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MES DEL PATRIMONIO: DE LA COMUNIDAD QUE EXISTE AL PAÍS QUE VIENE

La celebración del Día Internacional de los Museos fue una oportunidad más para recordar que la idea de patrimonio y de museo son una invención moderna, eurocéntrica y disciplinar. ICOM, que pertenece a la UNESCO, desde el año 1977 ha sido una de las instituciones de gobierno transnacional, encargada de sostener esta efeméride en el tiempo, fijando y “normalizando” los protocolos y los respectivos principios o deontologías (los valores) respecto de aquello que merece ser, o no, considerado digno de “eternidad” o permanencia. Un museo, así visto, juega su sentido de existencia en la medida que contiene en su interior, dentro de sus muros conceptuales y físicos, una cultura material e inmaterial cuyo cuidado y atenciones depende de un conjunto de saberes, técnicas y especialistas que distinguen lo verdadero de lo falso, lo que es y no es arte y, por lo tanto, determinan cuál será la memoria a proteger y difundir. Bien, antes de llegar a estos asuntos, hay muchos otros que se deben revisar y que deberían estar al centro de las reflexiones sobre patrimonio.

No sólo la institución museo es responsable de establecer el valor de aquello que es digno de ser conservado para siempre, sino que a su vez forma parte del entramado de instituciones sociales, políticas y económicas que establecieron una alianza tecno-política durante los siglos XVIII y XIX que permitió fundar de manera casi simultánea los distintos mecanismos de control de la subjetividad y racionalidad, y por lo tanto, responsable de la definición del ser humano, que ya sabemos, en este caso fue: blanco, heterosexual y europeo. Para garantizar este proyecto social y político, que muy pronto sería expansivo a través del imperialismo colonial y capitalista, se fundaron varias instituciones de manera casi simultánea, con el fin de separar a la población productiva de la improductiva, se organizaron las disciplinas que pudieran identificar las “enfermedades” o “discapacidades” del alma, la mente, la estética y el cuerpo. Entre la Revolución Francesa de 1789 y los experimentos psiquiátricos de fines del XIX, nacen en su aspecto institucional, casi inalterado hasta nuestros días: el museo, el psiquiátrico, la cárcel, el hospital y el cementerio. Nuestras instituciones vienen del Chile Republicano, y de sus efectos posteriores hacia el primer Centenario en 1910. 

Y así estábamos viviendo antes de la Pandemia, cautivos de esta mecánica social y cultural gestada por la modernidad, reproducida y expandida por el capitalismo colonial y por las formas de gobierno en Chile. Desde el regreso a la Democracia, no se cuestionó nunca el modelo. Por arte de retórica y encantamiento, y una buena cuota de esperanza, los chilenos nos creímos el cuento de que, sacando a Pinochet y a las Fuerzas Armadas, el asunto mejoraba, que el “modelo” era el adecuado. No obstante, las sucesivas comprobaciones de casos de corrupción demostraron que todo era una fachada. El estallido social fue la reacción en cadena que venía desde el año 2006 y 2011 convertido en un No +.  A partir del 18 de octubre de 2019, se fijó un antes y un después, un momento de detención abrupta para detener al modelo y a todos sus representantes. No coincidía la imagen del país de la macroeconomía con el que se experimentaba en millones de hogares. Se esperó y pacientemente, pero nada cambió, al contrario, a la crisis institucional representada por los sucesivos gobiernos se sumó la Iglesia, también las élites políticas y económicas. De ahí la expresión “Chile despertó”, que se rayó y coreó por las calles y hogares del país. El filósofo y musicólogo Gastón Soublette, temprana y curiosamente en un matinal televisivo, se refirió a estas asimetrías con toda claridad: “En nuestro país hay millones de chilenos que viven al límite de lo soportable”, mientras una curiosa audiencia escuchaba enmudecida, sin palabras.

En Chile, desde el Big Bang (a decir de Alberto Mayol, que confirmó su tesis de investigación de años anteriores), estábamos viviendo (y aún seguimos en ello) en un verdadero seminario o jornada de reflexión permanente en torno a cómo vivíamos y como queremos vivir.  Una situación dialogante a nivel exponencial si la comparamos con las marchas por la educación del año 2011, cuando en todos los hogares chilenos se habló de educación y juventud. Las voces y expresiones del estallido en el que estábamos, eran las voces de los que decidieron extender su palabra, imagen y grito al espacio público, donde el yo era un nosotros que crecía día a día. Estábamos en eso cuando en marzo comenzó la Pandemia, y con ella, el temor común de que se produciría una exacerbación de las asimetrías y, por lo tanto, la explicitación de la ficción del “modelo”. Cuestión que no ha tardado en ocurrir.

