GRITO PORQUE ESTOY VIVA. UNA ENTREVISTA A REGINA JOSÉ GALINDO
En 2017, 41 niñas murieron quemadas en el Refugio Virgen de la Asunción. En los últimos cinco años, he recordado el suceso un puñado de veces. Eventualmente empecé a olvidar el eco de sus gritos, el nombre de las niñas que se encontraban al cuidado del Estado de Guatemala y mi propia rabia. Fue hasta hace unas semanas, parada en un pequeño pasaje oscuro, que el trabajo de Regina José Galindo me obligó a recordar.
Con la obra Las escucharon gritar y no abrieron la puerta, realizada en memoria a las víctimas del Refugio Virgen de la Asunción, arranca la revisión de los últimos 25 años de carrera de la artista visual y poeta Regina José Galindo (1974) en Latinoamérica. Titulada Grito, esta es una invitación al diálogo y al ejercicio político de volver a nuestro pasado. La muestra es curada por la investigadora e historiadora Maya Juracán, quien parte de tres ejes transversales para acercarnos a las casi 40 obras de manera accesible: Resiliencia, Contra el Olvido y Resistencia.
Presentada hasta el 27 de noviembre en La Nueva Fábrica, esta exposición nos interpela a entender el trabajo de la artista como un solo discurso que refleja varios acontecimientos políticos y sociales de Guatemala.
Grito me obligó a recordar una serie de eventos que nos han marcado como país, tanto de forma histórica como en lo cotidiano. Las estadísticas de femicidios presentadas en obras como Desaparición de cuatro sirenas (2020), los desgarradores titulares de prensa de El dolor en un pañuelo (1999), y los testimonios de mujeres durante el conflicto armado interno de La verdad (2013) se acompañan en la muestra para plantear preguntas. Así, lo corporal se convierte en una estrategia artística para abordar el presente y el pasado.
Al entender el cuerpo como una estrategia discursiva podemos acercarnos a Resiliencia que, según Maya Juracán, “se trata de un estudio sobre la fragilidad y la vulnerabilidad del cuerpo”. Este segmento analiza la obra de Galindo en torno a lo corpóreo, donde incluso el silencio produce significados. Contra el olvido agrupa las obras que, por su gran peso histórico, nos enfrentan con el pasado. Resistencia retoma además el performance como una estrategia artística para abordar fenómenos sociales.
La revisión de la obra de Galindo, que ha sido planteada para que personas de diferentes contextos puedan acercarse a ella, es bastante intuitiva de recorrer. A pocas semanas de su apertura, conversé con la artista sobre el proceso que implicó Grito.
Hace cinco años que empecé a tomar el trabajo de la salud mental como parte integral de mi proceso creativo, que ha sido un gran cambio en mi forma de trabajar el arte.
Heidy Hernández: ¿Qué piezas cree que marcan su carrera o que no podrían faltar en esta revisión? ¿Y cuáles no están en la muestra?
Regina José Galindo: Creo que hay ciertas piezas pilares que tienen mucha relación con la historia de Guatemala. ¿Quién puede borrar las huellas? (2003), Tierra (2013), La verdad (2013) nos marcan un momento histórico en el país y hablan de una verdad que nadie puede negar. Esas obras son fundamentales para comprender mi trabajo. Aparte, yo viví en la República Dominicana casi tres años y realicé una serie de producciones en la isla. Ahí nació mi hija, que se llama Isla. Esto no lo incluí, pero creo que era muy importante porque ese paso por dominicana marcó mi vida. La partió en dos y me habría gustado añadir algo de esa faceta que fue muy importante.
HH: ¿Cómo fue el ejercicio de regresar a su obra y qué reflexiones le despierta?
RJG: Por un lado, ha sido un aplauso al ego y a los logros de estos 20 años. Eso siempre se siente muy positivo, pero también ha sido muy confrontativo. Nadie quiere pensar en el pasado, pues el pasado hecho está. Lo más sano es no voltear a ver hacia lo que hicimos sino ver siempre hacia adelante. El ejercicio tuvo ambas fuerzas, por un lado, positiva y con mucho agradecimiento por todo lo que se ha logrado. Por el otro, fue un gran choque ver que han sido muchos años de lucha y de resistencia a través de la formalización del arte y aun así la situación en Guatemala y en el mundo sigue estando en la misma de crisis o de tensión. El grito y la lucha deben continuar. Ha sido ligeramente devastador darnos cuenta de que el paso del tiempo nos ha llevado a una situación peor.
