5G: DETENERSE EN EL FLUJO
El paisaje urbano de cualquier ciudad medianamente desarrollada conjuga múltiples elementos, desde la arquitectura, la señalética, iluminación artificial, olores de todo tipo y ruido que podría enloquecer a cualquiera. Pero hay un elemento más que a ratos ignoramos o sencillamente se esconde: las antenas de telecomunicación. Los altos edificios residenciales y de oficinas suelen tener las típicas antenas parabólicas que se pusieron de moda con la televisión digital y satelital, pero antes de ello ya había antenas de teléfono por todos lados.
Los casos más chistosos eran aquellas torres que trataban de disimular su presencia mediante el disfraz de una palmera; esto mezcla tanto el afán camaleónico de las compañías de teléfono, como también la aspiracional necesidad de poblar de palmeras a lo Miami cuanto espacio haya disponible. Pero, en general, las azoteas de los edificios son un espacio tan lejano de la vista de cualquier transeúnte o habitante de la ciudad que no es necesario esconder demasiado dichos dispositivos.
Un espectador con algo de imaginación podría pensar que estas antenas se parecen a las antiguas agujas góticas de la edad media; en ellas se podía percibir también un afán comunicacional, solo que, de tipo confesional, no interpersonal como ahora. Las múltiples antenas que hay responden a las necesidades de conexión permanente que tenemos, puesto que debemos estar online las 24 horas del día y los 7 días de la semana. Hay un imperativo de conectividad que supera al individuo, puesto que en su ejecución le permite ser quien quiere ser (esto último me hace pensar que la comparación con la aguja gótica no es tan descabellada).
Pero volviendo a la imagen del paisaje de antenas, me interesa recoger lo familiar que es en nuestra visualidad, puesto que su ubicuidad y materialidad deberían hacerlas casi insoportables para cualquiera. Sin embargo, no tienen mayor efecto en lo que normalmente se reconoce como “feo” en la ciudad (los rayados o grafitis suelen ser el enemigo público n°1 de casi toda la ciudadanía).
Normalmente, no suelo pensar en lo feas que son y cómo han sobrepoblado mi entorno. Sin embargo, algo me indica que quizá esta indiferencia no es tan extraña en una ciudad que tiene como “hito urbano” (identitario) una monumental antena-edificio: la Torre Entel. Ubicada a pocas cuadras de mi casa, durante toda mi vida esta edificación ha sido el símbolo de un “país conectado”, de un país moderno y tecnológico, que no le teme al cambio (ni al futuro).
Todas estas cuestiones son ciertamente una entelequia que habilita el discurso del progreso —tradicional en casi cualquier proyecto político del mundo—, pero es innegable que algo atractivo tiene, ya sea la propia condición monumental del edificio, o por la forma en que materializa el deseo de conectividad propio de Chile1.
En el contexto de las diversas modernizaciones que ha sufrido la infraestructura de telecomunicaciones móvil, la más reciente es el 5G. Este consiste en una tecnología para redes celulares, que permite mejorar la velocidad de transmisión de datos a niveles muy superiores a la anterior red 4G. Básicamente, tenemos una red que mejora la capacidad de intercambiar datos entre múltiples dispositivos, no solo teléfonos celulares, sino también otros objetos tanto domésticos como industriales y médicos.
La implementación de esta modernización, sin embargo, no ha estado exenta de reticencias por parte de la población, que a raíz de diversas campañas de desinformación (originadas precisamente en RRSS) ha sido identificada como causante de diversos males que van desde las enfermedades, hasta el control biopolítico de las personas.
¿Cómo es que algo tan ajeno al cotidiano -la implementación de una tecnología de redes informáticas- logró convertirse en un asunto de debate público?
La respuesta es incierta, ya que, en general, los desarrollos tecnológicos no suelen generar estos niveles de interés en la gente, a menos que dicha atención haya sido específicamente planeada por equipos de comunicación y marketing. En este caso, gran parte de la información falsa que circuló por RRSS despertó temores en segmentos de la población, que llegó en algunos casos a botar antenas, o a negarse a recibir tratamientos médicos que eran indicados como “inoculadores” de 5G (a pesar de lo absurdo que suene).
