
COYUNTURAS DE METAL
Una tarde primaveral en octubre de 1979, el artista Víctor Hugo Codocedo decidió realizar su acción Monóculo, con la moneda de $10 en el frontis del Palacio de Gobierno. Sosteniendo aquel círculo de cobre entre sus dedos y ojos, jugó a posar en distintos ángulos frente al lente de la cámara y probar varios niveles de enfoque y desenfoque del Ángel de la Libertad, acuñado durante la dictadura como símbolo de la liberación del “régimen marxista”. Con esto, Codocedo miró hacia el otro lado de la calle, de espaldas al palacio presidencial, e interpuso la rigidez de una moneda como velo, entre su presencia y la de quienes hoy observamos las fotografías resultantes.
Igualmente, son varios los ejemplos que componen este repertorio de usos y apropiaciones de la moneda: obras de arte a lo largo de las décadas; actos de protesta ciudadana en el marco del estallido social en Chile; “dinero gay” durante los años ochenta en Estados Unidos, y esto es solo un parpadeo. Las monedas, entonces, siempre a la mano y en flujo, cumplen con lo necesario para cargar con el carácter adquirido a lo largo de los circuitos artísticos, políticos y cotidianos de sus transacciones. Las superficies se tantean y tornan multiuso.




Las obras de Milena Moena y Cristian Inostroza presentadas en la exhibición Las dos caras de la misma moneda, en Departamento Jota, también barren y diluyen, pero vanmás allá de la fricción entre materias y se entrometen en las formas, inscripciones y calces que componen la estructura de la actual moneda de $100 chilenos. Sus obras activan imágenes y significancias repartidas a lo largo del tiempo, porque la frialdad del cobre, níquel, aluminio y zinc, que le dan cuerpo al núcleo y anillo de metal, porta en sí una historia de intervenciones, donde la circulación habitual y frecuente de su valor se ha entremezclado con el arte, las contingencias y el activismo político1.
Mientras otras monedas han sido rayadas, baleadas, tarjadas o puestas entre la lengua y el paladar, las que se presentan en esta exposición comparecen bajo la horadación y borradura trazada por Cristian Inostroza y Milena Moena: en lugar de agregar capas materiales de información, se decide carcomer la estructura original y quitarle el valor definitivo a los $100. Aquella imagen, ahora desvanecida, comenzó a ser acuñada el año 2001, bajo el “deseo de avanzar en el reencuentro con todas las etnias y sectores”, de acuerdo al entonces presidente, Ricardo Lagos Escobar. La ambición enunciada en esa frase es proporcional a la indefinición de la imagen en la moneda: una mujer anónima, sin nombre, tipificada bajo el sustantivo “mapuche” en la cuña. Asaltan preguntas: ¿De quién son esos ojos, reproducidos desde hace más de veinte años, que aún nos miran? ¿Cuál es la distancia que se extiende entre aquella mujer anónima y su actual espacio vacante?
Milena Moena lleva años desgastando monedas, diversificando la superficie del metal, ampliando los reflejos ante quien hoy mira una imagen ausente. Cristian Inostroza ha separado cientos de anillos y núcleos, escindiendo la imagen de las palabras “República de Chile” y “Pueblos Originarios” inscritas en el perímetro de los $100.



Nunca contemplamos aquello que abunda, menos aún si su función es práctica. Las piezas aquí reunidas prescinden de esto último y muestran otra cara de la misma moneda, que antes acariciábamos de manera desapercibida en nuestros bolsillos, hacíamos girar sobre su propio eje o lanzábamos al aire, confabulando sobre la dirección de su caída. La falta de inscripciones y el desacople de las otrora monedas de $100 devuelven la mirada y astillan la neutralidad de la superficie. La ausencia dicta la pauta de una nueva estructura posible, donde las figuras circulares emancipadas y los pigmentos brillantes restantes se solidifican en nuevas complexiones: cintillos, joyería contemporánea, composiciones entre las piezas bifurcadas, citas a artistas del pasado, serigrafías que reproducen el diseño original, y así sucesivamente, una serie de posibilidades de exteriorización y también de lectura (aquí solo hemos emprendido un camino).
Todos somos el amontonamiento de lo que hemos ido tocando, por ganas o por fuerzas, atraídos o infectados ¿no?, se preguntaba la protagonista del libro El contagio (1997), de Guadalupe Santa Cruz, luego de contar que su madre le hacía lavarse las manos después de tomar monedas o billetes. Y es que cada día, multitudes de dedos y pieles anónimas manipulan piezas de dinero metálico.
Cada vez que se agarra una moneda, se barre con cientos de manos que alguna vez han estado allí. Los propios dedos inscriben células que luego tocarán a otros destinatarios. Probablemente, no hay otro objeto tangible que circule tanto como una moneda. Parte de dicha corriente se detiene aquí, bajo estas obras. Sus aleaciones minerales condensan tránsitos anónimos en el tiempo. Hacia el final, emerge la pregunta por las implicancias del tacto: tocar una moneda es palpar otras caricias. Tocar una moneda es inscribir, cada día, un nuevo estrato de quien la porta y diluir otros cuantos de sus transas anteriores. Asistir a diferentes coyunturas de metal.


[1] Una tarde de invierno en agosto de 2021, Daniela Berger recorrió el Festival de Arte Periférica en Pudahuel y vio parte de las obras de Milena Moena y Cristian Inostroza que hoy nos convocan. Su reacción fue instantánea: ambas deberían comparecer en algún lugar.
Las dos caras de la misma moneda, de Milena Moena y Cristian Inostroza, se presenta en Departamento Jota, Mosqueto 464, Santiago, hasta el lunes 18 de abril al medio día.
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