CUERPO, CONTEXTO Y MEMORIA. CARLOS MARTIEL EN EL MUSEO DEL BARRIO
La Sala 110 del Museo del Barrio está en silencio y huele a tierra fértil.
En medio de paredes blancas, bajo la mirada de una bandera estadounidense teñida con la sangre de inmigrantes indocumentados que viven en Nueva York, yace el cuerpo desnudo de Carlos Martiel. Su madre, Marta Sainz, camina descalza hacia un montículo de tierra cerca de Carlos. Con las manos, remueve y compacta la tierra antes de comenzar a enterrar a su hijo poco a poco.
Marta distribuye la tierra con cuidado, con delicadeza y amor. Martiel, tumbado en el suelo, solo lleva puesto un durag resplandeciente, un accesorio que, según él, contextualiza aún más la performance. Simboliza a la población negra de Harlem, el atribulado barrio neoyorquino. Es de un color carmesí, un rojo oscuro, un rojo sangre.
Un primer grupo de visitantes empieza a rodearlos, preparados para grabar con sus teléfonos móviles. Lo hipnótico de la escena hace que la mayoría baje sus pantallas y se concentre en el proceso: Marta en su vaivén desde y hacia la tierra; la tierra cubriendo el cuerpo de Carlos; Carlos y la tierra sobre su pecho, subiendo y bajando al ritmo de su respiración. Al terminar, Sainz sale de la sala sin decir una palabra.
“Para esta obra específicamente, era importante trabajar con mi madre. Esta performance habla de la violencia que han sufrido los cuerpos de hombres jóvenes y negros en Estados Unidos, resultado de la brutalidad policial”, explica Martiel (La Habana, 1989). “Y no solo se refiere a los cuerpos que son asesinados, sino también a la alteración del orden de la vida: para ciertas poblaciones racializadas, las madres son quienes traumáticamente tienen que enterrar a sus hijos, y no al revés”.
Crear junto a su familia es parte de una nueva etapa que Martiel comenzó a principios de este año en Los Ángeles, con la instalación Vaciamiento, en la que participó su padre. “Colaborar con ellos es algo muy valioso y especial. Además, abre un nuevo capítulo en mi trabajo y lo renueva justo en este momento”, comenta.
Así, concebida en directa relación con la violencia ejercida hacia los hombres negros en Estados Unidos, la performance Sedimento se presentó como parte de la primera exposición individual del artista cubano en la ciudad de Nueva York. Titulada Cuerpo, este recorrido por sus obras más recientes contiene una fuerte carga personal y contextual.
Carlos recuerda cómo “la cosa artística” siempre le fue innata. “Desde niño, en Cuba, desde que tengo conciencia, me ha gustado dibujar; me gustaba pintar, recortar, hacer sellos. Era una manera de abstraerme de la realidad. O quizá era para entender mejor la realidad y mi situación como individuo en este mundo”.
Curiosamente, es en el rincón final de la exposición donde encontraremos la pieza que nos lleva de vuelta al origen de su obra. Prácticamente a la salida, se ve una pequeña pintura que retrata una figura humana dentro del vientre de un cerdo. Los curadores Rodrigo Moura y Susanna V. Temkin comentan en el catálogo de la exhibición cómo este animal fue introducido en las Américas por los españoles. En el dibujo, ambos cuerpos parecen derramar sangre, tal vez en alusión a lo que depara el destino. “Esa última pieza que está ahí, chiquitita, es la que me llevó a hacer performance”.
Es uno de esos primeros dibujos que hizo mientras estudiaba arte en Cuba, utilizando materiales como carbón, cera, óxido de hierro diluido en vinagre y, principalmente, sangre. Su sangre. Martiel acudía a clínicas públicas para que le extrajeran la sangre que luego utilizaría en sus dibujos. “Llegó un punto en el que las enfermeras me dijeron ‘ya no te vamos a dar más sangre’”, recuerda. “Y para mí era un conflicto, porque no podía hacer el tipo de trabajo que quería”.
