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CREAR Y HABITAR CUERPOS CONTRAHEGEMÓNICOS

Desde una firme postura de resistencia a los cánones corporales imperantes, Diego Bianchi, el dúo Galaxia y Mar, Jazmín Kullock, Josefina Labourt, La Chola Poblete y Kenny Lemes lanzan búsquedas artísticas y vitales en las que reformulan y ponen en jaque aquellos conceptos de género y belleza dominantes.


Diego Bianchi, Softrealism (Blacking me), 2019. Galerie Jocelyn Wolff, París. Foto: François Doury
Diego Bianchi, Inflation (Body Builder 2), 2021-2022, Bienal de Performance BP21, Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires. Foto: Sofía Estévez

Diego Bianchi (Buenos Aires, 1969), artista de prestigio y proyección internacional que participa en bienales y ferias, está exponiendo actualmente en las exhibiciones colectivas Cuerpos mutantes, en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, curada por Francisco Lemus, Marcos Krämer, Clarisa Appendino y Violeta González Santos, y en Gualicho, con curaduría de Larisa Zmud, en Galería Revolver.

Coreografiadas por piezas extrañas y cuerpos inquietantes, sus exuberantes mega instalaciones performáticas resultan imposibles de olvidar: son ácidas, lúdicas, deslumbrantes. Bianchi crea cuerpos que son como objetos hipnóticos, desacralizados. “Mi interés por el cuerpo vino a través de mi gran interés por ciertos objetos: en las instalaciones notaba que cuando había algún tipo de presencia humana, estos objetos se reconfiguraban”, explica el artista. “Pensé entonces qué partes del cuerpo podían ser traducidas como un objeto; eso va en una contracorriente de época en la que justamente estamos tratando de no pensar los cuerpos objetivados”.

Bianchi trabaja a partir de representaciones de cuerpos hegemónicos: maniquíes masculinos musculosos y otros de figuras femeninas de delgadez extrema, que recorta, pega y atornilla hasta generar nuevas formas de alteridad.

En Meritocrazy, Estado de Spam, Under de si e Inflation, los cuerpos de los performers terminan oprimidos, comprimidos, silenciados. Deben mantener posiciones fijas incómodas o extrañas durante mucho tiempo; soportar que pasen sobre ellos, comportarse de forma alienada, usar trajes pesados y calurosos que imposibilitan moverse, o calzarse zapatos pinchudos, pesados, altos, al punto de la más extravagante tendencia.

Con música compuesta especialmente e imágenes deslumbrantes, Under de si lleva al extremo la subordinación del cuerpo a las formas. Tan sólo por dar un ejemplo, en aquél icónico performance tres hombres debían hacer movimientos pautados –que aluden al aislamiento— con sus celulares en un mueble diseñado por el artista. La obra pertenece al coleccionista argentino Alec Oxenford, quien la activó en varias oportunidades.

Diego Bianchi, Under de si (detalle Derrumbe), 2013. Diego Bianchi/Luis Garay. Foto: Mariano Barrientos
Diego Bianchi, Under de si (Iphone holes), 2013. Diego Bianchi/Luis Garay. Foto cortesía del artista
Diego Bianchi, Meritocrazy (Adidas Rusty), 2019. Desfile de apertura en Pasto Galería, Buenos Aires. Cortesía del artista

“Por un lado, hay una situación de opresión, pero por otro lado encuentro el sacrificio que todo el tiempo hacemos por las formas, como usar ropa ajustada o incómoda, tomar sol, hacer gimnasia, entre otras concesiones que el cuerpo hace por las formas. Eso puede ser leído positiva o negativamente. Encontré que, en los performances, después de ciertos momentos de sacrificio y de extremo esfuerzo, llega un momento de liberación del cuerpo, donde se siente súper potenciado. Atravesar esa situación donde el cuerpo está totalmente objetualizado también puede liberar una situación mental muy amplia”, señala el artista.

En sus obras, la belleza aparece en relación a su opuesto: un mecanismo con el que el artista se replantea constantemente límites y alcances hasta generar nuevas formas e ideas. “No concibo una idea de belleza que no dé cuenta del espanto o de la negatividad del mundo –dice Bianchi—.La belleza es algo que hay que renegociar todo el tiempo: me interesa ponerla en relación con situaciones que contienen algún tipo de aversión, problema, anomalía”.

