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INSTINTO E INGENUIDAD EN LA OBRA DE MARTÍN DAIBER

El instinto presente en las obras de Martín Daiber sorprende. No es que aquello que vemos representado sea impactante en sí mismo, sino más bien el modo en que lo hace. Al revisar su trabajo encontramos un trazo seguro y pesado, que es convincente e incluso algo agresivo. Me lo imagino proyectando sus esculturas o pinturas con total decisión, sin desviarse demasiado de lo que conceptualiza en su cabeza, pero quizá esa sea una fantasía mía. Podríamos decir que tiene mucho de lo que tradicionalmente se ha llamado “primitivismo” en la historia del arte para referir a aquellas formas que recuerdan a culturas antiguamente calificadas como “primitivas” y “subdesarrolladas”, y es en esa voluntad que parece plasmarse directo en las piezas donde hay una conexión más directa entre las ideas y su materialización.

No quisiera caer en el lugar común de vincular el quehacer directo y honesto, con epítetos como “expresionista” o “salvaje”, pero cuesta deshacerse de los clichés que tanto sentido hacen. En Daiber ciertamente hay algo de expresionista, pero también algo de cubista y algo de universalismo constructivo, por lo que decir lo primero es como no decir nada al final. Sus obras manifiestan una serie de referencias algo camufladas a lenguajes como los nombrados anteriormente, pero no parece ser una obra excesivamente impostada por dichas alusiones, ni tampoco pedante por el conocimiento de la historia del arte. Es como si la apropiación de experiencias visuales previas ocurriera sin conflictos, como asumiéndose con total espontaneidad y sin artificiosidad alguna.

Vista de la exposición Murciélago, de Martín Daiber, en Galería Patricia Ready, Santiago, 2022. Foto: Felipe Ugalde

Y es que trabajar para producir un estilo propio sin negar aquellas experiencias que nos antecedieron es una labor difícil de conseguir, ya que implica por parte de los artistas un objetivo claro a la hora del hacer. Esto porque cualquier instrumentalización de ese conocimiento artístico solo puede ocurrir cuando se tiene una meta que no sea la mera imitación de otros. Daiber ciertamente logra hacernos sentir cómodos en su lenguaje, como si estuviéramos frente a algo familiar que no cuesta seguir conociendo. Sin embargo, cuando nos detenemos más profundamente en su trabajo, vemos que esa nebulosa de referencias que podemos percibir adquiere un cuerpo autónomo en cuestiones como el color, los motivos o incluso el mismo método de producción. Puntualmente, me llamó mucho la atención toparme con una constante neutra en sus pinturas, una cierta frialdad incluso, que quizá no esperaríamos en este “primitivo”. Índigos, malvas, algunos ocres y cafés son recurrentes en las pinturas que vi en su taller; quizá algo del frío invernal se terminó de colar en esas telas, o también un esfuerzo por construir sus composiciones a partir de la retícula que impone la línea, más que desde los colores.

No es difícil reconocer la unidad de estilo presente en esta exposición, donde telas, papeles y esculturas conviven en total coherencia. Estas últimas, construidas como planos articulados en el espacio, carecen en su mayoría de color, toda vez que Daiber prefiere dejar ver el yeso que las constituye. Son, en rigor, pinturas con volumen, aun cuando al verlas nos sintamos frente a estilizados cuerpos; esto, porque lo que prima en su construcción es ante todo la línea poderosa, esa que cuando aparece divide superficies de manera radical, al punto de quebrarlas y transformar el plano en tres dimensiones. También podríamos reconocer algunos guiños a la historia del arte aquí, como en ciertas poses de sus personajes (cuando los hay), pero cada pieza manifiesta tan claramente un sistema creativo que al final se sienten totalmente auténticas.

