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Marcelo Pombo:templos de Barrio

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Por Federico Baeza

1 .  P R Ó L O G O

Entre la autoconciencia exasperada y el automatismo sonámbulo, Marcelo Pombo vuelve a leer una y otra vez la Historia y su historia en una muestra que se despliega con la extrañeza de un sueño: una serie de estaciones consecutivas que deparan instantes de contemplación particularmente vívidos, alucinados, imágenes visionarias. Las iconografías que fue atesorando a lo largo de su ya extenso derrotero retornan una vez más pero de un modo trastocado. Lo que en algún momento fue bidimensional ahora toma cuerpo, lo pequeño cambia de escala hasta agrandarse desmesuradamente. Lo inerte se anima, le crecen extremidades informes y cabelleras tornasoladas. Lo estridente se hace oscuro, lo ramplonamente pardo ahora brilla emitiendo una luz enceguecedora.

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2 . L A  D E S T R U C C I Ó N  D E L  T E M P L O  D E  J E R U S A L É N

Así llamó al primer escenario, en este camino todo tiene una invocación, como en un fábula. La historia del arte pobló esta escena de inmensos bloques pétreos en caída libre, caballos encabritados en contorsiones bélicas y enardecidas llamaradas devorando la ciudad. Es bien sabido que la caída del templo de Jerusalén ocurrió dos veces: una a manos de Nabucodonosor II, otra por la acción de las legiones romanas bajo la orden del emperador Tito. Según la tradición hebrea el tercer templo se erigirá con la llegada del Mesías. Ahora las ruinas fueron reconvertidas en un set televisivo que podría servir para un programa de concursos y números musicales. Este lugar se prestaría a una felicidad sencilla e idiota para grandes y para chicos, como si fuera una regresión a esos primeros programas del Show de Xuxa de los 90, algo muy caro al imaginario de Pombo. De la parrilla de luces se sujetarían inmensas cajas de obsequios que caerían para alegría de los más pequeños. Paquetes esmeradamente preparados, adornados con lo bonito y barato, sueños desclasados de una opulencia inmediata. Casi no hace falta señalar la omnipresencia de este motivo en el itinerario de Pombo, desde sus primeras figuraciones a mediados de los 90, pero también su tozuda pervivencia en obras más recientes en las que los regalos caen sobre un cielo tormentoso, como dones de un bienestar salvífico. El tercer templo de Jerusalén se vuelve a erguir como una escenografía de resplandeciente cotillón.

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3 .  B R U M A  D E  B E L É N  E N  E L  R I A C H U E L O

Una Belén que destila color local: el universo de referencias de Pombo transita desde el sainete cinematográfico protagonizada por Olinda Bozán, Bruma del Riachuelo, que narra las peripecias de una mujer abandonada, se detiene en el tango de Edmundo Rivero, Niebla en el Riachuelo, que lamenta el desamor acodado en un viejo bergantín, y recuerda las Misas herejes de Evaristo Carriego, una biblia de la cultura popular. Empieza a resultar claro cuál es el pueblo elegido para vagar en la miseria y llegar a la redención en esta parábola. El centro del relato transcurre en un recinto de escasa altura cuyo techo se encuentra cubierto por cartones salpicados por bolitas de telgopor; la cita a la emblemática Navidad en San Francisco Solano (1991) es obvia. Justamente es nochebuena, en el interior del pesebre resplandecen figuras geométricas esplendorosas puestas en lugar de las populares representaciones cristianas franqueando a la más resplandeciente de todas: un ladrillo cubierto de brillantina roja, el niño. Este episodio no deja de tener la candidez de la anterior estación, también es una historia sencilla, pop, tonta y emotiva. Algo simple de recordar. Un ser especial de corazón puro y bello nace en el seno de la miseria para redimir al mundo. Este ladrillo opera como una piedra basal, como el núcleo del relato, como la instancia de una transformación: del profano barro al brillo iridiscente del glitter.

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4 .  T E M P L O S  D E  B A R R I O

Finalmente, como en un juego de cajas chinas, el itinerario concluye en un último recinto muy amplio que a su vez acoge pequeños templos en miniatura. Todos con sus respectivos conjuros: Templo de la caca encantada, Templo del ladrillo de oro, Templo de las golosinas raras, Templo del paisaje divino, Templo de María y Templo de las exquisiteces. Podría pensarse que son salas en miniatura o teatros en escala reducida. También remiten a los ranchos flotantes de sus esmaltes de los años 2000. Estas figuraciones resultaban de la yuxtaposición entre la geometría abstracta y los paisajes metafísicos. Alguna vez, Roberta Smith al reseñar brevemente una muestra suya dijo que en su trabajo convivía lo irreconciliable: la delicada geometría de Josef Albers junto con la parafernalia onírica de Salvador Dalí. Con sus pelucas y diversos tocados estos templos se nos dan a ver como seres animados que, a su vez, contienen otros seres igualmente insólitos en su interior. Lo esmerado de su elaboración, lo ornamentado de sus superficies, lo vívido de sus colores los muestran como golosinas exquisitas, excepcionales manjares, el premio final a un duro tránsito: un reconfigurado maná. En el mismo cuarto estos seres conviven con otro fantasmagórico, casi alienígena. Se trata de un tapiz oscuro de destellos verdes. En la enciclopedia visual de Pombo este personaje puede vincularse con una obra suya del despuntar de los años 90, Mantel (1990). Aquí ya se hacía evidente el procedimiento de interferir en el diseño geométrico con la presencia de un objeto prosaico de cierto talante festivo y melancólico a la vez. Durante estos años, sus objetos posaban entre el ready-made y la artesanía popular, provenían de sus modestos consumos más habituales. Sobre este mantel había cocido con devoción unas hojitas hechas del plástico de los envases de lavandina. Con estas cosas tan sencillas había construido un altar doméstico y sagrado.

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5 .  L A  T R A S M U T A C I Ó N

Hace poco, conversando en su taller, Pombo me confesó que hacer arte siempre fue para él como draggearse: un estado de transfiguración y excitación, la obtención de una experiencia de la exuberancia instantánea. Sin sentirse especialmente bello, se veía glamoroso. Sin tener dinero, se creía rico. La brillantina, ese hilo de Ariadna omnipresente en su trayectoria, se convertía en oro. Así conseguía convertir la injuria en orgullo, la tristeza en alegría, en definitiva, la promesa de una otra vida que se concreta en el aquí y ahora más próximo. Por medio de esta operación, tarea del arte y de las religiones, se permitió trastocar la divisiones sexo-genéricas y de clase e invertir todas las clasificatorias. En su imagen visionaria, alucinada, el advenimiento de la inversión de todos los ordenes se está produciendo ahora.

 


*Texto publicado originalmente bajo el título El Brillo, en el catálogo de la muestra Templos de Barrio, de Marcelo Pombo (Buenos Aires, 1959). Galería Barro, Buenos Aires, marzo—mayo, 2019.

**Imagen destacada: Marcelo Pombo, Templos de barrio, 2019. Bruma de Belén en el riachuelo. Foto: Santiago Ortí. Cortesía: Barro, Buenos Aires

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