Podríamos decir que aquí se reunió el temor a lo desconocido (nadie entiende realmente cómo funciona una red telefónica, a menos que trabaje en el área), con la falsa sensación de certeza que proveen las RRSS en sus usuarios menos críticos (ya sea por estar demasiado lejos generacionalmente de dichas tecnologías, o demasiado cerca).
La absoluta falta de razón que siguió a este “movimiento” anti 5G terminó por convertirse en un tópico cómico en las conversaciones y memes. Podríamos ahí correlacionar ideologías políticas, formación académica y algún otro factor más, para dar cuenta de un proceso de desinformación más grande, donde el 5G ocupa un lugar relativamente pequeño.
Las constantes olas de fake news o, derechamente, de teorías de conspiración se han vuelto un tema tan grave que incluso ponen en riesgo certezas sociales como el rol de la educación y sanidad pública, y más importante aún, de la democracia misma. En este sentido, revisar la instalación de esta tecnología comunicacional reviste para nosotros un sentido doble: por un lado, generar la ocasión de una obra de arte contemporáneo (con todo lo que ello implica en términos de diálogo disciplinar y transdisciplinar); y por otro, comprender el modo en que los desarrollos tecnológicos transforman no solo un quehacer específico (para el cual son desarrolladas dichas cuestiones), sino que generan procesos de subjetivación nuevos, por lo tanto, relaciones sociales diferentes a las ya existentes.
Podemos plantear esto último de un modo más simple y diagramático: en la medida que nuevas herramientas son desarrolladas (la técnica), estas terminan por transformar también a los usuarios (los sujetos), generando así nuevas formas de existir en el mundo (la subjetividad).
La constatación más inmediata de esta última cuestión -que en su formulación parece ser algo lejano y complejo- se expresa en el comentario con que inicia el presente texto: las transformaciones en el paisaje urbano mediante la observación de su infraestructura. Ya en esa reflexión tan pequeña podemos percibir cómoun elemento material (las antenas y todo su hardware secundario) produce visualidades particulares y, también, relaciones específicas entre el sujeto y el paisaje.
Pero en rigor, podemos profundizar dicha cuestión en los aspectos más íntimos o individuales que dan cuenta de los procesos de subjetivación que tienen lugar a partir de la mejora de velocidad y cobertura de una red móvil de teléfono. No es nuestro asunto realizar una etnografía del uso de celulares en el cotidiano, ni tampoco de cómo se ve afectada la toma decisión de los individuos a partir de la inmediatez de consumo, pero el proyecto 5G busca abrir dicha zona de reflexión del modo más amplio posible.
5G, del colectivo Estudio San Martín (ESM), tiene en su origen una cierta distancia de los alarmismostecnofóbicos, así como también de las posturas primitivistas. Si bien hay una aceptación de los problemas que implican, en parte, el acelerado ritmo de desarrollos tecnológicos en sociedades que poseen acceso dispar a dichos cambios (tanto en términos territoriales como culturales), a la vez, entendemos que estos siguen y seguirán ocurriendo, por lo que es mejor tratar de comprenderlos desde todas las variables posibles (incluyendo la estética, por cierto).
Es importante aclarar que la aproximación del colectivo no es desde la informática, porque dicho análisis le compete específicamente a quienes se dedican al asunto, sino que más bien, ESM tomó aspectos visuales y comunicacionales del hito histórico que supuso la implementación del 5G en Chile. En este sentido, decretos, informes técnicos, reportajes y foros han sido en parte el material consultado, así como también la observación de la infraestructura material que sostiene tal tecnología. Sin ir más lejos, la pieza central de la exposición es la recreación de un segmento de una antena telefónica a escala real, en relación con una proyección de video que simula un cielo urbano habitado por aves que circundan el cuerpo escultórico en cuestión.
La producción artística se convierte en un espacio de exploración y señalamiento, ya que ESM investiga cómo fue percibida la implementación del 5G en la esfera pública y, a través de operaciones estéticas, señala áreas del paisaje donde se puede reconocer la llegada de esta tecnología.
Aquí es necesario expresar también que la instalación multimedia de la que hablamos busca simular o quizá camuflarse con una cierta “estética tecnológica” presente tanto en películas como libros y, sobre todo, en la publicidad. Esta pieza central (que a lo largo de todos los cambios y ediciones que ha recibido el proyecto, se ha quedado intacta) quiere atraer una mirada urbana caracterizada por la falta de interés y su poca duración, una vez que logra ser capturada.
