QUISIERA SER MÁS GATO
Por Martin Huberman | Arquitecto y curador
En el lingo urbano porteño, en donde se nutre gran parte de mi cotidiano, el gato o su apropiación adjetiva al carácter humano, recorre cierto halo despectivo. En pocas palabras, decirle gato a alguien es insultarlo. Sin embargo, en el campo de las amistades, que se definen en la intimidad de los círculos, gato es un apodo denso en hermandad cariñosa y algo de picante ironía. Aquel amigo gato es quien reúne algunas de las características más entrañables de los felinos domesticados: su nocturnidad, su carácter esquivo, ese vaivén emocional entre el cariño y el desdén, pero por sobre todas las cosas, esa envidiable capacidad de caer siempre bien parado. Entre lo elegante y lo críptico, lo curioso y lo sagaz, lo amoroso y lo egoísta, se define ese campo de atracción que suscitan estos personajes, tanto bípedos como cuadrúpedos.
Con una evidente atracción, Antonio Yemail trabaja hace más de una década en una arquitectura específica para seres esquivos. Un camino que atraviesa la investigación, la academia, la práctica y, a partir de ahora, la exhibición en clave científico-arquitectónica, y por qué no, artística. El proyecto, construido en un proceso largo y metódico, involucró estudios de casos reales de la relación gato y consorte. Tildar de amo o dueño a su contraparte humana sería una falta a la verdad, como expuso en la muestra itinerante Post Post Post del 2010. Estos estudios derivaron, un tiempo después, en un catálogo de expresiones formales y espacios de apropiación felina, conglomerados bajo el nombre de El Vitrinazo, un proyecto de instalación para la antigua galería Liga de la Ciudad de México, proyecto que lamentablemente no vio la luz. Recientemente, su investigación se trasladó al campo académico, donde a través del taller Arquitecturas entre diversas formas de vida profundizó, junto a un grupo de alumnos, las capacidades disciplinares de desdibujarse en el estudio de la propia idea del hábitat, pero en clave multi-especie.
Empatizo con la hidalguía delirante de quien construye y sostiene una idea por tanto tiempo, aunque temo que ahí es donde también uno se abraza con la locura. Pero, sobre todo, respeto la decisión por hacer que la primera aparición de su proyecto sea en clave pública, en la galería Policroma, a partir de la curaduría de Paula Builes.
La domesticidad es, a mi forma de ver, la más desarrollada de las construcciones culturales humanas, tanto por sus capacidades técnicas, como por sus definiciones plásticas. En un mundo desigual, la misma se ciñe tanto por la necesidad como por la extravagancia, y ahí es donde radica su efectividad como estrategia de contacto, como tema que aglutina y resume, como experimento enciclopédico para transcribirnos entre nosotros y los otros. Pensar, proyectar, discutir lo doméstico, significa definirnos más por nuestro ser relacional que por el individual.
Después de todo, somos seres sociales y por más que algunos lo añoren, no podemos vivir solos, y ese es sin duda uno de los temas fundamentales a ser abordados por nuestra contemporaneidad: ¿Cómo vivimos? ¿Con quién vivimos?
El campo de lo doméstico aborda hace mucho tiempo un constructo que hoy es agenda: la coexistencia, aunque sea de manera voluntaria o involuntaria; entre miembros de la misma especie, como con aquellos que pertenecen a otros reinos, como el vegetal y el animal. Dónde habitamos, cohabitamos y hacerse cargo de ello forma parte de los fundamentos de la práctica del futuro. ¿Cómo debería ser una casa que respete a todas las especies que la transitan, la utilizan, o bien, la habitan? ¿Podemos definirla en términos de equidad al dedicarle el mismo compromiso formal a todos sus habitantes?
Esta instalación pondera un ensayo pragmático hacia una práctica de la convivencia, a través de la instalación, el performance, el uso potencial y cierta voluntad por sociabilizar los experimentos en programas públicos que no hacen más que construir puentes y relaciones como aquellas que creemos que harán nuestras contrapartes felinas.
Ahora será el tiempo de los gatos, para habitar, descubrir, transgredir, pero por encima de todo, para demostrar con cierta altanería cómo podemos y debemos vivir aquello que proyectamos en clave doméstica.
Fábrica de afectos, de Antonio Yemail, se presenta hasta el 23 de diciembre de 2022 en Policroma Galería, Cra. 35 #10B 80, El Poblado, Medellín, Colombia.
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