La Chola Poblete, Sin título, de la serie «Il Martirio di chola», 2014, fotoperformance. Cortesía de la artista.
La Chola Poblete, Sin título, 2018, fotoperformance. Cortesía de la artista.
La Chola Poblete, Sin título, de la serie «Todos sabemos lo fácil que es hacer llorar a alguien», 2017, fotoperformance. Cortesía de la artista.

El propio cuerpo como gesto artístico y político

Artista multidisciplinar trans, La Chola Poblete (Mendoza, Argentina, 1989), que por estos días presenta Ejercicios del llanto en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, concuraduría de Victoria Noorthoorn y Marcos Krämer, y participa en la muestra Eros Rising curada por Mariano López Seoane y Bernardo Mosqueira en ISLAA, Nueva York, hace performances, foto-performances, video-arte, fotografía, pintura, esculturas de pan, dibujo y objetos.

Desde su mirada queer, se acerca a los pueblos originarios. Con su propia figura, pone en cuestión paradigmas culturales y clasificaciones estancas de género. Empezó haciendo performances en los que vestía atuendos tradicionales. “Sentía que tenía que insistir con la imagen de La Chola para hablar de lo racializado, de lo marrón, de dónde proviene mi familia o dónde nos ponen a las personas que tienen mis rasgos”, recuerda de aquella época en la que usaba peluca. “Pero después me di cuenta de que no hacía falta los artificios: sin trenzas, sigo siendo una persona racializada –dice—. Entonces me dejé ser: soy La Chola. En realidad, siempre lo he sido”.

Con su cuerpo, con su obra y con sus acciones, La Chola se pone en acto poéticamente. En esta edición de la feria ARCO de Madrid, cuando la reina Letizia pasó por el stand de Pasto, la galería en la que expone, le dijo: “Nos reencontramos 530 años después”. Luego conversaron cordialmente.

La Chola Poblete no duda qué tipo de belleza encarna. “Trato de correrme de la imagen hegemónica que vemos en redes sociales, pero sucede algo parecido como cuando hablamos de lo under, que luego se vuelve mainstream. No me gusta fomentar un cuerpo muñeca. Me imagino más como los personajes de mis acuarelas o de mis máscaras. ¿Los fluidos y las texturas no son bellos? Son hermosos”.

Galaxia y Mar, Autorretrato, 2022. Cortesía de las artistas
Galaxia y Mar, Mil Cambios de Color, 2021. Cortesía de las artistas
Galaxia y Mar, Génesis, 2018. Cortesía de las artistas

Galaxia (Mendoza, Argentina, 1989) y Mar (Caracas, 1986), dúo de artistas trans en la vida y en el arte, adoptaron sus nombres actuales cuando empezaron a convivir. Primero los usaron en las redes, hasta que ya en 2016 se presentaron con ellos en la facultad, en sus trabajos y en encuentros sociales. Se casaron este año. “Decidimos tomar esos nombres majestuosos, abstractos, poéticos, sin género ni identidad personal”, cuenta la dupla de artistas, que acaba de exponer en Grasa y prepara un desfile en el Museo del Traje junto a otros artistas textiles. 

Eligieron potenciar el amor con el arte sin dejar resquicios. Hadas-princesas de belleza y altura imponentes—llegan a dos metros con sus tacones pop de luxe—, Galaxia y Mar crean un mundo de deslumbrante oropel. Juntas bordan tules con rutilantes lentejuelas, tejen, toman fotografías, hacen performances y videoarte. “Al ser identidades no binarias este tema se hace presente en los personajes que representamos: ángeles con penes y pelo muy largo, zapatos delicados color rosa nacarado talla 43, cuentos donde los protagonistas son dos princesos”, cuentan sobre sus personajes.

Buscan “una belleza personal e íntima que se nutre de los sueños, de los recuerdos luminosos, de afectos, y que intenta elevar el ánimo y generar alegría y emociones”. Para sus obras, seleccionan telas de texturas suaves y tornasoladas. “No sólo nos importa cómo nos vemos, sino cómo nos sentimos: detrás de las decisiones estéticas hay un mensaje de libertad y confianza en ser una misma”, señalan.

