Poder, Identidad y Representación (en el Arte Público) en Chile
Por Francisco Reyes y Matías Verdugo
Durante los días 15 y 16 de enero se realizó el conversatorio Poder, identidad y representación (en el arte público) a partir de la exposición Contra La Razón, del escultor Luis Montes Rojas en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA). En las jornadas se trataron temas como patrimonio, memoria, monumentos y estatuaria nacional en el contexto del estallido social. Esta iniciativa de reflexión nace gracias a la colaboración del MNBA y el Foro de las Artes de la Universidad de Chile.
En el Salón José Miguel Blanco del MNBA se reflexionó sobre el significado de patrimonio, los monumentos y su función, como también su gramática y cercanía con la ciudadanía. Se entablaron conversaciones en torno a la violencia y la memoria, siempre marcadas por el acontecer nacional y los sucesos que han acaecido los últimos meses, abordando además todo tópico concerniente a la discusión, como el arte, el neoliberalismo, la representación y la obsolescencia, los que fueron debatidos a la luz de las obras expuestas por Montes Rojas en Contra La Razón.
El conversatorio se enmarca en los hechos derivados del 18 de octubre de 2019, en el que se presenciaron diversas intervenciones a monumentos en Santiago y otras regiones de Chile. Se debatieron estas reacciones ciudadanas tomando en consideración los elementos tratados por Luis Montes Rojas en su exposición y la investigación que ha desarrollado sobre el tema -escultura, monumentos y estatuaria- que aborda junto a otros académicos como Sergio Rojas y Mauricio Bravo en el Núcleo de Investigación Escultura y Contemporaneidad de la U. de Chile, quienes participaron del conversatorio junto a artistas visuales como Bernardo Oyarzún y Andrés Durán; los académicos Pablo Aravena y José de Nordenflycht; además de la directora del Museo de la Solidaridad Salvador Allende, Claudia Zaldívar, el director del Servicio Nacional del Patrimonio Cultural, Carlos Maillet, y la psicoanalista Constanza Michelson.
En la primera mesa se abordó directamente la exposición Contra la Razón y fue moderada por Víctor Díaz Sarret, Doctor en Filosofía con mención en Estética y Teoría del Arte. Luis Montes comentó sobre la complejidad del momento actual para la escultura, dada la situación que propone un mundo rebosante de objetos, citando al artista Pablo Rivera, quien reflexionaba sobre el punto a inicio de los 90: “Disponerse a entrar a una tienda como Falabella y tener ahí 400 aspiradoras, cuya noción de diseño complejiza el papel de la escultura, esa invasión ponía en crisis la propia definición de la escultura en tanto autonomía”.
La cita se refiere a la razón neoliberal que distorsiona también nuestra noción de historia, de relato nacional, determinando una situación que le permite a la escultura transformarse en una plataforma privilegiada para comprender lo que está aconteciendo. Por lo tanto, Contra la Razón se conforma como una exposición que aborda un problema actual y que conscientemente omite el término “neoliberal” en su título original para, en palabras del autor, permitirse pensar más abiertamente su sentido en relación al contexto nacional: “Aquello que el contexto le hace a la obra, ya se lo hizo”.
Además, Luis Montes, citó al teórico español José Luis Brea para referirse a la política en la escultura, explicando que en su diagrama el monumento se ubica en el punto de encuentro de dos líneas perpendiculares: la del mundo de las ideas y la del mundo de las formas.
A partir de esta reflexión que Brea despliega en su texto Ornamento y Utopía, el teórico propone la noción donde el monumento se transformaría en mero ornamento desprovisto de todo capital político, mientras que el arte contemporáneo sería la materialización de un impulso utópico-crítico que intentaría finalmente la transformación social.