Las proyecciones y casi cualquier mecanismo que opere mediante luz logran ese efecto, y más cuando se plantea desde operaciones “inmersivas” que suspenden la relación sensorial cotidiana del espectador al disminuir todas las “distracciones” que normalmente hay en el entorno (el ruido, otras luces, la propia publicidad, el tránsito incesante, etcétera). Si bien esta explicación puede hacer pensar que todo el proyecto es algo similar a un homenaje al hi tech, debo declarar inmediatamente que no es así, pues los trabajos instalativos que se expanden por el espacio buscando abarcar toda la atención del espectador son de por sí una maniobra tradicional del arte contemporáneo. Lo diferente aquí es el tema que convoca a tales operaciones.
A lo largo de la exposición también hay una serie de elementos fabricados con herramientas semi automatizadas, que de algún modo hacen alarde de su capacidad técnica y, a la vez, estimulan los prejuicios más atávicos del espectador tradicional, que cuando acude al arte espera presenciar excelencia en la manualidad o como se le suele llamar: talento. Tanto los softwares de producción audiovisual como las impresoras 3D reaniman debates aparentemente superados desde la década del 20 del siglo pasado con las vanguardias históricas, y ahí hay quizá una controversia que puede ser redirigida para reflexionar sobre el uso de tecnologías comunicacionales en el presente.
Así como hay un rechazo a este tipo de mecanismos, dado que vulneran la expectativa de originalidad propia de las obras de arte, podemos preguntarnos por los modos en que la amplificación de redes y velocidad potencial de transmisión de datos no han convertido nuestras prácticas comunicativas también en actos estándar y carentes de originalidad.
Pensemos en el uso mayoritario que se les dan a las redes móviles: RRSS, un espacio donde si bien se promete que cada uno podrá expresarse del modo más auténtico posible, nos encontramos que prácticamente todos los canales de intercambio (chats fundamentalmente) son iguales y, a su vez, propiedad del mismo ente (Meta, antiguamente Facebook), por lo que hay poco espacio para cualquier espontaneidad.
Llegamos al punto de estandarizar voluntariamente nuestra apariencia mediante el uso de filtros de imagen, que tienden a uniformar tonos de piel, color de ojos y cabello, así como también proporciones faciales (y eso sin siquiera tomar en cuenta el factor fotográfico propio de los teléfonos celulares, que también han producido nuevos modos de consumir imágenes, siendo el formato vertical para videos y la selfie sus expresiones más reconocidas).
En su anterior proyecto, llamado La Sagrada Biblia Artificial, ESM también recurrió a mecanismos automatizados, en este caso a la IA, que construyó un texto de carácter épico y que se camuflaba con la tradicional Biblia judeocristiana. En dicho proceso, nuevamente aparecía la no-originalidad como un eje central en la obra, que podríamos entender como una contra producción, ya que centra la generación de contenidos en la replicación ad infinitum de tópicos, estructuras narrativas y gramaticales e incluso de imágenes ya producidas con anterioridad.
La máquina solo es capaz de producir cosas en los marcos que establece lo ya producido, por lo tanto, no hay novedad posible, aun cuando las formas en que estos elementos son mezclados puedan variar de modos inesperados o sorprendentes. Esta contra producción sí logra generar un excedente de información (propio de cualquier acumulación) que habríaque interpretar como un margen de reflexión, es decir, el desborde que se da en las tecnologías automatizadas permite adquirir conciencia de las estructuras que dan forma al entramado de lo real. La aberración propia de estas instancias es justamente la ocasión para notar cómo todo nuestro entorno opera también en torno a repeticiones y sistemas.
Desde esta noción de contra producción, vale la pena revisar también las controversias que el 5G ha generado, puesto que en el reclamo conspirativo se alberga también una estructura informativa que da cuenta de procesos culturales más profundos y complejos que una simple antena en la azotea de un edificio. La tecnofobia, si bien es un fenómeno ya tradicional, exhibe rasgos distintivos esta vez, ya que la propia expansión del problema se ha dado mediante las redes informativas que este tipo de tecnologías provee.
Los foros de antaño parecen casi ruinas informáticas al revisar que gran parte del intercambio de información se da mediante WhatsApp, Telegram, YouTube y Twitter (ahora X), y esto con contenido totalmente adaptado a dichas plataformas (tanto en su estructura, como en su estética). Gran parte de la información difundida es, de hecho, la replicación de fuentes dudosas dentro de las mismas redes, generando así un bombardeo informativo sobre las personas que a la larga podemos identificar como una forma de aislamiento intelectual.