Fue entonces, mientras reflexionaba sobre lo que significaba ser un hombre negro en Cuba, cuando determinó tomar las riendas de su arte. “Decidí que iba a tratar con mi cuerpo, como objeto y sujeto de mis intereses conceptuales; no depender de nadie para hacer una obra. Ahí fue que empecé a hacer performance”.
Para su muestra en El Museo del Barrio, Martiel quiso que los proyectos seleccionados resonaran con el entorno en el que se presentan. “Cuando me fui de Cuba en 2012, entendí que el contexto es lo más importante. No quería ser un artista cubano hablando de problemáticas cubanas viviendo fuera de Cuba. Lo que comencé a hacer como artista fue estudiar los contextos donde se presentaba mi trabajo”.
De las 17 obras expuestas (sin contar los dibujos preparatorios), la mayoría fue creada tras la llegada de Martiel a EEUU, donde vive desde 2018. El artista considera estas obras clave para entender cómo sus proyectos continúan profundizando en los legados del colonialismo en cuestiones de migración, raza y trabajo. “Son obras que surgen de la experiencia de ser un inmigrante, con cuestiones que he trabajado anteriormente, como el racismo, pero bajo el contexto en el que me encuentro en cada momento”, explica Martiel. “Si no, mi trabajo no tiene ningún tipo de sentido”.
Quizá en ese afán de contextualidad, todas las piezas de Carlos están siempre acompañadas por sus detalladas notas, las cuales incluye como anexos a los títulos, ofreciéndonos una forma de extender y entender el significado de su práctica. Crea una ventana personal hacia el origen de cada obra, como en el caso de Condecoración (2014), donde se lee: “Me sometí a una cirugía en la que me extirparon una circunferencia de 6 centímetros de piel. Luego este tejido fue disecado por un conservador de arte e insertado dentro del disco de una medalla de oro, similar a las que otorga el gobierno cubano a selectos ciudadanos. Alrededor de la cicatriz en mi cuerpo fueron tatuados los detalles técnicos de la obra, quedando un registro permanente como certificado de esta condecoración en mi piel”.
Entre las obras que Martiel consideraba claves para formar parte de esta exposición se encuentra South Body (2019), donde vemos su piel perforada por una pequeña bandera estadounidense mientras él permanece acostado en posición fetal. Insignia VII (2024), esa bandera de EEUU ensangrentada que preside la galería. O la serie Monumento, que comenzó en el mismo Museo del Barrio en 2021 con Monumento I, donde permaneció desnudo sobre un pedestal cubierto de sangre donada por cuerpos migrantes: “latinxs, afroamericanxs, feminizadxs, originarixs, musulmanxs, judíxs, queer y transexuales, cuerpxs consideradxs como minoritarixs o marginadxs en los Estados Unidos por los discursos supremacistas”, relata en sus notas.
Lo que atrapa al visitante es el aspecto desafiante de la obra de Martiel. La fisicidad que va más allá de una fotografía o un video y nos hace reflexionar sobre la crudeza de la objetividad. Justamente una de las obras más desgarradoras y demandantes que Carlos recuerda es la que da título a la exhibición. En Cuerpo (2022), que revisita el linchamiento de personas negras en EE. UU., Martiel permanece suspendido del techo de la galería Steve Turner de Los Ángeles, con una soga atada a su cuello. Lo único que lo separa de la asfixia es un grupo de personas que se turnan para sostener su cuerpo. “Fue la primera vez que terminé una obra y empecé a llorar”, recuerda Carlos. “Son obras que te remueven cosas internamente, son bien demandantes física y emocionalmente”.
Esa forma de narrar realidades, incómoda, intensa y muchas veces perturbadora para el espectador, es la manera en que Martiel nos invita a reflexionar y recordar. “Mi trabajo busca transmitir conocimientos. Busca reflexionar sobre la realidad que yo vivo como individuo. Y también sobre la vida de otras personas, de cuerpos que históricamente han sido marginados, oprimidos, discriminados. La memoria, ya sea personal o colectiva, es la matriz de mi obra”.
La exposición Cuerpo: Carlos Martiel está abierta hasta el 1° de septiembre en el Museo del Barrio, Nueva York.
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