Sin embargo, Montes desarrolla esta idea concluyendo que los monumentos no son solo decoraciones sino hitos que devienen del poder y que intentan normar el espacio público, pero, al mismo tiempo, “no son lugares para recordar, sino lugares para olvidar tranquilos. Por ejemplo, podemos olvidar que Baquedano fue el general que entró a Lima, porque está ahí como un recordatorio. Lo que pasa es que los monumentos lentamente se van invisibilizando en la cotidianidad”.
Así, el monumento es siempre político porque expresa la voluntad de quienes los erigieron. De ahí que la “idea” se haga materia concreta en el monumento y, por ende, norma el espacio que habita en coherencia con la voluntad que le da origen.
Es por eso que cuando los monumentos son olvidados pierden fuerza política, “hasta que aparecen rabiosamente cuando algo sucede con ellos y se tornan políticos nuevamente. Dejan de ser objetos decorativos, como en la Plaza Italia o Dignidad, que recuperó su fuerza después del 18 de octubre. Al ser intervenidos, estos monumentos entran en conflicto con las intenciones de las personas que los erigieron”, explicó Montes, agregando que “la crítica a la escultura pública tiene que ver con el poder, con la institución, porque de ahí deviene su sentido original, y el conflicto de hoy son los nuevos relatos propuestos a partir de lo que está ahí”.
Mauricio Bravo, curador de Contra la Razón, aseguró que en tiempos de conflicto el arte tiende a aparecer más en las calles que en los propios museos. Pareciera que hasta antes del estallido social, a excepción del movimiento feminista, a nadie le hubiera molestado que todas las estatuas fueran de hombres. “Hoy cambia el significado del monumento; es por ello que se cuestiona que todos los héroes sean hombres y que predominen los valores falocentristas”, dijo Bravo. Para el curador existen nuevos cuerpos y relatos que avecinan nuevos tiempos en el país, gracias a que surge una voluntad para que la historia sea emancipatoria y no pasiva.
Al término de esta primera sesión, Montes Rojas reflexionó sobre la gramática monumental, la forma en que tradicionalmente se erigen los monumentos. Propone que primero se establece la localización, puesto que existe un vínculo entre escultura, sentido y lugar, pero que en nuestro país no se ha terminado de entender esa relación y, a diferencia de otras latitudes, movemos las esculturas urbanas permanentemente.
“Los monumentos, en su sentido tradicional, no pueden moverse”, dijo el escultor, aclarando que lo que acontece en Chile -donde la mayoría de las estatuas han sido relocalizadas- desdramatiza la situación futura de esculturas como la de Baquedano. Por otra parte, comentó la forma en que se estructura esa gramática cuando toda ella trabaja para una sola condición: la permanencia intemporal. Esa es la función del pedestal y su altura, del bronce como metal resistente a la intemperie, todo para sostener por siempre la imagen de un personaje, normalmente hombre, blanco, occidental, poseedor de poder y de un lugar en la historia.
Así, “cuando tienes clara la gramática monumental, la forma en que se escribe un monumento, puedes manipular ese carácter entendiendo que modificar ciertas cuestiones afectan directamente al patrón, la columna vertebral”.
Y ese sería el principio de Contra la razón, exposición cuya curaduría se articula desde la noción de fragmento, poniendo en cuestión la unidad y coherencia narrativa monumental. “El fragmento del monumento se extrae como si fuera una especie de extirpación, obteniendo un objeto que puede ser manipulado, reproducido, transformado, para permitir la emergencia de nuevos relatos”, dijo Montes.
Arte público a la luz de las acciones iconoclastas de las movilizaciones sociales en Chile, como se tituló la segunda mesa de conversación, fue moderada por Paula Honorato, curadora del MNBA. Pablo Aravena, director del Instituto de Historia y Ciencias Sociales de la Universidad de Valparaíso, abrió el diálogo con un texto que preparó para la ocasión, donde afirma que el destronamiento de la estatuaria pública ha sido uno de los indicadores de una verdadera revolución.
