EL DESORDEN DE NUESTROS OJOS
Entre los placeres visuales más simples está el fragmento. Nunca tiene que ver con la capacidad de conocer sino con lo que nos provoca. El fragmento es el reflejo exterior que contiene la experiencia de vida asumida desde un punto de vista parcial. La pintura no existe para que la entendamos. No está ahí para explicarnos cosas. De ahí la desavenencia con quien no gusta del arte cuando no lo comprende. A veces por ciertos defectos y limitaciones no estamos preparados para entender todo lo que nos rodea, y otras veces inconscientemente nos negamos a entender, casi por gusto u obstinación.
Instrucciones, de Dominique Bradbury enfatiza la idea de fragmento a través de la pintura. Hoy más que nunca lo real se expresa como elipsis de un enorme tejido de puntos de vista. Por eso el acto de seleccionar, cortar y resituar el mundo visible se convierte en parte determinante de la labor pictórica (así como alterar, reinterpretar, transmutar, etc.). Bajo este horizonte, los bordes y confines de la realidad exterior se transforman a la vez en un espejo de otras realidades inconmensurables del mundo interior.
La pintura tiene la capacidad de invocar el misterio; más aún cuando la información visual se ha vuelto fácilmente apropiable y ha corrompido la dicotomía entre espectadores y productores. Al igual que otras formas de creación, abre las puertas a lo desconocido y nos enfrenta a un estado impredecible de las cosas. Alimentar este enfoque no es una tarea sencilla si consideramos la obturación del sentido de la vista connatural a la masividad de las imágenes en flujo, y el tipo de disposición que exige el diálogo con algo que no está hecho exclusivamente a la medida del consumo −es decir, cuando no se trata de contenido administrado por patrones de conducta−.
En la misma línea, es lógico que cualquier enfoque centrado únicamente en el beneficio personal desacredite la falta de sentido del arte, solo por la amenaza inestable que supone el acceso entorpecido a una interacción sin garantías acumulativas de algún tipo. Es el precio que implica este inusual intercambio donde el tiempo de quien mira se somete a interrogantes que no encuentran unidad.
La exposición de Dominique Bradbury en TIM Arte Contemporáneo aborda la industria de la belleza y la moda desde una aproximación archivística que selecciona, encuadra y traduce fragmentos dispuestos como islas desterradas sin origen.
Dentro del proyecto ideal de diseño que promueve una visión cosmética del mundo, todo lo demás −lo excluido− pierde peso y asume el rol de enemigo intolerable. Queda oculto bajo una densa capa que neutraliza y desconoce a su contraparte. Por supuesto, no la abarca ni la resiste −son muchas las metáforas sobre la profundidad de la superficie y la complicidad complementaria de estos aparentes opuestos−.
Lo descartado desde otro prisma, o el suyo propio, encuentra a la vez una enorme agitación en los espacios donde acontece: como tantas cosas, articula el campo abierto de un idioma complejo. De este modo, la exaltación de otredades no hegemónicas alcanza su expresión más amplia y espontánea, de ubicación inespecífica −al modo de ensoñaciones que esconden información veraz−, totalmente ajena al gobierno de las cosas óptimas y estéticamente apropiadas.
Marta D. Riezu dice: “Un espacio perfecto nos confunde, nos hace creer que también nosotros podemos ser asépticos, cuando el ser humano es saliva, sangre y bilis” (2022).
En el marco de las correspondencias tendenciales, hablar de pintura es una cuestión universal, así como poseer gustos y predilecciones, cualquiera sea su naturaleza. La pintura es un medio de recursos limitados, lo cual representa una ventaja a la hora de contrapesar sus pequeñas y grandes distinciones. Si a esto sumamos su relación con el concepto de historia, donde comparece como un género único basado curiosamente en la permanencia material de imágenes −es decir, que trascienden su propio contexto de producción para asistir una y otra vez al presente−, el análisis se vuelve aún más acotado.
Así, determinar las variantes que operan en una obra pictórica se torna un ejercicio mecánico, incluso cuando consideramos o desestimamos el reconocimiento adquirido por obras que responden únicamente a convenciones culturales.
Respecto a la pintura de bajo mérito pero de amplia popularidad, su exaltación no tiene que ver en principio con la originalidad o con un modo de instrucción adecuada sino con el contenido que ofrece. Hay rasgos identitarios vinculados a la cultura de masas que disfrazan la pintura de estereotipos.
La defensa de lo fragmentario, sin embargo, es una forma de resistencia. Un método de corto alcance que requiere una convicción ciega. Su discreción concentra la frecuencia correcta: el ojo, el gesto, la mano. Lejos de todo significado condescendiente, la mirada como tema y el intercambio confuso entre forma y contenido es su trasfondo.
Instrucciones reniega de lo obvio y hace del olvido una cortina tenebrosa de formas lejanas e infinitas: joyas, píldoras, broches, retazos. Imágenes que vuelven como recuerdos artificiales al desorden de nuestros ojos.
Hasta el 1° de febrero en TIM, Rafael Sotomayor 232, Santiago, Chile.
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