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LA MATERNIDAD COMO ACTO POLÍTICO

CONVERSACIÓN CON ALEJANDRA UGARTE

Alejandra Ugarte (Chile, 1980), artista, madre, profesora e investigadora, publicó hace pocos meses el libro La maternidad como acto político (Marcapasos Editoras y Editorial Astartea, 2022), producto de una investigación financiada por un FONDART.

La historiadora del arte Sophie Halart conversa con la autora sobre los orígenes del proyecto, la relación entre maternidad, práctica artística y lucha política, el ecofeminismo y el porvenir de las maternidades disidentes en el feminismo actual.


Sophie Halart: Alejandra, eres artista, madre, feminista e investigadora. ¿Nos podrías contar un poco sobre el proceso de gestación de este libro y cómo lo relacionas a tu práctica artística, en particular tu trabajo sobre maternidades no y/o contra-hegemónicas?

Alejandra Ugarte: Esta investigación comenzó a gestarse a mediados del año 2012, cuando postulé (y quedé) en el Posgrado de Arte y Entorno de la UNAM. Quería volver a estudiar, pero en México, ya que me encontraba muy deprimida en Chile; no tenía muchas redes y el nivel de lxs artistas era vergonzoso…

En un principio, fue un prototipo de tesis sobre mi experiencia como artista de performance cruzada con mi maternidad, ya que para las artistas feministas es indisoluble hablar desde nuestras propias experiencias como sujetas encarnadas.

Por cierto, tuve que viajar sin Magdalena (mi hija), ya que su progenitor no autorizó su salida del país, así es que estuve tres meses en México y luego volví a Chile a buscarla. Tuve que pagar una abogada para poder estar con ella…

Entonces, con este escenario, estudiar, viajar y vivir en México de manera intermitente con mi hija no fue un capricho, porque plata no me sobraba y tuve la fortuna de estar becada. Además, lo hice con la convicción de tener mejores oportunidades de trabajo al regresar.

Finalmente, con una tesis avanzada, tuve que regresar a Chile a mediados del 2014, ya que tenía el compromiso de exponer en New Maternalisms (MNBA, 2014) y me quedaba sólo la tutoría de mi tesis, pero ya no podía regresar con Magdalena a México. Tuve que retomar mi vida, comenzar a trabajar, y ahí quedó el proyecto de tesis.

En el 2020 estaba sin trabajo y ocurrió la pandemia, así que gestioné un taller de Arte, maternidades y feminismos, que fue crucial porque, como veníamos del estallido y después del encarcelamiento involuntario, no tenía ganas de crear nada.

Viví inmersa en un nihilismo artístico que aún resiento, pero la virtualidad me dio la oportunidad de conocer y dialogar con artistas-madres de otras latitudes y esto fue lo que me dio el impulso para retomar esta investigación y postular a un fondo para crear este libro: un trabajo colaborativo de artistas muy poderosas a las que admiro mucho.

Jocelyne Rodríguez Droguett, Materna, 2014-2018. Cortesía de la artista


Si bien aumentó la visibilidad del feminismo, de colectivas de mujeres y cuerpos feminizados, además de varias publicaciones académicas al respecto, la maternidad sigue siendo un acto político porque, en lo concreto, en el día a día, las madres y cuidadoras seguimos resistiendo a este sistema capitalista xenofóbico.


SH: Un aspecto central del libro es la reivindicación de la construcción de conocimiento a través de la experiencia corporal propia. Esta consigna es, tal como lo señalas en el libro, uno de los grandes aportes de la teoría de género y la teoría decolonial al feminismo. 

La experiencia de la maternidad se piensa, en este sentido, como una práctica anti-teórica y anti-monumental en la cual el conocimiento se adquiere a través de una multitud de experiencias cotidianas experimentadas a través del cuerpo y, también, a través de la configuración de redes de apoyo y de cuidado con otros cuerpos. ¿Cómo has vivido el movimiento feminista de mayo de 2018 en Chile? ¿Ha tenido un impacto sobre tu relación con la maternidad como un acto político? 