“La censura de una memoria antigua acompaña la caída de un régimen o el triunfo político de un bando sobre otro. Esta destrucción de monumentos es el sentido común de una rebelión”, puntualizó.
Citando a Antropología de la memoria, de Joel Candau, Aravena explicó que los monumentos se ven amenazados en los momentos históricos de inestabilidad, donde la sociedad mira con más recelo estas figuras porque el monumento significa una declaración, una visión que quiere ser erigida por un grupo de personas. Por lo tanto, se trata de iconoclastía, expresión que se refiere a la destrucción de imágenes por motivos religiosos o políticos.
“Es por esto que han surgido enfrentamientos de destrucción y protección de monumentos, en busca de crear un relato que oculta a algunos e invisibiliza a otros”, dijo Aravena, citando a José Luis Martínez, quien escribió un capítulo sobre la situación de las estatuas para Chile despertó, publicación del Departamento de Ciencias Históricas de la Universidad de Chile.
Aravena también declaró que la memoria de los monumentos sólo sirve hoy para la construcción de una memoria social, más allá de las definiciones sociológicas. Es un pasado de saberes hechos para la transmisión de la memoria y, así, darle sentido a las vidas populares, y seguidamente cita al historiador chileno Gabriel Salazar, quien legitima académicamente el movimiento estudiantil del 2011, y para quien sus participantes serían “hijos de la memoria social profunda”, personas que alimentan sus fuerzas de manifestarse a partir de las luchas sociales que vivieron sus padres, abuelos y bisabuelos.
Sin embargo, Pablo Aravena ve esto de forma anacrónica, como si la experiencia fuese transmitida sin pausa y no existieran indicios de reflexiones sobre la crisis de las experiencias. “¿Acaso una manifestación masiva en una marcha refuta por sí sola la atomización de las exigencias del Chile neoliberal?”, se preguntó el orador.
“Se reconoce que el vínculo social fuerte no es soporte ni material para construir memoria alguna”, respondió citando a Nordan Lexner, y continuó diciendo que “el lugar del pasado se transforma en un mero dato turístico. Sin la historia monumental ni la historia de la memoria social, los monumentos no pueden decirnos más que lo literal. Lo que muestran en sus imágenes”.
Llegado el turno de Constanza Michelson, psicoanalista y ensayista, comentó sobre lo poco que existe de femenino en los monumentos. Michelson ejemplifica con el caso de una niña francesa que sale con su tío a pasear por París. El tío le muestra los grandes monumentos de la ciudad, pero a la niña no le importa nada de los emblemas fálicos que adornan la capital. “Eso es lo femenino”, plantea la psicoanalista, “es el lugar de la insolencia, el de la sospecha respecto de la razón fálica”.
La razón femenina subyace a la masculina, la cuestiona, y es por eso que el poder regente (lo patriarcal) erige estos “próceres”. Para lo femenino siempre existe una desconfianza en relación a su lógica de la razón. Porque -en esencia- “la razón tiene que ver con convencer a otros de cosas que muchas veces no se pueden probar”, según Michelson.
Siendo el tercer orador de la jornada, el filósofo Sergio Rojas, se refirió a la violencia contenida en los monumentos nacionales. Con ello referencia a la presencia militar en nuestro relato nacional, que hoy en día es cuestionada en las manifestaciones y que, según Rojas, “buscan sancionar el triunfo de la violencia cifrada en estas figuras. Al momento de escribir la historia no existe objetividad de los hechos. La historia está escrita de miedo y expectativas, de odios. Y existe una sobreexposición de los hechos”.
Para Rojas, el neoliberalismo responde a una etapa del capitalismo, es un momento crítico en que se deshace la historia. “Se deshace de lo humano. Por lo tanto, y bajo esta lógica, no hay espacios para héroes, ya que la historia deja de ser humana”, explicó el filósofo. Pareciera que la historia es meramente militar, todo monumento es un himno de guerra, “el agotamiento del relato histórico, nos invita a dudar de este inmenso matadero llamado historia universal. La destrucción del monumento es parte de la destrucción de alguna memoria”, concluye.
