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ARTURO KAMEYA Y CLAUDIA MARTÍNEZ GARAY: ALLÁ EN EL CASERÍO, ACÁ EN EL MATORRAL

Por Gerardo Chávez-Maza

Tranquilo espera, con ese odio y con ese amor sin sosiego y sin limites, lo que tú no pudiste lo haremos nosotros

 José María Arguedas, 1962

El poder. Un pacto entre la vida y la muerte. La dicotomía entre el dominado y el dominante aparece en un espacio desprovisto de hitos. En la sala de la Ginsberg Galería se consigue una atmósfera coherente que mientras especula con la construcción de ídolos y productos sacros, reflexiona sobre las estructuras de poder en un sistema social violento e injusto.

Así, partiendo del principio retórico en el que Harald Szeemann propone que crear una exposición sea como un poema en el espacio, Arturo Kameya (Lima, 1984) y Claudia Martínez Garay (Ayacucho, Perú, 1983) configuran una simbiosis espiritual de colaboración desde la concepción, materialización y representación del imaginario popular. Este, a su vez, reclama, compone, arma y desarma sus intenciones personales vistas desde la colectividad.

Con Allá en el caserío, acá en el matorral, los artistas negocian entre dos textos referenciales diferentes los cuales abordan de manera independiente desde el inicio, formulando puntos símiles y significados transversales. En el Manifesto caníbal (1928) de Oswald de Andrade, y en A nuestro padre creador Túpac Amaru (1962), de José María Arguedas, abordados por Kameya y Martinez Garay, respectivamente, se pone en evidencia un impulso de convivencia de lo lejano y lo cercano: los códigos de reconocimiento, memoria y reivindicación, y los signos de lucha.

Vista de la exposición "Allá en el caserío, acá en el matorral", de Arturo Kameya y Claudia Martínez Garay, en Ginsberg Galería, Lima, 2018. Foto: Juan Pablo Murrugarra

Vista de la exposición «Allá en el caserío, acá en el matorral», de Arturo Kameya y Claudia Martínez Garay, en Ginsberg Galería, Lima, 2018. Foto: Juan Pablo Murrugarra

Vista de la exposición "Allá en el caserío, acá en el matorral", de Arturo Kameya y Claudia Martínez Garay, en Ginsberg Galería, Lima, 2018. Foto: Juan Pablo Murrugarra

Vista de la exposición «Allá en el caserío, acá en el matorral», de Arturo Kameya y Claudia Martínez Garay, en Ginsberg Galería, Lima, 2018. Foto: Juan Pablo Murrugarra

Ciertamente, la lectura general es compleja y despierta un sin fin de matices, permitiendo la libre asociación e identificación del discurso. La no evidencia e invisibilidad de lo literal proponen una nueva manera de descubrir una historia. Una narrativa no determinante, que ofrece varios elementos para crear una fantasía propia.

Por tanto, Martínez Garay emprende un diálogo con las referencias a la vida y la muerte, bajo la mística de un sincretismo andino que desentierra la nostalgia de un territorio impoluto, arrebatado violentamente. En Choclos (2018) y Ollucos, bultos y fardos (2018) se le otorga al maíz y al olluco la condición de ídolos, venerables representantes de nuestra identidad y pertenencia, del esfuerzo de la tierra misma por sobrevivir.

Los textos confluyen conceptualmente y los artistas responden de manera conjunta a algunos de los elementos que enriquecen bilateralmente sus visiones. Por ejemplo, de Andrade advierte sobre la compleja relación de los principios morales modernos con las creencias primitivas. Los Tupis en Brasil percibían -posiblemente discutible- al canibalismo como un ritual en el que se absorbía la fuerza de los guerreros derrotados, así como un proceso de honor y nobleza.

De una manera u otra, en el discurso de Martínez Garay, ese proceso espiritual en el que la tierra se nutre del arduo esfuerzo y absorbe la sangre vertida sobre ella se convierte en una metáfora de fertilización de los grandes y afligidos héroes de la resistencia. Túpac (2018) es un gesto formal tan sutil como dramático. Un cuerpo fragmentado y lánguido reposa casi imperceptible, en referencia directa a la historia, sus rezagos y el olvido a través del tiempo.

Vista de la exposición «Allá en el caserío, acá en el matorral», de Arturo Kameya y Claudia Martínez Garay, en Ginsberg Galería, Lima, 2018. Foto: Juan Pablo Murrugarra

Vista de la exposición "Allá en el caserío, acá en el matorral", de Arturo Kameya y Claudia Martínez Garay, en Ginsberg Galería, Lima, 2018. Foto: Juan Pablo Murrugarra

Vista de la exposición «Allá en el caserío, acá en el matorral», de Arturo Kameya y Claudia Martínez Garay, en Ginsberg Galería, Lima, 2018. Foto: Juan Pablo Murrugarra

Para Kameya, el fútbol –el fervor– y sus componentes icónicos son esa idealización estética con la que construimos y consumimos nuevos signos contemporáneos; las nuevas estrellas, los nuevos héroes, los re-conquistadores. A través de estos, reconocemos nuestra posición como individuos en sociedad y reconocemos nuestro propio chauvinismo.

Fue por que nunca tuvimos gramática ni colecciones de viejos vegetales (2018) presenta una camiseta de un equipo irreconocible, mecida en su contra por el peso de un tubérculo o maíz. Sin embargo, la precariedad del material resuelve el contraste vulnerable entre lo hegemónico e identificable con lo desechable, lo menos poderoso. La vestimenta –o la falta de- desarticula un código social determinante en la búsqueda de la “verdad”.

En La reacción en contra del hombre vestido (2018), una composición de imágenes de actividades de la vida cotidiana, conviven la sensualidad, la espontaneidad y la libertad, desde un ángulo casi voyerista, con el desmenuzamiento corporal de unos personajes invisibles.

Vista de la exposición "Allá en el caserío, acá en el matorral", de Arturo Kameya y Claudia Martínez Garay, en Ginsberg Galería, Lima, 2018. Foto: Juan Pablo Murrugarra

Vista de la exposición «Allá en el caserío, acá en el matorral», de Arturo Kameya y Claudia Martínez Garay, en Ginsberg Galería, Lima, 2018. Foto: Juan Pablo Murrugarra


ARTURO KAMEYA Y CLAUDIA MARTÍNEZ GARAY: ALLÁ EN EL CASERÍO, ACÁ EN EL MATORRAL

Ginsberg Galería, Lima, Perú

Hasta el 4 de agosto de 2018

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