Kenny Lemes, Malo, 2020. Cortesía de lx artista
Kenny Lemes, Nacido para morir, 2021. Cortesía de lx artista

Espejarse en la piel de otro

El fotógrafo Kenny Lemes (La Habana, 1985) encuentra en las redes (principalmente en Instagram) los personajes que le interesa fotografiar. “En determinado momento alguien no me pasa desapercibido: hay algo que no puedo dejar ir, me quedo impregnado de esa energía”, cuenta el artista sobre las personas que elije retratar, y que están ligadas a su propia identidad queer y a su comunidad de amigos. “La capacidad expresiva que sé que tienen mis pares en cuanto a experiencia de vida, y la capacidad que tienen para atravesar el dolor y convertirlo en una marca de luz, son cuestiones que no puedo ignorar. Me atrae porque me espeja”, afirma.

Sus personajes condensan singular hipnotismo: uno no puede dejar de preguntarse quiénes son, qué caminos recorrieron, qué dolores los dejaron entre las cuerdas. Imposible olvidar la mirada de dear (por arde), que llegó a tatuarse en la frente “Nacidx para morir”.

“Me interesan las personas con marcas, personas que parecen estar o haber estado en el ojo de la tormenta”, dice el artista, quien no busca con sus fotos capturar la esencia de los personajes ni pretende ninguna verdad. “Me interesa muchísimo más la imagen de la superficie. Me llena de intriga, de preguntas y de misterio el disfraz que la gente elige para representar su hondura y su profundidad”.

Kenny Lemes, Madre, 2019. Cortesía de lx artista

Madre, la foto en la que una drag amiga suya posó como si amamantara a un bebé, fue su mayor desafío y, al tiempo, provocó un impacto tan virulento que aún hoy, en algunos momentos, debe cerrar sus cuentas hasta que se calman los ánimos. Tras ingresar al Salón Nacional, en 2021, esta fotografía ganó el segundo premio en su categoría. Para Lemes, no sólo devino su trabajo más importante sino una especie de documento de época.

“Cuando hicimos las fotos, la mamá del bebé estaba con nosotros. Sónica se puso chupetes de mamaderas en los pezones, sostuvo al bebé en la clásica pose de amamantamiento y el bebé los chupó”, recuerda el artista de aquella toma que provocó escándalo en las redes. Denunciaron su cuenta y hasta lo tildaron de “abusador” y “degenerado”. “Decían que por más que un hombre se disfrazara de mujer jamás iba a poder serlo y que mucho menos iba a poder ser madre. Y que darle fluidos de los pezones de un hombre era abuso infantil. Una foto en plan fantasía drag terminó articulando una coyuntura política que hizo aparecer movimientos muy conservadores en contra de la identidad de género. En Twitter los grupos de TERF (Trans-Exclusionary Radical Feminists – Feministas Radicales Trans-Excluyentes) compartieron mi foto pidiendo que me denunciaran: hubo mucha transfobia y odio”.

A la hora de las sesiones fotográficas, Lemes prioriza la construcción de confianza. En esos encuentros donde la exposición es total, considera que “la piel termina siendo lo más profundo que tenemos”. “Creo que la belleza que termina apareciendo tiene que ver con la empatía, con el absoluto respeto y con el amor”. 

Jazmín Kullock, Autoparto, 2019. Foto: Martina Mordau
Jazmín Kullock, Perro Faldero, 2020. Cortesía de la artista

Jazmín Kullock (Buenos Aires, 1995), que el año próximo tendrá una muestra individual en la galería Sendrós, sacude al espectador con inquietantes autorretratos en los que su figura opera como eficaz ardid: la posibilidad latente de hallar aspectos propios en esa imagen espejada. Hay acidez, desamparo y profunda sensibilidad en esas mujeres. “El autorretrato es una excusa para reflejar determinados estados y sensaciones de vulnerabilidad, incomodidad o éxtasis, que en realidad forman parte de todos”, señala la artista.

Indaga en una idea de belleza ligada  a “lo sexual, lo deforme y lo baboso”. “Como trabajo con mi propia imagen, me resulta inevitable que la figura que aparece en la obra no sea de una belleza hegemónica porque no es una cualidad que me identifique”, dice.

