UNIR 9 PUNTOS CON 4 LÍNEAS
El puzle de los 9 puntos es, tal como su nombre lo indica, un acertijo en el cual se deben unir nueve puntos dibujando tan solo cuatro líneas. Están dispuestos en columnas de a tres, formando un cuadrado. La única restricción es no levantar el lápiz al momento de conectarlos.
En 1907, Samuel Loyd, famoso ajedrecista estadounidense y creador de acertijos de todo tipo, estaba siendo entrevistado para una revista británica cuando se le ocurrió el puzle, el cual explicó dibujando huevos en vez de puntos comunes, llamándolo así Columbus Egg Puzzle. Su autoría sería debatida por décadas —de hecho, se cree que Loyd obtuvo la idea de una revista francesa de ajedrez o del matemático inglés Henry Ernest Dudeney— y aparecería en múltiples revistas hasta el día de hoy.
Para resolver el rompecabezas, es decir, para lograr la unión de todos los puntos, hay que sobrepasar el área cuadrada definida por estos —más pistas de su solución no daremos—. Pese a que no haya una regla que lo señale, tendemos a crear un cerco imaginario alrededor, limitando las posibilidades de descifrar el acertijo. Este es un recordatorio de que somos capaces de hacer lo aparentemente imposible si tan solo olvidamos aquello que creemos saber, o si pensamos de otra forma.
Al igual que el puzle, esta exposición busca unir lo aparentemente inconexo. El juego radica en que, para conectar las obras de diversos medios y orígenes, hay que prestar atención al espacio invisible entre ellas. ¿Qué es aquello que las vincula? ¿En qué se relacionan una pintura al óleo de un paisaje del sur de Chile con tarros de lata intervenidos con semillas?
Más que ser contemplada, la muestra invita a ser aproximada como si se tratara de un gran rompecabezas. Las obras pueden ser vistas como piezas que al juntarse unas con otras, al conectar los puntos, producen nuevos significados e imágenes. Este es también el principio de una constelación.
Apoyándose en conocimientos de Mesopotamia y el Antiguo Egipto, los astrónomos de la Antigua Grecia comenzaron a agrupar estrellas para formar dibujos. Las figuras imaginarias no obedecían a una relación de distancia o edad entre sus astros, en realidad fueron creadas para poder abarcar y reconocer la inmensidad de la bóveda celeste. Sin embargo, estos dibujos, que por siglos sirvieron para ubicar a quienes se desplazaban mirando el cielo nocturno, fueron originalmente el sustento para los mitos fundacionales de culturas de todos los tiempos, y, por ende, tenían distintas significancias. La Osa Mayor fue en la mitología griega la representación de Calisto, una ninfa que enamoró a Zeus. Para el pueblo Musquakie de América del Norte, la constelación mostraba a tres cazadores persiguiendo a un oso. Los Maya la nombraron tras su animal sagrado, el jaguar. En Europa medieval no era nada menos que una carreta.
Las constelaciones nos revelan que el juego de unir los puntos es infinito y se encuentra bajo muchos nombres. Hoy, los artistas, como los primeros astrónomos, estudian el universo y descubren conexiones entre diferentes fenómenos—si somos polvo de estrellas, efectivamente todo está conectado—. A través de sus diferentes investigaciones, trazan una línea que sobrepasa la orilla del puzle. O, mejor dicho, comprenden que no existe tal límite y que las formas de resolverlo son incalculables.
Para este conjunto de artistas, la conexión es concebida en diferentes escalas. El nexo con lo ancestral está presente en el trabajo de muchos, como el de Agostina Branchi, que utiliza técnicas textiles de grupos indígenas de su Argentina natal. Raisa Bosich, además de elementos arquitectónicos, incluye en su obra patrones y símbolos propios de la abstracción geométrica de los pueblos precolombinos, los cuales fueron, junto con la creación de las constelaciones, uno de los primeros síntomas de la necesidad humana de entender y representar —o quizás categorizar— el mundo que nos rodea, lo que se observa en el bordado astronómico de Javiera Gómez.
