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MALENA PIZANI: EL SONIDO DEL TAMBOR

Malena Pizani (Caracas, Venezuela, 1975) comenzó a estudiar Bellas Artes en la UBA, pero al poco tiempo se dio cuenta de que las únicas materias que realmente le entusiasmaban eran las de contenido filosófico. Decidida a dar el salto, concretó el cambio de carrera. Sin embargo, filosofía le reservaba un inconveniente inesperado: las puertas de Puan se clausuraban entre la investigación y la docencia.  Por eso, Malena dejó los estudios filosóficos formales y volvió al arte, aunque continuó haciendo cursos y participando de grupos de estudio dedicados a Nietzsche y Derrida. Transcurría el año 2002. La Argentina era un desierto maravilloso.

Visto desde hoy, el trayecto de Malena se parece al de la parábola oriental que nos sugiere emprender un camino para retornar, modificados, al punto de partida. Recuerdo también la frase de Ricardo Piglia sobre su elección por  Historia a fin de mantener encendida la llama literaria. Malena alcanzó el camino del arte rodeándolo, yendo y viniendo, y quizás en ese andar por los bordes se revele algún signo de su práctica.

Me llama la atención el término empleado por Malena para referirse a la ruptura con la institución filosófica: desencanto. No debe ser casual, entonces, que antes del abandono definitivo haya intentado dedicarse a Filosofía Medieval, una vía consecuente con el posible reencantamiento. Varios autores, entre ellos Martin Heidegger, apuntaron a la Modernidad como la época en la que el mundo, a causa del desarrollo tecno-científico, perdía su misterio. Y revisando parte de la obra de Malena, me pregunto si su trabajo no busca renovar el encantamiento propio de la infancia, cuando cada objeto era misterioso. Ni bueno ni malo, misterioso. En sus videos, instalaciones y dibujos aparecen elementos infantiles, teatrales, cuentos de hadas o de fantasmas, si bien la ausencia de colores y algunos personajes anómalos le asignan un carácter siniestro a las piezas, que despiertan perplejidad en el espectador.

Malena Pizani, detalle de El retablo de la lágrima, 2022. Cortesía de la artista

Malena reconoce el plus obtenido en su paso por Puan. Destaca la incorporación de una manera de investigar centrada en el origen de las palabras, algo así como una pasión etimológica, un modo especial de abordar el objeto de estudio. Justamente, un punto sobre el cual les insiste a sus alumnos de taller es la preocupación por el alcance de las palabras que usan para definir sus obras, hasta dónde sirven o hasta dónde son impuestas por el medio. La filosofía, dice, le enseñó a “hilar fino”, y yo quedo prendado de esa expresión porque me parece precisa no sólo para describir sus investigaciones, sino también sus creaciones, que, sospecho, son una y la misma cosa.

En cuanto a Jaques Derrida y Friedrich Nietzsche, han perdido la calidad de referentes, pero le enseñaron un mandamiento crucial: “salir de la linealidad de la historia”, y más extremo aún, le enseñaron que “no toda causa tiene consecuencia”. Su formación está marcada, además, por textos clásicos. Homero, Sófocles, Aristóteles, e introduce en la charla el nombre de una autora poco citada, al menos en Argentina, Hildegard von Bingen, abadesa y mística alemana, cuya historia aconsejo revisar. Con respecto a la presencia de la filosofía en su trabajo, Malena no duda: “No hay traducción lineal de la teoría a mis obras”, aunque permanezca un resto latente, a la espera de irrumpir o interrumpir el curso normalizado de los días.

Le pregunto por Marcel Duchamp porque en un costado del tapiz expuesto en la galería detecté dos agujeritos abiertos sobre la tela que dan hacia el video de una mano sosteniendo una antorcha, inevitable referencia a Etant Donné. Malena primero lo rescata como contra ejemplo del artista preocupado por la carrera. Duchamp es el artista de la demora, del desentenderse, del retraso. Fue una amiga quien le sugirió la relación con Duchamp en el video Tres rayas y recién ahí advirtió la conexión. De todas formas, muchas de sus obras tienen agujeritos y muchas obras de otros artistas los tienen, sucede que la importancia de Duchamp en el arte contemporáneo resulta tan vasta que su operación invisibiliza y simultáneamente ilumina otras operaciones.   

Malena Pizani, still del video Mono Narigudo, 2022. Cortesía de la artista
Malena Pizani, still del video Mono Narigudo, 2022. Cortesía de la artista

Al repasar la obra de Malena se destacan la abundancia de materiales y soportes, llegando al extremo de no reconocer la identidad de la artista. De hecho, en términos estrictos, nunca somos los mismos, no existe una identidad fija, pura, ajena al devenir. Le consulto por esa heterogeneidad. Su respuesta es contundente, plantea un conflicto con ella misma y con el medio para no rendirse a la fórmula del éxito. Por ejemplo, respecto de la fotografía le aconsejaban instalarse en una manera de contar, en el empleo de materiales específicos. Esa circunstancia comenzó a generarle fastidio, sumada a la idea de pegarla o seguir la corriente. Malena no quería dedicarse sólo a un formato, más allá de los requerimientos de la agenda. El tiempo le ha dado la razón, hoy constituye una especie hazaña encontrar una exposición de fotos.

