EXISTEN ÁTOMOS QUE SE VUELVEN CÓMPLICES
Entro a la exposición Cuerpos insubordinados y otros paisajes, de Carla Motto, en el Centro Cultural de España. La artista me propone que la recorramos en reversa, desde el patio de atrás del CCE hasta la puerta de entrada principal, ya que así se enarbolan mejor los relatos que dan forma a la muestra. Salimos al exterior. Nos bajamos las mascarillas. Una rampa circular, con sacos de papas rellenos con tierra y cucharas clavadas, marcan el primer tramo del recorrido hacia la sala. Se siente el aroma a tierra seca, en la cadencia del fin del verano y las calles urbanas que dan forma a la comuna.
Carla me cuenta que el día de la inauguración convocó a que lxs asistentes trajeran ollas, para llenar con la tierra de los sacos de papas, utilizando las cucharas a modo de palas, y luego ubicar los recipientes junto a una de las proyecciones de la sala. Miro hacia el fondo y veo las ollas –además de vasos y tupperwares– conteniendo pequeños montículos de tierra, ubicadas en el piso. “Volver a la materia del inicio”, me comenta Carla. Por eso empezamos por el patio, junto a las colinas aguantadas por los sacos.
Atravesamos el umbral de la ventana e ingresamos a la sala que da hacia el fondo del CEE. Las paredes son recorridas por fotografías, anotaciones y stickers de tres colores distintos. Estos dos últimos elementos han ido apareciendo en la medida en que la audiencia los ubica y genera nuevas lecturas y vínculos entre la información. Saltan a la vista las relaciones visuales que se generan dentro de los grupos de imágenes que capturó Carla Motto. Le pregunto sobre el contexto de las instantáneas. Me cuenta que fueron tomadas a partir de una residencia en Valencia y Chiloé, recorriendo y empapándose del trabajo físico en las zonas rurales, y también, en la observación de las lógicas y recovecos de los distintos cuerpos, en cómo se acomodan las cosas en el espacio a partir de los flujos del agua, direcciones del viento, asentamientos de insectos y animales, brotes de musgo y otras plantas no vasculares que se instalan sobre la juntura de las superficies. Así, sobre el pigmento pálido de una gran pared blanca, flotan archipiélagos y penínsulas de paisajes rurales, escenas de campo, aguas, personas trabajando, lugares difusos a partir de las composiciones generadas por la autora.
Giro la mirada hacia la izquierda y observo una videoinstalación. Una pantalla horizontal a piso y otra colgada sobre el muro. Nos asomamos para ver lo que se transmite hacia arriba: el registro en primer plano de la tierra, siendo arada. La cámara ubicada en plano cenital, desde el yugo que unce a los bueyes. El resultado es una secuencia adictiva de mirar: tierra siendo removida, fluctuando hacia los lados, entremedio, islotes de pasto y todo bajo la tonalidad del sol. El efecto es un intervalo de droga o sueño. La decisión de Carla Motto, de ubicar las pantallas en forma horizontal, propicia estos efectos. Qué distinto es cuando se estira el medio más allá de lo que registró la cámara, pienso. Cuando se entiende una videoinstalación más allá del soporte video y se juega con el resultado. Resulta difícil dejar de mirar.
Luego, me acuerdo de un proyecto de obra que relató Patricia Saavedra en una entrevista junto a Víctor Hugo Codocedo y Hernán Parada en 1981. Comentaba que le gustaría arar: arar el cielo, arar el hall central del Museo Nacional de Bellas Artes. Imposible no visualizar aquella imagen en la mente tras evocar ese relato. Vuelvo al presente y a estos arados que sí se pueden ver y que fueron ejecutados sin pensar en los museos y sus artes. Las pantallas de Carla Motto irradian un arado foráneo, que hipnotiza a quien mira y lo encapsula por fuera del CCE, en otro lugar.
La segunda videoinstalación se emplaza en una esquina de la sala, con dos monitores ubicados hacia el piso, paralelos al muro y formando un ángulo de noventa grados. Allí se reproduce un saco rojo, vaciado de su contenido inicial y semi sumergido, formando una barrera por donde el agua del río choca y empuja con fuerza la superficie, concediéndole una forma ondulante, como el curso del agua que le corre. Ondas expansivas, formas, posiciones, caídas y osamentas que se arman en los recorridos que inventaría y relaciona la autora a lo largo de esta exhibición. “Me interesa la diagonal”, me dice Carla, aquello que se desata bajo el intervalo de interacciones entre cuerpos y que generalmente no se enuncia, reconoce ni clasifica en la vida cotidiana, pero que siempre está allí. Aquellos movimientos, traspasos e intersecciones que se generan en el roce, choque y encuentro, como las estructuras formadas por los surcos en la tierra, que solo se hacen visibles al inundarse bajo la lluvia.
