
GALA BERGER: EL TÍO INVISIBLE
Por Sandra Rodríguez
Podemos imaginar la tarde en que alguien, dentro del Monasterio El Escorial en Madrid, extrajo de una caja de madera nueve libros que habían sido enviados desde Perú. Cosidos a mano con un hilo rojo que aseguraba sus páginas entre tapas de cuero, estos libros contenían un mundo en miniatura. Una pareja de indios juega cartas y, para no desafiar la regla que prohibía las apuestas, remplaza dinero por plumas. Un animal mediano y peludo estira la lengua, casi tan larga como su cuerpo, para capturar hormigas, su alimento. Un pez aplanado con ojos igualmente aplanados navega el fondo marino. Una liana que consigna su nombre originario, omeco-machacuai, enroscada por una serpiente de dos cabezas que devora un venado con una y un mono con la otra. Una planta de siempreviva con una anotación peligrosa: hervir sus hojas si se busca inducir la menstruación o “parar la maldición”. Un plano de Chan Chan, una ciudad del reino Chimú destruida por uno de los tantos apocalipsis ocurridos en esas tierras. Un grupo de criollos despreocupados reunidos en torno a un plato lleno de frutas.
Alcanza a ver sólo algunas de las casi 1400 acuarelas que detallaban la vida cotidiana, los artefactos, los animales marinos y terrestres, las plantas, las piezas arqueológicas de Trujillo del Perú –como se titulaban escuetamente aquellos nueve tomos– antes de devolverlos pacientemente a su caja. Otras manos la empacarían luego para hacerla llegar al Palacio Real de Madrid, su destino final. Allí quedaría largamente olvidado ese intento de representación total, hecho posible por una extensa red de informantes, colaboradores, e ilustradores -en su mayoría indígenas- convocados por un obispo. Su nombre era Baltazar Jaime Martínez de Compañón y este ‘museo de papel’ hacía parte de un esfuerzo suyo más ambicioso aún: montar en un rincón del Nuevo Mundo una auténtica utopía.


Martínez de Compañón fue obispo de Trujillo por doce años, entre 1779 y 1791. Su diócesis abarcaba los actuales departamentos de La Libertad, Lambayeque, Cajamarca, Piura, Amazonas y San Martín. En ese extenso territorio vivían alrededor de 115.000 indígenas en condiciones sombrías responsables de su notoria disminución poblacional. Componían casi la mitad del total de gentes y se convirtieron en el foco de los esfuerzos de reforma del Obispo.
Compañón era parte de los llamados prelados borbones, eclesiásticos de alto nivel identificados con el proyecto de reforma del rey Carlos III a fin de mejorar el gobierno del Nuevo Mundo y revivir las finanzas de la Corona. Si bien esta agenda de reforma socioeconómica marca la labor de Compañón, este poseía una visión expansiva e innovadora fundamentalmente utópica que lo diferencia. Su afán era total y, por lo mismo, imposible, irrealizable. Consistió en un esfuerzo de reingeniería social con propuestas radicales. Desde la creación de pueblos y la construcción de infraestructura, la educación avanzada de indígenas que les permitiera ganar privilegios rígidamente reservados para sus “superiores”, hasta el diseño de pueblos mineros en donde los trabajadores pudiesen ser dueños de una parcela de tierra a cambio de su trabajo.
Estaba claro que las reformas necesitaban estar basadas en un conocimiento detallado de la vida de las gentes de su diócesis y el entorno en donde vivían. Para generar ese cuerpo de información, Compañón realizó una visita, una larga expedición en el territorio de su diócesis que duró tres años. En cada lugar, tomó detalladas notas de lo que vio y recopiló a través de una extensa red de informantes y colaboradores, y recogió muestras botánicas, con la ambición de algún día compilar todo en un “Museo Histórico, Científico, Político y Social del Obispado de Trujillo del Perú”.
Murió antes de acercarse siquiera a concluir este proyecto, pero mientras trabajaba en sus notas encargó a ilustradores locales, indígenas en su mayoría, realizar las acuarelas que registraran el mundo a su alrededor en base a su visita. En este afán mayor se enmarcan los nueve tomos de Trujillo del Perú, que Compañón logra enviar a España antes de ser designado como arzobispo en Bogotá.


El archivo social y natural de acuarelas de Compañón guarda similitudes con otros compendios visuales de la época. Refleja esa tendencia extendida entre intelectuales y naturalistas por cultivar y emplear el conocimiento local a fin de capitalizarlo, mientras borra al mismo tiempo la participación de los indios como informantes o artistas. Pero es también particular. Por ejemplo, el trabajo naturalista de Compañón representa una epistemología científica nacida en América que difiere de la producción europea que privilegiaba el conocimiento fácilmente encajable en sistemas universales de clasificación. En esta otra forma de conocer se privilegiaban los nombres en Quechua y la descripción de los usos botánicos locales, apuntando implícitamente que el entendimiento del mundo natural es inseparable de su inscripción social.
Y, además, ofrece un vistazo no autorizado al universo botánico local al incluir, entre otras, representaciones de plantas alucinógenas o abortivas como parte de su inventario. Esta propuesta de historia natural, junto a los proyectos de reingeniería social de Compañón participan de los debates contemporáneos sobre el Nuevo Mundo, volviéndose un statement ideológico sobre quiénes eran los indios -en palabras de Compañón, “hombres dotados de almas racionales tal como nosotros”. Al final, esto era el eje de la utopía de Compañón. Imaginar una propuesta para resolver problemas económicos y sociales que estuviese calibrada localmente, apelando a recursos humanos y naturales, y que sirviera para probar simultáneamente que los indios eran sujetos dignos de la corona. Una utopía refiere, por definición, a un no-lugar, pero la utopía del obispo no era imaginable sin Trujillo y quienes lo habitaban.
Podemos imaginar ahora, dos siglos y medio después, que alguien extrae nuevamente de ese cajón de madera los nueve tomos de Trujillo del Perú. Se asoma con asombro a ese mundo en miniatura. Monta una conversación personal, intuitiva, con el obispo y esa vasta red de personas anónimas, invisibles, que montaron su representación colectiva. Haciendo cruces temporales y espaciales, dispone materiales dispersos. Engrana, superpone, enfatiza, deja fuera. Involucra otros archivos, imágenes digitales de otras redes de anónimos. Y hace guiños utópicos que crean especies animales y vegetales, y subvierten el orden social cuando son ahora los blancos quienes se arrodillan para limpiar zapatos. Esta vez no hay afán total. Se parte más bien de la falta, la incompletitud, los límites, para lanzar anclas al presente. Esta exposición muestra una parte de esa conversación imaginaria. Un nuevo laboratorio.

El tío invisible, de Gala Berger, se podrá ver hasta el 28 de octubre de 2023 en Crisis Galería, Jr. Alfonso Ugarte 260 #101, Barranco, Lima, Perú
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