AU: La verdad es que comencé antes. Hicimos una “previa” con la Escuela de Arte Feminista en el 2017. Como colectiva en ese entonces nos estábamos haciendo varias preguntas antes del mayo feminista del 2018.

En julio del 2017 fuimos seleccionadas para participar en Gestoras. Encuentro Internacional Mujeres Trabajadoras de la Cultura y las Artes, en la mesa Arte, Cultura y Feminismos. Construcción de los feminismos en el Arte Político. Allí surgió el manifiesto Las Artistas que vivimos no existimos, que habla del crudo contexto en el que nos encontrábamos: violencia en el Wallmapu, instituciones culturales que no abren sus puertas a propuestas feministas, etc.

La contingencia (que no dista tanto de lo que estamos viviendo ahora con este gobierno “feminista”) era de un cansancio perpetuo ante un escenario adverso, la ficción de un estado-nación democrático. Con este manifiesto, que viralizamos en nuestras redes sociales, la única persona que se sintió interpelada y se nos acercó fue Gloria Cortés.

En este diálogo que tuvimos nos extendió la invitación a realizar un performance en el contexto de la primera Editatón de mujeres artistas en Chile en septiembre del 2017, donde realizamos nuestro último performance, Wallmapu, Zona de Dolor, que fue una denuncia por la criminalización del pueblo Mapuche. 

Menciono a la Escuela ya que es importante tener conciencia de esta colectividad materna, como acuerpamiento de tres artistas madres y de nuestra precariedad performativa y de vida. Después de estos acontecimientos, estuvimos replegadas, pero aún así vimos con orgullo cómo desde marzo del 2018 el movimiento feminista se tomaba las calles, las universidades y los medios de comunicación.

En las marchas ya eran miles de mujeres, niñas, estudiantes, madres con sus hijxs, y eso antes no se veía. Por fin se podía protestar y hablar sobre los abusos, los femicidios, la violencia sexual. Pero nos replegamos porque el nivel de violencia que ejercieron los pacos y los milicos fue desmedido: nos paralizó rememorar el trauma de la dictadura. Nos volvimos a activar unos meses después del estallido realizando laboratorios y talleres en el CNAC y de manera virtual.

Mirel Yolotzin García Bazán, El origen de la Nación, 2016. Cortesía de la artista

La colonización aún no la podemos abortar. Es por ello que el devenir artivista, e incluso sin serlo también, va acumulando un cansancio enorme. Las políticas públicas no han cambiado, no ganó la nueva constitución y todo el fascismo de la dictadura está resurgiendo…


SH: Hablando de la relación entre feminismo y maternidad, en tu libro, diagnosticas un atraso histórico de la región latinoamericana a pensar la maternidad como una plataforma de emancipación feminista. ¿Encuentras que la situación ha cambiado desde la emergencia de los nuevos feminismos latinoamericanos en los últimos años?

AU: No, no ha cambiado en nada… si bien aumentó la visibilidad del feminismo, de colectivas de mujeres y cuerpos feminizados, además de varias publicaciones académicas al respecto, la maternidad sigue siendo un acto político porque, en lo concreto, en el día a día, las madres y cuidadoras seguimos resistiendo a este sistema capitalista xenofóbico.

En el territorio chileno, las deudas por pensiones de alimentos y violencia económica contra la mujer es pan de cada día. En el 2022 entró en vigor el Registro Nacional de Deudores de Pensión de Alimentos, donde el estado se “hizo cargo” con una serie de restricciones por el no pago de la pensión, pero ésta prescribe después que tu hijx cumple los 18 años.

Por otra parte, hace seis años que se promulgó la Ley de Aborto en tres causales, pero un 43% de lxs médicxs y obstetras que trabajan en sectores públicos son objetores de conciencia en la causal de violación (15,3% de los casos) y de riesgo vital de la mujer o inviabilidad fetal (23,1%).

Hay una deuda tremenda en toda Latinoamérica que, con el avance del fascismo, nos hace retroceder de manos atadas. Nos duele la impunidad del asesinato de activistas y defensoras de la tierra en Colombia, Brasil, Ecuador, Perú y Chile. La colonización aún no la podemos abortar.