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Así como se ha reclamado por salud, día a día, durante la cuarentena en todo el mundo, se ha tenido la conciencia de que la cultura y las artes también son herramientas de salud pública. Hemos acudido a la cultura y la reinvención de algunos artistas con tal de salvarse, y salvarnos, del encierro y el agobio de los metros cuadrados en que vivimos.

¿Tiene sentido hablar de poesía, arte, de museos y patrimonio en estos momentos? Claro que sí, más que nunca. Cuando hay reclamos de libertad, de creación y de hambre es cuando el plural debe articularse. Ha sido a través de la cultura y las artes que los países han imaginado la vida tras la devastación de la primera y segunda guerras mundiales, tras las crisis económicas globales, y tras las dictaduras. Porque a través de la cultura es posible habilitar subjetividades y tecnologías de vida que contrarresten las formas, herramientas y tecnologías de la muerte. Así como se ha reclamado por salud, día a día, durante la cuarentena en todo el mundo, se ha tenido la conciencia de que la cultura y las artes también son herramientas de salud pública. Hemos acudido a la cultura y la reinvención de algunos artistas con tal de salvarse, y salvarnos, del encierro y el agobio de los metros cuadrados en que vivimos. Es posible pensar que las instituciones y los artistas pertenecientes al cine, la música, la poesía, el teatro y las artes en general se tengan que reinventar en sus formatos de distribución, diversificando sus estrategias a través de los soportes digitales, descargas y links a toda hora, intentando retener un sistema cultural, que en lo estructural se va desmoronando.

¿Qué hacer? Hay tareas en diferentes direcciones y niveles sociales, educativos y políticos que no debemos perder de vista, puesto que, si hablamos de poesía, arte y patrimonio, debe ser ante la certeza de que el arte no es una dimensión marginal ni accesoria del desarrollo humano. Por ejemplo, las autoridades educacionales de los últimos gobiernos conciben a las artes como asignaturas subalternas en el currículum escolar y, por lo tanto, sin derecho a voz. ¿Es posible que esta sociedad que ha sido considera modelo respecto a otras haya naturalizado el hecho de que, año a año, alumnos de todo el sistema escolar se vean obligados a elegir entre artes visuales o música? Esto habla de una política educacional estatal anquilosada, que niega en el currículum la creación como una dimensión cognitiva, que desarrolla capacidades expresivas de una sociedad que propugna vida. Si se niega estructuralmente las artes, también por extensión se niega el rol de sus cultores y docentes. Luego, el final de la historia ya lo sabemos: si no hay cultura ni arte en la enseñanza regular, si no está en tu cotidiano, ni en tu casa ni en tu barrio, es posible que en nuestro país nunca te encuentres, o incluso realices una obra, un poema, una imagen o una melodía que cambiará tu vida y la de otros.

En el mes del patrimonio en tiempos de Pandemia, ¿qué cadena de valor y valores activar ante el desfallecimiento de instituciones que se han alejado progresivamente de una sociedad que ya no la tiene en su horizonte, aunque las estadísticas de visitas de la Noche de los Museos digan lo contrario? Sabemos que la asistencia es multitudinaria ese día porque las instituciones no son los contenedores, es la experiencia de una comunidad que convierte en espectáculo la extrañeza, la novedad del ver, sentir y aprender algo nuevo. La próxima Noche de los Museos seguramente será virtual, pero en realidad, no se requiere ahora un día y momento especial para asistir. La razón tendría que ser otra para que los chilenos exigieran la apertura de un museo antes que de un mall. Sabemos que esto no ocurrirá: aparte de peligroso en términos de salud, también es peligroso literal y simbólicamente para las mismas élites políticas y económicas que han convertido al Ministerio de Cultura en un departamento subalterno respecto del Ministerio de Salud, Economía y Vivienda.

Desde marzo, se puede comprobar la desafección. No hemos visto declaraciones públicas ni la presencia de las autoridades del área para proteger, cuidar o señalar apoyos al sector, como si el arte y la cultura fueran un asunto administrativo, que se despacha por ventanilla organizando las actividades de gente extraña que desarrolla labores creativas de dudosa tabulación y productividad.

Ante este escenario adverso, que no se distingue demasiado del anterior, con la diferencia de que esta precariedad viene sin simulacros, nos preguntamos: ¿Habrá un cuestionamiento del sector para que cada una de las partes y protagonistas implicados pueda reinventarse y revisar su razón de ser frente a la sociedad? ¿Los museos podrán ser críticos y autocríticos? ¿Se podrán convertir en laboratorios de experiencias desjerarquizadas, integradores de las diversidades y democráticos en el intercambio de información, intuiciones y experiencias entre los visitantes, artistas, curadores y educadores y los nuevos públicos por venir?

