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CORVALÁN-PINCHEIRA/COLINDAR/COLOR/CARTÓN

A partir de la sigla del centro cultural donde Máximo Corvalán-Pincheira desarrolló su residencia artística, a modo de palabras clave o key words que se les exige a los artículos académicos, pienso en los signos lingüísticos que nos ponen en evidencia como migrantes en el territorio español, entre quienes me incluyo. Indudablemente la pronunciación de la letra C es protagonista. El artista ha trabajado en torno a su apellido como signo de recuperación de una identidad forzosamente acallada. Colindar es el título de la reciente residencia artística, en cuya búsqueda de micro relatos aparece como un hallazgo metafórico la descripción de la piel de un cuerpo migrante: “color cartón mojado”.


Vista de los corredores de Ceuta, frontera entre España y Marruecos. Foto cortesía del artista

Durante uno de los últimos días de julio en que Máximo Corvalán-Pincheira (Santiago de Chile, 1973) se encontraba desarrollando su residencia artística en el Centro del Carmen de Cultura Contemporánea (CCCC) en Valencia, España, como resultado de la convocatoria del programa internacional Cultura Resident de 2021, nos pusimos en contacto. Comenzamos por comentar nuestras impresiones acerca de la ola de calor que ha impactado al territorio español, volviéndonos a su vez testigos de los incendios forestales que se han extendido por doquier. De algún modo el calor, como problema común, funde las fronteras de las comunidades autónomas -valenciana y navarra- en que nos ubicamos distanciados por más de 400 kilómetros. Pensamos también en cómo las catástrofes naturales implicarán la migración de seres vivos hacia otras zonas.

Ponemos una cuota de humor ante la fatalidad, riéndonos de parecer dos personas ancianas hablando del clima hasta que nombramos aquella palabra tan insistentemente articulada en estos tiempos: ecosistema. Se trata de un neologismo establecido por un botánico hace menos de un siglo y resulta probable que sea uno de los conceptos empleados con mayor frecuencia desde la pandemia, que nos aqueja desde hace ya tres años. Nombrar al ecosistema es acaso un acto reflejo de nuestra consciencia sobre la crisis climática mundial, que está modificando nuestra perspectiva acerca del lugar que ocupamos como humanidad en él. Los discursos globales que se enfrentan a la eco-crisis nos devuelven una imagen individual disminuida, frente a océanos, bosques y glaciares afectados, mientras se potencia la idea de responsabilidad colectiva por la supervivencia de los otros seres vivos, todos los que sufren el impacto de nuestras acciones desbordadas.

Los elementos que definen al ecosistema sirven precisamente para introducir tres conceptos centrales en las líneas de trabajo del artista: el territorio, quiénes viven en él y los modos de relacionarse. En su trayectoria artística se podría situar el germen de esta búsqueda en la obra producida hace ya casi una década: Proyecto invernadero (2013), que consistió en la acción de liberación de cinco invernaderos-balsas en la Patagonia chilena y cuyo registro fotográfico ha sido recientemente incluido en la exposición Trabajos de campo, en la sala Pacífico del Centro Cultural La Moneda. Aunque también es posible evidenciar la cristalización de esta línea de investigación en la instalación Trazo mutable (2016-2018), en que una serie de trompos recorren y marcan aleatoriamente mapas de territorios en conflicto, como una aproximación hacia el fenómeno de la migración con su estela de violencia y desigualdad.

En su reciente investigación titulada Colindar, desarrollada durante un mes de residencia artística en la ciudad de Valencia, quienes asistieron a la instancia del open studio o breve muestra del proceso de investigación pudieron visualizar una serie de recursos que, a modo de ejercicio de archivo procesual, se desplegaban en una sala del edificio del CCCC.

Sobre una mesa de trabajo, dibujos, acuarelas, recortes, fotografías y mapas, permitían fijar la visión analítica del artista, junto a una serie de lecturas revisadas -entre las que se encontraban publicaciones recientes como el fotolibro Y tú, ¿por qué eres negro?, de Rubén H. Bermúdez, o Síntesis sistémica de la filosofía africana de Eugenio Nkogo Ondó- a las que el artista se aproximó a partir de la entrevista a Ken Province, músico, artista y director de la librería valenciana United Minds, que promueve la circulación de literatura y pensamiento africano.