Para componer sus imágenes Malena construía espacios, armaba escenografías, sin embargo, desde hace unos años quiso pasar de las dos a las tres dimensiones, casi como un desafío con (y contra) su propia praxis. La referencia le recuerda una obra expuesta en la Fundación Klemm en 2016, incluida en una muestra colectiva curada por Jimena Ferreiro, donde ella asegura haber sido “tímida”. Diferente al momento actual en el que propone una obra “más sofisticada”, con mayor cantidad de detalles, sin remilgos ni medias tintas, poniendo en evidencia la cabal toma de decisiones.

Malena admite los peligros de la fotografía debido a la información a priori que carga: la foto se linkea con la proliferación de imágenes, el uso excesivo en las redes sociales, la publicidad. Ante eso, se concentra en su obsesión por el “entrenamiento del ojo”, es decir, por cómo miramos, problemática alentada por el encuentro con obras de tres artistas fundamentales en su desarrollo: Claudia del Río, María Guerrieri y Diana Aisenberg. Trae el ejemplo de los niños que dibujan lo observado en lugar de reproducir lo conocido. Para ella, indagar sobre el entrenamiento del ojo significa producir “imágenes raras”, desconcertantes, “que no importe si es una fotografía”, que el “el medio no se coma la obra”. A partir de esas bases, entra a dialogar críticamente con el modelo publicitario, lo nítido, la alta calidad de la imagen. Las dos preguntas básicas de su trabajo son: “cómo querés que se vea y qué querés que se vea”; de allí, quizás, la constante presencia de agujeros y ojos que le devuelven al espectador su propia mirada, en una dialéctica siempre atenta a cuestionar el régimen de percepción vigente.

Malena Pizani, still del video Tres rayas, 2022. Cortesía de la artista
Malena Pizani, still del video Tres rayas, 2022. Cortesía de la artista

¿Podría ser esta la dimensión política de su obra?

Según Malena, el arte representa “una acción hacia al mundo que intenta manifestar una idea, un espacio”, y ese salir hacia el mundo con una idea delimita el campo de lo político. “Decidir ser artista implica un hacer y un estar en el mundo que es una postura política”, frente a la adaptación sin resistencias, la adaptación complaciente al medio. La pregunta por “cómo miramos”, es política, “entrar o no a las tendencias, los temas de agenda”, es una decisión política, “decir no a lo que se espera que hagas”, pura política.

Estamos frente a dos variantes del carácter político del trabajo de una artista. Por un lado, impedir, en lo posible, imposiciones externas, inventar un camino propio con las limitaciones del campo, negociando sin ceder a determinados principios. Por otro, la política en la obra, el tema de tensionar lo perceptivo, la visión fosilizada, aquello que se presenta como natural cuando en realidad es construcción deliberada del sistema visual imperante. Le nombro a Jaques Rancière, quien responde a la pregunta por la política en el cine con la palabra montaje. La gran tarea política del cine, dice el filósofo francés, es el montaje, no la denuncia de viejos dictadores sudamericanos, y Malena acuerda.

El sonido del tambor es su última muestra. Consta, entre otras piezas, de un tapiz que funciona como telón teatral, con la particularidad de que en el telón están bordados los personajes. Como si telón y escena fueran uno. Como si el telón no escondiera nada más que la evidencia de su propia realidad. Del mismo modo, podríamos pensar las máscaras no sólo por lo que ocultan sino en su realidad material. Mediante ese procedimiento, Malena busca poner en el centro a la ficción, marcar lo ficticio de las obras, subrayar el artificio (las costuras, para usar una palabra afín a su práctica). En este sentido, recuerda el uso de la oscuridad en sus fotos, con la premisa de indagar el dualismo luz-oscuridad, y en términos más amplios, tratando de impugnar el procedimiento dualista que “nos atrapa una y otra vez impidiendo el surgimiento de terceras opciones”. El binomio luz-oscuridad estructura nuestra “educación visual, religiosa, los vínculos, lo político”, y así se sostiene un “esquema higienista, racista, lo bueno, lo malo, negro y blanco”.

“Hacer lo que quiero hacer” sintetiza para Malena la auténtica decisión política, procurando evitar que la ola del éxito la lleve puesta. Además, uno puede montarse a una ola, surfearla durante un tiempo, pero después, si solo existe el movimiento de la ola, o sea, de la moda, es muy factible terminar ahogado. Y en ese instante pronuncia una frase que, apenas la escucho, la imagino título de su perfil: “Es una responsabilidad ser artista”, el verdadero privilegio. No sólo porque la mayoría de nosotros pertenece a clases sociales acomodadas, en mayor o menor medida, sino por la posibilidad de dedicarle tiempo a sostener nuestro deseo. El privilegio, la responsabilidad y la ética del artista (y de cualquier adulto): no renunciar al deseo. Hacer de su deseo una ley.