El segundo día de conversaciones se inició con la mesa Patrimonio, historia y memoria de las instituciones, moderada por Marisol Richter, licenciada en Historia del Arte por la Universidad SEK. Claudia Zaldívar, directora del MSSA, abrió la conversación respecto al rol que tomaron como institución tras el estallido social y la presencia de militares en las calles.
Desde hace tres años el museo se concibe con el trabajo en comunidad, colaborando con los vecinos de Barrio República. Invitaron a los vecinos a trabajar con su lugar y su memoria. Hicieron un taller de textiles, fotografía y escritura. Este año se hicieron brigadas por especialidad en el museo. Con el estallido, se conformaron brigadas autogestionadas en la comunidad y el museo se abrió como espacio de diálogo, cabildos y otras actividades.
Es por esto, afirma la directora, que el equipo del museo se ha ido replanteando las metodologías para tratar el estallido de octubre, además del trabajo en el territorio y su financiamiento. “¿Qué pasa hoy?”, se preguntó Zaldívar agregando que, “es una gran interrogante y conlleva un nivel de trabajo sensible con las líneas políticas del museo, que son afines a los temas que afloraron por el estallido social. Que siempre estuvieron, como lo reflejó la muestra de Luis Montes Rojas, que estaba mostrando lo que ya pasó”, dijo.
Carlos Maillet, Director Nacional del Patrimonio Cultural, inicialmente planteó cómo esta institución debía afrontar el estallido social. Para el director, el patrimonio se construyó como una institucionalidad para formar una patria con dimensión geopolítica: “Se van armando estos tótems culturales que se traducen en desafíos de ciudadanía y representatividad. Es por esto que las personas buscan tener mayor representatividad en relación a los monumentos que los rodean ¿Cómo hacemos la participación más abierta y con menos especificidad? Entre más específica la pregunta, la respuesta queda obsoleta”.
Es por ello que, a su juicio, Contra La Razón planteó un problema muy específico de forma sencilla. El Servicio del Patrimonio Cultural se está replanteando la idea de representatividad y busca mejores mecanismos desde las instituciones para abrir la participación a la ciudadanía.
Para cerrar la tercera mesa habló José de Nordenflycht, historiador del arte, quien puntualizó ideas contenidas tanto en la obra de Montes Rojas como en el actual contexto nacional. “En algún momento de la historia la idea y función de un monumento era clara: que no desapareciera de este mundo. Nuestra idea de patrimonio está obsolesciendo más rápido que la materialidad”, dijo Nordenflycht.
Para el historiador, el arte y el patrimonio no son lo mismo. “El arte versus el patrimonio da resultados distintos. Esta confrontación es un motor de creatividad y productividad, conformados por cuotas de imaginación y producción de imágenes, de recuerdos y memoria. El poder del arte es demostrar la fragilidad del patrimonio y el poder del patrimonio muestra la fragilidad del arte”, explicó.
Nordenflycht concluye sus reflexiones dando a entender que los monumentos, en su naturaleza de objetos, no se recuerdan a sí mismos, porque no tienen memoria ni conciencia de sí. “Somos los sujetos los que valoramos los objetos. Esto es clave en los procesos de recuperación”, añadió.
En la mesa de cierre, El monumento como problema de obra, moderada por Paula Honorato, el artista visual Bernardo Oyarzún presentó imágenes de su muestra Funa, en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, donde se destituyen las figuras heroicas que se han levantado desde el Chile colonial al Chile del presente.