Es por ello que el devenir artivista, e incluso sin serlo también, va acumulando un cansancio enorme. Las políticas públicas no han cambiado, no ganó la nueva constitución y todo el fascismo de la dictadura está resurgiendo…

Fernanda Gormaz Sepúlveda, Diez por ciento, 2020. Cortesía de la artista

Hay un largo etcétera de inequidades que me hicieron sintonizar con estas historias, ver no sólo las maternidades de las miristas como un acto político, sino que todas las maternidades que desestabilizan la norma en pro de algo mejor, oportunidades de trabajo y de dignidad.


SH: En tu libro te refieres a dos hitos históricos importantes para entender y contextualizar la maternidad como práctica política: por una parte, escribes sobre la lucha de mujeres chilenas, militantes del MIR y madres, y de su rearticulación de la maternidad frente a una dramática contingencia política, tal como se relata en la película El edificio de los chilenos (2021) de Macarena Aguiló.

Por otra parte, analizas el trabajo del colectivo feminista Polvo de Gallina Negray la obra de Mónica Mayer quienes, como lo escribes, “logran inscribir desde la crítica una ruptura con el imaginario del cuerpo femenino materno, dócil y controlado, transformando la maternidad en un sitio de producción cultural”.  ¿Quieres hablar un poco sobre por qué elegiste estos dos casos?

AU: Confieso que fue bien azaroso, ya que mi investigación, como te comenté, iba más por el performance y sólo desde mi experiencia como madre-artista-feminista, y agradezco que no haya seguido ese camino.

Mi amiga y académica Claudia Jara, quien desde un comienzo me apoyó en el desafío de estudiar y maternar en México, me comentó que la antropóloga Cecilia Millán La Rivera (que en ese tiempo se encontraba estudiando un doctorado en México) había colaborado en un capítulo del libro Maestros que hacen historia, Tejedores de sentido: Entre voces, silencios y memorias (Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas | Conacyt) con un artículo sobre el MIR y el Proyecto Hogares.

Gracias a ese contacto, pude acceder al documental de Macarena Aguiló e investigar sobre el tema. Me sentí muy identificada (desde otra experiencia y otro tiempo, por supuesto) por tener que separarme de mi hija por lo que te comenté anteriormente, por no contar con la autorización de su progenitor.

Tener que autoexiliarse de Chile por no contar con un real apoyo a la cultura, ni siquiera a la educación post pandemia, evidenció aún más esta crisis, de la que ningún gobierno se ha hecho cargo…en fin, hay un largo etcétera de inequidades que me hicieron sintonizar con estas historias, ver no sólo las maternidades de las miristas como un acto político, sino que todas las maternidades que desestabilizan la norma en pro de algo mejor, oportunidades de trabajo y de dignidad.

Luz del Carmen Magaña Villaseñor, La otra espera, 2020. Cortesía de la artista

Ahora, en Chile nos toca de cerca el tema de la migración y todo el discurso anti-migración que se ha ido levantando, como por ejemplo el control de identidad, donde la prensa y los medios de comunicación siguen promoviendo asociaciones racistas con la delincuencia. Es ir retrocediendo a los tiempos oscuros de la dictadura, un silenciamiento que viene del poder.


SH: Para las personas interesadas en las conexiones entre arte, feminismos y maternidades, el trabajo de Mayer, Bustamante y Polvo de Gallina Negra es bastante bien conocido gracias, en gran parte, a una historiografía feminista que trabaja arduamente en arrojar luz sobre episodios “olvidados” de la historia del arte. De hecho, el trabajo de Polvo de Gallina Negra fue objeto de una exposición reciente en el CNAC Cerrillos.

El caso de las madres del MIR, a pesar de ser más cercano a la historia nacional, sigue constituyendo una suerte de hoyo negro no solamente para la Historia, sino también – tengo la impresión – para el feminismo. Hay, claramente, en este caso heridas muy vivas y un dolor compartido por las militantes y sus hijxs.

