DAGOBERTO RODRÍGUEZ. BABEL BANAL
La celeridad en la producción y la ansiedad desmedida por las ventas suelen jugarle malas pasadas al que se considera buen arte. La nueva Babel en la que vivimos se gestiona desde dos lugares de enunciación bien sintomáticos: de una parte, la figuración bulímica bajo la regencia de los followers y la tiranía del like; de otra, la traición a los afectos (y a los respetos) que se beneficia de esa misma figuración.
Muchos artistas, desesperados por estar, por “marcar tarjeta”, por competir con el otro, traicionan la nobleza y la estatura de su propio hacer sin considerar que, a ratos, ello los lleva a un encuentro con lo mediocre y lo pasajero.
La invención de formas gratuitas a partir de un ardid tecnológico y la confusión entre lo conceptual y lo banal conspiran contra la narrativa de una propuesta que, en su momento, atrajo sobre sí los flashes de esa misma babel del postureo. Es esta la mayor debilidad de la muestra Babel, del artista cubano Dagoberto Rodríguez (1969), en la galería Hilario Galguera en Madrid, que podrá visitarse hasta el 22 de febrero.
No se trata de ser cándido e idealista cuando se producen artefactos culturales; menos aún cuando se implementa la lectura crítica o la aproximación hermenéutica hacia esos mismos artefactos. De repente, olisqueamos algo que no funciona y es entonces cuando, al aguzar la exégesis, la cosa hace aguas.
No podría saberlo con certeza, pero sospecho que tal vez no fue esta la exposición que se había planteado el artista. Creo que el entusiasmo por una nueva galería en la capital que rescatase su obra de la rutina de su estudio entorpeció su habilidad para la gestión del enunciado y de la resolución eficaz de estas nuevas superficies.
Conozco muy bien al artista y sé de su agudeza y de su vehemencia; también de su carisma en eso de “andar por casa”. Dagoberto es un artista inteligente que ha logrado amasar un crédito de prestigio internacional incuestionable. Quizás por ello me sorprendió tanto la torpeza y la miopía de esta muestra que, en sí misma, es una equivocación meridiana.
Desde la pretenciosidad del título, la penosa nota de sala, pasando por el punto neurálgico de esos pasteles kitsch, hasta la puesta en escena, la exposición toda resulta un auténtico desliz. Con frecuencia, la soberbia nos pasa factura a todos. El impulso y la ambición, mal gestionados, conducen al error. Y esta vez un artista grande se hace menor en el simple espacio de una exposición.
La presunta vinculación simbólica o el sometimiento a las coordenadas de un diálogo forzado entre los campos de refugiados (obras excelentes, por cierto) y estos nuevos lienzos festivos de dudosa factura, lejos de arbitrar una tensión de sentidos o gestionar un contexto de mínima reflexión crítica, dispensa un sentimiento de orfandad y una atmósfera de recíproca desconfianza. La sensación es la de estar frente a algo bonito y barato. Lo que contradice, en mucho, otra parte extraordinaria de la producción fáctica de este gran artista.
La nota de sala, que asumo como una digresión bastante escandalosa, especifica que se trata de “un ensayo pictórico que entrelaza tiempos históricos para pensar en las posibilidades de lo real y los alcances de la creación humana”, al tiempo que se apresura en señalar que estas piezas “revisitan el antiguo mito de la Torre de Babel a través de la mirada de la tecnología contemporánea”.
Dicho de este modo, pareciera que la exposición potencia el énfasis del gesto pictórico sujeto a una suerte de pesquisa ontológica sobre el medio, cuando, en verdad, lo que destaca en esta narrativa es la banalidad de un empeño reproductor y testimonial que prescinde de toda zona de conflicto.
Lo que pudo ser el pretexto argumental para la asunción de una postura crítica, termina atrapado en un efectismo retiniano de poca o nula envergadura. En la nota que publica el staff de Rialta Magazine, y que evita el juicio de valor en función de lo descriptivo, se puede leer una sentencia que resulta desde todo punto de vista brillante, toda vez que asegura que el artista “en Refugee Camp retoma su exploración en torno a los campos de refugiados, que son, a fin de cuentas, espacios de protección para cuerpos vulnerables. Aunque, a la vista de muchos, son campos de juegos en que el poder vence”.
La afirmación resulta de una suspicacia fuera de serie al dejar claro que, en este mismo caso, el poder se impone sobre la subjetividad y la vulnerabilidad de toda esa gramática corporal que entroniza en la figura del otro.
Muchas veces he señalado el peligro que entraña la realización de obras o de producciones culturales que secuestran el drama ajeno para hacerlo rentable en el mercado del arte. Esto es ya un lugar común y una patología a la que sobreviven sólo aquellos que saben jugar bien sus cartas.
Respecto de esto último, vale introducir una observación de rigor: no es lo mismo la apropiación y la vulneración del lugar del otro que el compromiso crítico frente a ese mismo lugar.
Gran parte del arte contemporáneo se debate en la encrucijada de decir sobre la jerarquización de las funciones del significado y del significante. Resultando ganador, la mayoría de las veces, este último. De ahí el triunfo desmedido de la esterilidad política de muchas obras y la ortopedia discursiva de muchas de las narraciones críticas que le acompañan.
Si en la misma mañana visitas dos exposiciones -tan cercanas y tan distantes al mismo tiempo-, como son Babel de Dagoberto Rodríguez y Contra-informaciones, de Fernando Sánchez Castillo, en galería Albarrán Bourdais, entonces la sensibilización sobre la conciencia crítica y el deber ser del arte contemporáneo entran en crisis total.
Mientras que la segunda estructura una narración que pretende desautorizar los relatos sobre ciertos sucesos trágicos de la historia reciente de España, la primera, en cambio, usa e “instrumentaliza” el suceso. Mientras la segunda se esfuerza en la arquitectura de un gesto emancipador, la primera agota sus recursos en la superficie. Mientras la segunda remite a la dimensión rigurosa del arte, la primera cancela todos sus esfuerzos en la “posibilidad” de venta. Mientras la segunda entabla un diálogo con su tiempo, la primera se rinde en una aproximación epidérmica.
Escoger un tema es fácil, ser consecuente en él/con él es lo realmente difícil. Son tantos los artistas negociables, que a menudo terminamos por asumir la violencia del mercado y los escarceos de la ética como hechos dables en lugar de acciones refutables.
Esta exposición no es “una inmersión profunda en los ciclos de la historia”, como afirma la nota de prensa; es, distinto de ello, una afirmación de la frivolidad respecto de la historia y un gesto de marketing que consolida el extravío de las raíces constitutivas de una poética.
En cualquier caso, cabría preguntarse quién no se ha equivocado alguna vez, quién no ha sucumbido a la traición del ego… Todos, absolutamente todos escondemos la piedra. Y, tratándose de Babel, concluye con este versículo de la Biblia: “Si alguno conspirara contra ti, lo hará sin mí; el que contra ti conspirare, delante de ti caerá. He aquí que yo hice al herrero que sopla las ascuas en el fuego, y que saca la herramienta para su obra; y yo he creado al destruidor para destruir. Ninguna arma forjada contra ti prosperará, y condenarás toda lengua que se levante contra ti en juicio. Esta es la herencia de los siervos de Jehová, y su salvación de mí vendrá, dijo Jehová. (Isaías 54:15-17)”.
Babel está por descubrir, mientras que la naturaleza de los hombres es evidente y palmaria.
DAGOBERTO RODRÍGUEZ:BABEL
Galeria Hilario Galguera, Dr. Fourquet 12, Madrid
Del 19 de enero al 22 de febrero de 2024
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