El artista dio cuenta, tras una actividad en terreno, que muy pocas personas recordaban los monumentos del bandejón central de Santiago, identificando el desinterés por la estatuaria pública. El ejercicio de Oyarzún consistió en una investigación de todos los monumentos que están referidos a héroes, y las reflexiones del artista arrojaron que todos son falsos, pues son monumentos de personas que no merecen estar en esos lugares. Según el artista, “los monumentos están llenos de presidentes asesinos que no deberían estar ahí, porque todos están relacionados con matanzas, quizá a excepción de Salvador Allende”.
Otra obra revisada fue Monumento editado, de Andrés Durán. En sus proyectos, Durán busca exacerbar ciertos elementos de la ciudad para exagerar la visibilidad de los monumentos. Para ello, fotografía esculturas que luego cubre digitalmente con una proyección basada en el mismo pedestal donde se yerguen.
Al final del proyecto, que fue extendido a varios países latinoamericanos, a Durán le costó diferenciar los monumentos por su país de origen, ya que hay poses que reiteran el imaginario del siglo XIX y que se repetían en los diversos lugares, intentando configurar un relato histórico, de erigir héroes, y también para levantar fronteras ideológicas respecto de los otros países.
En esta misma mesa de discusión, Luis Montes abordó el proyecto de investigación que ha desarrollado sobre la figura de Diego Portales, cuya estatua está frente al Palacio de La Moneda y que, después de una inspección para levantar su estado de conservación, permitió develar que había recibido seis balazos de armas de alto calibre, probablemente en el golpe de Estado de 1973.
Eso le permitió reflexionar sobre la idea misma de conservación, puesto que esta capa añadida de historia complejiza el relato que contiene la misma estatua, impidiendo actuar sobre ésta con los criterios tradicionales de restauración que habrían determinado su borrado.
Finalmente, propone que el arte contemporáneo sería una posibilidad para otorgar vías a esos otros relatos, y mostró dos obras realizadas a partir de moldes tomados sobre los balazos recibidos por Portales: Joyería, una serie de pequeñas joyas doradas en bronce donde aparecen los orificios de las balas, y A la memoria, medallón recordatorio con el rostro del ministro ahora perforado en la mejilla, en la misma posición que la estatua recibió un balazo en 1973.
El conversatorio tocó varios puntos en torno al tema del patrimonio cultural en Chile, y de todos ellos, preocupa el cómo construimos nuestra memoria a través del patrimonio. Como dijo Carlos Maillet, los monumentos sirven de tótems culturales para la ciudadanía, por lo tanto, estos deberían ser erigidos por y para la ciudadanía.
El Museo de la Solidaridad Salvador Allende pudo encauzar la iniciativa de sus vecinos para trabajar con la memoria, crearon instancias en lugares facilitadores para que las personas pudieran reunirse, discutir y reflexionar sobre sus espacios, su entorno. Tomando lo propuesto por Montes Rojas, los monumentos habitan el cotidiano y, por lo tanto, comparten nuestro espacio, por lo deben ser parte de la comunidad y construirse con ella.
El Museo Nacional de Bellas Artes es ejemplo del patrimonio que ha sido mínimamente intervenido en las manifestaciones, ya que existe una relación con su entorno, con la comunidad que lo sostiene y valora. En cambio, la violencia hacia los monumentos se podría comprender porque los valores e ideas que representan no cuadran con el ideario del Chile actual. En específico, se plantea desde aquí la reconstrucción de nuestro relato, ahora desde las comunidades.
Descubrimos que, desde este punto, la diversidad será sostenida y nutrida, pero que en momentos de resignificación como los que vivimos hoy, se hacen necesarios esos espacios facilitadores para la reflexión ciudadana. No creemos que sea sólo una demanda a la institución, sino un llamado a reavivar la comunicación y la actividad autogestionada. A crear símbolos y formas que hablen de nosotros mismos y de nuestras vidas. Es ahí donde creemos que radica la verdadera historia nacional, en el conjunto ciudadano que se moviliza por sí mismo y su entorno, haciendo uso de sus espacios y humanizándolos contra toda crisis.
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