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ENTRAR AL CINE

Cuando ruedes una película
debes «sumergirte en lo interior»
veinticuatro horas al día.
En semejante estado,
todas sus obsesiones,
toda tu infancia
se instalarán en la película
sin que seas consciente de ello.
De esta manera la película será un triunfo
de lo que proviene de la infancia.
Este es el objetivo.

Jan Švankmajer


Quien escribe tiene que reconocer dos cosas: está inspirado en el texto Salir del cine, de Roland Barthes, y regresa a casa cavilando sobre la experiencia fílmica que acaba de vivir: asistir dos días seguidos a Los hiperbóreos, de Cristóbal León y Joaquín Cociña.

Suelo ir al cine para ser cautivado y absorbido por la ilusión. Ir al cine, quienes todavía vamos, no ha perdido ese carácter ritual, mágico, de sentarse en una butaca en plena oscuridad para mirar esa aura de luz desplegarse sobre la pantalla. Ir al cine hoy es luchar contra la ansiedad de querer poner pausa, de atender el WhatsApp, de ir a prepararse algo de comer, de ver historias en Instagram, para entonces continuar viendo la película unos minutos, unas horas o unos días después. En el caso de mis estudiantes, ir al cine significa la imposibilidad de saltarse escenas o de no poder reproducir, como en Netflix, la película a una velocidad de 1.5x, función que ha hecho enojar a tantos cineastas y críticos.

Sin embargo, la experiencia que quiero compartir no es la de aquel que va a deslizarse en el asiento de una sala de cine, sino de quien se interna en la filmación de una película y, no de cualquiera, sino de una en cuyo espacio de rodaje pareciera que el cine nace o se inventa por primera vez.

Los hiperbóreos, de Cristóbal León y Joaquín Cociña, Galería de Artes Visuales de Matucana 100, Santiago, 2022. Foto: José Luis Ramírez / Nina Salvador
Los hiperbóreos, de Cristóbal León y Joaquín Cociña, Galería de Artes Visuales de Matucana 100, Santiago, 2022. Foto: José Luis Ramírez / Nina Salvador
Los hiperbóreos, de Cristóbal León y Joaquín Cociña, Galería de Artes Visuales de Matucana 100, Santiago, 2022. Foto: José Luis Ramírez / Nina Salvador

Los hiperbóreos, de Cristóbal León y Joaquín Cociña, es —será— una película, pero ha sido —y es— también una exposición, un taller, un set de rodaje, un laboratorio, una liturgia. Es difícil describir aquello que durante semanas ocurrió en el galpón de Matucana 100. Quizá así se sintieron quienes tuvieron la oportunidad de estar, entre finales de siglo XIX y principios de siglo XX, en un rodaje de Georges Méliès. El cine, con Méliès y con tantos otros en ese tiempo, aparece como un acto mágico, circense y seductor, como una maquinaria capaz de asombrar y maravillar a los espectadores al darle vida a las imágenes. El cine aparece como una sucesión de vistas fantásticas en movimiento, tal vez solo imaginables antes por magos y profetas.

Cuando entré al galpón de Matucana 100, me sentí un explorador, un arqueólogo, un cineasta. Dividido en diferentes secciones, correspondientes algunas a diferentes escenarios de la película, el galpón tenía algo de sala de juegos, donde en cada rincón parecía haber una dinámica diferente. Una vista aérea del set invitaría a imaginar una fábrica de títeres, un taller de pintura, un depósito de cachivaches heterogéneos y hasta un laboratorio alquímico. Y es que Los hiperbóreos no busca esconder la diversa materialidad, química, palpable y sensible, que lo vuelve un filme, pues no parece buscar crear la ilusión de realismo, ni la creación de un mundo autónomo, ni menos aún la necesidad de una postproducción que digitalmente añada cuanto efecto visual haga falta. Los hiperbóreos anhela que el espectador, ya sea quien se siente frente a una pantalla o quien haya asistido al rodaje, sepa que está ante una película.

Los hiperbóreos podrá ser quizá descrita más adelante como una película fantástica, distópica, de ciencia ficción, de reinvención histórica, experimental, animada o absurda. Pero pienso que será también una película sobre el cine, sobre cómo entrar y salir de la ilusión de la gran pantalla.

