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EL GOCE DE LA PINTURA: LA(S) HISTORIA(S) DE UNA FAMILIA DE ARTISTAS

Samy, Matilde y José Benmayor son tres reconocidos artistas chilenos dedicados a la pintura. A su vez, son un padre, una hija y un hijo que ven el arte como una herramienta de conexión con el mundo y consigo mismos. Hasta el 15 de septiembre, 18 pinturas de los Benmayor conversan por primera vez en las paredes de la Galería Gachi Prieto, en Buenos Aires.


Samy Benmayor miró hacia arriba de manera atenta, deleitado por los graciosos personajes oníricos que desfilaban por el techo de su habitación. Seres inexistentes, ondulados, antropomórficos, angulados e imposibles. Se rio con ganas cuando distinguió la sombra del rey, un personaje con corona que habitualmente se le aparecía.

La procesión era mágica y gratuita. Pero la verdad es que no eran más que sombras proyectadas por las luces de los microbuses en las ventanas, y de ahí al techo. Samy no reparaba en eso; estaba demasiado ocupado disfrutando el show.

Otra de las sombras recurrentes era un marciano, figura sinuosa y trompuda. Tal personaje ha tenido una presencia constante en la pintura del artista. Aparece en los dibujos con lápices de colores y en algunos de los lienzos esparcidos por su taller.

Una versión del marciano en distintas tonalidades de verde y con cuatro patitas flota en medio de la sala de Gachi Prieto. A su derecha, cinco pinturas con formas orgánicas, y a su izquierda una tele retro y una máquina de peluches.

Vista de la exposición “El Goce de la Pintura”, de Samy, Matilde y José Benmayor, en la Galería Gachi Prieto, Buenos Aires, 2023. Foto cortesía de la galería

La muestra sugiere un recorrido lúdico, en el que se entrelazan los colores y figuras que habitan las telas de los Benmayor. Algunas pinturas dan cuenta de personajes definidos mientras que otras presentan formas más bien orgánicas. Unas más están a medio camino, entre representación e invención. Si bien todas las pinturas conviven armónicamente en el espacio, es posible distinguir diferencias estilísticas que delatan haber sido creadas por distintos artistas.

En marzo de este año, la curadora Irene Gelfman aceptó el desafío propuesto por la galerista Gachi Prieto de armar una exposición con los trabajos de la familia Benmayor. Para ella, no es inusual que una familia que esté compuesta en su totalidad por médicos o abogados tenga algún prejuicio al respecto. Pero la situación es diferente cuando se trata de una familia de artistas. En este caso, la idea de una exposición familiar puede parecer algo extraordinario. “La verdad es que ser artista, con todo lo que eso implica, significa llevar una vida muy particular. Entonces, también criarte con un padre artista te hace ver la forma de vida distinta”.

Tras ver las obras en conjunto y hablar con cada integrante de la familia, el punto de cruce curatorial se hizo evidente para Gelfman. “Algo que se repetía en nuestras conversaciones era esta idea de no hacer evidente que son una familia, pero sí que hay otra cosa en común, y que tiene que ver con el disfrute, con el goce de la práctica”, dice.

Es partir de allí que surge El Goce de la Pintura como título de la muestra, la primera en reunir las obras de Samy, Matilde y José Benmayor.

Obras de Matilde Benmayor en “El Goce de la Pintura”, Galería Gachi Prieto, Buenos Aires, 2023. Foto cortesía de la galería

Arte, Magia y Naturaleza

Se llamaba Señor Cocle y era un duende que vivía en la biblioteca de la casa de los Benmayor. Se sentaba en una sillita pequeña en la noche y cuidaba los libros de la familia. Matilde y José lo recuerdan perfectamente, al igual que a La novia que se desplegaba en toda la pared de su comedor. “Era un cuadro grande con tonos medios rojos y rosados, con blancos y grises, en el que salía una gran figura femenina con un velo de novia y las letras LA en el pecho. Era especial porque era grande y tenía solo un personaje”, recuerda José.

Matilde comparte los recuerdos de su hermano. “La novia formaba parte de las imágenes que nos acompañaron en nuestro entorno familiar, cuadros donde había animales y cosas. Era como que estábamos dentro de una obra de arte. Hasta la alfombra de la habitación de mi hermano, llena de colores, había sido hecha por mi papá”.

A pesar de que Matilde convivió con el arte desde muy pequeña, no fue hasta los 12 años cuando se convenció de que había hecho su primera obra de arte. Fue justo después de que su tío, Bororo, le regalara una maleta con óleos.

— Hice unos cuadritos, unas telas pequeñas, que yo sentí que eran como obras de arte. Eran unos pájaros comiéndose unos gusanos, una wea muy rara, como unos pájaros viendo tele.

