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LORENZA BÖTTNER VUELVE A NUEVA YORK

No dejó que ninguna institución médica la definiera y hoy, a 28 años de su muerte, pareciera que tampoco hay una sola categoría para identificarla. A pesar de ser prácticamente desconocida en Chile, la artista chileno-alemana Lorenza Böttner (1959-1994) sigue incomodando etiquetas sociales, culturales y políticas alrededor del mundo. Y lo hace con una obra tan extraña como elusiva y hermosa. Actualmente, y tras la revitalizadora circulación que tuvo en documenta 14 (Kassel, 2017), una veintena de autorretratos de Lorenza, junto con otras obras multimediales suyas se pueden ver en el Leslie-Lohman Museum of Arts, en Nueva York.

Se podría decir que esta es una ciudad a la que Böttner “vuelve” tras un largo período de ausencia, pues en 1985, recién graduada de artes en Alemania, viajó becada para estudiar danza y performance en la Universidad de Nueva York (NYU). De esa época datan las fotos en que ella posó como modelo para el lente de Joel-Peter Witkin y Robert Mapplethorpe. Pero esas fueron imágenes que después lamentó haber hecho, pues eran radicalmente diferentes a las que hizo de sí misma: reforzaban el exotismo de ella como monstruo y acentuaban el “drama” de un cuerpo sin brazos.

Lorenza Böttner, Sin título, 1982, fotografía en blanco y negro. Colección privada. Cortesía: Leslie-Lohman Museum of Arts y Adrian Jones
Lorenza Böttner, Sin título, 1982, fotografía en blanco y negro. Cortesía: La Virreina Centre de la Imatge
Lorenza Böttner, Sin título, 1982, fotografía en blanco y negro. Colección privada. Cortesía: Leslie-Lohman Museum of Arts y Adrian Jones

El Leslie-Lohman Museum es el primer museo del mundo con una colección compuesta exclusivamente por arte queer y aquí está montada una exposición que recoge el arte celebratorio que la propia Lorenza hizo de sí misma. La muestra Requiem for the Norm, fue curada por el crítico Paul B. Preciado, y si bien se expuso anteriormente en La Virreina Centre de la Imatge, en Barcelona, y luego se fue de gira por Stuttgart, Bergen, Toronto y París, esta es la primera vez que el trabajo de Böttner se expone retrospectivamente en Estados Unidos. Y ha causado impacto.

La crítica especializada ha resonado con la condición subversiva de su obra, relevando la importancia de su trabajo hoy, cuando el género y el lenguaje están en el centro de la discusión política. Johanna Fateman escribió en el New Yorker que Lorenza se resistió “a la imposición tanto de la vestimenta masculina como de los brazos protésicos, expresando así su poderosa lucha por vivir como ella misma”. Por su lado, el escritor y poeta John Vincler reseñó la muestra en el New York Times confesando que una de las obras de Böttner lo emocionó hasta las lágrimas: “Uno de sus últimos trabajos, un ramo de flores dibujado en una libreta de hospital, hecho con plumones que probablemente tenía en la boca, me hizo llorar. Realizado en 1993, el año anterior a su muerte por una enfermedad relacionada con el Sida, muestra una incesante insistencia en la belleza”.

En ArtNews, apuntaron a que lo que está en juego en el arte de Böttner suele ser el concepto de belleza, y que su obra se pregunta qué significa ser estéticamente agradable. “Los artistas masculinos occidentales, a lo largo de la historia del arte, a menudo han personificado la belleza en la forma de una mujer-blanca-cisgénero-sin discapacidad: pensemos en las Afroditas de Praxíteles o en las voluptuosas mujeres de Rubens. Pero las pinturas y performances de Böttner ponen a prueba esa noción al atacar imágenes burguesas de este tipo, y abrir binarios de género”, escribió Alex Greenberger.

Lorenza Böttner, Sin título (1985), pastel sobre papel. Cortesía: Leslie-Lohman Museum of Arts
Lorenza Böttner, El vestido (1985), pastel sobre papel. Cortesía: Leslie-Lohman Museum of Arts
Lorenza Böttner, Sin título (s.f.), pastel sobre papel. Colección privada. Cortesía: Leslie-Lohman Museum of Art

Es que la trayectoria visual de Böttner evidencia que el arte puede ser un instrumento tanto de resistencia política como de autoexploración de la identidad. Por eso su vida y obra están tan estrechamente relacionadas. “No basta con pensar en una idea o simplemente creer en una idea, hay que vivirla”, escribió Böttner en un su statement artístico. Hoy su figura sigue planteando preguntas: ¿Qué es ser trans, qué es ser migrante y qué es ser discapacitada? Böttner intentó responder estas interrogantes durante los años setenta y ochenta con una vasta creación de imágenes de sí misma, muchas impregnadas de violencia, pero muchas también atravesadas por la ternura y la felicidad.