Esta tipología de la constelación, el punto y la línea, reaparece constantemente en la exposición. La línea se convierte en nudo en la risografía de Rocío Guerrero, o en verticales en el paisaje industrializado de Pablo Bronstein y en las esculturas de María Gabler, que insinúan a través de su ambigüedad diferentes estructuras ¿Una torre de control? ¿Una bomba de agua? En la pintura de Lucas Estévez, la línea se muestra como un vector que recuerda a las luces características de los juegos arcade.
La sustracción como instrumento de creación es un elemento que vincula, que traza una línea invisible, entre el trabajo de Javiera Hiault-Echeverría, Josefina Valenzuela y Colomba Fontaine. Javiera Hiault-Echeverría esboza un trazo continuo sobre una tela y, sin levantar el láser del textil, le quita, o mejor dicho quema, una capa de este. Josefina Valenzuela hace aparecer una imagen borrando el papel pintado previamente con carboncillo, dejando como registro el gesto que hizo al agarrar la goma. Por su parte, sobre troncos viejos, Colomba Fontaine añade sucesivas capas de tiza, que luego remueve parcialmente.
Algunos utilizan la sustracción como medio, otros la abordan como parte de su investigación. Alejandro Quiroga pinta un paisaje que se encuentra pronto a desaparecer: la naturaleza de la periferia, en proceso de reducción por el agobiante crecimiento urbano. Pilar Elgueta contrapone el paisaje natural con el artificial, para hablar sobre la degradación de ambos. La obra de Valentina Osnovikoff invita a conversar sobre la fragilidad y el desaparecer, al tratarse de fotografías polaroid de flores, ambos de poca resistencia frente al paso del tiempo. Juana Gómez domestica y clasifica la tierra fértil, convirtiéndola en una paleta cromática con una forma inexistente en la naturaleza, el cubo.
En otros trabajos, la naturaleza se rebela, se hace cargo y se apropia del elemento humano, como en la obra de Javier Mansilla, semillas que recubren tarros como los percebes habitan las rocas del mar, y la obra de Diego Santa María en partes iguales objeto humano y objeto natural. Simón Sepúlveda concilia en su pintura la necesidad de la naturaleza, de la presencia de verde en el hogar. David Scognamiglio, si bien utiliza un material artificial (una aleación de cromo y níquel), se mantiene fiel a sus propiedades: este dicta el funcionamiento de la pieza, emite luz por si solo al entrar en contacto con una corriente eléctrica, no es necesario combinarlo con otros materiales.
No obstante, en la muestra está presente tanto el paisaje externo como interno. Marcos Sánchez pinta un imaginario que roza el límite entre la inocencia y lo perverso. En lenguaje similar, Cristóbal Cea nos revela, literalmente, nuestro interior: tripas, un corazón, órganos varios. En un proceso de casi cinco años, Matthew Neary habitó con su mundo interior una tela que pintó en tiempos libres de otros proyectos, usándola como un recreo.
Unir nueve puntos con 4 líneas sigue la lógica del puzle, de la constelación y como no, del arte. Como en los acertijos múltiples, donde una solución lleva al siguiente acertijo y así sucesivamente hasta dar con la respuesta final, entender las asociaciones dentro de una misma obra puede ser la llave para darle sentido a otras. ¿Podemos vincularlas en más de una manera, trazar más de cuatro líneas?
UNIR 9 PUNTOS CON 4 LÍNEAS
Agostina Branchi, Alejandro Quiroga, Colomba Fontaine, Cristóbal Cea, David Scognamiglio, Diego Santa María, Javiera Gómez, Javier Mansilla, Javiera Hiault Echeverría, Josefina Valenzuela, Juana Gómez, Lucas Estévez, Marcos Sánchez, María Gabler, Matthew Neary, Pablo Bronstein, Pilar Elgueta, Raisa Bosich, Rocío Guerrero, Simón Sepúlveda, Valentina Osnovikoff
Galería NAC, Américo Vespucio Nte 2878, Vitacura, Santiago
Del 12 de enero al 1 de marzo de 2023
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