¿Cómo analizas tú este silencio sobre este episodio de la dictadura? ¿Lo has pensado en relación con otros casos latinoamericanos? Estoy pensando, por ejemplo, en la militancia de las mujeres argentinas durante la Guerra Sucia y la lucha que siguen dando las hijas de las desaparecidas en colaboración (y, a veces, en conflicto) con la agrupación de las Madres de la Plaza de Mayo. 

AU: Hay una herida latinoamericana muy fuerte y dolorosa en las infancias y que tristemente se está repitiendo. Historias que han sido casi clandestinas y que debemos ir develando. Sin ir más lejos, la historia de la artista Ana Mendieta y su hermana mayor, que en 1961 fueron enviadas por sus ma-padres a Estados Unidos, como parte de la Operación Peter Pan, una horrorosa campaña de la Iglesia Católica junto a la CIA que trasladó a miles de niñxs cubanxs a los Estados Unidos porque inventaron que perderían la patria potestad de sus hijos por el régimen Castrista.

Otro caso es el gobierno de Fujimori, que entre el 96 y el 2001 llevó a cabo un programa de esterilizaciones masivas en mujeres y hombres, como parte de un plan para erradicar la pobreza. Según un informe de la Defensoría del Pueblo, se realizaron 272.028 ligaduras de trompas y 22.004 vasectomías. Diecinueve personas fallecieron por complicaciones postoperatorias.

Ahora, en Chile nos toca de cerca el tema de la migración y todo el discurso anti-migración que se ha ido levantando, como por ejemplo el control de identidad, donde la prensa y los medios de comunicación siguen promoviendo asociaciones racistas con la delincuencia. Es ir retrocediendo a los tiempos oscuros de la dictadura, un silenciamiento que viene del poder.

Gabriela Rivera, Mater Parca, 2018-2022. Cortesía de la artista
Gabriela Rivera, Mater Parca, 2018-2022. Cortesía de la artista

No podemos educar, ni criar a nuestrxs hijxs sin intentar sanar las heridas emocionales, cada una a su ritmo, buscando estrategias


SH: La primera parte de tu libro examina aquellos dos casos que podríamos calificar de “históricos” (aunque el término es engañoso, ya que podría dejar pensar que son casos cerrados). Describes estos episodios de rebeldía feminista en las artes en los 70-80 como ejercicios de “descentramiento” de la maternidad, que permitieron cuestionar los estereotipos que rodean la figura materna e intentar liberarse de las culpas, presiones y ambivalencias producidas por el peso de las expectativas sociales. 

La segunda parte del libro da voz a mujeres artistas actuales y lo que significa para ellas trabajar sobre la maternidad. ¿Ves un linaje entre estas dos épocas: los 70-80 y la actualidad? Un asunto crucial para el feminismo consiste en emanciparse del saber patriarcal que se transmite de padre a hijo y, al revés, en tejer redes de saberes compartidos que circulan entre generaciones. En este sentido, ¿te parece presente en las artistas actuales con quienes hablaste estos referentes? 

AU: Claro, hay un linaje, una genealogía y también una generación de artistas que bordea los 30-40 años y que son precisamente las artistas-madres que quise investigar para pensar sus experiencias y sus posicionamientos políticos desde su cultura. Sus reflexiones son muy profundas y he tenido estos diálogos no sólo con madres feministas-artistas, sino con madres de otras áreas, y es hermoso constatar un trabajo hermoso y silencioso.

Creo que tiene que ver con un proceso de sanación interna estos diálogos no sólo con nosotras mismas, sino que buscando ayuda, terapia. No podemos educar, ni criar a nuestrxs hijxs sin intentar sanar las heridas emocionales, cada una a su ritmo, buscando estrategias; y aunque suene súper pachamámico, llevamos el ADN de injusticias de tiempos ancestrales. El feminismo nos rescata, nos libera del sometimiento y la subordinación, por eso nuestra tarea es nombrar y colectivizar nuestras prácticas.

Diana Olalde Omaña, Tierra: rojo (expiación), 2014. Cortesía: Archivo Ex Teresa Arte Actual.