Los autorretratos de Lorenza, hechos con sus pies o con su boca, son tremendamente gozosos. La suya no es una percepción dolorosa ni autocompasiva, sino todo lo contrario: tanto en las fotografías como en los pasteles que pintó a gran formato, aparece disfrutando su cuerpo y explorando sus posibilidades expresivas. Así, se la puede ver amamantando a un niño entre sus piernas, replicando la pose de la Venus de Milo con una sonrisa en la cara y enfundada en un hermoso vestido de seda sin brazos.

Lorenza Böttner, Sin título (1985), pastel sobre papel © Leslie-Lohman Museum of Art, New York

A finales de julio, en medio de estas y otras obras expuestas en el Leslie-Lohman Museum, se realizó un día entero de conmemoración a Lorenza. Se hicieron talleres experimentales que reunieron a artistas, diseñadores y bailarines de danza contemporánea, cuyas prácticas resonaban, en algún nivel, con la vida y la obra de Böttner. Todas consideraron la discapacidad, la identidad de género y la migración como directrices claves en sus propuestas. El evento, que se llamó One Must Live It, también incluyó ponencias y mesas redondas, en las que participaron académicxs, amigxs de Lorenza y el curador de la muestra, Paul B. Preciado.

Durante esa mañana se trajo a presencia a la artista chileno-alemana y, de entrada, su nombre generó una discusión sobre cómo referirse a ella. Si bien el museo eligió denominarla con pronombres femeninos (ella/la), el fotógrafo Adrian Jones, amigo personal y compañero de curso de Lorenza en NYU, se refirió a ella como él. Jones afirmó que así fue como la conoció. Luego, Paul B. Preciado reparó en esta discusión durante su presentación y, sin polemizar, recordó que Lorenza se refería a sí misma tanto como ella y él. Además, recalcó que las problemáticas del lenguaje a mediados de los ochenta, incluso en Nueva York, no eran las mismas de hoy.

Preciado narró su encuentro azaroso con el nombre de esta artista y la larga investigación tras la cual logró acceder a su archivo, preservado intacto en Alemania por Irene, la madre de Lorenza. De hecho, durante su ponencia, el curador llamó a Irene en vivo desde Nueva York y le contó que al encuentro estaban asistiendo muchas personas que conocieron directamente a su hija. Esa mañana, Preciado comentó que a medida que fue explorando con su cuerpo, Böttner “se transformó en el objeto de su propia práctica”, y que desplazó las fronteras del trabajo individual para crear colaboraciones creativas. De hecho, durante su paso por NYU en el año 1985, Lorenza hizo una serie de fotografías y performances en conjunto con otros artistas. Pero, lamentablemente, casi no hay huellas de eso.

“Es increíble que hayan pasado sólo 25 años desde entonces y su historia ya esté prácticamente borrada. Hay un borramiento institucional y consecutivo de nuestra historia”, dijo el curador refiriéndose a la comunidad queer. Además, Preciado señaló que, al ser una artista trans y sin brazos, Lorenza subvirtió la historia del arte, que convencionalmente es la historia de la mano capacitada. “Hay que pensar que la mayoría de sus trabajos fueron hechos con sus pies y boca, muchos realizados en la calle, como una forma de clamar por el espacio de visibilidad”.

Lorenza Böttner, captura de la documentación del performance Venus de Milo (1987), video transferido a digital © Leslie-Lohman Museum of Art, New York

Es que, sí, Lorenza trabajó desde que era niña para que la mirada de los demás no la objetualizaran ni tampoco que su cuerpo generara lástima. A los ocho años, cuando todavía vivía en Punta Arenas, en el extremo austral de Chile, y se llamaba Ernst, le encantaba observar aves. Según cuenta su madre, un día Lorenza vio un nido de pájaros en lo alto de un poste eléctrico y trató de escalar para alcanzarlo, pero el contacto con la electricidad hizo que se cayera y estuviera a punto de perder la vida. Los médicos optaron por amputarle ambos brazos debajo de los hombros y, aunque viajó a Alemania en 1973 para someterse a una serie de operaciones de cirugía plástica, nunca quiso ocupar prótesis de brazos.

