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JARDÍN VERTICAL Y OTROS INFILTRADOS. LUIS MOLINA-PANTIN EN DIÁLOGO CON LA COLECCIÓN MERCANTIL

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Por Sagrario Berti

Como su nombre lo indica, el proyecto Diálogos con la Colección propone una interacción entre las obras de arte venezolano que la conforman y los artistas contemporáneos invitados. La posibilidad de trabajar con determinados fondos artísticos constituye ya una práctica creativa, curatorial y museológica del arte contemporáneo, la cual genera nuevas lecturas sobre el acervo de las instituciones. Se trata de una estrategia expresiva, espacial o formal, desde donde es posible resignificar el valor de una colección bajo los criterios de selección, organización o disposición que sistematizan los creadores.

Hasta ahora han sido convocados los artistas Jaime Gili (Canónico & Contemporáneo, 2011), Alfred Wenemoser (Retrotransformación y otros métodos de percepción, 2014) y Carla Arocha y Stephane Schraenen (Blurry Flux / Flujo disperso, 2017). Para esta edición, el Espacio Mercantil, en Caracas, hospeda a Luis Molina-Pantin con Jardín vertical y otros infiltrados, un proyecto que reta a este artista-coleccionista a entrar en un extenso conjunto de obras para seleccionar y ordenar piezas que no pertenecen a su entorno personal y habitual: obras de otros autores y de él mismo, además de material bibliográfico del centro de documentación.

Molina-Pantin es un curioso colector de cosas de diferentes procedencias y formas que no sólo son consumidas en sociedades post-industriales o “subdesarrolladas”, sino que también acompañan la vida cotidiana o son aspectos de ésta, objetos que el artista usa en su discurso creativo. No en vano el hilo conductor que enhebra la trama visual de Molina-Pantin es la agrupación, serialización, duplicación o repetición de objetos que se transforma en acontecimientos y en obras, desde donde es posible revivir el aura de lo particular y dar voz a fenómenos socio-culturales. Persigue objetos que testifican gustos decorativos donde el ornamento es concebido como una experiencia social. Otras veces, muestra cosas que tuvieron una vida útil y que se han transformado en souvenirs susceptibles de ser agrupados, y a través de las cuales se visibilizan hábitos de la cultura contemporánea.

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Molina-Pantin configura una colorida constelación en Jardín vertical y otros infiltrados con seis núcleos o unidades: Flores, Ávila, Palmeras, Verde, Araguaneyes y Libros. En cada unidad el entramado visual está construido con obras de temas similares o piezas que contienen igual gradación tonal –verde o amarillo–. Elige, al mismo tiempo, obras hechas por distintos artistas y fechadas en años diferentes. Reúne, además, varios formatos con soportes mediales disímiles. Agrupa el video, la pintura, obras tridimensionales –cerámica o escultura–, borrando la especificidad de cada género. Bajo esta particular amalgama en la instalación no importa ni interesa determinar el tipo de soporte, opción con la cual refuerza una de las tendencias actuales del arte: anular la especificidad de los medios visuales.

El artista construye, según sus propias palabras, “un montaje de pared enciclopédico”, referencia directa al “orden de las cosas” organizado en el gabinete de curiosidades del siglo XVIII. En las diversas paredes de la instalación, cada núcleo se transforma en un espacio saturado de cosas que se ordenan de manera asimétrica, hermanadas todas al tema de la naturaleza con diferentes estallidos de tintes y contraposición de matices: colores convertidos en protagonistas. En el sistema de unidades Molina-Pantin “infiltra” o incrusta algunas de sus obras, pertenecientes a la Colección Mercantil, como elementos aditivos que complementan el universo visual de Jardín vertical y otros infiltrados. Por otra parte, siguiendo las características del proto-museo del gabinete de curiosidades, que además de objetos poseía biblioteca, esta muestra contiene un sub-núcleo de tonos verdes y amarillos con lomos de libros y catálogos: material bibliográfico que amplía y enriquece la documentación de la historia del arte o de las obras expuestas. En esta sub-unidad es posible establecer tensiones dialécticas entre las obras de arte y sus respectivas interpretaciones teórico-históricas-estéticas que se encuentran en las publicaciones.

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Introduce, además, como elementos infiltrados, pinturas de araguaneyes que no forman parte de la Colección Mercantil. Árbol nacional de Venezuela*, signo de identidad de lo que ahora llaman “venezolanidad”, el araguaney ha sido un tema marginado en la historia oficial de las artes plásticas venezolanas. Los pintores del Círculo de Bellas Artes, por ejemplo, lo ignoraron y prefirieron pintar árboles de acacias, cujíes, samanes o palmeras. En cambio, el araguaney es recurrente en pintores populares cuya obra carece de cualidades museables. Son pinturas vernáculas colgadas, generalmente, en paredes de casas que no pertenecen a la élite de la “alta cultura”. Con la inclusión de estos árboles de flor amarilla, Molina-Pantin fusiona lo popular o kitsch, la “baja cultura”, con la “alta cultura” que sí es museable; hace que compartan espacio con obras de grandes nombres de las artes visuales del país. Finalmente, el artista infiltra un elemento encontrado con una doble falsificación: un paisaje de Armando Reverón de dudosa autenticidad que incluye una supuesta legitimación, firmada por Alfredo Boulton.

En un lugar distópico, devastado y asfixiante, Molina-Pantin ejerce el oficio de etnógrafo contemporáneo: selecciona, propone y enuncia un entorno fértil, siempre floreciente y vibrante de color. “Un lugar donde todo cambia, excepto la naturaleza”, apunta. A través de una semántica visual coloreada que genera entre las obras tensiones históricas, estéticas y dialécticas, esta instalación sistematiza una muestra cercana a lo maravilloso tropical, a lo surreal y a la ficción.

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* El araguaney fue decretado árbol nacional de Venezuela en 1948. Conmemorándose en 2018 el setenta aniversario de esta declaratoria.

Imagen destacada: Vista de la exposición Jardín vertical y otros infiltrados, de Luis Molina-Pantin, en Espacio Mercantil, Caracas, 2018. Foto: Walter Otero. Cortesía: Espacio Mercantil

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