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BESTIAS SIN NOMBRES. TRES ARTISTAS LATINOAMERICANAS EN INSTITUTO DE VISIÓN

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Bestias sin Nombres, como se titula la actual muestra en Instituto de Visión (Bogotá), reúne el trabajo de tres artistas latinoamericanas cuyas prácticas se caracterizan por circular entre los límites de medios clásicos, como la pintura o la escultura, con el fin de examinar la historia del arte, las herramientas de poder o los recursos de la memoria personal y colectiva.

Manuela Viera-Gallo (Italia/Chile, 1977), cuya obra se inscribe en discursos anticapitalistas y de denuncia de las atrocidades cometidas por las dictaduras militares en la América del Sur de los años 70 y 80, presenta en esta ocasión una nueva serie de pinturas que se centran en su propio imaginario onírico, y que recuerdan la fuerza de las mujeres que revolucionaron la historia del arte a partir de la construcción visual de mundo onírico y poderoso, como Leonora Carrington, Tarsila do Amaral o Remedios Varo.

Las inquietantes pinturas que exhibe Manuela Viera-Gallo bajo el título La Noche de los tiempos sirven como alegorías de esa selva oscura que es su universo creativo, contagiado por el caos visual de Nueva York, ciudad en la que vive desde hace años. Los símbolos y arquetipos son una constante en estas obras y cumplen el papel de exteriorizar las sombras arraigadas en el imaginario y la existencia personal e íntima de la artista desde el origen de su práctica.

En estos trabajos, Manuela Viera-Gallo apela al absurdo para manipular y distorsionar símbolos e imágenes conocidos en un marco alegórico, fantástico y oscuramente cómico. Uno de los temas recurrentes en su práctica es el género y sus contradicciones dentro del imaginario colectivo, así como la construcción de una definición personal y plurivalente.

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Milena Muzquiz (México, 1972), artista que trabaja en distintas prácticas y medios, desde la música y el teatro hasta la escultura y el diseño de modas, presenta una lectura propia del legado de la cerámica en la construcción de la Historia. Para las civilizaciones pre-coloniales, el trabajo en cerámica fue entendido no solo en su dimensión utilitaria, sino también en un universo poético más amplio, lo que permitió a las sociedades ancestrales dejar legados e instrucciones que se han mantenido en el tiempo, y que hoy funcionan como documentos que superan lo decorativo o los clichés de lo que se considera como autóctono.

La manera en que Milena Muzquiz se acerca a su trabajo con la arcilla es bastante particular, pues surge de la experiencia y trasciende las técnicas formales para crear objetos que se desarticulan entre lo útil y lo estético. A partir de narrativas que se nutren de fuentes tan reales como los discursos anarquistas, o populares como el comic, la artista proyecta una particular forma de generar historia, en la cual son bienvenidos múltiples narrativas y disonancias.

Su trabajo en cerámica puede considerarse como un ejercicio de escrutinio subjetivo -la acumulación desorganizada de elementos busca imitar la forma accidentada en que funciona la mente humana. Las obras resultantes son próximas a las artes decorativas, pues pueden funcionar a manera de jarrones o vasijas, pero siempre desbordan la simple utilidad y se presentan a sí mismas como personajes. Lo anterior replica la capacidad de Muzquiz para construir entornos teatrales sin estar determinados por la estructura de un guion o el espacio del escenario. De esta forma, la artista reconcilia un medio escultórico tradicional con temas y necesidades plenamente contemporáneos.

Al mismo tiempo, el performance es un aspecto esencial de muchos de sus proyectos. Uno de ellos fue el grupo Los Súper Elegantes, que fundó junto a Martiniano López Crozet en los años noventa, y que resultó en una combinación de instalación, video-arte y música que circuló tanto en ambientes institucionales como museos y ferias de arte, así como en festivales de música en diversos países de Latinoamérica y Estados Unidos.

Los Súper Elegantes utilizaban la fantasía de la música entendida como entretenimiento masificado a manera de una posibilidad abierta y moldeable, lo que se verá reflejado posteriormente en la obra individual de Muzquiz, pues comenzará a alterar las dinámicas del espacio expositivo incorporando aspectos performativos y participativos.

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Juliana Góngora (Colombia, 1988) explora nociones fundamentales como feminidad, comunicación, fragilidad o naturaleza a partir de elementos que pasan desapercibidos en la cotidianidad, debido al ritmo sobre-acelerado que ésta exige. Sus videos, por ejemplo, registran acciones muy sutiles en los que el cuerpo se hace presente a través de la sutileza del aliento, la fragilidad del equilibrio o la desazón de la incomodidad física que le otorga una imagen al silencio.

Los materiales presentes en la obra de Juliana Góngora aluden, por un lado, a una dimensión de riquísimo simbolismo y, por el otro, a un mundo personal ligado al linaje familiar que permanece y se evidencia en sus relaciones con la naturaleza y la historia.

Elementos tales como arañas, piedras, arena o sal se comprometen en una práctica que altera la temporalidad, y de esta acción derivan distintas fuerzas que desajustan la percepción del observador. Mediante la exploración escultórica, Góngora evidencia las tensiones y contradicciones propias de la naturaleza: la sal puede ser blanca, tosca y roer, pero al mezclarse con agua se hace transparente y dúctil; la tela de araña puede ser una estructura invisible y etérea, pero a la vez fuerte y resistente; los granos de arena pueden ser muy pequeños, pero son parte de algo prácticamente infinito; las piedras son testigos materiales de la fuerza humana, de su historia y, sin embargo, son objetos mundanos.

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BESTIAS SIN NOMBRES

Manuela Viera-Gallo | Milena Muzquiz | Juliana Góngora

Instituto de Visión, Bogotá

Hasta fines de julio de 2018

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Imagen destacada: Vista de la exposición Bestias sin Nombres, con pinturas de Manuela Viera-Gallo al fondo. Instituto de Visión, Bogotá, 2018. Cortesía de la galería

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