Vista del Estrecho de Gibraltar desde embarcación durante el traslado del artista desde Ceuta, en territorio africano, hacia Algecira, en territorio español. Foto cortesía del artista

Estos materiales visuales y textuales acompañaron a uno de los procesos centrales de la práctica artística, correspondiente al encuentro y diálogo con personas que desearan relatar sus vivencias y valoraciones de las propias experiencias migrantes o las de sus comunidades. Para esto, el artista recuperó la técnica metodológica de la entrevista y su registro, situándose siempre detrás de la cámara y enmudeciendo su voz para dar protagonismo a una serie de once relatos autobiográficos, que componen una constelación de reflexiones críticas sobre su migración desde el África subsahariana y Latinoamérica, junto a sus procesos de integración en el territorio español. Asimismo, buscó contactar con diversos activistas de organizaciones, entre quienes se encuentran Felipe Cortés de Valencia Acoge; Mosses Von Kallon de la asociación Aquarius Supervivientes; Dolores Jacinto Nieto de la Asociación Intercultural de Profesionales de Hogar y de Cuidados; Pep Beltrán, director de Zankofa, espacio intercultural autogestionado; y Silvana Cabrera del Movimiento Regularización Ya.

En la última fase de la residencia, el artista se trasladó desde Valencia hacia la zona de conflicto, captando desde una embarcación imágenes del Estrecho de Gibraltar, representada como frontera natural. El paisaje abierto contrasta con las imágenes de los espacios de fronteras administrativas, cuyas formas de pasillos estrechos y delimitados forman parte de las vivencias recogidas en entrevistas de carácter reservado a activistas de CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado), tanto en Algeciras como en Ceuta.

Para intentar transmitir la riqueza de estos encuentros se presentó una selección de dos micro relatos, correspondientes a dos activistas residentes en Valencia: Salomé Carvajal-Ruiz, investigadora procedente de Ecuador, integrante de la colectiva Resistencia Migrante Disidente, que opera como una plataforma de denuncia antirracista, antipatriarcal y anticolonial desde la cosmovisión de Abya Yala; y “Gus”, Augusto Juan Epam, español de ascendencia de Nueva Guinea, gestor cultural e integrante del colectivo antirracista africanista Uhuru Valencia, miembro fundador de la primera Caravana Humanitaria Racializada y Antirracista, la que recientemente ha prestado ayuda a personas racializadas en Ucrania.

La imagen frontal de los cuerpos de ambas personas entrevistadas fue presentada en pantallas dispuestas en orientación vertical sobre el suelo, junto a focos de pie con luz localizada que recuerdan a los formatos utilizados para la transmisión en streaming en redes sociales, aunque los contenidos podrían resultar poco “instagrameables” (otro neologismo), por su sentido crítico agudo y tono de denuncia.

Frente a las pantallas y al centro de la sala, en el suelo, se dispusieron dos dispositivos/ contenedores de similares dimensiones, en los que se reconoce la presencia del agua. Este elemento ha sido utilizado en algunos de sus trabajos anteriores (ADN y Aziz), aunque en este caso parece resignificarlo, operando de forma simbólica con la idea de vacío e incertidumbre, en la experiencia de quienes “cruzan el charco” o de quienes arriesgan sus vidas en el océano. En palabras de Máximo Corvalán-Pincheira:

Me interesa indagar las contraposiciones entre estos dos (o más) mundos, a través de la contraposición de materiales que pueden hablar de los lugares que ocupan, desde diferentes perspectivas o metáforas, a través de la recolección de cartón por la ciudad, la selección del mismo componiendo diferentes tonalidades, los textos impresos en el cartón (FRÁGIL) y de alguna forma el dramatismo que adquiere este material en el Open Studio al sumergirlo en agua. Junto a éste, otro estanque con un plástico negro que hace inevitable no pensar en la precariedad de las pateras de goma negra y recuerda, por supuesto, el color de los que la abordan; pero esta vez, al estar sumergida, actúa como espejo para los asistentes en la exhibición que se asoman para encontrarse con ellos mismos.

Los cartones semi sumergidos configuran una composición cromática de diversos tonos de color marrón. Esta idea surge de un micro relato de una de las personas entrevistadas, quien referencia a la propia piel como “color cartón mojado”. Esta asociación infunde una serie de ideas en torno a las problemáticas abordadas con respecto al racismo y a la violencia de un sistema que dificulta la integración social e impide la igualdad de derechos de las personas migrantes, confinándolas a trabajos de cuidados, temporales, inestables y sin garantías.

