ADRIANA CIUDAD: SENTIR LA PROPIA SOMBRA
Por Florencia Portocarrero | Curadora
Sentir la propia sombra es un proyecto en curso de la artista peruano-alemana Adriana Ciudad que reúne acuarelas, pinturas y poemas con el fin de echar luz sobre la constelación de emociones ambivalentes que atraviesan las mujeres y otras identidades gestantes durante la maternidad y los procesos que la constituyen: el embarazo, el parto, la lactancia y la crianza.
Inspirado en el concepto de sabiduría del pueblo guaraní, que a diferencia de la racionalidad moderna abraza la integración de los aspectos más oscuros e inconscientes de la naturaleza humana, el título de la serie es una invitación a ahondar sin vergüenza en estos sentimientos frecuentemente reprimidos y culpabilizantes.
En las sociedades occidentales o influenciadas por Occidente, la maternidad a menudo se percibe como una experiencia privada, pero en realidad es un tema de profundo interés público e históricamente regulado para promover los intereses patriarcales y capitalistas del Estado-nación.
A pesar de los avances de los movimientos feministas, la autonomía reproductiva de las mujeres sigue bajo dominio masculino. Esta dinámica se manifiesta en el control que los hombres ejercen sobre aspectos claves como la anticoncepción, el aborto e incluso el marco legal para la crianza y el cuidado de los hijos.
En este contexto, la relación madre-hije ha sido paradójicamente reducida a un fenómeno meramente biológico e instintivo, lo cual ha resultado en un relato romántico y esencialista que no reconoce adecuadamente el trabajo materno y lo excluye del orden simbólico.
Sin una narrativa propia, la maternidad se convierte para muchas mujeres en un espacio donde surge un conflicto irresoluble entre las expectativas impuestas y la realidad de la experiencia. Como parte de una extensa genealogía de creadoras que entienden lo personal como político, en Sentir la propia sombra Adriana Ciudad desafía las narrativas idealizadas y visibiliza que sostener una vida no esuna tarea innata ni inherentemente satisfactoria.
Uno de los temas recurrentes en su obra es el profundo vínculo emocional y físico entre madre e hije, que se manifiesta más intensamente en los primeros años del bebé. Esta estrecha conexión libidinal se centra en el cuidado y la preservación de la vida. Sin embargo, debido a las interrogantes que plantea al marco heteronormativo y falocéntrico predominante, rara vez se discute públicamente.
En la primera planta de Espacio Continuo, Ciudad nos transporta a un universo únicamente habitado por madres e hijes, a quienes compone con la misma oscuridad del cosmos. En este espacio a-histórico y envuelto en penumbra, la fuerza reproductiva femenina se integra con la naturaleza para revelarse en toda su intensidad.
El útero de la tierra (2023) es una de las piezas más imponentes de la exposición y representa una cadena montañosa en un entorno tropical. El centro de la composición muestra una montaña transformada en un útero ardiente circundada por senos/cerros.
Al frente se encuentra Aquelarre (2023), un cuadro que reinterpreta un motivo históricamente visto con sospecha: un colectivo de mujeres congregadas alrededor del fuego. La pieza celebra la sororidad femenina y, desde el presente, hace eco de la efervescencia de las masivas movilizaciones feministas que en los últimos años han ocurrido en Latinoamérica y el mundo.
La oscuridad del universo mítico de Ciudad no solo evoca nuestra primera existencia en el vientre materno, sino que también representa una reivindicación de otras formas de conocer, entre ellas los saberes ancestrales que en Latinoamérica han sido arrinconados por la racionalidad científica.
El interés de la artista en estos conocimientos no constituye una estetización de la “otredad», sino más bien una búsqueda consciente de formas alternativas y sostenibles de cuidar de los hijes y una misma en un mundo donde se ha impuesto con violencia una economía extractivista, que precariza los sistemas de apoyo comunitario y lleva al límite la naturaleza.