Los hiperbóreos, de Cristóbal León y Joaquín Cociña, Galería de Artes Visuales de Matucana 100, Santiago, 2022. Foto: José Luis Ramírez / Nina Salvador
Los hiperbóreos, de Cristóbal León y Joaquín Cociña, Galería de Artes Visuales de Matucana 100, Santiago, 2022. Foto: José Luis Ramírez / Nina Salvador
Los hiperbóreos, de Cristóbal León y Joaquín Cociña, Galería de Artes Visuales de Matucana 100, Santiago, 2022. Foto: José Luis Ramírez / Nina Salvador
Los hiperbóreos, de Cristóbal León y Joaquín Cociña, Galería de Artes Visuales de Matucana 100, Santiago, 2022. Foto: José Luis Ramírez / Nina Salvador

El crítico norteamericano Tom Gunning (1986) afirma que las primeras películas de la historia del cine deben pensarse no desde lo narrativo, sino más bien desde el ámbito de las atracciones. El atractivo del cine radica en la posibilidad de dar vida a las imágenes. Los hiperbóreos juega con diversos recursos visuales, ilusorios, teatrales y animados. Unos ventiladores dan la ilusión de unas ruedas en movimiento. Unos ligeros pájaros de papel sujetos a un alambre pasan frente al lente de la cámara sin esconder su precariedad material. Unos cartones sujetos a un cordel crean el efecto de recorrer la ciudad en motocicleta. Títeres, marionetas y cosas potencialmente anímicas de todo tipo hacen vida en el set. Referencias no solo a Méliès, sino también a Lotte Reiniger y Jan Švankmajer. Los hiperbóreos recuerda al primer cine, pero también me hace pensar que enfatiza en las posibilidades poéticas de lo amateur, del cine más casero, como si el rodaje fuese también un juego de niñas y niños, de la fascinación de tener por primera vez una cámara y querer grabar una película.

Pienso en las reflexiones de Georges Didi-Huberman a propósito de cómo tomar posición frente a las imágenes y el llamado a la fuerza política de la mirada infantil, la cual es “ingenua, inquieta, excesiva, móvil, lúdica, no doctrinal” (Cuando las imágenes toman posición 314). León y Cociña parecen decirnos, entre tantas cosas, que todavía no está hecho todo en el cine, que hay que retomar la experiencia cinematográfica desde esta libertad lúdica, mágica e infantil.

León, Cociña y el resto del equipo de Los hiperbóreos parecen compartir esta fascinación: las potencialidades mediales, discursivas y políticas del cine. Más que contarnos una historia, aunque el argumento del filme hará tambalear a cierto entramado político chileno, Los hiperbóreos ofrece una experiencia, una que llevará a no querer saltarnos sus escenas, ni poner pausa, ni querer ver el film a 1.5x, sino, más bien, desear entrar al cine.

Los hiperbóreos, de Cristóbal León y Joaquín Cociña, Galería de Artes Visuales de Matucana 100, Santiago, 2022. Foto: José Luis Ramírez / Nina Salvador
Los hiperbóreos, de Cristóbal León y Joaquín Cociña, Galería de Artes Visuales de Matucana 100, Santiago, 2022. Foto: José Luis Ramírez / Nina Salvador
Los hiperbóreos, de Cristóbal León y Joaquín Cociña, Galería de Artes Visuales de Matucana 100, Santiago, 2022. Foto: José Luis Ramírez / Nina Salvador

Agradezco a Cristóbal León, Joaquín Cociña, Antonia Giesen, Natalia Geisse, Alejandra Moffat, Catalina Vergara, Francisco Visceral Rivera, Natalia Medina y el resto del equipo su generosidad durante mi visita a Los hiperbóreos.


Los hiperbóreos, de León & Cociña, se presenta del 16 de noviembre de 2021 al 21 de enero de 2023 en Matucana 100, Av. Matucana 100, Estación Central, Santiago de Chile

Alejandro Arturo Martínez

Caracas, 1989. Profesor de la Facultad de Artes Liberales de la Universidad Adolfo Ibáñez. Doctor en Spanish and Portuguese con especialidad en estudios latinoamericanos por la Universidad de Princeton, en Estados Unidos. Investiga sobre artes visuales, cine y literatura del cono sur, especialmente a partir de la década de los sesenta. Su tesis doctoral, titulada "Poesía expandida. Artefactos poéticos, medios y participación en Chile durante la Guerra Fría (1952-1989)" está en proceso de edición para ser publicada como libro. Su próximo proyecto de investigación se centrará en las relaciones entre cine de animación y cine documental en América Latina. Junto con Thomas Matusiak, edita un libro sobre cultura visual y el giro documental en América Latina. Alejandro posee también un magíster en Ética (Universidad Alberto Hurtado, Chile) y una licenciatura en Letras (Universidad Católica Andrés Bello, Venezuela).

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