sus ciclos de vida y distintas escalas temporales”[7].

Tal vez buscaba desesperadamente respirar, o alcanzar una atemporalidad alejada de las historias que surgen como “eventos”. Sin duda, la suya era una búsqueda del goce, registrando a la naturaleza como un momento efímero, una aquiescencia a la felicidad, un “escape de la prisión de los tiempos modernos”[8].

De las veintiún puestas de sol en Palestina que me dejó ese verano, una sola regresa, debajo de mi ventana, y con aquella brisa de verano que conozco muy bien, para evocar el día en que un taxista me explica que una añora más el turbeh cuando se pierde a alguien querido. Él también comprendió a la tierra de forma distinta después de la atrocidad. La tierra se convierte en el consuelo, en la manera de las cosas, en los ciclos de la vida que duermen dentro de ella. Terra Rosa es la tonalidad exacta de la tierra mediterránea de Cisjordania. Al regresar de Jericó, señalamos un trozo de esa tierra, posiblemente a unos ochocientos metros por encima del nivel del mar. Con una urgencia, tal vez, de abrazar, tomar y sostener a alguien, donde quiera que esté ahora.

Él recita, “إنّا لله وإنّا إليهِ رَاجعُون”

Hablamos de la sensación de la tierra que pisan nuestros pies.

Que me parece mucho más acolchonada en los bosques alemanes donde ahora camino. En los comienzos y en los finales, en algún lugar y en otros lugares donde nos encontramos con la forma más humilde de nosotros mismos.


[1] Haj Saleh, Al-Fadih wa Tamthiluhu: Mudawalet fi shakli souriyah al-mukharab wa tashakuliha al-assir (The atrocious and its representation: Deliberations on Syria’s distorted form and its tumultuous formation) (Dar al Jadid, 2021), disponible en red: https://hennaplatform.com/en/the-atrocious-and-its-representation-deliberations-on-syrias-distorted-form/

[2] El “nuestro” y el “nosotros” a los que se refiere Haj Saleh es su hogar en Siria, en donde mantiene que “cualquier punto de entrada al conocimiento sobre Siria tiene que ver con la experiencia más cruel y atroz de los sirios”. (The Atrocious)

[3] Haj Saleh, Al-Fadih wa Tamthiluhu, 157.

[4] Haj Saleh, Al-Fadih wa Tamthiluhu, 157.

[5] Said, “On Jean Genet’s Late Works,” Grand Street no. 36 (1990): 30.

[6] Berger, Hold Everything Dear: Dispatches on Survival and Resistance (Verso, 2016), 127.

[7] Berger, Hold Everything Dear, 127.

[8] Berger, Hold Everything Dear, 127.


* Texto originalmente publicado en diciembre de 2023 en Ways of Traveling (Fundación Qattan, Ramallah) un libro sobre los viajes de artistas a Palestina partiendo de John Berger. La escala de todo lo escrito no es nada más que una fracción de lo que hemos atestiguado desde entonces.

** Republicado en e-flux journal #143 | Marzo 2024. Disponible en red: https://www.e-flux.com/journal/143/592386/twenty-one-sunsets/

*** Traducido para Artishock por Irmgard Emmelhainz

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