Skip to content

GREATEST HITS. ARTE EN NUEVA YORK, 2001-2015, DE CHRISTIAN VIVEROS-FAUNÉ

Tres golpes de campana. Por muy improbable que parezca, imagino a Christian Viveros-Fauné escribiendo con guantes de boxeo. Combina jabs que van marcando el ritmo de la pelea, símiles y metáforas nunca antes leídas. Lanza ganchos que ponen los ojos en blanco con sus comparaciones a las que no se puede odiar, sino amar. Porrazos en el riñón, argumentos argumentados, que harán mear sangre durante semanas a los luchadores del arte cínico. Y finalmente, el nocaut, la necrológica que deja sin batalla al embaucador por excelencia del mundo del arte. Su artículo Damien Hirst (1965-2012): In Memoriam, publicado en enero del 2012, y que aparece traducido al español por primera vez en este libro, se hizo viral en las cuatro esquinas del mundo, alcanzando una difusión poco probable para un texto de arte. La afición tenía ganas de ver a Hirst besando la lona.

Ese texto, sobresaturado de sarcasmo y mala hostia, y su instantáneo efecto mediático, no es capaz de opacar la producción crítica de este analista residente en Estados Unidos, nacido en Chile y cuya pasada residencia en España impregnó su manera de enfrentarse al folio en blanco. Greatest Hits es un compendio de algunos de los textos más punzantes, sugerentes y perspicaces de su carrera. Aun siendo escritos para un magazine estadounidense, superan la frontera geopolítica: son asumibles para un lector alejado de la movida neoyorkina. Algunas posibles desventajas, como la aparición de referencias localistas, se tornan cualidades: le permiten al lector descubrir otros personajes y escenarios, que, además de ser elementos con homólogos en todos los países, son, en el fondo, los responsables de hacer girar la rueda del sistema-arte a nivel internacional. Por lo tanto, entender estos grandes éxitos conlleva a comprender el gran fracaso del sistema-arte actual, el rol que okupa el mercado –y, por extensión, la fama y la intromisión política- y cómo este papel estelar influye negativamente en la producción artística. Es la figura del crítico de arte la que puede alertar y atentar contra ello con sus palabras, y pocos, muy pocos, son capaces de lograrlo de forma efectiva.

Viveros-Fauné no se deja amedrentar por sus rivales, mucho más poderosos, hinchados por el corticoide de la difusión pagada, y con mejores managers: la programación de exposiciones temporales del MoMA, la dirección del Guggenheim de Nueva York, Richard Prince, la muestra inaugural del New Museum, Frank Gehry, el conformismo hípster, el último Warhol, Paul McCarthy, Gagosian, Saatchi, o el artista trofeo, Jeff Koons. Los medios (Village Voice, Artnet, o Art Review) son su ring, y la crítica de arte, su especialidad. Es, forzando la analogía, un Súper Pluma. Sí, quizás mi paralelismo sea un tanto relamido, pero es que para ser hoy crítico de arte hay que saber luchar, y sin nada más que un buen par de manos conectadas a un cerebro bien carburado.

En Greatest Hits encontramos una selección de reseñas y artículos que no sólo nos sitúan en un espacio y en un tiempo, sino que nos permiten comprender la evolución del arte desde el vanguardismo hasta el comercialismo. Pero por encima de todo, nos muestran varias formas diferentes de enfocar la crítica de arte de una manera tan accesible como relevante. Tan efectiva como efectista (en el sentido de que crea efectos, imágenes gracias a adjetivos que añaden sabor, olor y tacto a sus descripciones). Va al grano pero sin tomar atajos, le habla al lector mirándole a los ojos, capta el quid de la cuestión y lo analiza con precisión de cirujano. La única manera de hacerlo es bajo el dintel de la puerta: Viveros está dentro, pero escribe desde fuera. Se delata cuando denuncia la aburrida jerga del mundo del arte: conoce al milímetro donde está cada tubería, la cámara de seguridad y el horario de los trabajadores; no porque sea el gerente, sino porque es el ladrón. ¿Cuál es su diamante Cullinan? La deshonestidad. Y lo va a robar delante de nuestras narices, y, ya que estamos, con algo de diversión. En sus críticas de arte conviven referencias a lo popular, con la inclusión de los Simpson, la prensa amarilla británica, Jay Z o la paleta Laura Ashley, pero con guiños más exigentes que permiten al lector descubrir nuevas fuentes, principalmente provenientes de la especialidad base de Viveros, la literatura. Son textos que contienen un doble juego o doble velocidad, y que por esta naturaleza bífida lo emparentan con el mejor arte: son entendibles por la amplia mayoría, pero, para aquel que busca algo más complejo, disponen de elementos. En una misma frase pueden cohabitar el empleo de términos de la jerga callejera con una cita a J.L. Austin. Es capaz de desvelar el nombre de los restaurantes donde los maharajás del arte se intercambian esposas y concubinas, y de contextualizar con rigor la obra de un colectivo cubano o de un artista nacido entre las dos Alemanias de posguerra.

