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JOSÉ PEDRO GODOY: HISTORIA VIOLENTA Y LUMINOSA

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Con colores saturados, nociones de la cultura pop, referencias a teleseries, el soft porn y la estética camp, el artista José Pedro Godoy (Chile, 1985) presenta una nueva serie de trabajos en su muestra Historia violenta y luminosa, en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) de Santiago de Chile. En esta, su mayor exposición hasta la fecha, reúne 50 pinturas de variado formato realizadas a lo largo de los últimos tres años, en las que continúa explorando los temas y motivos que siempre le han interesado, como la sexualidad, los paisajes abigarrados, la flora y la fauna.

“Me interesa la estética del mal gusto, me interesa lo que pasa con las teleseries, donde está la mala que se está muriendo, con los ojos pintados y la uñas recién hechas, hay algo falso en eso que me atrae y trato de representar. Retrato la sexualidad de forma frontal, pero también está idealizada, la idea es estetizar las relaciones, el sexo, el horror”, explica Godoy.

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DULCE Y FEROZ

(Extracto del texto de exposición)

Por Oscar Contardo

La exposición Historia violenta y luminosa pone en escena un imaginario pop cultivado con esmero, tributario de telenovelas y series, alimentado con la estética del softporn y el porno gay. La exhibición es la de un artista que vio al mismo tiempo las pinturas de El Bosco y las fotografías de LaChapelle; con una educación sentimental fundada en el melodrama; el ojo de un creador que traza paisajes que evocan algunas de las carátulas diseñadas por Peter Saville -para Pulp, Roxy Music y Suede- y la paleta de colores que se mece entre el neón y la noche americana.

La mayor de todas las obras de la exhibición tiene la sintaxis de un retablo cristiano o un comic, que en distintos cuadros nos cuenta una historia de abundancia y violencia con la lógica de un paneo cinematográfico. A nuestra izquierda, los poderosos, semidesnudos, bajo un cielo carmesí miran un horizonte de sangre, destrucción y erotismo. La naturaleza aquí aparece desbocada, tan furibunda como deseables se muestran los cuerpos, descamisados en su mayoría. Una suerte de alegoría al orden social latinoamericano, semifeudal, impune y racista traducido al lenguaje de la telenovela, un género surgido en la exuberancia cubana en los años 50 y transformado en industria masiva por México, Brasil y Venezuela. Godoy superpone a ese guión una expresividad repleta de guiños: una escultura que recuerda la serie de piezas de Jeff Koons, los flamencos que John Waters convirtiera en un sello de los tiempos del consumo; la idealización del indígena en contacto con una naturaleza siempre verde y sensual, tal como se lo presenta en las teleseries; el orientalismo adaptado a la propia realidad. Esta primera obra en gran formato es una declaración de intenciones, una suerte de gran plano general, que sirve como puerta de entrada a la exhibición. El resto de la muestra acota el registro a un formato menor, como si se tratara de los planos detalles de un mismo cosmos, como planetas orbitando un sol fucsia de bordes dorados.

Los bodegones de flores que en El progreso del amor, la anterior muestra de Godoy, aparecían vivas y encendidas, aquí tienden a marchitarse dispuestas de una manera que evoca el kitsch doméstico de las mesas ratonas y arrimos de la casa familiar, esa suerte de vitrina social que pretende ser un sello de bienestar de la pequeña burguesía, siempre acechada por la decadencia, y que José Pedro Godoy recrea en escenas que le dan otra luz a esa fantasía.

En los bodegones la presencia del cuerpo masculino desnudo presente en la mayor parte de las obras –como una carnada para el ojo- desaparece y es reemplazada por la simbólica presencia de los pájaros exóticos –una cita fálica a la vez que directa referencia al arte del disco Descanso Dominical de Mecano- en contraposición a los planos detalle de carne y piel –Mapplethorpe revisitado- de otra de las series de la exposición.

La mirada del artista logra una perspectiva inquietante en la serie de pinturas que sugieren un ojo fisgoneando escenas de sexo en medio de la naturaleza. Una luz fría, azulina, baña los cuerpos desnudos que se disponen al sexo, en una actividad que suponemos clandestina, como la culminación de un cruising colectivo, pero que sus protagonistas ejecutan con total comodidad y desparpajo. El encuadre de las escenas nos hace testigos indiscretos y nos recuerda nuestros propios miedos y escrúpulos frente al torrente de deseo que contemplamos.

En Historia violenta y luminosa hay opuestos entre lo vivo y lo muerto; lo plácido y lo iracundo; entre el detalle y el conjunto, y lo frío frente a lo cálido. Una espléndida puesta en escena de un imaginario construido como un collage pop. Una obra elaborada en un lenguaje propio, construida con un alfabeto plebeyo y adaptada a una técnica clásica. Un universo rendido a la exaltación de los sentidos, al erotismo como la persistente pulsión de la naturaleza como testigo de las pasiones humanas. Un paisaje de ensueño deliciosamente artificioso, ferozmente absurdo, dulcemente camp.

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