Si bien la artista sigue pintando, no se define a sí misma como pintora, dado que también ha incursionado en otras disciplinas artísticas, como la instalación, la escultura e incluso el baile. En 2008 se fue a vivir a Sevilla, a probar suerte con el flamenco, pero al año se dio cuenta de que deseaba volver a hacer arte. Hasta el día de hoy, Matilde se pregunta si debería llamarse artista, al ver que no le dedica tanto tiempo al arte como su hermano y su papá. Sin embargo, se ha mantenido activa durante el último año, aun tras el nacimiento de su hija.

Vista de la exposición “El Goce de la Pintura”, de Samy, Matilde y José Benmayor, en la Galería Gachi Prieto, Buenos Aires, 2023. Foto cortesía de la galería

En el año 2020, Matilde se aventuró en el performance. Sus acciones eran de naturaleza introspectiva, experiencias personales y emocionales que no estaban destinadas a ser compartidas públicamente. No hay registros de aquello.

En una ocasión decidió perderse en las calles de Nueva York, dejando por el suelo trozos de galletitas que ella misma había cocinado. Luego seguía el rastro de las galletas para volver a su casa. Este trabajo, que explora cuestiones como la pérdida y la experiencia migratoria, le sirvió de inspiración para futuras obras.

— Me daba miedo que el perro de atrás se comiera las galletas y que una persona pensara que yo estaba envenenando a su mascota. Eso como que me servía, porque pensaba en cómo una vive tan asustada de la gente. Pasaba al lado de la policía y decía chuta, creerán que yo estoy haciendo algún vandalismo, alguna cosa rara. Y yo estaba haciendo una wea demasiado tierna.

Matilde comenta que de eso se trata su arte, de mirarse a ella misma. Sus obras también implican analizar el mundo que la rodea. En el caso de la caminata por Nueva York, imaginaba que las hormigas se comían las galletas, lo que la llevaba a especular qué hay en el subsuelo.

— Me encanta pensar eso, qué hay debajo y qué hay más abajo, en el fondo; también de nuestra psiquis, y más allá: la imaginación, lo que hay más allá de nosotros.

Vista de la exposición “El Goce de la Pintura”, de Samy, Matilde y José Benmayor, en la Galería Gachi Prieto, Buenos Aires, 2023. Foto cortesía de la galería

Este interés por el más allá es algo que comparte con su padre. Según Samy, se trata de una herramienta que nos acerca como personas a nuestra esencia más profunda.

-Hay algo más allá, y eso que hay es el espíritu: la cosa que nos define como seres humanos, que es algo mágico y misterioso, que nadie sabe lo que es. En una época me dio por conectar con las culturas primitivas de la tierra americana. Entonces me bajaba la onda de pintar unas Pachamamas, porque yo sentía que a lo mejor ahí debe haber espíritus ancestrales con los que uno se puede conectar.

Matilde también tiene una fascinación por la ancestralidad.

— Me encanta pensar en cuánta gente tuvo que pasar para que nosotros podamos ahora estar aquí, disfrutando de la vida. ¿Quiénes eran esas personas?  Esas ideas me gustan. Al pintar, pienso en esas personas, gente que no existe pero que existe igual.

Irene Gelfman consideró estas apreciaciones de Matilde como un aspecto importante al momento de armar la muestra y su recorrido.

– Lo manejé mucho a nivel cromático, porque eso me permitía crear ambientes o climas. Establecí conexiones entre personajes que representaban el día y la noche, así como entre lo humano y lo animal. Estas decisiones estuvieron influenciadas por las teorías que Matilde exploraba en su propia obra, que tienen que ver con la idea de que todos somos parte de la naturaleza.

Algo con lo que también sintoniza Samy. A partir de la lectura de Baruch Spinoza, al artista le entusiasma la idea de que todos los seres vivos somos uno con la divinidad. “El filósofo plantea: ‘no busques a Dios en esos lugares lúgubres que construyeron los hombres para adorarlo. Búscalo en la maleza, en los ríos, en las montañas y los árboles”.

Obra de Samy Benmayor en “El Goce de la Pintura”, Galería Gachi Prieto, Buenos Aires, 2023. Foto cortesía de la galería

Como un árbol genealógico describe Matilde la disposición de las obras en el espacio de la galería. A raíz de esta exposición, se dio cuenta de las relaciones formales entre sus obras y las de su papá. Se sorprendió con el parecido, sobre todo porque no tenía conocimiento de lo que trabajaba su padre estando él en Santiago y ella Nueva York. A pesar de la distancia, ambos estaban haciendo pinturas con colores y formas similares durante el mismo período.

“Hay cuadros que nadie sabe si son míos o si son de la Mati”, comenta Samy. “Todos los elementos se relacionan muy bien. El montaje es extraordinario”.

El lenguaje visual ondulante y colorido de Samy y Matilde son tan similares que es difícil dilucidar que el cuadro al centro en una de las paredes, y las cuatro telas a su alrededor, no fueron realizadas por la misma persona.

