
PILAR QUINTEROS: ORQUÍDEAS DE LA PATAGONIA
Por Rodrigo Campusano Villagra
Orquídeas de la Patagonia, largometraje de la directora y artista visual Pilar Quinteros filmado en la región de Aysén, pre estrenado en su Museo Regional, y ahora en exhibición en Espacio 218, en Santiago, nos enfrenta a un relato que combina creación y paisaje, personajes y prosa, entrevistas y arte visual, un lenguaje complejo para contar una geografía -física y humana- igualmente accidentada.
Es muy elocuente ejercitar a través del filme la ausencia de una cuarta pared, preguntarse cuánto pesa la ficción y cuánto la realidad. El formato super 8, mezclado con otros, le imprimen una textura al relato que conversa en amable tensión con la voz en off de Pilar, sus enormes recursos plásticos y la apropiación de los espacios para contar una historia que ficciona la realidad, que documenta la ficción con la fuerza de un buen documental.


Un buzo asegura que alcanza los 57 metros de profundidad en un mar incierto, tanto como el destino de la región en manos de las inescrupulosas salmoneras, denunciadas poética y mordazmente en el largometraje, fotografiado por el cineasta Patricio Blanche, quien aporta su experiencia en diversos lenguajes que le imprimen una creativa estructura al relato.
La pureza del buen uso de elementos que bien podrían considerarse rústicos, lejos de la tecnología, cerca de la artesanía, permiten encontrar la textura sincera de las imágenes. La psicodelia musical que acompaña la escena de un baile semiborracho guiñe un ojo a La Frontera de Ricardo Larraín, y entrega un mágico momento de precariedad, música y nostalgia, que también exhibe el alcoholismo, tristemente arraigado en el litoral.

Tintes de comedia entregan frescura a un guion que tiende a la experimentación y al humor con una premisa bastante triste: la depredación del ecosistema patagón mediante la industria salmonera. Las orquídeas se introducen aquí como grandes y mudos testigos de una catástrofe ambiental.
Los momentos testimoniales te apartan de la ficción y te acercan a la identidad misma de la película. Salir y entrar, ser parte y testigo de la construcción del relato, de la artesanía que rodea la historia, es algo que fluye natural cuando vemos Orquídeas de la Patagonia.
Cuestiones artesanales como corregir el tiro durante la toma o dejar ciertos rasgos que otros pudieran considerar errores (como una miradita a cámara) aportan un coqueteo con el docurreality. La imagen análoga del súper 8 se sostiene y se acentúa con el sonido del carrete, parte de la banda sonora.



Estamos frente a un cine experimental, pero con bastante claridad respecto a qué se quiere contar y cómo, a una mezcla de soportes, de la aplicación de la plástica en la estructura de la película.
La música es un tema aparte. Oímos tonos de comedia, absurdo y drama bien dosificados. La voz en off suena auténtica, sincera, ausente de todo aspaviento. Interviene la banda aysenina Lobos Marinos.
No hay trípodes o muy poco. El leve temblor de la cámara en mano llena las acciones de humanidad, de duda y misterio, como la vida misma. Las instrucciones a viva voz en mitad de algunas secuencias te meten y te sacan de una escena que nunca llega a ser del todo ficticia.
Un pesimismo bastante realista flota en los créditos finales.
Orquídeas de la Patagonia es un ejercicio de poesía visual que consigue pararnos en el límite de la no ficción y lanzarnos al vacío.

Hasta el 27 de mayo de 2023 en Espacio 218, Santiago Centro
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