Hay algunos trabajos que yo ya no desarrollaría pues tienen cierto nivel de riesgo. Lo que hacía a mis 20 años no necesariamente lo podría desarrollar a mis 47.
HH: Al revisar su obra como conjunto, ¿cómo cree que han cambiado sus procesos creativos? ¿Ve alguna distancia entre su acercamiento?
RJG: Sí, veo un abismo de distancia. Hay algunos trabajos que yo ya no desarrollaría pues tienen cierto nivel de riesgo. Lo que hacía a mis 20 años no necesariamente lo podría desarrollar a mis 47. Tengo una relación con el cuerpo distinta. Yo era muy aventada y hacía piezas sin medir las consecuencias. Ahora lo hago más reflexionado. Trabajo y terapeo mis performances. Por ejemplo, cuando pongo el cuerpo hablo con mi terapista de mis emociones y experiencias. Lo trabajo, lo medito y lo reflexiono. Esto ha sido a partir de los últimos años, desde Presencia (2017).
Hace cinco años que empecé a tomar el trabajo de la salud mental como parte integral de mi proceso creativo, que ha sido un gran cambio en mi forma de trabajar el arte. De cierta manera poner el cuerpo y compenetrarte con la experiencia de tu vulnerabilidad puesta a disposición de los otros y de las otras es algo de lo cual hay que reflexionar. No fue ni tarde ni temprano, lo empecé a hacer en el momento oportuno cuando empecé a sentir la necesidad. Me siento una persona mucho más centrada y madura. Creo que eso se ve también reflejado en mi trabajo.
El trabajo en equipo de mujeres siempre es muy poderoso
HH: Además de lo devastador y positivo, que tienen un gran peso, ¿cómo fue el proceso de recuperar la documentación, la selección de piezas y el montaje?
RJG: Fue un trabajo en conjunto con Maya Juracán, la curadora, y Jamie Denburg, la directora del espacio. Básicamente elegimos trabajos que tenían alguna sintonía con Guatemala o que podrían leerse desde este contexto. Algunas obras pueden interpretarse como distantes, como La celebración (2019), pues habla de la historia de Viena, pero se refiere a la memoria histórica vedada como ha sucedido también en Guatemala. Ahí encontramos caminos similares.
Utilizamos mi archivo personal y la verdad es que salí ganando. Las chicas del colectivo La Revuelta, que participaron en los trabajos de producción, fueron un gran apoyo. Ellas me ayudaron a organizar el archivo que yo tenía en el olvido. Eran cajas acumuladas donde iba metiendo año tras año varios papeles, notas, fotos, afiches, fanzines, periódicos… Ya catalogado todo el material fue más fácil seleccionar las piezas.
Ha sido un gran equipo de trabajo, hecho por mujeres. Además, hemos logrado movilizar e involucrar a la comunidad. Por ejemplo, Alfombra (2022) se realizó en el mismo espacio de la exposición. Esta alfombra está hecha con la ropa de personas fallecidas por COVID-19. Surgió mientras realizaba una residencia en La Nueva Fábrica y coincidió con los peores momentos de la pandemia, cuando el Gobierno había aceptado una alfombra llena de dinero para sobornos. Veíamos colapsar las instituciones, no se tenía claro qué iba a pasar. Entonces nos pusimos a hacer esta alfombra que se elaboró a mano, nudo a nudo con las mujeres del espacio. Fue un trabajo solidario. La gran lección que me queda es que el trabajo en equipo de mujeres siempre es muy poderoso.
HH: Durante la inauguración de la muestra hizo un recorrido para las mujeres de la comunidad. ¿Cómo fue esta experiencia?
RJG: Estaban muy emocionadas y participativas. Contaron sus experiencias con personas que habían muerto por COVID-19. Cuando vieron Alfombra comentaron que si se hubieran enterado antes habrían participado donando ropa. Compartieron sus experiencias cuando vieron Himenoplastia (2004); se sintieron muy sorprendidas con el video y contaron algunos relatos que habían escuchado de este tipo de operaciones para niñas en el negocio de la trata. Muy asombradas, interesadas y solidarias conmigo. Creo que fue un ejercicio bonito, pues empezamos a hacer el recorrido solo con las mujeres de la comunidad y luego se fue uniendo el público. Se volvió una masa homogénea interesada en lo que sucedía en la realidad guatemalteca, que está descifrada a través del arte.
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