Porque si hay algo que se está cayendo como si fueran fichas de dominó, es el viejo esquema de producción, distribución y consumo en el que se fundaban las industrias culturales, ya que los artistas, en tanto productores, ya no cuentan con el calendario, ni los encargos ni el guion que hasta hace poco organizaban sus vidas. Por otro lado, las instituciones y los distintos sistemas de mediación y distribución están cerrados o inactivos, con las consiguientes consecuencias económicas. Y los mal llamados consumidores, ahora no consumen más que sus propios tiempos de espera y sobrevivencia.

Una alternativa creciente para mitigar este estruendo en el que se vio afectado el tablero de ajedrez del sistema del arte contemporáneo ha sido la adaptación a la vida telepresencial. Esta imagen del tablero en los años 90 que difundió irónicamente el artista mexicano Pablo Helguera hoy parece una trágica ironía, ya que lo de afuera aparece más vasto y desafiante que su interior. Esta condición líquida del tablero permite un océano de convivencias desreguladas, donde los públicos han encontrado un lugar donde ejercer su libertad -cuando tienen conexión- para seguir y escuchar a los autores y artistas de su preferencia, mas allá de las instituciones, incluso eludiéndolas, porque ahora, por el momento, ya no son los objetos ni los edificios los que importan: son las relaciones de sentido que acontecen ante un verdadero naufragio como espectador.

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Si queremos desarrollar nuevas epistemologías para el arte, nuevos conocimientos que permitan iluminar aquello que se redescubre y valoriza desde otro lugar instituyente, tendremos que configurar un nuevo mapa con sensibilidades creativas desde las bases sociales, sin sesgo de clase, género ni etnia, sin expertos ni voces autorizadas que impidan la autopoiesis.

Es posible que esta experiencia, que apela a lo sublime por su inmensidad, permita la emergencia de nuevos nombres de artistas y que, tras esta cuarentena, nos descubramos ante obras y autores que antes no habríamos admitido ni considerado como artistas ni como arte. Aquí el historiador y crítico Boris Groys señala algo que podemos atender respecto de estas fronteras: “¿Qué se constituye y se comunica en y a través de una obra de arte? No se trata de un saber objetivo e impersonal como el que se constituye y se comunica en el caso de la ciencia. En el arte, la subjetividad es aquello que se vuelve autoconsciente a través de la autoexposición y también lo que se comunica.”[1]

¿Estamos preparados para asumir este giro y reinvención del sistema del arte donde somos autores y espectadores a la vez? ¿De qué manera los museos dejan de subestimar a los espectadores, de considerarlos anómalos o carentes, y se los trata como autores y coautores expertos en la historia de su sensibilidad? Tal vez la metáfora del contagio viral nos sirva para reubicar el lugar del artista en la sociedad virtual que ahora emerge, y si es así, tendremos que reinventar las formas de comunicación y difusión de las creaciones. El mismo Boris Groys aquí también nos da una perspectiva histórica: “Así como el bacilo modifica el cuerpo, los elementos visuales agregados al mundo por los desarrollos técnicos y sociales modifican la sensibilidad y el sistema nervioso del artista. El artista ‘se contagia’ de ellos y adquiere también una sensación de riesgo y peligro. Por supuesto, cuando uno se enferma va al médico. Pero Malévich cree que el rol del artista es diferente del rol del médico o del técnico, educados para remover deficiencias y malos funcionamientos, para restaurar la integridad del cuerpo enfermo, de la máquina fallada. El modelo de Malévich para el artista y para la enseñanza del arte sigue el tropo de la evolución biológica: los artistas necesitan modificar el sistema inmunológico de su arte para poder incorporar nuevos bacilos estéticos, para sobrevivir a ellos y para encontrar un nuevo balance interno, una nueva definición de salud”.[2]

Esta imagen del o la artista que sana y enferma a la vez, parece por sí misma romper la dimensión romántica y a la vez productivista con la que nos enfrentamos al proceso creativo, en el entendido de que el arte acontece en un lugar indescifrable que media entre las imágenes y las personas, en eso que se denomina intersubjetividad, en la medida que lo personal también es un reflejo de lo colectivo. Si queremos desarrollar nuevas epistemologías para el arte, nuevos conocimientos que permitan iluminar aquello que se redescubre y valoriza desde otro lugar instituyente, tendremos que configurar un nuevo mapa con sensibilidades creativas desde las bases sociales, sin sesgo de clase, género ni etnia, sin expertos ni voces autorizadas que impidan la autopoiesis. Tal vez esta crisis nos ofrece la oportunidad inédita de generar estructuras narrativas y relatos que nos modifique la auto imagen con la que los chilenos hemos sido educados y disciplinados. Imaginaremos colectivamente nuevas formas de reescribir las efemérides y, por lo tanto, dinámicas no permanentes para considerar el patrimonio, inaugurando el paradigma de una sensibilidad dislocada, desde adentro y desde debajo.