En dicho fenómeno, las teorías de conspiración sobre el 5G son, en rigor, irrelevantes, ya que el asunto clave es generar procesos de identificación agresivos sobre la población, que pasa a identificar una serie de valores y costumbres propios de un “nosotros” en oposición a la maldad de los “otros”, que coincidentemente se ven involucrados en una serie de conspiraciones inconexas entre sí (no logran construir una crítica sistémica, ya que no son capaces de relacionarse más allá de la sospecha generalizada). ¿Cuál es entonces el excedente que desborda desde estas controversias relativas al 5G? ¿Qué hay detrás de la facilidad con que estas teorías se expanden, y logran adherencia con otros discursos afines?
Basta identificar que casi todas las posturas anticientíficas convergen en los nuevos identitarismos de derecha, donde la fantasía de un neo feudalismo da pie a una crítica radical a cualquier proceso de homogenización cultural, es decir, a la globalización. Curioso el modo en que la derecha reorganiza su relato en el presente, cuando la dominación del capital internacional es plena y no existe lugar en la tierra donde el neoliberalismo no haya impactado. Ante el malestar parece ser que la única respuesta que puede dar el establishment es culpar a los intercambios culturales propios de una economía global por todo. Y, con ello, se requiere un entramado de sospechas a las jerarquías epistemológicas tradicionales que el propio liberalismo generó en sus orígenes, de modo que todo quede en entredicho y pase a la categoría de “discurso de la elite global”.
El 5G, las vacunas que inoculan autismo y la Agenda 2030 repiten el esquema de sospecha que, a pesar de ser distintos, buscan socavar la autoridad del discurso científico (el racionalismo más básico) y de la democracia como método de auto gobernanza.
Una antena camuflada en una azotea parece abrir un diálogo expansivo y, a la vez, algo frustrante, ya que no tiene por objeto responder a nada, sino más bien presentar un reflejo del estado de las cosas. Personalmente, considero que el potencial disruptivo de las prácticas artísticas contemporáneas radica justamente en su capacidad de englobar rápidamente muchos temas, y que en el ejercicio de análisis y discernimiento nos permite reflexionar de modos no lineales sobre los asuntos actuales. Esta dimensión, que puede alterar a los agentes disciplinares más tradicionales, toma ventaja del igualitarismo epistemológico que ha promovido la relación humano-máquina en las últimas décadas, y que es partefundante de la propia modernidad artística (aquello que también se le llamó “democratización del gusto”).
Frente a la burocratización del saber y la progresiva desintegración del sentido común, las obras ofrecen instancias sin gatekeeping; así, desactivan el prejuicio anti-elitista de gran parte de la población. Una instalación es lo que es, incluso cuando se articulen discursos a su alrededor; en primera instancia, es un acontecimiento que se experimenta sensorialmente y, luego, simbólicamente. Por ello, cualquiera puede relacionarse con ella.
5G es finalmente una excusa para dar espacio a la necesaria reflexión sobre el rol modélico de lastecnologías, que en tanto que mercancías se han hecho protagonistas de pugnas binarias del tipo “apocalípticos” e “integrados”, cuando quizá el debate debiera girar en torno a la formación de usuarios críticos, que comprendan el rol que juegan tanto a nivel económico (con la producción de datos, que constituyen hasta cierto punto capital), como político (en la medida que gran parte de la dimensión comunitaria de la política está ocurriendo de manera virtual y no territorial).
Ni tecnófobos ni tecnófilos, solo usuarios críticos.
[1] Habría que destacar que la autopercepción de Chile como “isla” ha logrado convertir en rasgo identitario la aislación de la información global. Y con ello, el relato de desarrollo propio del programa neoliberal aseguró que este fuera entendido como “conexión” con las economías mundiales y “puesta al día” de la economía local (recordemos ahí a Frei y su política exterior, posterior al primer gobierno después de la Dictadura).
5G, de Estudio San Martín (Felipe Rivas San Martín y Jaime San Martín), se presenta del 17 de agosto al 22 de septiembre en OMA galería, ubicada en el segundo piso del Mercado Urbano Tobalaba (MUT), Apoquindo 2730, Las Condes, Santiago
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