“Vertical u horizontal en el mapa, nocturno o diurno, y aunque en un mismo huso horario, el ensanche del viaje produce un sudor, el sudor de los viajes que aglomera el cuerpo a los lugares”, nos dejó escrito Guadalupe Santa Cruz. Leyendo esto y recorriendo la exposición de Carla Motto, me pregunto por los flujos compartidos con el repertorio de cuerpos con que nos rozamos y acoplamos día a día; por las plantas que sobreviven a generaciones de familias, que trascienden su propio cuerpo inicial a través de esquejes que se injertan en otros lugares, frente a otras familias; por los traspasos entre un lugar y otro, y por la memoria que se graba en las superficies, los cuerpos, que tocamos día a día.
Seguimos avanzando por la sala y nos ubicamos frente a las fotografías de un hombre que recorre los arrozales en Valencia, agachando su cuerpo para recolectar arroz. Junto a cada captura, la síntesis de su movimiento repetitivo, trazado por la artista directamente sobre el muro. La secuencia abre la duda por la cantidad de gestos diarios que supone el proceder de cuerpos sobre otros cuerpos, tal como se pregunta la autora, sobre todo cuando consideramos los oficios y labores que implican una relación física, con oscilaciones y desplazamientos continuos. Me acuerdo de los Objetos comunitarios de Camila Ramírez, de los movimientos insistentes a los que remiten las palas, martillos o espátulas durante su “vida útil”. Igualmente, pienso en cómo cambian y se horadan ciertas partes del cuerpo tras un ciclo de movimientos que se replican: los huesos de la espalda, codos y rodillas, la irritación de los tendones de los dedos, la degeneración de los pulmones, las quemaduras de la piel. Asimismo, y en otros cuerpos, la erosión de suelos y rocas, la trizadura que quiebra una solidez otrora aglutinada, los efectos de los hongos asentados sobre las ramas y troncos de los árboles, la curvatura del agua frente a la resistencia de la orilla, el barro surcado y los sacos de papas y arroz ante la corriente del río, que despliega Carla en su muestra. Pienso también en cómo nos relacionamos con el cambio y la degradación propia y en cómo todxs creamos un pequeño universo que nos permite sortear las heridas, caminar en línea recta, arar la vida.
Las formas trazadas junto al hombre de los arrozales remiten a un mapa. Me gusta pensar que en aquel trazo vemos también el cuerpo de la artista, inscribiendo su propio movimiento en cada demarcación sobre el muro o papel. Así, las siluetas de la imagen van formando un perímetro similar al de las fronteras geográficas y, poco a poco, vemos perder la forma humana y carecer de identidad, “en un trance que desarticulan las categorías vigentes y provee emociones reveladoras”, como alguna vez dijo Carlos ‘Indio’ Solari.
Vamos terminando el recorrido. Regresamos un par de veces a la primera sala que visitamos. Vuelvo a mirar las pantallas. Pienso en cómo lograr traducir los rincones de esta muestra y la conversación con Carla en un texto. Ahora, recuerdo las palabras de Paul Preciado a propósito de los sueños en su primer capítulo de Un apartamento en Urano: “Sería tan absurdo reducir la vida a la vigilia como considerar que la realidad está hecha de bloques lisos y perceptibles en lugar de ser un enjambre cambiante de partículas de energía y materia vibrátil, por el mero hecho de que no somos capaces de observarlas a simple vista”. Precisamente, esta exposición hace resplandecer aquellas fisuras que rompen la ilusión de una pervivencia sólida y nos detiene ante nuevas formas, que nacen de la interacción de los quiebres que restan. Existen átomos que se vuelven cómplices, cuerpos remanentes que nacen de una comisura.
Cuerpos insubordinados y otros paisajes, de Carla Motto, se presenta del 30 de noviembre de 2021 al 19 de marzo de 2022 en el Centro Cultural de España (CCE) de Santiago de Chile, Av. Providencia 927.
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