En Cadena de sostén (2023), una madre abraza con vehemencia un árbol y, a su vez, es abrazada por una niña pequeña, visibilizando cómo la vulnerabilidad también es fortaleza y un lugar legítimo desde donde sostener la vida. Árbol Abuela (2023) es un lienzo que se sostiene en una base de madera, adquiriendo una impronta escultórica. El cuadro presenta un plano nadir de un árbol inmenso, cuyas raíces robustas se abren generando un portal/vagina. En las faldas del árbol, como recientemente paridos, descansan una madre oscura de ojos luminosos que sostiene a un bebe resplandeciente.
La pintura mural Madre buitre (2024) nos enfrenta a una escena inquietante: un ave de rapiña que se lleva a un bebé. La intervención, que visualmente une los dos niveles de la galería, hace referencia a la palabra alemana «Rabenmutter», que se traduce literalmente como “madre cuervo”. Para la artista, la presencia de esta madre-buitre simboliza la liberación de las culpas y la reconciliación con los aspectos más hostiles de la maternidad.
Una exploración análoga de la relación entre maternidad y animalidad está presente en Como serpientes en cambio de piel (2023), un cuadro que representa a una mujer con cola, que nos da la espalda mientras muda de piel como símbolo de duelo, renovación y cambio.
En Sentir la propia sombra la lactancia se convierte en una reivindicación de la capacidad nutricia del cuerpo femenino, en un contexto que lo cosifica para el consumo masculino. No obstante, la serie también explora las dimensiones subjetivas más dolorosas y extenuantes del proceso. Amamantar es un acto de entrega que conlleva una extensión de la ruptura de límites del embarazo, y para muchas mujeres resulta, por lo menos, desafiante.
El deseo y la capacidad de amamantar no siempre coinciden. Algunas madres se enfrentan a la situación de querer y no poder, y otras a la disyuntiva de poder y no querer. Independientemente de las circunstancias, con frecuencia la culpa de no estar haciéndolo bien define la experiencia.
En El río de todas las vidas (2024), una mujer lactante atraviesa un río rodeado de montañas de senos que expelen leche materna. Con ojos cerrados, la mujer se entrega al retador proceso de sumar su propia leche al caudal del río en una metáfora de interconexión, donde la nutrición y el cuidado fluyen como elementos fundamentales proveídos por las madres desde tiempos inmemoriales.
En Delfines de agua dulce, delfines rosas rescatan a las madres de ahogarse en su propia leche o, en otras palabras, de acabarse con los intensos cuidados que requiere la crianza. Finalmente, TEA, la luna en el centro de la tierra (2023) muestra un círculo de mujeres agrupado alrededor de la luna. El cuadro vincula la fertilidad femenina con los ritmos naturales y plantea la importancia de reconectar con estos ciclos como fuente de poder y autoconocimiento.
Las representaciones de la maternidad son omnipresentes en la cultura popular y la historia del arte. Sin embargo, estas narrativas han sido mayoritariamente construidas desde una mirada masculina que refuerza sentidos comunes y no hacen justicia a la experiencia femenina. La importancia de Sentir la propia sombra radica en quenos devuelve imágenes que nos permiten entender la maternidad desde la voz de una madre y artista, que con valentía la aborda tanto en su luz como en su oscuridad.
En el universo de Ciudad, la vulnerabilidad es fortaleza, las mujeres son de la misma esencia que el cosmos, cuidan el fuego, llevan a cabo ceremonias en honor a la luna, surcan ríos en delfines rosas, mudan su piel como las serpientes o simplemente descansan luego de parir esperando ser sanadas por la madre tierra.
Desde la densidad de un presente, que hereda la castración sexual femenina de raíz judeocristiana, las obras de Ciudad se presentan como geografías emocionales, en las que la sensualidad del entorno natural abre el camino hacia la emancipación de las fuerzas reproductivas del sujeto madre.
Hasta el 1° de junio de 2024 en Espacio Continuo, Bogotá.
Museógrafa: Liliana Andrade
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