Open Studio del proyecto “Colindar”, de Máximo Corvalán-Pincheira, Valencia, España, 2022. Foto cortesía del artista
El “color cartón mojado” surge en un micro relato, aportando al sentido estético y político de la investigación. Foto cortesía del artista
El agua sobre los cartones actúa como espejo para los asistentes en la exhibición. Foto: Juan Peiró, CCCC

El cartón se vuelve entonces un material que, a partir de su precariedad, concentra tanto una potencia política como estética. Mientras, las acciones efímeras de su recolección durante los recorridos del artista, tanto por las calles valencianas como por las dependencias del mismo centro cultural, y la selección de fragmentos del material para configurar la composición, culminan con el performance de verter agua sobre los cartones. Ambos elementos, el performance y la materia, puestos en relación pueden ser percibidos a partir de la articulación que propone Eleonora Fabião entre lo efímero y lo precario[1]:

Si lo efímero es transitorio, momentáneo, breve (lo opuesto a lo permanente), lo precario es inestable, movido, riesgoso (lo opuesto a lo seguro, lo estable, lo protegido). Si lo efímero es diáfano, lo precario es vibrátil. Si lo efímero es volátil, lo precario es paradojal (…) Si lo efímero se refiere a lo que no dura, lo precario es aquello que “en construcción ya es ruina” (…) Si lo efímero ensaya la muerte, la precariedad vive la vida (…) El tiempo se vuelve una fuerza de la materia y la materia una forma del tiempo.

Las estrategias de acumulación y fragmentación de los cartones dan cuenta del tiempo en la medida de su(s) uso(s) y circulación. Es sabido que el material ha sido concebido para sostener o proteger algo calificado de mayor valor; su función ha sido la de cuidar algo/de alguien en estado de inestabilidad o vulnerabilidad. Sin embargo, una vez que el cartón ha dejado de cumplir su función, se ha convertido en materia de deshecho, en un deshecho orgánico. Por lo tanto, es habitual encontrarlo abandonado y descuidado. Más aún, cuando el cartón se presenta mojado denota una incompetencia absoluta, al no cumplir con las cualidades exigidas originalmente al material, de manera que su inutilidad le fragiliza hasta el punto de la invisibilización. En este sentido, Gerard Vilar reflexiona acerca de la precariedad en el arte contemporáneo, afirmando que se trata de un fenómeno que no pertenece al orden de la naturaleza sino al de lo social, desafiando los discursos y las prácticas artísticas, como producto enteramente del capitalismo.[2]

En los cartones mojados de la instalación el artista además ha recuperado las inscripciones industriales de los embalajes, que activan una alerta acerca de aquello que contenían: “frágil” y “muy frágil”. Es posible entonces preguntarse por su valor semántico: ¿y es que acaso también existe una discriminación entre dos tipos de fragilidad? Una dada por un supuesto valor intrínseco del cuerpo contenido, el que debe ser cuidado, mientras la otra está marcada por la inutilidad e ineficacia de su trabajo como cuidadora de la otredad (el cuerpo contenedor). ¿Cómo proteger entonces aquella fragilidad -la de los cuerpos de “color cartón mojado”- que no es visibilizada?

Estas son posibilidades sugeridas por esta primera fase del proyecto Colindar, que el artista desarrolla junto a la socióloga y periodista Cristina Bianchi, planteado una serie de tensiones entre las nociones de frontera, traslado y vecindad. Se cuestiona acerca de cómo decidiremos convivir, como una vecindad diversa, en una era en que el fenómeno migratorio se ha intensificado y la crisis ecológica global provoca múltiples incertidumbres, resultando en una serie de piezas de carácter instalativo y performativo que podrán conocerse ampliamente durante 2023 en una exhibición en el Centro Cultural de España, en su sede de Santiago de Chile.

Máximo Corvalán-Pincheira durante la entrevista a Mosses Von Kallon. Foto cortesía del artista

[1] Fabião, Eleonora. “Performance y precariedad”, en Bárbara Hang y Agustina Muñoz (comps.), El tiempo es lo único que tenemos. Actualidad de las artes performativas, Buenos Aires: Caja Negra, 2019.

[2] Vilar, Gerard. “El arte contemporáneo y la precariedad”, en Sonia Arribas y Antonio Gómez (eds.), Vidas dañadas. Precariedad y vulnerabilidad en la era de la austeridad, Barcelona: Artefakte, 2014. 

Natalia Isla Sarratea

Santiago de Chile, 1983. Reside en Iruña/Pamplona, España. Curadora e historiadora del arte. Máster en Estudios Curatoriales por la Universidad de Navarra y Máster en Estudios Culturales y Prácticas Artísticas por la Universidad Pública de Navarra. Sus líneas de investigación acerca del arte contemporáneo y del patrimonio cultural, con perspectiva feminista, se centran en los fenómenos migratorios, la memoria y los derechos humanos. Actualmente desarrolla investigaciones curatoriales sobre maternidades.

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