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ANA MARÍA RISCO. LIHN VISUAL

¡Guardar!
Con los años,
Comprender
lo que ya esté a mano

Paul Klee


Retorno a este libro con dos palabras: amistad y admiración. Leo Luces Equidistantes. Enrique Lihn y las artes visuales, haciendo memoria: julio, 2004. “Tu compañía, lecturas y comentarios fortalecieron este libro. Lo pongo en tus manos como una forma de agradecerte por aquello y también esperando que haga crecer el diálogo abierto entre nosotros por Lihn”, dice la dedicatoria de Ana María en la primera versión de este libro: Crítica situada [1]. Siento en sus páginas los años en que nos enviábamos capítulos de tesis, comentarios y las preocupaciones por la escritura.

Ingreso a Luces Equidistantes como si entrara en una biografía en común, pero también con la distancia precisa de no reconocerla. No se trata de una reedición, sino una nueva publicación, un poco más breve, con lo fundamental. Me asombra leer este libro luego de las vueltas de la vida y la historia de las artes visuales. La experiencia de una lectura que reafirma, densifica y le da perspectiva a una mirada sobre el arte que, aún, requiere de más entradas. O, mejor dicho, más escrituras que se propongan como tales y logren merodear diversidades poéticas.

Algo así veo en las páginas que sirven de introducción y contexto a esta edición después de dieciocho años de la primera. Me da la impresión de que Crítica situada, a diferencia de Luces Equidistantes, buscaba sus referentes y tono con cierta soledad; hoy la forma de escribir las historias y ponerlas en relación tienen más familiaridades y constelaciones. Se notaba la dictadura en los escasos modelos poéticos en la manera de aproximarse a las artes. El cambio de las recepciones ofrece hoy más hospedajes y también nuevas tensiones. Si a fines de los noventa y principios de los dos mil predominaba el campo de batalla, los discursos universales, sociológicos y anecdóticos de la “guerra por otros medios” (una continuidad dictatorial en la batalla de los grandes enunciados), actualmente la tensión se ubica en el traslado de las escrituras a la “neutralidad” cientificista de los papers y la literatura indexada. Ana María, por el contrario, tiende a una escritura alusiva y filosófica, cada vez más pensante y singular, cuya gestualidad corresponde al tipo de escritura que Lihn suscita también en sus ensayos y poemas. Creo que este poeta le ha servido a Ana María no solo como una introducción fascinada a una historia de la plástica —ocupo este término con intención—, sino también como una forma de leer y, por ello, de escribir. Falta todavía una historia de poetas escribiendo sobre visualidad; quizás nos encontraríamos con una poética de la mirada más acorde con el presente y, por cierto, más seductora.

El tiempo de la lectura, de los años y la experiencia, impregna a este libro de nuestra época. Se notan los giros de las recepciones: el carácter vergonzante y masculino de la mirada lihneana permiten sopesar la educación sentimental de la segunda mitad del siglo veinte. Creo que, desde el presente, la comprensión lihneana de lo “femenino” —uso deliberadamente las comillas—, tanto en poesía como en visualidad, dan cuenta de una laceración tardoromántica (ligada quizás a lo sublime negativo) y, también, a una cierta percepción popular del daño erótico.

El capítulo dedicado a la pintura prerrafaelista se puede relacionar con la poesía amorosa de Al bello aparecer de este lucero; algo se percibe ahí como desfasado, un cierto desgaste de época. Es como si Lihn, a pesar de su placer vergonzante y espectral ante estas representaciones de antaño, se hubiera convertido en este punto, sin quererlo, en un poeta prerrafaelista más. Luces Equidistantes hace pensar en cierta lírica baudelereana, que abre en la melancolía una trama de desapariciones en el poeta, y no sé si tanto en los objetos amorosos. Es un temperamento elegíaco que, en las ausencias, impide al sujeto corresponder a la exactitud del deseo.

Ana María alcanza a ver aquí similitudes de poéticas en principio muy dispares, como el maestro Pablo Burchard, la poesía situada y cierto destiempo. “Un mundo de voyeurs sabe que la mirada / es solo un escenario / donde el espectador se mira en sus fantasmas”, dicen los primeros versos de Lihn en Nada que ver en la mirada. Interesante fenómeno: la mirada. Es lo que Ana María logra en este libro.

Jorge Millas apuntaba a la pasión de ver en Luis Oyarzún: ensancha la visión de las cosas, construye conocimiento, experiencias de encuentros y no identificación. Mirar tiene algo constructivo, una posición frágil y peligrosa, una cierta impotencia que abre un horizonte, sabiendo que es limitado y, por ende, imaginativo. Incluso coquetea con la arbitrariedad. Parpadeos, visión y ceguera. Esa seducción de la mirada permite a Ana María cruzar códigos, referencias y disciplinas, sin mayores dificultades. Entrevé una poética sugerida en los intersticios de las imágenes literarias y visuales.

Poema y mirada; crítica y pulsión; análisis y deseo visual; estos contrabandos muestran una persistencia que hacen de Lihn un poeta de la imagen más cercano a John Berger, por ejemplo, que a la crítica cultural de la dictadura. En su lectura de Pablo Burchard o Roser Bru, Ana María muestra estos traslados entre pintura y literatura sin los marcos clausurantes que predominaban en las grandes tesis sobre el arte en los ochenta. Lo que hoy se denomina inter o transdisciplina, Ana María las integra con naturalidad; pispa estas relaciones —sin mencionarlo de esta manera— en una sensibilidad de lectura que potencia los vínculos verbales y visuales en una historia ausente. Este ángulo, este perfil de la mirada, se percibe en la precisión y en el hilo de las sugerencias.