“Las obras de Matilde son anteriores a las de Samy, por lo tanto, es el padre quien copia a la hija, aunque se esperaría que fuese al revés. En la curaduría, hay una intención de confundir al espectador”, asegura Gelfman.

Obras de José Benmayor en “El Goce de la Pintura”, Galería Gachi Prieto, Buenos Aires, 2023. Foto cortesía de la galería

Recuerdos de taller

Música de carrete, olor a piscola y manchas de pintura en el piso imprimían el ambiente del Taller Angamos, un espacio en Santiago con ocho dormitorios que compartió José Benmayor con un puñado de amigos entre 2008 y 2019. Cuatro años después, tras casarse y convertirse en padre de dos hijos, el artista se trasladó a un taller en Matta Sur y lleva una vida más tranquila.

Después de dejar a su hija en el colegio, José se va al taller y hace rendir su tiempo, trabajando hasta las seis en algunos bosquejos. El espacio lo comparte con dos artistas comprometidos, en un ambiente de camaradería y buena onda, algo que buscaba desde que los conoció a través de Samy.

— Tengo ese recuerdo de ir al taller de mi papá cuando era chico, y que era algo muy bacán. Recuerdo estar con amigos, comer tallarines, dormir una siesta, y después seguir pintando. Y pensaba: voy a hacer esta misma wea nomás. No hay otra cosa que me interese.

Michael Yaikel, Santiago Ascui y José Benmayor son amigos desde la universidad y fueron compañeros de taller en Angamos. Los unía el amor por la pintura, la melomanía y las noches en desvelo frente a sus obras en desarrollo. “Lo pasábamos bien cuando éramos más jóvenes… y hasta el día de hoy. Por eso nos hicimos amigos”.

A diferencia de Matilde, que reconoce una relación formal entre la pintura de su padre y la suya, José considera más complejo encontrar esos puntos de encuentro. Mientras que los cuadros de su hermana y de su padre se confunden al mezclarse en una de las paredes de Gachi Prieto, sus obras -con motivos de su infancia en los 90, los dibujos animados y la cultura popular- se desmarcan por su figuración y tono juguetón.

Obras de José Benmayor en “El Goce de la Pintura”, Galería Gachi Prieto, Buenos Aires, 2023. Foto cortesía de la galería

José recuerda que, de chico, su papá no lo dejaba usar regla. Pero él decidió romper la regla: sus líneas son instrumentales, medidas, y también guiadas por masking tape. Y mientras Samy va al taller a manchar la tela hasta ver lo que sale, José prefiere llegar con una idea clara. Él es de los que bosquejan.

-Obvio que para mí eso es lo mejor, cuando tengo la cuestión hecha desde antes. Dibujar algo una vez, dos veces, tres veces y después pasarlo a la pintura.

Si bien la conexión entre sus pinturas y las de su papá son menos evidentes, Samy distingue un vínculo que describe como “potentísimo”: “El humor de José es lo más fuerte que él tiene, y yo también lo tengo. Para mí el humor es fundamental en la vida y en el arte”.

Gelfman concuerda en que las obras de ambos artistas suelen esconder un chiste positivamente irónico. Lo compara con “como cuando alguien te cuenta algo y sonríes, pero no te ríes a carcajadas, sino que haces un ja ja medio interno”.

Samy Benmayor, Fumador con jockey, 2022. Óleo sobre tela, 125 x 125 cm. Foto cortesía de la galería

Son precisamente los encuentros y desencuentros en las obras de estos tres artistas lo que enriquece la propuesta curatorial. Más aun, aunque sus obras son bastante distintas en sus búsquedas y en su forma de trabajar la pintura, los tres comparten el placer por el hacer. “Es lindo que ellos hablen de la pintura como un lugar de refugio y disfrute, incluso después de haber dejado de vivir juntos”, menciona la curadora.

Si bien los Benmayor confiesan que al llegarles la invitación de Gelfman sintieron algo de vergüenza, hoy están muy contentos y satisfechos con la curaduría y el montaje. Sobre la expografía, Matilde destaca que el recorrido permite «descubrir pequeños tesoros».

“La gente nos comentó harto”, agrega José. “Eso fue bacán, porque allá no nos conoce nadie. La gente tenía percepciones muy locas y diferentes a las de acá. En Chile yo hago una exposición y llegan mis amigos, pero muy poca gente random. Acá fue pura gente random”.

Samy comparte la alegría de su hijo, pero no cree que la muestra se vaya a repetir en Chile (aunque ya más de una galería nacional lo ha llamado para algo similar).

Victoria Abaroa

Licenciada en Comunicación Social por la Universidad del Desarrollo (UDD - Chile), donde se desempeñó como ayudante de Periodismo Interpretativo. Cuenta con una especialización en Social Marketing de Northwestern University, y ha realizado múltiples cursos sobre comunicaciones en el campo de las artes visuales dictados por Node Center for Curatorial Studies (Berlín). Sus textos han sido publicados en Artishock y en la Revista Ya.

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