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Los cambios del sistema del arte tendrán que venir desde este sustrato de revisión crítica y autocrítica, conservando lo ya existente, o transformándolo para crear nuevas redes de sensibilidad estética. Tal vez, la revolución artística por venir tenga que ver con ese país que al pueblo le falta

Félix Guattari, a través de unas reflexiones que realizó en una visita a Brasil en 1982, nos ayuda en este argumento: “Sí, yo creo que existe un pueblo múltiple, un pueblo de mutantes, un pueblo de potencialidades que aparece y desaparece, que se encarna en hechos sociales, en hechos literarios, en hechos musicales. Es común que me acusen de ser exagerado, bestial, estúpidamente optimista, de no ver la miseria de los pueblos. Puedo verla, pero… no se, tal vez sea delirante, pero pienso que estamos en un período de productividad, de proliferación, de creación de revoluciones absolutamente fabulosas desde el punto de vista de la emergencia de un pueblo.”[3]

Me apoyo en este optimismo, creo verlo desde el estallido; aunque sea igualmente delirante, podría afirmar que, en nuestro caso, a diferencia de la nostalgia que tenía Guattari, en Chile por fin tenemos pueblo que haga la revolución para un nuevo paradigma, pero el problema es que nos falta un país donde hacerla, porque lo se requiere es una mutación radical. El sistema del arte lo podemos enfrentar con una actitud desglobalizadora, cambiando la escala de los asuntos, pero también el sentido y fondo de una trama argumental, que puede ser reinventada, no sabemos con qué profundidad y por cuánto tiempo, pero ya sabemos que imaginar colectivamente es una alternativa urgente, y que la experimentación y el juego son vitales en la configuración de una nueva sensibilidad. El filósofo y activista Paul Preciado nos confirma algo fundamental: “Pero todo esto puede ser una mala noticia o una gran oportunidad. Es precisamente porque nuestros cuerpos son los nuevos enclaves del biopoder y nuestros apartamentos las nuevas células de biovigilancia que se vuelve más urgente que nunca inventar nuevas estrategias de emancipación cognitiva y de resistencia y poner en marcha nuevos procesos antagonistas.”[4]

Nuevos procesos de conciencia, ante nuevos saberes colectivos y emancipados que se han despertado en Chile, que dada su potencia expansiva, siguen avanzando en el universo de asuntos que nuestra sociedad ve desplazarse cotidianamente hasta lograr que las instituciones que rigen nuestro comportamiento desde el siglo XVIII (la cárcel, el psiquiátrico, el museo y el cementerio) se diluyan junto a los edictos republicanos y las sucesivas constituciones que han omitido narrativas alternativas. Los cambios del sistema del arte tendrán que venir desde este sustrato de revisión crítica y autocrítica, conservando lo ya existente, o transformándolo para crear nuevas redes de sensibilidad estética. Tal vez, la revolución artística por venir tenga que ver con ese país que al pueblo le falta, que ha sido reclamado y declamado de manera pública y privada, donde se debe proteger el sentido transformador de la creación en los diversos campos disciplinares, en convivencia y empatía con otras formas de vida, con otros otrxs. Seremos una comunidad de “mutantes” ante una naturaleza que ya no será vista como recurso a explotar, sino como otro ser que tiene voz, porque en unos años más habitaremos ese país que viene, el que estamos construyendo en este presente, que estará escindido de la cartografía colonial y neoliberal, pues habremos aprendido un lenguaje para el que antes no teníamos sentidos.


[1] Boris Groys, Arte en flujo, ensayos sobre la evanescencia del presente, en Conceptualismo global: El regreso, Caja Negra Editora, Buenos Aires, 2016,  p. 149.

[2] Op. cit., p. 86.

[3] Felix Guattari, en Suelly Ronik, Micropolítica, cartografías del deseo, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2015, p.13.

[4] https://elpais.com/elpais/2020/03/27/opinion/1585316952_026489.html

Ramón Castillo

Director de la Escuela de Arte de la Universidad Diego Portales, Santiago de Chile. Titulado en Artes Plásticas y Licenciado en Estética, Pontificia Universidad Católica de Chile. Doctor en Historia y Teoría del Arte, Universidad de Barcelona, España.

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