El escrito de arte es un texto dependiente –del hecho artístico- que aspira a alcanzar una cierta independencia. Los grandes éxitos de Viveros-Fauné logran ese estatus, y lo hacen con brillantez: por ello, una crítica publicada hace diez años sobre una exposición que duró dos meses puede ser hoy leída sin perder su garbo. Porque son textos que más allá de interpretar una obra y de enjuiciar un resultado, generan debates por los que aún hoy merece la pena alzar la voz. Sin duda, el asunto que es tratado con mayor dedicación es el de la difícil relación abierta arte-finanzas, en forma de artículos monográficos y de un texto en dos actos dedicado a la retrospectiva del arte de Jeff Koons en el Museo Whitney, reducido por nuestro crítico a un cojín de pedorretas. Son piezas que al segundo de publicarse dieron pie a discusiones, algunas más o mejor apoyadas que otras, pero todas ellas urgentes. Hoy podemos leerlas liberadas de los ecos de la polémica, y constatar cómo mantienen el pulso a la temporalidad con el vigor del que adolecen las bocas sin ojos, los comentaristas anónimos de salto con red (social).

El boxeador no sólo golpea contra, sino que también a favor. Se identifica con el arte irreverente, aquel que serpentea fuera de los guetos, alejado del conservadurismo y del oropel. Se entusiasma con la obra y la intención del colectivo Bruce High Quality Foundation, con las pinturas de John Currin y Lisa Yuskavage, con las instalaciones de Sarah Sze, con la sede del New Museum, con el legado escrito del fallecido Robert Hughes o del aún lúcido Peter Schjeldahl. Pero es cuando se enfrenta a aquellos que se venden, a la mercadotecnia del mercado, cuando logra algo que no tiene precio: nos hace reír a carcajadas. El humor ácido de sus analogías corroe el barniz que recubre de roña al arte cínico: es su seña de identidad. Las víctimas de sus comparaciones pueden ser la ballena de Orozco (la escultura es como tener a Francois Truffaut como director de Tora, Tora, Tora), una exposición de Dan Colen (contiene más aire caliente que los pantalones plisados de Bill O’Reilly), o, como no, las obras de Jeff Koons (si los objetos de Koons pudieran cantar, entonarían a pleno pulmón la “Macarena” y la sintonía de Bob Esponja y sonarían en bucle en los centros comerciales).

Los objetos de Koons, que son como la basura espacial, sabemos que son una pura mierda que está por ahí arriba pero nadie hace nada al respecto, no pueden cantar, pero él sí. Acabemos con las propias palabras del artista, que recoge Viveros en su texto: “Anular el juicio te hace sentir, sin duda, más libre; aceptas las cosas como son, todo parece ser una broma, y te permites ir al más allá”. Como las cosas nunca son como son, críticos como Christian Viveros-Fauné resucitan nuestra apuesta por esta profesión bastarda. Él no escribe para los artistas, los directores de museos, los coleccionistas o los otros críticos. Trabaja para el espectador/lector. Para que, gracias a la valentía, honestidad, rigor, y sarcasmo de los textos del crítico nos den más ganas de ver, entender y amar el arte. Yo, que de adolescente estaba enganchado a los Greatest Hits de Queen y de Bowie, ahora no paro de escuchar los éxitos de Viveros-Fauné.

 


Introducción al libro Greatest Hits. Arte en Nueva York, 2001-2015 (Ed. Cendeac, 2018).

Juan José Santos

Crítico de arte, curador e investigador. Es director fundador de Art on Trial. Autor del libro "Curaduría de Latinoamérica" (Cendeac, 2018), "Curaduría de Latinoamérica Vol II" (Cendeac, 2020) y "Juicio al postjuicio. ¿Para qué sirve hoy la crítica de arte?" (Ministerio de Cultura y Deportes de España, 2019). Colaborador de El País y su suplemento Babelia, ARTnews, Bomb magazine, Momus, Spike o Berlin Art Link, entre otros. Doctorando por la Universidad Autónoma de Madrid con una investigación sobre museos alternativos en Latinoamérica.

www.juanjosantos.com

Más publicaciones

También te puede interesar

Vista de la exposición "Perder el tiempo", de Camila Ramírez, en la Galería Gabriela Mistral, Santiago de Chile, 2020. Foto: Francisca Razeto Ubilla

Al Encuentro del Tiempo Perdido

[...] Darle duro a la producción / Definir, producir, avanzar / Chile trabaja por Chile / Estudiar y trabajar. Son consignas rescatadas de afiches propagandísticos de la Unidad Popular que dan cuenta de una...