En El perro faldero condensó tres imágenes que considera ligadas: una situación vincular bajo la lógica de amo-esclavo/poder-sumisión, un perro excitado con un humano, y un niño buscando la pierna de alguno de sus padres. En sus autorretratos convive un mix entre lo femenino y lo animal. Kullock no teme representar una imagen agobiada, perturbada, desbordada, quebrada en absoluta soledad.

Josefina Labourt, Deseo y Abyección, 2019, cartapesta, pintura acrílica, collage de pieles, silicona, sobre bases de metal soldado, 90 x 150 x 90 cm. Cortesía de la artista
Josefina Labourt, Este es mi cuerpo haciendo esta cosa, 2021, vellon siliconado, gasa, acrílico, cola vinílica y botones sobre tela embastada, 90 x 50 x 20 cm. Cortesía de la artista
Josefina Labourt, Un agua sin fin, 2019, cuero, elástico, media, guata, alambre, tela, esmalte sintético y goma Eva, 140 x 35 x 120 cm. Cortesía de la artista

La piel del espectador y la que aparece en sus obras es clave en las obras de Josefina Labourt (Buenos Aires, 1985), quien participa en la exhibición colectiva Cuerpos mutantes en el Moderno. “Me interesa pensar en el espectador como encarnado: que pueda, a través de su piel, ser afectado por la obra y por lo abyecto que hay en ella, en un encuentro que comienza a nivel visceral”, dice.

Hace tiempo que la artista se interesa en la piel como evidencia del paso del tiempo y “como una superficie vulnerable cargada de historia y significado”. Poniendo en tensión ciertas categorías, indaga en el deseo y la atracción en relación a lo abyecto y al rechazo. También trabaja con la tercera edad (¿hay acaso algo más contrahegemónico en nuestra sociedad, amante de la exultante juventud?).

Labourt da talleres de arte en residencias para ancianos, hace cursos de asistencia gerontológica y estimulación cognitiva, comparte tiempo con sus abuelos. “Generé mucha empatía y fascinación por cuestiones estéticas, materiales y espirituales que observé que los rodean”, cuenta.

En Señora, exhibición que realizó en 2020 en la galería Piedras, hizo una máscara con la imagen de su propio rostro envejecido por medio de una aplicación del celular. El público podía colocársela y ver a través de esos ojos calados, infinitos, inexpresivos. “Siento mucha curiosidad sobre cómo seremos de viejos. No solo físicamente, sino sobre todo en relación a qué formas encontraremos para estar bien”, cuenta. “Hace tiempo que siento mi propio rostro como una especie de máscara: a medida que pasa el tiempo aumenta cierta extrañeza en la identificación con mi propio cuerpo”.


Ejercicios del llanto y Cuerpos mutantes se presentan hasta fin de febrero de 2023 en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Avenida San Juan 350

Gualicho hasta el 28 de julio de 2022 en Revolver Galería, José León Pagano 2750, Recoleta, Buenos Aires

Eros Rising: Visions of the Erotic in Latin American Art, hasta el 30 de septiembre de 2022 en ISLAA – Institute for Studies on Latin American Art, 50 E 78th St., Nueva York

Marina Oybin

Periodista cultural y crítica de arte. Egresada de la Universidad de Buenos Aires y de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón - Universidad Nacional de las Artes (UNA), realizó el Postgrado en Opinión Pública y Medios de Comunicación en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Escribe sobre arte y temas culturales en La Nación, Radar y en Le Monde Diplomatique. Hace, además, una columna de arte en el programa Los 7 locos, en la Televisión Pública. Trabajó en la Universidad de Bologna, en Clarín y en tevé. Realiza coberturas en Argentina y en el exterior, donde entrevistó a Orlan, Marina Abramovic, Sophie Calle, Anish Kapoor, Christian Boltanski, Jeremy Deller, Tomás Sarraceno, Leandro Erlich y Gyula Kosice, entre muchos otros destacados artistas. En 2019, moderó la entrevista pública con Julio Le Parc en el Museo Nacional de Bellas Artes. Realizó la curaduría de Explorando la Colección #02 Gyula Kosice en la Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat, entre otras. Integra jurados de premios internacionales de fotografía y de premios nacionales de artes visuales.

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