ISIDORO VALCÁRCEL MEDINA: INSTANTÁNEAS DE UN VIAJE EN TREN
Isidoro Valcárcel Medina hizo un viaje en tren durante un día. Se propuso un juego y nos invita a unirnos.
Realizó un rápido dibujo de lo que veía desde la ventanilla del vagón, una visión elemental del paisaje exterior. Un boceto instantáneo. Posteriormente, a los pocos segundos, hizo un segundo dibujo, más realista. Y por último, después de un tiempo más largo, bosquejó una tercera interpretación, totalmente libre y personal. Los tiempos transcurridos aparecen escritos a mano por el artista en cada dibujo.
Se enganchó a su propio juego y dibujó más de cincuenta bloques de tres dibujos cada uno. Se le ocurrió que estaría interesante intentar mostrar de alguna forma,el hecho de que entre la realización de cada dibujo discurrió un tiempo diferente. Es decir: entre el boceto instantáneo y las siguientes dos interpretaciones (la realista y la libre) pasó un determinado tiempo, en unos fue mucho, en otros, poco. Para lograrlo, decidió trabajar con la disposición de los dibujos en las salas de la exposición. Tras los cálculos necesarios, logró una distancia que podría emular los intervalos temporales. Consiguió transformar el tiempo en espacio. Como curiosidad, un minuto de tiempo, según este sistema, equivale a diecisiete centímetros. Los números son siempre aliados de las aventuras de Valcárcel Medina.
La poesía está presente en este trabajo de una forma implícita y explícita. En algunos dibujos aparecen textos: fragmentos de poemas y de textos de Ramón Gómez de la Serna o de Pablo Neruda. Y lo más observadores verán referencias en el paisaje que localiza el viaje geográficamente.
La muestra Instantáneas de un viaje en tren, ideada en específico para el Centro Cultural de España en Santiago de Chile, permite al espectador realizar el viaje con Valcárcel Medina. Viajar –mentalmente- en el tiempo y viajar en el espacio. Podrá reflexionar sobre los cambios de perspectiva, las diferentes formas de recordar una experiencia o de traducirla. Identificar una manera de dibujar el tiempo. De cómo la duración de una acción se puede medir de modo objetivo y subjetivo.
“El tiempo es un lugar geométrico”, dice el artista. En anteriores trabajos suyos, Isidoro Valcárcel Medina ha trabajado con estos mismos tópicos. Por ejemplo, en algunos de sus primeros trabajos, como cuando repartió octavillas en el metro de Madrid, o en las Pinturas secuenciales (1962), en el que pintaba planos cruzados por líneas, basándose en el paisaje que veía a través de la ventanilla de un tren, atravesado por el tendido de cables de alta tensión.
Este artista español (Murcia, 1937) lleva un largo recorrido en el mundo del arte, con paradas en el arte conceptual, el constructivismo, las paradojas y la materialización del tiempo. En alguna estación fue premiado (Premio Nacional de las Artes Plásticas, España, 2007) y otras se las saltó (aunque estudió arte y arquitectura, nunca se licenció). No se vende y raramente vende, no se repite aunque trabaja con las mismas ideas, es divertido, irónico y modesto, casi ninguna colección del mundo, pública o privada, tiene obra suya. No le gusta archivar ni documentar sus obras, ya que, dice, lo que merece la pena se guarda en la memoria. No hace obras sino ejercicios. No utiliza mail y no tiene teléfono móvil. No viaja a Chile porque cree que el viaje sería una tortura, y además, prefiere el tren al avión. Sus exposiciones tienen pocos elementos, pero los suficientes para cumplir con sus intenciones iniciales. Y cómo él mismo define sus trabajos, es un ejemplo, aunque no tiene valor ejemplar.
Juan José Santos, curador de la exposición
Isidoro Valcárcel Medina
Nacido en Murcia en 1937, Premio Nacional de las Artes Plásticas, España, 2007. Arquitecto y artista (aunque sin estudios finalizados), lleva exponiendo a nivel internacional desde los años 60.
Su trabajo ha sido asociado al Informalismo, el Constructivismo y el Minimalismo, aunque siempre se le ha vinculado al arte conceptual, desde los inicios del movimiento.
Ha expuesto y realizado performance en museos y galerías a nivel internacional, como el Museo Reina Sofía de Madrid, el MACBA de Barcelona o la Tate Modern de Londres.
Es muy significativo, sobre todo por su vinculación con la presente exposición, uno de sus primeros trabajos, Pinturas secuenciales (1962), en el que pintaba planos cruzados por líneas, basándose en el paisaje que veía a través de la ventanilla de un tren, atravesado por el tendido de cables de alta tensión. En otra ocasión, se convirtió en hombre-anuncio al pasearse por las calles de Madrid con una pizarra en la que escribía diversos mensajes. En uno de ellos se podía leer: “Si es verdad que nos hemos liberado del arte ha llegado el momento de decir: viva la vida. Y si es que seguimos necesitando el arte ha llegado el momento de asimilarlo a la vida”.
En 1972 participa en los míticos Encuentros de Pamplona sobre arte conceptual, jornadas de acciones, performance, conferencias y reuniones entre público y artistas como John Cage, Steve Reich o Dennis Oppenheim. Durante las décadas de los 60 y 70 desarrolló acciones como Conversaciones telefónicas, en las que llamaba a desconocidos para darles su propio número de teléfono, o El diccionario de la gente (São Paulo, 1976), en el que pedía a los habitantes de São Paulo una palabra con la que ideó un diccionario. En los 80 destaca su serie de proyectos Arquitectura Prematura, en los que confluyen sus inquietudes como arquitecto y como artista, en proyectos utópicos (o distópicos).
En 1990 presenta, para la exposición Madrid, espacio de interferencias, su trabajo No necesita título, donde el artista recogió, durante casi tres meses, los menús de comida ofrecidos en varias instituciones benéficas de Madrid. Expuso los platos con sus respectivas raciones en una sala del Círculo de Bellas Artes de Madrid, y acompañada de una cartela, a modo de ficha técnica, aparecía el nombre del plato y su lugar de procedencia.
En el 2006 fue invitado por el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba) para unirse a una exposición que mostraba la colección del museo. Aceptó, pero con una condición. Que su obra no se pudiera coleccionar. Durante nueve días estuvo pintando de blanco un muro blanco con un pincel del número 8, los utilizados para pintar acuarelas. Cobró lo que hubiera solicitado un pintor de brocha gorda: 900 euros.
Isidoro Valcárcel Medina: Instantáneas de un viaje en tren
Curada por Juan José Santos
Centro Cultural de España de Santiago de Chile
Hasta el 3 de enero del 2015
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