Algo que me hizo poner más atención al trabajo de Daiber fue que en su taller había una postal de Paul Gauguin, uno de mis pintores favoritos. Esta aparición me hizo pensar en el modo en que la mayoría de los artistas locales trata de disimular su universo de referencias, encubriéndolas muchas veces con enredadas teorías que no logran justificar la pertinencia de su propio trabajo. La elección por Gauguin me hacía pensar en un referente que justamente es el opuesto de cualquier pretensión excesiva, porque si hay algo que definió su trabajo fue el arrojo (incluso cuando era errático y fallido). También tengo que reconocer que esa simpatía por su trabajo fue por la conexión algo simplona y poco sofisticada que puede producirse entre dos personas con gustos comunes. No dejemos de lado los misterios y alquimias del arte, ni tampoco tratemos de entenderlos por completo.

Vista de la exposición Murciélago, de Martín Daiber, en Galería Patricia Ready, Santiago, 2022. Foto: Felipe Ugalde
Vista de la exposición Murciélago, de Martín Daiber, en Galería Patricia Ready, Santiago, 2022. Foto: Felipe Ugalde
Vista de la exposición Murciélago, de Martín Daiber, en Galería Patricia Ready, Santiago, 2022. Foto: Felipe Ugalde

La tercera parte de su exposición, compuesta por pinturas en papel, me cautivó rápidamente, ya que Daiber me explicó que las hizo durante el encierro propio de la cuarentena, desde el improvisado taller que instaló en su casa. Esta premura lo obligó a pensar en trabajos de rápida ejecución, resueltos en tan solo una noche. En estos “papeles de invierno” -como quisiera nombrarlos- encontramos modelos, rostros, manos abiertas y empuñadas, motivos vegetales, y sobre casi todos ellos esa retícula que ordena y produce espacios. Es aquí donde más claramente se percibe ese instinto que antes mencioné, ya que para hacer dichas piezas en solo unas pocas horas de la noche se debe poseer un carácter decidido y que no da pie atrás. La figura del pintor diletante, dudoso de cada paso que da o del que experimenta tanto que nunca llega a ninguna conclusión aquí es contrapuesta a la firmeza y decisión de lo inmediato. La intimidad del formato, así como de la historia de su producción, hacen que esta sea mi serie favorita. En ella percibo una buena síntesis del estilo de Daiber y, a su vez, el grafismo propio de su pintura se ve exacerbado al parecerse tanto -por el formato- a unos grabados.

Al revisar esta última serie nuevamente aparece el encierro de modos curiosos, puesto que la misma retícula propia de su trabajo ahora funciona también como contenedor que llega incluso a deformar muchas de las representaciones antropomorfas. La propia hoja con su borde implacable es el límite de este aparentemente “expresivo” pintor, y su formato -aun cuando el ojo menos entrenado no lo perciba- opera como el gran principio organizativo en la serie. No estamos frente a matemáticas precisas y elegantes, pero el orden siempre logra imponerse incluso cuando parece no estar.

En el texto que Martín me entregó para entender más de su propuesta, comenta lo siguiente sobre su hijo de 9 años:

Al observar el carácter expresivo de sus dibujos [de su hijo], la frescura y sinceridad con que se desenvolvía me cautivó y me he dado cuenta de que parte del trabajo que hago cada día apunta a rescatar ese contacto puro y desprejuiciado con la experiencia subjetiva que logran los niños, y que conforme pasa el tiempo vamos trabando y perdiendo. Esa aparente ingenuidad es sin embargo lo más poderoso a lo que aspirar, la verdadera traducción al arte de la experiencia de estar vivo.

Vista de la exposición Murciélago, de Martín Daiber, en Galería Patricia Ready, Santiago, 2022. Foto: Felipe Ugalde
Vista de la exposición Murciélago, de Martín Daiber, en Galería Patricia Ready, Santiago, 2022. Foto: Felipe Ugalde
Vista de la exposición Murciélago, de Martín Daiber, en Galería Patricia Ready, Santiago, 2022. Foto: Felipe Ugalde

A lo largo de la historia del arte la idea de una visión auténtica, original o inocente ha estado recurrentemente presente. Courbet y luego los impresionistas deseaban llegar a contactarse con la expresión más pura de la imagen, aquella que había sido desnudada de todo artificio innecesario y convencional. Muchos de los pintores expresionistas y luego los surrealistas encontraron en los niños la fuente de dicha actitud, puesto que en los modos que tienen para representar pareciera hallarse algo de la honestidad que la pintura tradicional intenta enmascarar. No creo que la pintura sea necesariamente una búsqueda de lo honesto o las verdades esenciales, pues tal como pensaba Oscar Wilde, en la mentira y los maquillajes siempre se alojan las verdades más profundas del ser humano; pero sí empatizo con la visualidad fresca y directa de esas imágenes producidas por niños.