Según Preciado, este viaje a Alemania es clave para entenderla, no sólo porque ahí comenzó a asumir su nombre y la movilidad variable de su género, sino porque también fue en ese país donde se comenzó a catalogar el cuerpo de Lorenza como un cuerpo discapacitado. “Y ella no se veía así, ella se veía como alguien sin brazos y estuvo en una constante lucha por ese término”, explica el curador. “Su decisión fue una crítica, ella se negó a calzar en la representación del cuerpo discapacitado como freak. En la escuela de arte de Kassel entró en contacto con otros cuerpos no conformes tratando de ubicarse en una genealogía invisible de artistas discapacitados”. De hecho, para graduarse de la School of Art Kassel investigó a otros artistas sin brazos, como Aimée Rapin, cuyo trabajo se convirtió en una atracción de la Exposición Universal de París. Pero la mirada de Lorenza fue todo menos objetualizadora con sus pares. Tituló su tesis ¿Discapacitada? y la defendió en 1984, justo antes de viajar becada a Nueva York.

Lorenza Böttner, fotografiada en Nueva York por Adrian Jones © Adrian Jones
Lorenza, de 10 años, y su madre Irene © Archivo Lorenza Böttner
Lorenza Böttner, archivo de prensa de una performance callejera (1985) © Leslie-Lohman Museum of Art, New York

Ni en Chile, ni en Alemania, ni en Estados Unidos, ni en ninguna parte del mundo Böttner quiso inscribirse en las prácticas médicas ni sociales que buscaban “normalizar” los cuerpos disidentes. Y como una forma de resistencia usó sus pies y manos para construir su identidad y generar arte. Hizo sus pinturas y performances en la calle, delante de desconocidos, y jamás se avergonzó de su cuerpo. Todo lo contrario, lo expuso gozosamente. Aunque a veces en los retratos que existen de ella su mirada, sostenida en el lente de la cámara, es rigurosa y pareciera increparnos, siempre subsiste una dimensión serena. La suya es una auto-teoría y auto-representación que funciona como subversión a la monstruosidad, un abrazo a la diferencia y, en ese sentido, es una obra tremendamente queer.

Una de sus monumentales pinturas en pastel muestra a una multitud de transeúntes mirando de reojo hacia el centro del papel, donde la nuestra se encuentra con la mirada de las y los espectadores. Ahí está el punctum de la obra. Ahí está, sin estar, Lorenza. En la intersección de la mirada sensible con la mirada increpadora de la “normalidad”. Lorenza se visibilizó a sí misma a través de su cuerpo sin brazos. Un cuerpo trans y un cuerpo migrante. “Ella confrontó completamente a las personas que observaron sus acciones, reclamando su cuerpo, pero no como el objeto de una mirada freak, sino como un sujeto político”, dice Preciado. El curador y escritor comprende lo importantes que fueron los espacios públicos donde la artista se dejó ver y realizó sus obras. Después de todo, él se doctoró en Teoría de la Arquitectura en la Universidad de Princeton, donde obtuvo un premio extraordinario por su investigación en la que resignificó ciertos espacios a través de una lectura de género. Por eso, no es menor cuando para cerrar su intervención, dijo: “Quizás es hora de que a través de la obra de Lorenza entendamos que la accesibilidad no sólo es arquitectónica. No tiene que ver con construir rampas. Es una lucha epistemológica”.

Lorenza Böttner retratada en Nueva York por Adrian Jones. Cortesía: Leslie-Lohman Museum of Arts y Adrian Jones

Lorenza Böttner: Requiem for the Norm, se presentó del 15 de abril al 14 de agosto de 2022 en el Leslie-Lohman Museum of Art, 26 Wooster Street, Nueva York.

Ariel Florencia Richards

Escritora e investigadora de artes visuales. Estudió Diseño en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV) y Estética en la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC). Realizó un Magíster en Escritura Creativa en la Universidad de Nueva York (NYU). Trabajó como editora cultural de distintos medios impresos, como revista Viernes, revista ED y Paula. Cursa un Doctorado en Artes en la PUC, donde investiga las relaciones entre performance y género.

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