Cómo hackeamos la estructura de la maternidad, develar sus diferentes tonalidades, realizarnos otros tipos de preguntas al respecto, otras posibilidades de exploración


SH: Algunas de las artistas que entrevistaste y sobre quienes escribes exploran la maternidad como una plataforma de resistencia eco-crítica y decolonial. Pienso, por ejemplo, en el trabajo de performance de la artista mexicana Diana Olalde y sus series sobre la tierra y la expiación, o el trabajo de Jocelyne Rodríguez Droguett que analizas a través de una mirada ecofeminista. ¿Podrías comentar un poco más sobre esto? 

AU: Son miradas muy necesarias en las artes visuales. Me pasa que cuando se menciona ecofeminismo, me gusta pensar en el trabajo de Annie Sprinkle, artista de performance, ex trabajadora sexual que devino activista lesbiana ecofeminista. Ella, junto a su pareja, Beth Stephens, crearon el concepto de “sexecology”, que es una mezcla entre arte, teoría, educación ecológica-sexual y práctica. Es también una estrategia para crear una relación recíproca y sostenible con el planeta, utilizando la metáfora de la Tierra no como madre si no como amante.

Es interesante pensar en eso: cómo hackeamos la estructura de la maternidad, develar sus diferentes tonalidades, realizarnos otros tipos de preguntas al respecto, otras posibilidades de exploración, ser un aporte a la fomedad tradicional y tan convencional que existe en el arte, sobretodo arte de hombres hetero cis. Y bueno, no me remito a hablar de los trabajos de Diana, ni de Jocelyn para que los descubran leyendo el libro.


En definitiva, la maternidad (y la vida) está cargada de monstruosidades, de culpabilidad, de soledad, de incomprensión, de autoexigencia.


SH: Otra imagen recurrente en las obras de artistas trabajando sobre y con la maternidad es la del monstruo. El monstruo tiene la particularidad de ser el abyecto, lo indecente, lo necesariamente expulsado de la pulcritud de la sociedad (tal como lo define Kristeva). Pero es también una tremenda plataforma de emancipación que pertenece a la esfera de lo mítico.

A su vez, el monstruo en la maternidad siempre aparece cuando la práctica materna desvía de las expectativas puestas sobre ella (el monstruo como falta o exceso). Esta dimensión monstruosa, con todos sus relieves y ambivalencias es, por ejemplo, muy presente en el maravilloso trabajo de la artista Gabriela Rivera. Como artista e investigadora, ¿te interesa esta figura? ¿Cómo la concibes?

AU: Debo ser honesta y de todas las artistas que investigué, Gabriela Rivera es la que más admiro porque aparte de ser amigas hace muchos años, es la artista que más ha trabajado e indagado sobre la maternidad y el trabajo de cuidados en sus obras.

Ahora, volviendo a la pregunta, con mi hija amamos las películas de terror y la otra vez vimos en el cine Evil Dead Rise, que si bien es una franquicia, no deja de tener una trama que nos remite a películas clásicas como Psicosis, donde la asfixiante y tóxica relación entre madre e hijx no distan tanto de la realidad gore que han experimentado mujeres, infancias y disidencias en Latinoamérica y los femicidios en Chile. 

No he estudiado en profundidad la semiótica que promueve Kristeva, pero su postulado de que la función histórica de la religión ha sido purificar lo abyecto me atrae, ya que fui a un colegio de monjas y tengo un fetiche con esas narrativas. 

Leyéndola de manera descriptiva, su teoría puede ser muy útil para investigar la representación de las mujeres en las películas de terror, que es un tema que últimamente me está interesando bastante porque en definitiva la maternidad (y la vida) está cargada de monstruosidades, de culpabilidad, de soledad, de incomprensión, de autoexigencia. Hablar de la maternidad desde lugares que no son habituales, incluso incómodos. Y no sólo la madre, hay familias que son monstruosas. Como decía Simone de Beauvoir: “La familia es un nudo de perversiones”. 

Sophie Halart

Doctora en Historia del Arte por University College London (Reino Unido) y Profesora Asistente en el Instituto de Estética de la Pontifica Universidad Católica de Chile. Sus áreas de investigación son arte y género en América Latina; maternidad y feminismos; y arte contemporáneo y cambio climático.

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