Malena Pizani, still de video El retablo de la lágrima, 2022. Cortesía de la artista

El libro del camello es otra de las piezas de la muestra. Ubicado sobre una silla, y atado a una campanita, el libro-cuaderno contiene figuras animales y semihumanas, son “esgrafiados sobre oleo pastel y tinta china”. A Malena le encantan las especificaciones técnicas, se nota su pasión por describir los materiales, y aclara que lo construyó de noche. Tiene muchas pinturas y dibujos nocturnos y para el libro pensó en la simbología del camello, porque simboliza “el traslado, el viaje largo, lleva el peso de la existencia, el desierto, el inframundo, lo delirante del espejismo, el viaje interno”. Si el libro genera un clima de extrañeza, lo logra apoyado en la técnica, dibujos oscuros entramados con una “fantasía crística del desierto”. En mi manía relacional le menciono el comentario de Borges sobre la ausencia de camellos en el Corán, la cual comprobaría su filiación islámica, y las tres transformaciones presentes en el Zaratustra nietzscheano. Allí, el camello ocupa el primera movimiento: es la imagen del sacrificio, de la decisión por elegir el sacrificio en lugar de la libertad, el camello dice siempre sí, pero su sí resulta paradójico, es un sí negador de la vida.

Más allá de su claridad conceptual, Malena confía en las cosas cuando “van saliendo solas”. El cuaderno del camello, por ejemplo, lo tuvo guardado durante años y un día, de repente, empieza a usarlo. Para ella “hay distintos tiempos, saltos, desvíos, retornos” hasta que en un momento lo extranjero nos llama, postergando el concepto, la formación filosófica, el control de los materiales. “El proceso de la obra tiene algo alquímico”; lo proyectual es un aspecto importante, pero no la parte principal. Malena muchas veces se despierta en medio del sueño con una epifanía, una manera de atender a la voz de lo que no busca, de lo que excede su voluntad. “Todo es parte de la investigación en la práctica artística…Todo es válido para una investigación”, nada queda afuera. “Usar a tu gusto los caprichos…Darle lugar a lo arbitrario”. Pero el descubrimiento no sucede de la nada, más bien se produce en medio de un proceso de trabajo en el cual todo parece decirnos algo, y si todo, como señala Malena, forma parte del trabajo de un artista, en efecto, el mundo nos habla, sólo debemos prestarle atención.

Como la comunicación humana tiende a la circularidad, Malena le da una vuelta de tuerca a su formación filosófica. Reconoce que si un valor persiste de aquella temporada es la lucha constante por extirpar los prejuicios, especialmente los propios. La filosofía en general, y el arte en particular, la introdujeron en la difícil tarea de desaprender lo aprendido. Se sabe, la tarea es ardua, infinita, lo que arrojamos por la ventana vuelve a entrar por la puerta: el pasado siempre retorna, o nunca termina de irse, el pasado como horizonte próximo, aunque suene paradojal, cuestión cifrada en uno de los dibujos de Malena; son tres anillos entrelazados (también aparecen en el video El palo, el hueco y el mono narigudo y en una fotografía de la serie Visiones), diseñados con una línea fantasma, un trazo trémulo, bajo la leyenda “Pasado, presente, pasado”, que se abre a una dialéctica trunca entre el binomio y el trinomio, lo doble y lo trino (Dios es uno y trino). En sus dibujos verificamos la presencia de pares y tríadas, o el número cinco, en tanto suma de ambos, pueden corroborarlo; además, en sus obras con frecuencia nos observa un tercer ojo, frente a los dos tradicionales del género humano. Idéntico fenómeno ocurre en las instalaciones (Cinco monos, tres rostros negros y dos blancos) y los videos (recordemos Tres rayas o el título recién citado). Llegados a este punto, arriesgo una conclusión: la obra de Malena expone la necesidad de entablar un combate contra fuerzas que buscan perpetuar un estado de cosas, de ahí su movimiento constante, divergente, un desplazamiento cuyo objetivo, a fin de cuentas, no es otro que regresar al mismo (imposible) lugar.

Malena Pizani, El libro del camello, 2022. Cortesía de la artista

El sonido del tambor, de Malena Pizani, se presentó hasta mediados de agosto de 2022 en Galería Selva Negra, Villa Crespo, Gurruchaga 301, Buenos Aires, Argentina

Manuel Quaranta

Licenciado en Filosofía y Magister en Literatura Argentina. Profesor Titular en la carrera de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Rosario. Tiene publicados tres libros, “Diario de Islandia” (2021), “La fuga del tiempo” (2021) y “La muerte de Manuel Quaranta” (2015). Escribe para revista Polvo, Infobae Cultura, El Flasherito y otros medios de Argentina. Las colaboraciones van desde relatos de ficción hasta críticas de cine, pasando por reseñas, textos ensayísticos sobre arte y literatura y crítica cultural. Ha dictado conferencias en el exterior y en 2019 fue invitado como profesor visitante a la Universidad de Islandia. Ha realizado instalaciones y perfomances, tanto en muestras colectivas como individuales.

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