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MORADA VEGETAL, MORADA PROFUNDA. LLEGAR AL ORIGEN

Por María Luz Cárdenas

El trabajo de Lucía Pizzani destaca por su rigurosa disciplina, unida a una sobrecogedora delicadeza poética. Ella —una figura que parece fragilísima pero posee una inquebrantable consistencia estética— se desplaza en un arco de relaciones que integra los vínculos con la naturaleza, el esplendor de la vida y el ocaso, las trasformaciones, las metamorfosis de la piel o la fragilidad del tiempo.

En realidad, la obra es de una seriedad aplastante, con una firmeza en la investigación y en el manejo de los conceptos que, a la vez, fluye libremente en el espacio.

Morada Vegetal está concebida como una instalación envolvente, compenetrada en la presencia del espectador. Para empezar, las moradas nos cubren y nos protegen; nos abrazan con la paz. Morar es permanecer, es habitar, y, en este caso, es habitar en vegetal —dentro de la vegetación y la naturaleza—.

Integra lo humano y la vegetación a través de la escultura, el dibujo, el collage, la fotografía, la gráfica y el performance. El discurso llama a lo ancestral, a las cortezas vegetales utilizadas para fabricar el papel de los códices, o elementos de una enorme fuerza simbólica que narran conexiones atávicas.

Vista de la exposición “Morada Vegetal”, de Lucía Pizzani, en ABRA Caracas, 2024. Foto: María Teresa Hamon. Cortesía: ABRA

La exposición revela la singular capacidad de Lucía para manejar las escalas con respecto a cada obra individual. De frente, se impone un grandioso mural con las claves simbólicas de su trabajo: seres híbridos, esculturas en arcilla negra o roja que no abandonan la huella del cuerpo y la mano que les dio lugar, ojos, óvalos. Está estructurado por capas de sentido. Las imágenes emergentes de formas vegetales y símbolos −como serpientes, espirales o fósiles−, nos remontan a tiempos primigenios que sostienen su carga alegórica al paso de los siglos.

La construcción del espacio despliega tramas superpuestas con focos centrales, que recuerdan a las composiciones de los poetas del mundo mexica al invocar el sentido de la flor y el canto; la comunión entre el cosmos y el mundo terreno; el encuentro entre los dioses, los seres humanos, las plantas y esos pequeños animales que pueden llegar a ser diminutos duendes.

Junto al mural, domina la presencia de una figura ovalada en gran formato, en la pared, que nos hace penetrar en las propiedades emblemáticas (boca, ojo, vagina, semilla —umbral de entrada y de salida—). A esta figura se opone otro óvalo en el piso, que funciona como una especie de cuna primordial donde se nos deja penetrar para alcanzar los orígenes, recuperarnos, reencontrarnos. Las obras situadas en torno a estos dos pilares del recorrido mantienen las mismas características y representaciones.

Vista de la exposición “Morada Vegetal”, de Lucía Pizzani, en ABRA Caracas, 2024. Foto: María Teresa Hamon. Cortesía: ABRA
Vista de la exposición “Morada Vegetal”, de Lucía Pizzani, en ABRA Caracas, 2024. Foto: María Teresa Hamon. Cortesía: ABRA

Los materiales empleados adquieren sentidos que van más allá de lo tangible. En la obra de Pizzani todo significa: cada planta es cuidadosamente seleccionada por ser portadora de referencias y resonancias. Lo mismo sucede con las fibras de las telas que otorgan las texturas adecuadas para cada uno de sus ecos culturales y simbólicos: el papel Amate hecho con corteza de Ficus que desde la América Antigua se usaba para hacer los códices.

Las telas construyen un texto que es a la vez textura: los diferentes contextos de procedencia se entrecruzan con la trama que coloca las fibras cada una junto a otra; las esculturas en arcilla negra o roja de procedencia británica se modelan con semillas de maíz.

En ellas persiste la huella de la mano que conjuga la huella del barro, de la semilla del maíz y del propio cuerpo. Las técnicas desarrolladas por Lucía son muy originales y alternativas, como lo vemos, por ejemplo, en la obra Ser de la Palma, de la serie Solares, hecha con tintas fotosensibles, en un primer momento sobre papel donde se graban las imágenes directamente con la luz solar sobre el soporte. Lo mismo sucede con la selección de las plantas que construyen la vegetación y cada una tiene procedencias y ecos propios.

La conceptualización de la exposición como estructura inmersiva, se refuerza en un diálogo musical a través de la composición de Ezequiel Pizzani —una especie de soundscape entramado al landscape—, que dialoga con las mismas preocupaciones y ocupaciones ambientales y culturales de Lucía. Y luego el verde. El color verde abraza: cobra un papel protagónico, circunscribe el recorrido y lo unifica como una obra de arte total que nos habla de la comunión entre lo humano y lo vegetal. Es como el verde del poema Tecún Umán de Miguel Ángel Asturias, que nos llena de verde: verde, verde de las altas torres; verde de las largas plumas verdes; verde de las alas verdes; verde de las tunas verdes y más verdes. Aquí están contenidos los comienzos de la humanidad, pero también la relación de lo humano con lo vegetal (un poco humanizar el mundo vegetal y ¿vegetalizar? lo humano).

Me gusta pensar en Lucía Pizzani como una pequeña diosa que renueva, remueve, transforma nuestras conexiones con el ser y nos lleva a la raíz.

Vista de la exposición “Morada Vegetal”, de Lucía Pizzani, en ABRA Caracas, 2024. Foto: María Teresa Hamon. Cortesía: ABRA
Vista de la exposición “Morada Vegetal”, de Lucía Pizzani, en ABRA Caracas, 2024. Foto: María Teresa Hamon. Cortesía: ABRA
Vista de la exposición “Morada Vegetal”, de Lucía Pizzani, en ABRA Caracas, 2024. Foto: María Teresa Hamon. Cortesía: ABRA
Vista de la exposición “Morada Vegetal”, de Lucía Pizzani, en ABRA Caracas, 2024. Foto: María Teresa Hamon. Cortesía: ABRA

Morada Vegetal, de Lucía Pizzani, se presentó del 21 de julio al 15 de septiembre de 2024 en ABRA Caracas, Centro de Arte Los Galpones, Av. Ávila con 8va Transversal, Los Chorros, Caracas.

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