En clases, cuando explico el arte egipcio o el romano tardío, aparece recurrentemente la idea de una niñez de la imagen, ya que las soluciones visuales que los seres humanos encontraron en el pasado siempre recuerdan a las ingeniosas salidas de marco que los niños desarrollan. Hay algo de honestidad en sus fórmulas, pero más que eso, un pragmatismo a prueba de balas. Cualquier problema es solucionado rápidamente con invenciones sui generis, algo hechizas a ratos, y que fuera de ese caso específico no tienen utilidad alguna. Pero ser auténtico como un niño no es algo que se pueda ensayar ni aprender, es una habilidad que nos va abandonando progresivamente, o como dice Daiber, “vamos trabando y perdiendo”. De ahí que sea interesante producir obras orientándose a esa meta -la autenticidad-, pero asumiendo que hay en ella un imposible, un mero ideal que genera rutas de trabajo, pero nunca llega a materializarse por completo. Martín considera, de hecho, que esta ingenuidad es “lo más poderoso a lo que aspirar, la verdadera traducción al arte de la experiencia de estar vivo”. Esta última cuestión es lo que confirma la condición de búsqueda y experimentación en el arte, ya que, si fuera un ejercicio concreto e infalible, no habría necesidad de seguir intentándolo: ya habríamos conseguido la fórmula secreta.

Finalmente, las obras de Daiber son recordatorios de la condición sensible del arte. En momentos donde mucho del factor seductor y placentero de la visualidad ha sido impugnado e incluso negado, las piezas enérgicas y visualmente estimulantes que vemos nos permiten disfrutar de materiales y técnicas que por siglos el ser humano ha trabajado en función de su perfeccionamiento. Los colores, el ritmo, el trazo y las líneas son fuerzas tremendamente misteriosas, ya que apelan a estructuras perceptivas con las que nos cuesta lidiar desde la racionalidad todopoderosa. Si bien cada artista inventa su propia investigación, sus resultados difícilmente podrían ser entendidos como conclusiones lógicas, obtenidas mediante procedimientos que pueden ser reproducidos por cualquiera. La individualidad de cada trabajo es la síntesis perfecta de lo objetivo (los materiales) y lo subjetivo (las manías, fascinaciones, afectos e intereses), y dicha reunión solo puede ocurrir en nuestros propios sentidos. En definitiva, Daiber invita a ser espectadores de obras que no exigen de nuestra parte nada más que la disposición de sentir, de quizá reconectarse con las formas de mirar que hemos ido dejando de lado por las necesidades del día a día. Experimentar es también algo que podemos hacer nosotros al abandonar toda expectativa de sentido; abrirnos al error y la frustración de no entenderlo todo es una de las cosas más arriesgadas que podemos hacer, y que paradójicamente no tiene ningún costo.


Murciélago, de Martín Daiber, se presenta hasta el 12 de octubre de 2022 en Galería Patricia Ready, Espoz 3125, Vitacura, Santiago de Chile

Diego Parra

Nace en Chile, en 1990. Es historiador y crítico de arte por la Universidad de Chile. Tiene estudios en Edición, y entre el 2011 y el 2014 formó parte del Comité Editorial de la Revista Punto de Fuga, desde el cual coprodujo su versión web. Escribe regularmente en diferentes plataformas web. Actualmente dicta clases de Arte Contemporáneo en la Universidad de Chile y forma parte de la Investigación FONDART "Arte y Política 2005-2015 (fragmentos)", dirigida por Nelly Richard.

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