Es admirable, en general, cómo lee Ana María; cómo aporta un registro, una agudeza en los detalles, un juego sonoro de los silencios en la travesía por las citas (que van de las entrevistas, los poemas, las técnicas a las imágenes pictóricas). Este modo de leer es clave, creo, en la posibilidad de crear otra cultura. Lo menciono por una ausencia historiográfica: poéticas que tramen los recorridos de un hospedaje en el hábitat de la creación poética, visual, musical, etc. que permitirían conformar otras tramas y sensibilidades de mundo. Quizás nos falten historias épicas de las recepciones, y ya no solo de figuraciones y autorías.

Siguiendo una filiación con Lihn, pero también con una historia visual que da voz a los creadores, este libro ¾sopesado desde hoy¾ conformó una respuesta a cierto agotamiento de escrituras sobre arte. Hasta Lihn se vio reiterando el gesto cancelatorio de la imagen por una compulsión conceptual. Se trata de un asunto de escritura; es decir, del lugar donde se ubica la mirada. En la actual edición, las elipsis y los giros dejan implícita una poética, asaltan los párrafos en los desplazamientos entre poesía y plástica. A pesar de sus cegueras y omisiones, no es gratuito que Lihn sea el referente de estos cortes de escena: poeta, crítico literario y visual, dibujante, performer, entre otras facetas. Es un poeta en el sentido amplio de un intelectual abierto a las distintas regiones de la sensibilidad. Ana María resalta este aspecto: el carácter “analítico” planteado por Lihn y su lectura de Nemesio Antúnez, que conjuga con el despliegue de su poética como una demanda situada y americana.

Los silencios dejan una impronta en esta segunda edición; ofrecen la sensación de una espacialidad entre lo plástico y lo lírico, una zona difusa en el interregno que el espectador debe completar por el rabillo del ojo. Que el libro termine con Eugenio Téllez y la búsqueda de una reflexión americana, desmontada de la mirada europea del “nuevo continente”, como sucede en Paris, situación irregular, algo habla sobre la política de esta edición.

Lihn, el migrante, exiliado interior, es también un pensador de lo americano, que devuelve la historia al continente, que ha sido “visto” como mera naturaleza (prejuicio que también vivió Gabriela Mistral en la interpretación que hizo de su poesía Paul Valéry [2]). En lugar de los énfasis en los rasgos metapoéticos, resaltados en la literatura de los noventa, este Lihn visual es más político, diverso y problemático [3]. El rodillo frente a la mano; la fotografía frente a la pintura; la plástica frente al trazo; la vanguardia frente a lo popular; la cámara frente al dibujo… estas dicotomías insalvables del siglo veinte operaban en Chile en busca de parámetros disciplinarios. Así es como estas pesquisas terminaban en una borradura, en una mancha, que se hastía de las vigilancias de representación y sus procedimientos.

Este libro de Ana María se salta estos cercos. Los destiempos lihneanos pueden ser vistos como un lugar por tejer; lo pictórico y lo poético mirados desde una trama múltiple, habitando una zona que no es solo muda, sino también pendiente en una sociedad posible. Lo no dicho como lo no visto, o lo visto conectado con lo dicho; luces equidistantes que no terminan de sintonizar, pero que están ahí, buscándose una a la otra, entre imágenes espejeantes que se refractan infinitamente.


[1] Me refiero a las ediciones de Ana María Risco. Luces Equidistantes. Enrique Lihn y las artes visuales. Mundana, Viña del Mar, 2022; y Crítica situada. La escritura de Enrique Lihn sobre las artes visuales. THEA. Facultad de Artes, Universidad de Chile, 2004. Este texto recibió el apoyo de Fondecyt Iniciación 11190215: “Migraciones visuales entre artes visuales y poesía en Chile, durante el periodo 1973-1989”. Instituto de Filosofía, Universidad Austral de Chile.

[2] Patricio Marchant, “Atópicos”, “etc.” e “Indios espirituales”. Nota acerca del racismo espiritual europeo. http://philosophia.cl/articulos/antiguos0405/Marchant%20-%20Atopicos.pdf

[3] A la compilación de los Textos sobre Arte, editado por Adriana Valdés y Ana María Risco en el año 2008, es relevante en este ámbito la edición ¿Qué nos ha dado con Kafka?, llevada a cabo por la editorial Overol, en el año 2020, cuya constelación con El circo en llamas, de 1996, dan cuenta de la envergadura del trabajo de pensamiento literario, visual y situado de Enrique Lihn como crítico cultural.

Jorge Polanco Salinas

Valparaíso, Chile, 1977. Poeta, escritor y profesor de teoría del arte. Ha publicado los libros de poesía “Las palabras callan” (2005/2020) y “Sala de espera” (2011/2019); la prosa “Cortes de escena” (2019); las plaquettes “Umbrales de luz” (2006), “Cortometrajes” (2008), “Ferrocarril Belgrano” (2010) y “Lacrimógena” (2022); las crónicas “Valparaíso y sus metáforas” (2021) y “Paisajes de la capitanía general” (Komorebi Ediciones, 2022); además de ilustrar el libro “Las niñas del jardín”, de Marian Lutzky (2020).

En el campo del ensayo publicó “La zona muda. Una aproximación filosófica a la poesía de Enrique Lihn” (2004), “La voz de aliento” (2016) y “Juan Luis Martínez, poeta apocalíptico” (2019).

Actualmente vive en Valdivia, sur de Chile

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